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Por qué Siria es el próximo estado fallido

26 de diciembre de 2024

El proyecto sionista de 1982 para trocear a sus vecinos avanza en Siria

Los planes para trocear Siria se llevaban cocinando desde hace décadas. En febrero de 1982, la revista Kivunim (Direcciones), de la Organización Sionista Mundial, publicaba un artículo de Oded Yinon titulado “Una estrategia para Israel en los años ochenta”. El autor fue asesor de Ariel Sharon, funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores y periodista en The Jerusalem Post. El conocido como “Plan Yinon” abogaba por trocear a los estados vecinos de Israel como “garantía para la paz y la seguridad en la región a largo plazo”.

Oded Yinon: El plan sionista para el Oriente Medio.

La caída de Bashar al-Assad era el requisito necesario para disgregar Siria como estado, aunque su gobierno hacía tiempo que no controlaba todo el territorio. Siria se suma a la lista de países desintegrados por Estados Unidos, bajo la retórica de acabar con las autocracias e imponer su modelo de democracia, en este caso con la colaboración de Turquía e Israel, para avanzar en la agenda sionista, que le viene a Estados Unidos como anillo al dedo.

Siria es uno de los siete países que Estados Unidos se propuso destrozar tras los atentados terroristas del 9 de septiembre de 2001. Una lista que incluía a Irak, Libia, Somalia, Sudán, Líbano e Irán. Así lo relataba en 2007 el general retirado Wesley Clark en una comparecencia pública.

Pero volvamos al Plan Yinon. El autor se quejaba amargamente de que Israel, tras la Guerra de los Seis Días, no hubiera trasladado a Jordania a todos los palestinos, en lo que planteaba debería ser su nuevo hogar. Oded Yinon también renegaba de la decisión de devolver a Egipto la península del Sinaí, en el marco de un acuerdo firmado con Anuar el Sadat en 1979. Yinon consideraba su recuperación imprescindible para los intereses de Israel, pero los acuerdos de Camp David “obstruían” dicho objetivo.

De manera abierta, Oded Yinon postulaba que “Dividir territorialmente a Egipto en regiones geográficas distintas es el objetivo político de Israel en los años ochenta en su frente occidental”. Yinon consideraba que “Si Egipto se desintegra, países como Libia, Sudán o incluso estados más distantes no seguirán existiendo en su forma actual y se sumarán a la caída y disolución de Egipto”.

“La disolución total del Líbano en cinco provincias sirve como precedente para todo el mundo árabe”, continuaba pregonando Oded Yinon, “incluyendo a Egipto, Siria, Irak y la Península Arábiga”. “La posterior disolución de Siria e Irak en zonas étnica o religiosamente únicas, como el Líbano, es el principal objetivo de Israel en el frente oriental a largo plazo, mientras que la disolución del poder militar de esos estados sirve como principal objetivo a corto plazo”.

El asesor de Ariel Sharon pronosticaba que “Siria se desintegrará, de acuerdo con su estructura étnica y religiosa, en varios estados como el actual Líbano”. Pero antes que Siria, quien debía ser troceado era Irak: “Un país rico en petróleo por un lado y con una profunda división interna por el otro, es un candidato seguro a ser el blanco de Israel. Su disolución es aún más importante para nosotros que la de Siria. Irak es más fuerte que Siria. A corto plazo, el poder iraquí es el que constituye la mayor amenaza para Israel”.

Para Oded Yinon, “Toda la Península Arábiga es un candidato natural para la disolución, debido a presiones internas y externas, y ello es especialmente inevitable en Arabia Saudita”. Para terminar, Yinon consideraba a Jordania como un objetivo estratégico a corto plazo, pero no a largo, ya que también preveía su disolución, así como el final del largo reinado del rey Hussein, ya que el poder sería transferido a los palestinos, a los que previamente se habría trasladado en masa a Jordania.

Yinon recalcaba que la limpieza étnica de Palestina era imprescindible para lograr una “coexistencia genuina”, ya que hasta que los judíos no gobernaran desde el río Jordán hasta el mar, los palestinos “no tendrían ni existencia ni seguridad. Una nación propiamente suya y seguridad serán sólo suyas en Jordania”. La limpieza étnica que está perpetrando en Palestina el gobierno de Benjamin Netanyahu coincide plenamente con la hoja de ruta del sionismo. El golpe que ha derribado a Bashar al-Assad, también.

A Clean Break, la propuesta de 1996 para balcanizar Oriente Próximo

Catorce años después del Plan Yinon, en 1996 veía la luz otro documento con similares planteamientos destructivos. Firmado por Richard Perle y otros miembros de un gabinete de estudios, y titulado «A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm” (Una ruptura limpia: una nueva estrategia para proteger el territorio), el plan aconsejaba la balcanización de Oriente Próximo como estrategia para avanzar los intereses de Israel. Richard Perle, que fue subsecretario de Defensa de Estados Unidos, hacía la propuesta a Benjamin Netanyahu, a la sazón primer ministro de Israel.

El informe abogaba por restablecer el principio de guerra preventiva como estrategia frente a los adversarios designados por Israel: la mayoría de sus vecinos. También propugnaba salir del marco “tierra a cambio de paz” y sustituirlo por el de “paz por paz”, que definía del siguiente modo: “la aceptación incondicional por parte de los árabes de nuestros derechos, especialmente en su dimensión territorial”. O lo que es lo mismo: no ceder nada y apropiarse de lo que considera que le pertenece.

En lo referente a la narrativa, la propuesta aconsejaba usar términos como “paz a través de la fuerza” (un eslogan recientemente utilizado por Donald Trump) y adjudicar a Israel la promoción de los “valores occidentales”, como hemos visto hacer recientemente a Netanyahu en su esfuerzo por justificar el genocidio de los palestinos, a quienes presenta como “la barbarie” frente a la civilización que, supuestamente, Israel representa. Tal narrativa sería bien recibida en Estados Unidos, subrayan Perle y sus colegas.

Los autores del informe aconsejaban trabajar con Jordania y Turquía “para debilitar, contener, e incluso hacer retroceder a Siria”. La propuesta también incluía “derrocar a Sadam Hussein, que es un objetivo estratégico por sí mismo y también para frustrar las ambiciones regionales de Siria”.

Al igual que hacía Oded Yinon, Perle proponía apoyarse en Jordania, pero también en Turquía, para debilitar a Siria, asegurando “alianzas con tribus árabes que cruzan hacia territorio sirio y son hostiles a la élite gobernante siria”. Como vemos, cualquier parecido con lo que acaba de ocurrir no es casual.

Las constantes referencias de los sionistas a buscar el apoyo de Jordania tienen su explicación. La mayor parte de la población palestina expulsada de sus tierras reside en Jordania, y el sionismo considera que allí deberían desplazarse todos los palestinos. Además, la dinastía hachemita que ostenta el poder en Jordania fue impuesta en 1921 por los británicos en Irak, tras haber invadido y ocupado el país. Tras alcanzar la independencia en 1932, Irak continuó siendo tutelado por el Reino Unido. El primer ministro Nouri As-Said, un firme defensor de los intereses británicos, ocupó el cargo hasta 1958, cuando una revolución le ejecutó, junto al rey Faisal II y a su heredero. La dinastía hachemita es un bastión de occidente.

Volviendo al informe de Richard Perle, éste acusaba a Siria de desafiar a Israel desde territorio libanés, por lo cual proponía confrontar a Hezbolá, Siria e Irán como principales instigadores de la agresión desde Líbano. Para ello incluía propuestas muy concretas: “establecer el precedente de que el territorio sirio no es inmune a ataques procedentes del Líbano a cargo de intermediarios israelíes”; así como “golpear objetivos sirios en el Líbano y, si eso fuera insuficiente, golpear objetivos seleccionados en la propia Siria”, dicho literalmente.

Cita del informe «A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm”.

Si juntamos las propuestas de Oded Yinon con las de Richard Perle y sus colegas, tenemos una hoja de ruta perfectamente definida para la política exterior de Israel. De hecho, ambos informes fueron publicados juntos en un libro, con comentarios del traductor, Israël Shahak. En una clara muestra de la hipocresía sionista, Shahak llegó a ser presidente de la Liga Israelí por los Derechos Civiles y Humanos.

Los hechos sobre el terreno evidencian que lo que está sucediendo ahora en Palestina, el Líbano y Siria responde a un plan previamente definido. Y también que Estados Unidos es un colaborador imprescindible para llevarlo a cabo, como demuestra su apoyo inquebrantable a las políticas de Israel, dejando de lado la retórica con la que los estadounidenses tratan de disimular su complicidad.

Los problemas en Siria provienen del colonialismo, antiguo y actual

Sobre la guerra civil en Siria ya escribí un artículo en febrero de 2023, así que no me voy a extender sobre los antecedentes inmediatos a los últimos acontecimientos. Baste recordar que el intento de Rusia de propiciar un acercamiento entre Turquía y Siria, en una reunión celebrada en Moscú, en diciembre de 2022, entre los ministros de Defensa de ambos países, encendió todas las alarmas en Washington.

Hay quien se pregunta si Israel es la cabeza de puente de Estados Unidos en Oriente Próximo, y quienes se preguntan si no es Estados Unidos quien está ejecutando la política exterior sionista en la región. A juzgar por los hechos, las coincidencias de ambas agendas son palmarias. Si Oded Yinon planteaba en 1982 que había que empezar con Irak, ahí estaba Estados Unidos para inventarse la amenaza de las armas de destrucción masiva que, supuestamente, albergaba Saddam Husein, fabricando así la excusa perfecta para propiciar su derrocamiento y posterior ejecución, por no decir asesinato.

Siria estaba fracturada de hecho desde que, en 2011, unas protestas ciudadanas fueron instrumentalizadas por los enemigos de Bashar al-Assad para desatar una guerra civil. Compuesta de diferentes grupos étnicos y religiosos – suníes, chiitas, alauitas, kurdos, cristianos drusos, armenios y turcos – Siria arrastra, al igual que Irak, las consecuencias de los acuerdos entre las potencias coloniales para repartirse el mundo. En este caso, el firmado en 1916 entre Francia y el Reino Unido, conocido como Sykes – Picot, por los nombres de los diplomáticos que lo suscribieron, que definía las respectivas áreas de influencia de las potencias.

Reparto de la región entre Francia (zona A) y Reino Unido (zona B), con las firmas de Sykes y Picot. Fuente: Wikipedia.

Las fronteras en la región no son fruto del acuerdo Sykes – Picot, pero su establecimiento, fruto de largos procesos y conflictos tras la caída del imperio otomano y el fin de la Primera Guerra Mundial, no tuvo en cuenta la complejidad étnica y religiosa de la zona. La arbitrariedad colonialista provocó que grupos muy dispares se vieran subsumidos dentro de estados artificiales. Las fuerzas centrífugas inherentes a este tipo de estados sólo pueden ser contrarrestadas por liderazgos fuertes. Así era en la Yugoslavia de Tito, otro mosaico dispar que el dirigente supo encolar. En Siria, el papel de cemento de la disparidad lo ejerció el partido Baaz desde 1963, encarnado en su última fase por Bashar al-Assad.

Siria presentaba todos los ingredientes para que un catalizador provocara su explosión. Aunque Bashar al-Assad consiguió mantener el control de una parte del territorio sirio, el país se encontraba dividido a causa de la guerra civil, instigada por sus enemigos. La debilidad de su gobierno, sometido a un férreo régimen de sanciones económicas ilegales; la acción combinada de Estados Unidos, Turquía e Israel; la negativa del ejército regular sirio a plantar batalla, junto al asesinato de alguno de sus generales; y la falta de ganas de al-Assad de seguir tirando del carro en circunstancias tan adversas, todos estos factores han confluido en la caída del gobierno sirio, como analizo a continuación.

Mapa de Siria con las zonas de control tras la caída de Bashar al-Assad. Ilustración: The Telegraph.

Estados Unidos, Turquía e Israel están detrás de la caída de Bashar al Assad

Según un informe de noviembre de 2022 de Alena Douhan, la relatora especial de Naciones Unidas sobre medidas unilaterales coercitivas y derechos humanos, el 90% de la población de Siria estaba viviendo por debajo de la línea de pobreza. Douhan pintaba un panorama devastador a todos los niveles, y resaltaba que ninguna referencia a unos supuestos buenos objetivos de las sanciones justificaba la violación de derechos humanos fundamentales. Las sanciones unilaterales impuestas por Estados Unidos habían destruido un país que no tiene los recursos de Rusia para hacerles frente.

No contentos con condenar a la inanición, a la sed y a las enfermedades a la población de Siria, Estados Unidos puso en marcha la operación Timber Sycamore, bajo el mandato del premio Nobel de la paz Barack Obama: un programa de la CIA dotado con 1.000 millones de dólares anuales para armar y entrenar a las fuerzas que luchaban contra el ejército regular sirio.  

Estados Unidos justificaba su presencia en Siria, donde cuenta con la base de Al Tanf en territorio usurpado, con la excusa de estar batallando contra el Estado Islámico, y sigue usando ese argumento para explicar la presencia de 2.000 efectivos en territorio sirio. Sin embargo, un estudio financiado por la Unión Europea y Alemania, que duró tres años, concluyó que los esfuerzos de Estados Unidos y sus aliados por armar a los rebeldes sirios “aumentaron significativamente la cantidad y la calidad de las armas” en manos del Estado Islámico.

Soldados de Dios, Robert D. Kaplan, libro de 2001.

En abril de 2009, Hillary Clinton reconoció ante el Congreso el papel que había tenido Estados Unidos en la financiación de los grupos yihadistas que, con el tiempo, desembocaron en organizaciones como Al Qaeda y el Estado Islámico. Así habló: “Recordemos aquí… a la gente con la que luchamos hoy la financiamos hace veinte años… y lo hicimos porque estábamos atrapados en una lucha con la Unión Soviética”. La entonces secretaria de Estado reconocía la vinculación de elementos insurgentes en Pakistán con la financiación de la guerra proxy contra los soviéticos en Afganistán. Robert D. Kaplan, un analista que trabajó para Stratfor, un gabinete al servicio de la CIA, trató el tema en su libro “Soldados de Dios”.

El actual consejero de seguridad nacional en la administración de Biden, Jake Sullivan, el 12 de febrero de 2012 enviaba un correo a la entonces secretaria de Estado, Hillary Clinton, en el que afirmaba que “AQ está de nuestro lado en Siria”. AQ eran obviamente las siglas de Al Qaeda. El correo fue filtrado por Wikileaks.

Los combatientes sirios que han derrocado al gobierno de Bashar al-Assad se hacen llamar Hayat Tahrir al-Sham (HTS). Este es el enésimo cambio de denominación del grupo para intentar ocultar que son los mismos que integraban Al Qaeda en Siria. En febrero de 2017, la BBC informaba que el grupo yihadista sirio Jabhat Fateh al-Sham, que era conocido previamente como Frente al-Nusra (la marca de Al Qaeda en Siria), pasaba a denominarse Hayat Tahrir al-Sham (Organización de Liberación del Levante). La nueva marca de Al Qaeda comunicaba que Abu Mohammed al-Jolani había sido nombrado «comandante militar general» de la alianza, que integraba a otros grupos armados.

Cartel del gobierno de Estados Unidos ofreciendo recompensa por Abu Mohammed al-Jolani.

Además de contar con la nueva marca de Al Qaeda en Siria, The Telegraph publicaba el 3 de diciembre que Estados Unidos había ayudado a un grupo rebelde a derrocar a Bashar al-Assad. El Revolutionary Commando Army fue avisado de que “Todo está a punto de cambiar. Este es vuestro momento. O Assad cae, o vosotros caéis”. Así se lo soltaron en una reunión con fuerzas especiales de Estados Unidos, lo cual denotaba que Washington contaba con información previa acerca de la inminente ofensiva. Estados Unidos paga a los miembros del RCA 400 dólares al mes; 12 veces lo que cobraban los soldados de Bashar al-Assad, lo que ayuda a explicar la falta de resistencia del ejército regular.

The Telegraph también nos informa que “Estados Unidos ha estado en una alianza efectiva con un grupo como HTS, que era afiliado de Al Qaeda en Siria hasta que se separó en 2017”.

Turquía también estaba en el ajo, aunque se da la paradoja de que “Las facciones rebeldes apoyadas por Estados Unidos están cooperando con aquellas respaldadas por Turquía en lugares como Palmira, mientras luchan entre sí en otras partes del país”.

Las Unidades de Defensa del Pueblo Kurdo (YPG), a quien Turquía considera una banda de terroristas, están respaldadas por Estados Unidos frente a su aliado en la OTAN, a pesar de los vínculos del YPG con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), a quien Washington sí tiene en su lista de organizaciones terroristas. Una muestra de la complejidad de la situación geopolítica en Oriente Próximo, que continuaré analizando en el próximo artículo por cuestiones de extensión.

El caso es que fuerzas de la oposición siria en contacto con los servicios de inteligencia turcos afirmaron a France 24 que Turquía, que apoyaba a los rebeldes contra Bashar al-Assad, había dado luz verde a la ofensiva.

La transformación de Abu Mohammed al-Jolani: de terrorista a rebelde moderado

La transformación experimentada por la imagen del líder de Hayat Tahrir al-Sham revela que nos encontramos ante una operación de mercadotecnia política. El objetivo es convertir a quien hasta ayer estaba en la lista de los terroristas por los que Estados Unidos ofrecía recompensa en un “rebelde moderado”. En un primer paso, Abu Mohammed al-Jolani se desprendió del turbante y la larga barba para ser enviado por sus patrocinadores al mismo sastre al que acude Volodímir Zelenski.

Abu Mohammed al-Jolani, tras visitar al sastre que viste a Zelenski y pasar por el barbero.

Poco después, a pesar de que Abu Mohammed al-Jolani todavía tenía puesto precio a su cabeza, una delegación de Estados Unidos viajó a Siria para reunirse con él. Después del encuentro en Damasco, que fue calificado por los estadounidenses como “positivo”, el terrorista se convirtió en el nuevo líder “pragmático” de Siria. Tras una reunión con las personas adecuadas, el terrorista había perdido hasta el nombre: abandonó su nombre de guerra (vinculado al Golán) y adoptó el propio, Ahmad al-Charaa (también transcrito como al-Sharaa). Simultáneamente, también cambió de atuendo. Primero, abandonó el uniforme para sustituirlo por una chaqueta para, poco después, pasarse al traje y a la corbata, finalizando así el cambio de imagen del exterrorista.

Al-Jolani deja el uniforme verde oliva, se pasa al blazer y luego, al traje y la corbata.

Los medios de comunicación occidentales, siguiendo la agenda que les marcan, se apresuraron a contribuir al blanqueamiento del nuevo líder “pragmático” y “moderado”. The Telegraph calificaba a los combatientes de HTS de “yihadistas amigos de la diversidad”, cuyo objetivo era “construir un país”.

The Telegraph: Cómo los yihadistas de Siria “amigos de la diversidad” planean construir un estado.

La CNN explica cómo había sido el proceso de transformación del líder rebelde: de “yihadista radical” a “revolucionario con chaqueta”. Al-Jolani había pasado de ser un terrorista, cuya misión era montar la filial de Al Qaeda en Siria, por un salario de 50.000 dólares mensuales, a un gobernante semi tecnocrático en la región siria de Idlib. El aparente nuevo líder en Siria explicaba así la transformación: “Yo creo que todo el mundo en la vida pasa a través de fases y experiencias”.

Cómo el líder rebelde de Siria se transformó de un yihadista radical en un «revolucionario» con chaqueta.

En el caso de al-Jolani, las fases experimentadas son llamativas: nacido en Riad (Arabia Saudita), de padres sirios procedentes de los altos del Golán, ocupados ilegalmente por Israel, y criado en Damasco, al-Jolani comentó en una entrevista en 2021 que “se sintió galvanizado por la segunda intifada palestina” a comienzos de los años 2000, y que se convirtió en yihadista en Irak a raíz de la invasión de Estados Unidos.

Sin embargo, una de las primeras manifestaciones de al-Jolani, tras hacerse con el aparente control de Siria, ha sido que no pretende enzarzarse en un conflicto con Israel, y que el derrocamiento de Bashar al-Assad ha supuesto «una victoria sobre el peligroso proyecto iraní para la región». Lo cual encaja perfectamente con los intereses de Estados Unidos en Oriente Próximo, y con las actuaciones de Israel en Siria tras la caída de Bashar al-Assad. Estos asuntos, junto con el papel de otros actores, y el de las infraestructuras energéticas en la zona, serán ya el objeto del próximo artículo.

¿Acabará Trump con la guerra en Ucrania?

11 de diciembre de 2024

Donald Trump acuña un nuevo eslogan: Paz a través de la fuerza

Durante la campaña electoral, Donald Trump afirmó que si él hubiera sido presidente, en lugar de Joe Biden, la guerra en Ucrania no habría comenzado. Además, recalcó que en el caso de que volviera a la Casa Blanca, pondría fin a la guerra en 24 horas. Sin embargo, una vez ganadas las elecciones Trump sigue hablando de paz, pero también de fuerza: El nuevo mantra es “Paz a través de la fuerza”.

Publicación de Donald Trump en Truth Social.

Puede haber varios motivos para la aparición de la palabra fuerza en su discurso. Trump puede verse tentado a olvidar su promesa electoral. Si Trump decide arrinconar su compromiso para alcanzar la paz en Ucrania, pagaría un alto coste político. Una parte difícil de cuantificar, pero relevante, de la población, le ha votado por esa razón, y se sentiría frustrada si le defraudara.

La ciudadanía de Estados Unidos ha comprobado cómo se envían miles y miles de millones a un pozo sin fondo en Ucrania, mientras las infraestructuras públicas en su país se desmoronan, en medio de una subida de la inflación que ha puesto la cesta de la compra por las nubes, y con unos tipos de interés hipotecarios en torno al 7%, que han vuelto misión imposible acceder a una vivienda. No por casualidad, los tipos de interés hipotecario comenzaron a dispararse a comienzos de 2022, cuando Rusia se involucró directamente en la guerra civil que se desarrollaba en Ucrania desde 2014.

Evolución del tipo fijo medio de interés para las hipotecas en Estados Unidos. Fuente: CNBC.

También puede haber ocurrido que el complejo militar industrial de Estados Unidos le haya hecho llegar algunas sugerencias. En su discurso de despedida, el presidente y exgeneral Dwight D. Eisenhower fue explícito acerca del papel de la industria militar en Estados Unidos: “En los consejos de gobierno debemos cuidarnos de que el complejo militar-industrial no adquiera una influencia injustificada, ya sea buscada o no. Existe y persistirá el riesgo de que se produzca un ascenso desastroso de un poder en manos equivocadas”. A la vista de la situación internacional actual, estas palabras, pronunciadas en 1961, son de plena actualidad.

El perfil de los miembros in pectore de su nuevo gobierno va en consonancia con el nuevo eslogan. Cabe dudar sobre la viabilidad de las estrategias frente a Rusia que manejan: básicamente, el palo y la zanahoria. El Kremlin no parece amilanarse ante la escalada de la OTAN, ejemplificada en la advertencia que supuso el lanzamiento del misil hipersónico Oreshnik sobre Ucrania, tras haber recibido el impacto de misiles occidentales de largo alcance en territorio ruso.

Para quienes todavía sostienen que Ucrania se está limitando a intentar repeler una agresión no provocada, baste decir que hasta Boris Johnson ha reconocido que la OTAN está librando una guerra por intermediación contra Rusia.

El reclutamiento de halcones es acorde con la estrategia de Trump

La lealtad personal es el criterio fundamental que ha observado Donald Trump para elegir a quienes formarán parte de su equipo. Está por ver qué margen de maniobra les deja a sus subordinados, teniendo en cuenta la avasalladora personalidad del presidente. Aun así, conviene señalar que el perfil de las personas designadas para los cargos con competencias sobre la carpeta ucraniana no es precisamente el de palomas.

Trump impulsa la visión de “Paz a través de la fuerza” con sus elegidos para Defensa.

Mike Waltz, el escogido como asesor de seguridad nacional, es un veterano de los boinas verdes, excoronel de la Guardia Nacional, con perfil de halcón en relación con China, Oriente Próximo e Irán. Waltz ya le susurraba al oído a Trump en su primer mandato en cuestiones de defensa, y fue asesor de Dick Cheney, uno de los arquitectos de la guerra de Irak. En relación con Ucrania, Waltz ha rechazado enviar más ayuda militar, reclamando que Europa aumente su nivel de apoyo, aunque abogando al mismo tiempo por aislar a Rusia.

Recientemente, Mike Waltz afirmó que Estados Unidos podría acabar con la guerra aplicando presión. ¿Cuál sería esa presión? Sanciones económicas para “secar la máquina de guerra muy rápidamente”, respondió, a lo que añadió: “quitándole las esposas a las armas de largo alcance que proporcionamos a Ucrania”.

Las sanciones a Rusia han servido para que la producción industrial esté creciendo al 4,8%, como acicate para reindustrializar el país, impulsando un proceso de sustitución de las importaciones. También han conseguido hundir la economía de Alemania, como ya he documentado en este blog. Dudo mucho de que, casi tres años después, más sanciones consigan el objetivo para el que supuestamente fueron diseñadas. En cuanto a los misiles de largo alcance, tampoco van a darle la vuelta a la situación en el frente, como reconoce Lloyd Austin, secretario de Defensa.

Si añadimos que Waltz también declaró que los equipos de seguridad nacional de Joe Biden y de Donald Trump están trabajando “de la mano” para demostrar a los adversarios de Estados Unidos que el país se encuentra unido en la transición de gobierno, cabe sospechar que la estrategia de Trump para acabar con la guerra en Ucrania no difiere en lo sustancial de la impulsada últimamente por la administración de Biden, por mucho que le criticara: negociar desde la fuerza. El 7 de noviembre, dos días después de las elecciones, el portavoz del departamento de Estado, Matthew Miller, hablaba de negociaciones, mientras los medios occidentales advierten de la posibilidad de un “colapso” del frente en Ucrania.

El frente de Ucrania podría colapsar, según los avances de Rusia se intensifican, advierten los expertos.

El nuevo mantra acuñado por Trump – paz a través de la fuerza – ha encontrado un rápido eco. Mark Rutte, el nuevo secretario general de la OTAN, afirmaba el 27 de noviembre que “Tenemos que asegurarnos de que Ucrania esté en una posición de mayor fuerza que la que tiene en este momento”. En una conferencia de prensa el 1 de diciembre, Zelenski declaró que Ucrania únicamente estaría dispuesta a entablar negociaciones desde una posición de fuerza. El presidente ucraniano sigue insistiendo en que la OTAN curse una invitación para unirse a la alianza, a pesar del rechazo que sigue generando tal propuesta.

La reciente reunión de Zelenski en París con Trump y Macron no parece haber servido para materializar dicha invitación. Poco después, el ucraniano declaró que pensaba presionar a Biden para lograrlo, porque no tenía sentido hablar con Trump acerca del tema, ya que todavía no ha accedido a la presidencia. O sea, que Trump le dio calabazas.

Para hacerse cargo expresamente de la situación en Ucrania y Rusia, Trump ha nombrado al exgeneral de 80 años Keith Kellogg como “enviado especial”. En abril de este año, el exmilitar fue coautor, junto a Fred Fleitz, de un plan para resolver el conflicto que consistía, básicamente, en congelar el conflicto a la coreana. Fleitz trabajó en la anterior administración de Trump como asistente adjunto y jefe de plantilla del Consejo de Seguridad Nacional.

El resumen del plan de Fleitz y Kellogg es éste: “En concreto, implicaría una política estadounidense formal de búsqueda de un alto el fuego y una solución negociada del conflicto en Ucrania. Estados Unidos seguiría armando a Ucrania y reforzando sus defensas para garantizar que Rusia no haga más avances y no vuelva a atacar después de un alto el fuego o un acuerdo de paz. Sin embargo, la futura ayuda militar estadounidense requerirá que Ucrania participe en conversaciones de paz con Rusia”.

Además, el documento instaba a Biden y a otros líderes de la OTAN a aplazar la incorporación de Ucrania durante un periodo prolongado de tiempo, “a cambio de un acuerdo de paz integral y verificable con garantías de seguridad”.

El plan también consideraba algún alivio de las sanciones a Rusia, siempre que firme un acuerdo de paz con Ucrania. Aunque también preveía el cobro de gravámenes sobre las ventas de gas y petróleo rusos para utilizarlos en la reconstrucción de Ucrania.

El equipo de Trump analiza distintos planes para Ucrania y Rusia

El plan presentado en abril es una de las posibles estrategias que están analizando Keith Kellogg y Mike Waltz. Este último señalaba a finales de noviembre que “Tenemos que ponerle fin a esto de manera responsable. Tenemos que restablecer la disuasión, restablecer la paz y adelantarnos a esta escalada de violencia, en lugar de responder a ella”.

En una entrevista emitida en septiembre, Mike Waltz delineaba las líneas básicas de su plan: “Y lo que probablemente se verá es la actual línea de demarcación entre Rusia y Ucrania, que se convertirá en una especie de zona desmilitarizada”. “Ucrania conserva su soberanía independiente, Rusia obtiene la garantía de neutralidad de Ucrania: no se une a la OTAN, no se une a algunas de estas instituciones aliadas. Así es como se verá en última instancia el acuerdo”.

El ex enviado de Trump Richard Grenell apoya zonas autónomas en Ucrania.

Otra alternativa que el equipo de Trump está valorando es la propuesta de Richard Grenell, exembajador de Estados en Alemania. En julio de este año, Grenell abogaba por la creación de “zonas autónomas” dentro de Ucrania. La propuesta supondría revivir los acuerdos de Minsk, que plantearon como solución a la guerra civil el reconocimiento de autonomía a las regiones del Donbass que se negaron a aceptar el gobierno surgido del golpe de Estado en 2014: Donetsk y Lugansk. Ya sabemos en qué quedaron dichos acuerdos. Sus promotores occidentales terminaron reconociendo los propósitos inconfesables que albergaban, así que a estas alturas la propuesta de Grenell carece de recorrido.

Dentro de la futura administración Trump se escuchan posiciones mucho más duras. Es la de Sebastian Gorka, que será uno de los asistentes de Mike Waltz. Gorka declaró en una reciente entrevista que “Voy a dar un consejo que ha mencionado el presidente: le dirá a ese ex coronel asesino de la KGB, ese matón que dirige la Federación Rusa: “Si no negociamos ahora, la ayuda que hemos brindado a Ucrania hasta ahora parecerá insignificante. Así es como obligará a esos caballeros a llegar a un acuerdo que detenga el derramamiento de sangre”.

Conviene recalcar que el propio Donald Trump todavía no se ha pronunciado sobre las alternativas que está aireando la prensa occidental. En mi opinión, todas ellas o bien se han quedado obsoletas, porque ya no cabe hablar de estancamiento en el frente, o no tienen en cuenta lo fundamental: la posición de Rusia, claramente reflejada en los documentos que envió a Estados Unidos y a la OTAN en diciembre de 2021. 

Occidente sigue negociando consigo mismo, ignorando a Rusia

Es lógico que la administración entrante esté valorando distintas estrategias para tratar de enmendar el error estratégico de la saliente. El nuevo equipo también debería abandonar el enfoque que occidente ha mantenido durante los últimos años, que no ha sido otro que negociar entre sus miembros, ignorando la posición del antagonista. Teniendo en cuenta que Rusia está rompiendo las líneas del frente, no parece probable que Moscú se avenga a congelar el conflicto en las líneas actuales, que dejaron de estar estancadas hace tiempo, según el Institute for the Study of War.

Rusia avanzó 478 kilómetros cuadrados en Ucrania en octubre, récord desde 2022: Análisis de AFP de los datos del ISW.

Los miembros más destacados del gobierno ruso han dejado bien a las claras que no están dispuestos a que se repita el esquema fallido de los acuerdos de Minsk. Hace ya dos años, Vladimir Putin declaró: «Todos aguantamos, aguantamos, aguantamos y esperábamos algún tipo de acuerdo de paz, pero ahora resulta que simplemente nos engañaron».

Rusia fue engañada con los Acuerdos de Minsk: Putin.

La presidenta del Consejo de la Federación Rusa, Valentina Matviyenko, que también forma parte del Consejo de Seguridad Nacional, dijo el 2 de diciembre que Rusia no iba a “discutir nada parecido a una «congelación» a corto plazo del conflicto y cosas por el estilo. Esta no es, desde luego, la solución para resolver los problemas de seguridad a largo plazo en la región».

Unos días después, Serguéi Lavrov lo dejaba claro en una entrevista con Tucker Carlson. Rusia no va a caer de nuevo en la trampa que supondría un armisticio: la congelación del conflicto en las líneas actuales dejaría a la OTAN manteniendo el control del 80% de Ucrania, lo que aprovecharía para rearmarla. En su quimera, sólo tendría que esperar a la jubilación de Putin para volver a la guerra por el control de los inmensos recursos energéticos de Rusia, que es el verdadero origen del conflicto.

Occidente se equivoca de lleno si piensa que los dirigentes que sucedan a Putin van a ser más maleables o proclives al entendimiento. Estados Unidos y sus adláteres han puesto de manifiesto sus objetivos reales: cambio de régimen en Moscú e instalación de un gobierno títere para proceder a “descolonizar Rusia, troceándola en repúblicas más pequeñas y manejables, para mejor proceder al expolio de sus riquezas naturales.

Estados Unidos quiere trocear Rusia y Zelenski ya no sabe qué decir

El propósito declarado de Washington y sus aliados es destruir Rusia, ni más, ni menos. Así lo proclama una agencia gubernamental de Estados Unidos, la Comisión para la Seguridad y la Cooperación en Europa (cuyo nombre se presta a confusión con la OSCE): lo considera un objetivo “moral y estratégico”. Será complicado encontrar en las élites rusas actuales a alguien dispuesto a colaborar en la desintegración de su país.

Llamadas a la “descolonización” de Rusia en The Atlantic y el sitio web de la CSCE, una comisión gubernamental de Estados Unidos.

La organización Free Nations of Russian Federation llama a la “Descolonización de la llamada Federación Rusa”, y describe sus propósitos como “una lucha anticolonial y de liberación nacional contra el imperialismo del Kremlin en Moscovia”. Su objetivo es “la creación de nuevas entidades geopolíticas, así como la posterior reconstrucción de los futuros estados independientes del espacio post ruso”. Este grupo es muy activo y ha celebrado numerosos foros, con apoyo institucional, en Washington y Bruselas, entre otras capitales.

Mapa propuesto para trocear Rusia por Free Nations of Russian Federation en su sitio web.

Lo único que ha logrado el descaro con el que Estados Unidos y su séquito están aireando sus propósitos ha sido cementar el apoyo de la ciudadanía rusa a su presidente, Vladímir Putin. Si occidente soñaba con una revuelta popular para forzar un cambio de régimen, ha conseguido el efecto contrario. La última encuesta del centro demoscópico Levada refleja un 87% de apoyo de la población rusa a su presidente. Avanzando en el frente de batalla, con un fuerte respaldo popular, el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, reiteraba el 4 de diciembre que “Todavía no hay bases para una negociación con Ucrania”.

Tasa de aprobación de la gestión de Vladimir Putin según el centro Levada. En negro, los porcentajes de aprobación.

A todo esto ¿qué dice Zelenski? Pues una cosa y la contraria. El 17 de octubre amenazaba con procurarse armas nucleares si no se le garantizaba la entrada en la OTAN. Así manifestaba habérselo dicho a Donald Trump en la reunión que mantuvieron en septiembre. Ante el revuelo formado, Zelenski rebobinaba en una conferencia de prensa con Mark Rutte, el nuevo secretario general de la OTAN: «Nunca hablamos de… que nos estamos preparando para crear armas nucleares o algo así”.

Ucrania buscará armas nucleares si no puede unirse a la OTAN. The Telegraph, 17 de octubre de 2024.

Ateniéndonos a fuentes ucranianas, el 29 de noviembre el presidente ucraniano sostenía que «Si queremos detener la fase caliente de la guerra, debemos acoger bajo el paraguas de la OTAN el territorio de Ucrania que controlamos. Debemos hacerlo rápidamente”.

Sin embargo, sólo dos días después, Zelenski decía todo lo contrario: «No puede haber una invitación a una parte del territorio de Ucrania para unirse a la OTAN. Esto es un reconocimiento automático de que todos los demás territorios no sólo están en peligro, sino también que otros territorios no son ucranianos. Por lo tanto, Ucrania nunca lo aceptará. Si hay una invitación, sólo puede ser a todos los territorios”.

Zelenski matizaba que, en el caso de que Ucrania accediera a la OTAN mientras continuaba la guerra con Rusia, el artículo 5 de los estatutos (el de defensa mutua de sus miembros) podría no aplicarse a todo el territorio de Ucrania, porque reconocía que los miembros de la OTAN eran aversos a “los riesgos de involucrarlos en la guerra”.

Para recuperar los territorios ocupados por Rusia, Zelenski apelaba el 9 de diciembre a una solución diplomática. Lo cual es coherente con la incapacidad de su ejército para forzar otro escenario, y con las presiones que está recibiendo por parte de sus patrocinadores.

Las contradicciones de Zelenski revelan el grado de desconcierto que recorre los despachos de las élites occidentales, que buscan una salida al callejón en el que se han metido. Como es incapaz de admitir su derrota, la OTAN sigue hablando de la necesidad de evitar, a toda costa, que Rusia prevalezca en Ucrania. Occidente continúa sin tener en cuenta la posición de su adversario, y comienzan a surgir dificultades a la hora de adoptar nuevas medidas, como demuestra el fracaso de la Unión Europea para aprobar un nuevo paquete de sanciones a Rusia.

En lugar de Rusia, es Ucrania la que puede acabar troceada

Kaja Kallas sobre tropas extranjeras en Ucrania: “Nada puede ser descartado”.

El reemplazo de Josep Borrell al frente de la representación de la Unión Europea en política exterior y seguridad, la estonia Kaja Kallas, inauguró su andadura en el cargo con una visita a Zelenski en Kiev. Allí Kallas afirmó que “no se puede descartar nada”, refiriéndose a la posibilidad del envío de tropas europeas a Ucrania, recalcando que en relación con este tema convenía mantener “una cierta ambigüedad estratégica”.  

Kaja Kallas también mencionó la posibilidad de que tropas europeas verificaran en Ucrania un hipotético alto el fuego, caso de que éste fuera acordado. Dos días antes, Boris Johnson se apresuraba a reclamar un sitio para los militares británicos en esta función. El ex primer ministro argumentaba que el despliegue de fuerzas de países miembros de la OTAN provocaría la activación del artículo 5, de defensa mutua, en el caso de que Rusia decidiera atacar dicho cuerpo de interposición. Incluso aunque Ucrania siguiera sin ser miembro de la alianza. Lo cual, supuestamente, disuadiría a Rusia de violar el hipotético alto el fuego.

La verdadera intención que los europeos albergan tras la propuesta de enviar sus soldados a Ucrania es la de forzar la intervención de Estados Unidos, en el caso de que sean atacadas. Se trata, por todos los medios, de involucrar directamente a Washington en Ucrania, ante la posibilidad de que Trump, que aún no se ha pronunciado sobre los planes de su equipo que difunde la prensa, decida dejar el asunto en manos europeas.

Zelenski ha acogido favorablemente la posibilidad de desplegar tropas europeas para garantizar el cumplimiento de ese alto el fuego del que todo el mundo, excepto Rusia, está hablando. Un despliegue que abriría la puerta a la ocupación de los territorios de Ucrania que Rusia no controla por parte de países europeos.

La historia de Ucrania ha sido azarosa. Ciñéndonos a su pasado más reciente, ante el posible desmoronamiento del Estado ucraniano tal y como lo conocemos, existen motivos para que los países limítrofes planteen reclamaciones territoriales. Cuando se esgrimen antecedentes históricos para justificar este tipo de reivindicaciones, pueden resurgir odios ancestrales, mal enterrados, que pueden desembocar en conflictos armados. Es lo que vimos en las guerras que asolaron la extinta Yugoslavia en los años 90 del pasado siglo.

Evolución territorial de Ucrania entre 1922 y 1954. Fuente: OSU.EDU.

Entre 1922 y 1954 Ucrania fue creciendo gracias a los territorios “cedidos” por Polonia, Rumanía, la Rutenia checoslovaca y la propia Rusia (Crimea, regalada a Ucrania en 1954 por Nikita Jrushchov, que era ucraniano). Polonia fue quien salió más perjudicada por esta reorganización soviética de las fronteras de un país, Ucrania, cuya etimología significa “al borde”.

Pérdidas y ganancias territoriales de Polonia entre 1933 (línea amarilla) y 1945 (línea negra).

Como consecuencia de estos movimientos de las lindes, debemos recordar la existencia de minorías étnicas en Ucrania. Bajo el mandato de Zelenski – fuertemente influido por los ultranacionalistas – polacos, húngaros y rumanos han visto sus derechos a la hora de seguir usando sus idiomas severamente recortados.

A la vista de este mapa, en el caso de que se produjera un colapso del actual Estado ucraniano – una posibilidad cada día más real – Polonia se sitúa en primera línea a la hora de aprovechar su hipotética participación en las tropas europeas de interposición para recuperar los territorios que perdió durante la época soviética.

A Estados Unidos le da igual destrozar países y que mueran millones de personas con tal de aferrarse a una hegemonía en decadencia. Los conflictos armados provocados por los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca desde 2001 en nombre de la “guerra contra el terrorismo” en Afganistán, Irak, Pakistán, Yemen, Libia, Somalia y Siria se han cobrado, al menos, cuatro millones y medio de vidas.

Washington se ha gastado 8 billones de dólares, dos veces el PIB de Alemania, en matar, directa o indirectamente, a todas estas personas. La siniestra cuenta sigue subiendo, ahora en Siria, donde el apoyo estadounidense a los islamistas anticipa un escenario de caos para toda la región. Un tema que analizaré en el próximo artículo.