16 de septiembre de 2024
Dmytro Kuleba viaja a China para comunicar que Ucrania quiere negociar
Cuando Ucrania lanzó sus tropas sobre la región rusa de Kursk, quien quiera que tomara dicha decisión estaba dinamitando cualquier posibilidad de negociación con Rusia. Al menos, a corto plazo. Tanto si los objetivos que pretendía alcanzar la incursión se cumplieran, como si no, como ha sido el caso. Voy a explicar por qué.
Durante las semanas previas a la invasión, el ministro de Asuntos Exteriores de Ucrania, Dmytro Kuleba, realizó varios viajes que sugerían que el gobierno de Kiev estaba abierto a abrir negociaciones con Moscú. Estos movimientos se vieron reforzados por las declaraciones de Volodímir Zelenski, que el 16 de julio afirmó que Rusia debería ser invitada a la segunda cumbre de paz, prevista para noviembre, después de que vetara su asistencia a la anterior, celebrada en Suiza en junio.
A pesar de que Víktor Orbán es la bestia negra de la Unión Europea, Dmytro Kuleba se entrevistó con su homólogo húngaro, Peter Szijjarto, en Washington, con ocasión de la cumbre de la OTAN. Y lo hizo el 10 de julio, después de que Víktor Orbán se hubiera reunido en Moscú con Vladimir Putin, en lo que el primer ministro húngaro denominó su “misión de paz”, y después de su visita sorpresa a Kiev, donde el 2 de julio se entrevistó con Zelenski. Una misión que también incluyó un viaje a China.
La actividad diplomática de Orbán sentó a cuerno quemado en Bruselas y demás capitales europeas, porque evidenciaba el servilismo de la Unión Europea hacia los intereses de Estados Unidos, y la nula voluntad del jefe de su diplomacia, Josep Borrell, por ejercerla.
Pero lo más relevante es que Dmytro Kuleba viajó posteriormente a China. Allí, el 24 de julio se entrevistó con Wang Yi, que es miembro del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de China, y ministro de Asuntos Exteriores. Un auténtico peso pesado.
En el resumen de la reunión publicado por el ministerio de Asuntos Exteriores chino, podemos leer lo que dijo Kuleba: “La parte ucraniana aprecia en gran medida el papel activo y constructivo de China en la promoción de la paz y en el mantenimiento del orden internacional. Ucrania concede importancia a las opiniones de China y ha estudiado cuidadosamente los seis consensos emitidos por China y Brasil sobre la solución política de la crisis de Ucrania. Ucrania está dispuesta y preparada para entablar diálogos y negociaciones con Rusia”.
Además, Kuleba afirmó que «Estoy convencido de que una paz justa en Ucrania está en los intereses estratégicos de China, y el papel de China como fuerza global para la paz es importante». Kuleba le hacía la pelota claramente a Pekín, después de los exabruptos que Zelenski dedicó a China, cuando ésta rehusó participar en su tinglado de Suiza.
Adicionalmente, Kuleba viajó a tres países africanos – Malawi, Zambia y Mauricio – para reforzar en África el mensaje de que Ucrania estaba abierta a negociar. Malawi firmó el comunicado de la cumbre de paz de Suiza. Zambia también lo hizo, así como Mauricio. Solo siete países africanos lo hicieron.
China y otros aliados presionaban a Rusia para negociar la paz
Cuando Kuleba emprendió su gira para transmitir, sobre todo a China, su intención de abrir un proceso de negociación, Rusia ya se encontraba bajo una fuerte presión por parte de sus aliados para hacer lo propio. Esto lo reconocía en una entrevista Dimitri Polyanski, representante permanente adjunto de Rusia ante Naciones Unidas.
Sólo dos días después de que comenzara la incursión ucraniana en tierras rusas, el periódico chino Global Times titulaba así: “El ataque en Kursk empeora el conflicto y frustra las esperanzas de conversaciones de paz”. Achacando indirectamente a Estados Unidos la idea, y tildando de hipócrita a Washington, la publicación señalaba que la invasión ucraniana “está dificultando una resolución pacífica de la crisis en contra de la opinión de la mayoría global”.
Tanto China como Brasil llevan tiempo presionando a Rusia para que se siente a negociar un acuerdo de paz con Ucrania. En mayo de este año, los ministros de Asuntos Exteriores de ambos países firmaron un comunicado conjunto en el que reclamaban la apertura de un proceso de negociación donde debían participar Ucrania y Rusia directamente.
China siempre añade a sus presiones que “Las preocupaciones legítimas de seguridad de cualquiera de las partes deben tomarse en serio”, en clara alusión a la oposición de Rusia a la constante expansión de la OTAN hacia el este. Sin embargo, la prolongación de la guerra en Ucrania no gusta en Pekín, cuyo gobierno tiene una clara orientación hacia la paz, contexto imprescindible para que florezca el comercio, la prioridad de China.
Por eso la incursión de las tropas de Ucrania en territorio ruso ha sentado tan mal en China. El gobierno de Pekín se ha sentido traicionado por el de Kiev. Apenas días después de la visita de Kuleba, Ucrania se internaba en Rusia, lo que entraba en flagrante contradicción con las supuestas intenciones negociadoras de Zelenski, máxime cuando el objetivo de la penetración se hizo evidente.
El objetivo de la incursión era hacerse con la central nuclear de Kursk
La central nuclear de Kursk se encuentra a 86 kilómetros de Sudzha, ciudad al sur de la región. La incursión realizada por tropas ucranianas pilló por sorpresa a Rusia. Sin embargo, la avanzadilla fue frenada antes de que el ejército de Kiev lograra hacerse con el control de la central nuclear, que era sin duda la motivación de una incursión que está costándole a Ucrania un alto número de bajas.
En la ilustración de la izquierda figura en color azul el territorio ruso controlado por Ucrania, a 26 de agosto. A la derecha, el Institute for the Study of War, alineado con la OTAN, refleja la recuperación de territorio a cargo del ejército ruso.
Zona controlada por Ucrania el 26 de agosto y situación en la región el 13 de septiembre, a la derecha. Ilustraciones de Al Jazeera y el ISW.
Para entender la decisión suicida de penetrar en territorio ruso para apoderarse de una central nuclear, hay que apuntar a la desesperada situación a la que se enfrentan las tropas ucranianas en Donbass. Hasta la CNN comparaba la incursión en Kursk con “tirar los dados”. Sin embargo, la operación ha forzado a Ucrania a desviar tropas del frente del Donbass, dejando desguarnecido Pokrovsk, un centro logístico clave para Ucrania en la región. Medios occidentales reconocen el avance ruso hacia esta ciudad. Así lo estima también el Institute for the Study of War.
Si las tropas ucranianas se hubieran hecho con el control de la central nuclear de Kursk, la posición del gobierno de Kiev de cara a una hipotética negociación habría cambiado radicalmente. La posibilidad del chantaje nuclear habría modificado el tablero de juego cualitativamente. Aunque la toma de la central no habría alterado la situación en el frente en Donbass, es evidente que Kiev habría adquirido una poderosa palanca con la que chantajear no sólo a Rusia, sino a toda Europa. Basta recordar lo ocurrido en la central de Chernóbil.
Teniendo en cuenta el grado de desesperación de Zelenski, y de sus patrocinadores, no es de extrañar que decidiera tirar los dados en Kursk. Por mucho que sus aliados sostengan que no fueron informados por Kiev de la operación, resulta increíble que el gobierno de Kiev haya tomado por sí solo la decisión. Las elecciones presidenciales en Estados Unidos se aproximan. La administración de Joe Biden se juega mucho de su capital político en Ucrania. La Casa Blanca necesita que Ucrania aguante, al menos, hasta la celebración de las elecciones en noviembre. La operación en Kursk era otra manera de pulsar las líneas rojas de Moscú y proseguir la escalada.
Por otra parte, la estrategia de Donald Trump durante su presidencia iba en la dirección contraria a la de los demócratas: evitar una luna de miel entre Moscú y Pekín, por eso quería llevarse bien con Putin: para concentrar sus energías contra China. Si Trump gana las elecciones y el Estado permanente le permite acceder a la presidencia, es posible que trate de resucitar esa estrategia, y busque una distensión con Rusia.
Tras el frenazo ruso a la invasión, Kiev busca motivos para justificarla
Después de haber fracasado en su objetivo, el gobierno de Kiev está buscando argumentos para justificar la incursión, cayendo en contradicciones. El 19 de agosto, Zelenski decía que Ucrania quería crear una “zona de amortiguación” en Kursk y tomar prisioneros. Sin embargo, el 3 de septiembre aseguraba a la NBC que lo que pretendía era frenar la creación de una “zona de amortiguación” por parte de Rusia. El 5 de septiembre lo volvía a declarar a un medio ucraniano. Zelenski habla ahora de retener el territorio conquistado en Kursk como palanca para presionar a Rusia hacia una negociación. Y sostiene que todo ello forma parte de un “plan de victoria” que va a presentar al ausente Joe Biden.
Ucrania quiere crear una “zona de amortiguación” con la incursión en Kursk, dice Zelenski.
Zelenski trata de ocultar las verdaderas intenciones de la incursión en Kursk, porque no puede reconocer ante el mundo que lo que pretendía era tomar la central nuclear como palanca de chantaje, y amenazar con su voladura si Rusia no atendía sus reivindicaciones, contenidas en su delirante “plan de paz”.
Las verdaderas intenciones de Zelenski liberan a Rusia de la presión de sus aliados
El descabellado plan ha tenido un efecto no deseado: ha liberado a Rusia de la presión para negociar proveniente de sus aliados. El gobierno de Kiev, y quienes le manejan, le han puesto al Kremlin en bandeja el argumento definitivo para descartar la negociación: no se puede dialogar con quien está dispuesto a volar una central nuclear para conseguir sus objetivos.
No se puede confiar en quien ya utilizó los acuerdos de Minsk como una trampa para armar a Ucrania y usarla como un peón contra Rusia. Algo que ya reconocieron sus padrinos, Angela Merkel, François Hollande y Petro Poroshenko, como documenté en este artículo.
No se puede confiar en quienes organizan atentados terroristas contra la población civil, como ocurrió en el Crocus City Hall de Moscú, atribuido por los servicios especiales rusos a la inteligencia militar ucraniana, junto a la de otros países occidentales. Una atribución muy plausible, dado el comportamiento de los supuestos islamistas que ejecutaron el atentado, incoherente con las prácticas habituales del Estado Islámico.
Y como no se puede confiar ni en Ucrania, ni en los países occidentales que manejan a su marioneta en Kiev, no vale la pena sentarse a negociar nada con ellos. Esto es lo que ha conseguido la incursión en Kursk: dinamitar cualquier posibilidad de negociación con Rusia, reforzando los argumentos del Kremlin frente a sus socios en BRICS.
Prueba de ello es el reciente viaje a Moscú del ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, donde se reunió con Sergei Shoigú, secretario del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa. Esta visita representa un claro espaldarazo a Rusia por parte de China, tal y como podemos leer en el resumen de la reunión, publicado por el ministerio chino de Asuntos Exteriores: “China está dispuesta a fortalecer la comunicación estratégica con Rusia, aprovechar plenamente el papel del mecanismo de consulta de seguridad estratégica China-Rusia y el mecanismo de la Cumbre BRICS y enriquecer continuamente la connotación estratégica de las relaciones China-Rusia”.
Wang Yi también viajó a San Petersburgo, con ocasión del X Foro Internacional de Culturas Unidas, donde se reunió con Vladimir Putin, en un encuentro al que también asistió Sergei Shoigú.
Wang Yi con Sergei Shoigú, en Moscú, el 10 de septiembre de 2024, y con Putin, dos días más tarde, en San Petersburgo. Fotografías del Ministerio de Asuntos Exteriores de China y de la Agencia Xinhua.
Si a este refuerzo de la alianza estratégica entre Rusia y China le sumamos los avances rusos en el Donbass, el balance de la incursión en Kursk no puede ser peor para los intereses occidentales, que han optado por seguir a piñón fijo, incrementando la escalada.
Tras el fracaso en Kursk, occidente opta por incrementar la escalada
Ucrania lleva tiempo solicitando a sus patrocinadores permiso para golpear a Rusia en el interior de su territorio con misiles de largo alcance. Hasta el momento, la OTAN se ha mostrado reticente, por miedo a que tales ataques provocaran una escalada de proporciones incontrolables. Sin embargo, el mismo día que los ministros de Asuntos Exteriores de Estados Unidos y el Reino Unido viajaban a Kiev, Joe Biden declaraba que Estados Unidos estaba determinando la cuestión.
El hecho mismo del viaje de Antony Blinken y David Lammy a Kiev sugiere que la decisión de autorizar a Kiev a usar misiles de largo alcance podría estar tomada. Así lo publica la periodista de Axios Juliegrace Brufke: “El presidente del Comité de Asuntos Exteriores del Congreso dijo: “Hablé con Blinken hace dos días, y él va a viajar con su homónimo del Reino Unido a Kiev para básicamente decirles que les van a permitir (atacar a Rusia con ATACMS)” durante una entrevista conmigo en el #TribFest24 el viernes”.
Durante su estancia en Kiev, Blinken y Lammy anunciaron un nuevo paquete de ayuda de 1.500 millones de dólares a Ucrania. El secretario de Estado dijo que Joe Biden y Keir Starmer hablarían sin duda del asunto de los misiles de largo alcance durante su encuentro previsto en Washington, el 12 de septiembre. En mi opinión, el pescado ya está vendido. Eso se desprendía del siguiente titular de The Independent, del Reino Unido, publicado el 11 de septiembre.
Biden sugiere que Estados Unidos podría permitir pronto a Ucrania usar misiles de largo alcance para golpear objetivos en el interior profundo de Rusia.
Vladimir Putin advirtió el 12 de septiembre que “si Estados Unidos y Reino Unido autorizan el uso de armas de largo alcance de fabricación occidental por parte de Ucrania contra territorio ruso, esto implicaría la participación directa de los países de la OTAN en el conflicto”.
Al día siguiente, el portavoz de seguridad nacional de la Casa Blanca, John Kirby, declaraba que “no ha habido cambios en nuestra opinión sobre la provisión de capacidades de ataque de largo alcance para que Ucrania las utilice dentro de Rusia”, y descartaba cualquier “anuncio importante en ese sentido”.
No se espera un cambio el viernes en la política sobre misiles de largo alcance para Ucrania, dice la Casa Blanca.
Tras su reunión con Joe Biden, el primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, declaraba que habían tenido “un amplio debate sobre la estrategia”, no sobre “una capacidad concreta”. Antes del encuentro, funcionarios británicos habían avanzado que Starmer iba a presionar a Biden para que apoyara su plan para golpear a Rusia usando misiles británicos de largo alcance Storm Shadow. Después del encuentro en la Casa Blanca, Starmer indicó que ese plan será discutido este mes con Biden, junto a otras personas, en la próxima asamblea general de la ONU.
En mi opinión, puede que no se produzca ningún anuncio al respecto, sino que, por el contrario, se otorgue vía libre a su utilización de manera discreta, y Rusia se vea de repente atacada en su territorio, aplicando una política de hechos consumados.
Los misiles Storm Shadow dependen de datos de navegación proporcionados por Estados Unidos, según nos recuerda Financial Times. Por eso el Reino Unido necesita pedir permiso a quien proporcionaría dichos datos para atacar a Rusia en su interior. Por eso Vladimir Putin advierte que el uso de dichos misiles supondría la participación directa de la OTAN en el conflicto, porque serían militares estadounidenses y británicos quienes operarían dichos misiles.
Cada día queda más claro quién manda en Kiev, y no es precisamente Zelenski. En una reciente entrevista con un periodista ruso, contrario a Putin, Victoria Nuland confirmaba lo que ya habían expresado otros dirigentes occidentales: que agentes externos a Ucrania frenaron el acuerdo de paz que estaba muy próximo a ser firmado con Rusia en la primavera de 2022. Estas son sus palabras: “La gente dentro y fuera de Ucrania empezó a preguntarse si era un buen acuerdo, y fue en ese momento cuando todo se vino abajo”.
Nuland también señala que el pacto establecía “límites a los tipos precisos de sistemas de armas que Ucrania podría tener después del acuerdo”. Con otras palabras: que el negocio de la venta de armas estadounidense a Ucrania se habría visto perjudicado, en caso de que se hubiera firmado.
Y no sólo eso. En uno de sus frecuentes viajes a Kiev, el senador Lindsey Graham se quitaba completamente la careta, ante un complaciente Zelenski. Fue el propio senador quien publicó este vídeo, donde reconoce que Ucrania está poniendo los muertos en el conflicto, para que no tenga que hacerlo Estados Unidos.
Además, Graham recalca que los rusos están sentados sobre minerales por valor de un billón de dólares – se refiere al Donbass – que le vendrían muy bien a su economía (la de Estados Unidos, es obvio, porque utiliza el término “nuestra economía”).
Estados Unidos y sus aliados parecen resueltos a seguir escalando, a pesar de que hacerlo pueda suponer el desencadenamiento de una contienda directa con Rusia, en lugar de mantener el conflicto en los límites de una guerra por intermediación, al estilo de la guerra fría. Moscú considera esta guerra como una amenaza existencial. A juzgar por las múltiples declaraciones de dirigentes occidentales, recogidas en este blog, tiene sobrados motivos para hacerlo.
La OTAN, el brazo armado de Estados Unidos, está escalando constantemente, porque piensa que Putin va de farol cuando advierte que si la alianza atlántica cruza determinadas líneas rojas, la respuesta será contundente. Hasta ahora, a pesar de lo que diga la propaganda occidental, Putin está siendo muy prudente. Sobre todo, teniendo en cuenta la presión doméstica, que va en aumento. Ha mantenido el conflicto bélico circunscrito fundamentalmente al este de Ucrania, aunque el sistema energético ucraniano ha sufrido ataques en todo el país.
Heorhii Tykhyi, el portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania, animaba a sus patrocinadores occidentales a abandonar el temor a cruzar las líneas rojas rusas: “Por supuesto, entendemos que los socios tienen sus preocupaciones, pero nuestra operación en la región de Kursk demostró que todas las llamadas líneas rojas rusas son imaginarias, así como el temor a cruzarlas”.
Las líneas rojas rusas existen. Quienes afirman lo contrario están jugando a la ruleta rusa, con una pistola llena de balas en el tambor, apuntando no sólo a sus cabezas, sino a la de la humanidad entera.