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China se planta ante Estados Unidos y se afianza como líder en Oriente Próximo

15 de marzo de 2023

En las últimas dos semanas, dos hechos relevantes han sacudido el tablero geopolítico de un modo que no sólo afecta a las relaciones entre China y Estados Unidos, sino que anuncian una catarata de efectos colaterales a nivel global y, singularmente, en Oriente Próximo.

En primer lugar, los aldabonazos de Xi Jinping y de su ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, frente a las amenazas y agresiones de Estados Unidos dejan patente que China ha puesto pie en pared, y que se dispone a replicar al desafío, a todos los niveles necesarios. En segundo lugar, China ha patrocinado un acuerdo histórico entre Irán y Arabia Saudita que no sólo deja fuera de juego en Oriente Próximo a la Casa Blanca, sino que provocará cambios drásticos en la región, y más allá de ella. Unos cambios que afectarán a Israel, que también se queda descolocado, a Yemen, a Siria, a Pakistán e incluso a Palestina.

Veamos primero en qué han consistido las contundentes advertencias de China, para asomarnos al acuerdo entre los archirrivales de Oriente Próximo, Irán y Arabia Saudita.   

El 6 de marzo, Xi Jinping se manifestaba con este tono ante la Asamblea Nacional China, el máximo órgano legislativo del país: “Los países occidentales, encabezados por los Estados Unidos, han implementado una contención, un cerco y una supresión integrales contra nosotros, lo que ha generado desafíos severos sin precedentes para el desarrollo de nuestro país”. The Wall Street Journal calificaba las palabras del líder chino, quien generalmente se abstiene de criticar directamente a su rival geopolítico, de “reprimenda inusualmente contundente”.

Al día siguiente, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores chino, Qin Gang, se mostraba así de tajante: «Si Estados Unidos no pisa los frenos y continúa acelerando por el camino equivocado, ninguna cantidad de guardarraíles podrá evitar el descarrilamiento, que se convertirá en conflicto y confrontación, ¿y quién asumirá las catastróficas consecuencias?». Hacía alusión el ministro a esos “guardarraíles de sentido común” de los que hablaba Joe Biden, justo antes de su entrevista con Xi Jingping, en noviembre pasado. Sin embargo, China ha percibido los citados guardarraíles como una advertencia de Washington para que se abstenga de responder ante sus amenazas, calumnias y ataques. Es decir, para que acepte su liderazgo.

Estas sucesivas declaraciones fueron antecedidas por la publicación de dos documentos por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores de China. Uno de ellos ha tenido amplia repercusión: la Posición de China sobre la Solución Política de la Crisis de Ucrania. Un documento de 12 puntos en el que aboga por el respeto a la soberanía de todos los países, el cese de las hostilidades y la apertura de negociaciones para alcanzar la paz. Como cabía esperar, ha sido rechazado de plano por los belicistas impulsores de la guerra, y partidarios de seguir alimentándola: Estados Unidos; su brazo armado, la OTAN; y la obediente Unión Europea, como reflejé en mi artículo anterior.

El otro documento, sin embargo, ha tenido mucha menos repercusión. De los grandes medios occidentales, sólo lo han citado The Washington Post y Bloomberg. En Asia y África ha gozado de más difusión. Sin embargo, constituye un aviso muy serio del hartazgo de China ante la política de “contención” de Estados Unidos. Se titula “La hegemonía de Estados Unidos y sus peligros” y conviene leerlo con atención. Reproduzco la introducción, que probablemente abra el apetito por conocer el resto del documento:

“Desde que se convirtió en el país más poderoso del mundo después de las dos guerras mundiales y la guerra fría, Estados Unidos ha actuado con más audacia para interferir en los asuntos internos de otros países, perseguir, mantener y abusar de la hegemonía, promover la subversión y la infiltración y librar guerras deliberadamente, perjudicando a la comunidad internacional.

Estados Unidos ha desarrollado un libro hegemónico de tácticas para organizar «revoluciones de colores», instigar disputas regionales e incluso lanzar guerras directamente bajo el pretexto de promover la democracia, la libertad y los derechos humanos. Aferrándose a la mentalidad de la guerra fría, Estados Unidos ha intensificado la política de bloques y avivado el conflicto y la confrontación. Ha exagerado el concepto de seguridad nacional, abusado de los controles de exportación e impuesto sanciones unilaterales a otros. Ha adoptado un enfoque selectivo del derecho y las normas internacionales, utilizándolos o descartándolos según le parezca, y ha tratado de imponer normas que sirvan a sus propios intereses en nombre de la defensa de un «orden internacional basado en normas”.

Este informe, al presentar los hechos relevantes, busca exponer el abuso de hegemonía de los Estados Unidos en los campos político, militar, económico, financiero, tecnológico y cultural, y atraer una mayor atención internacional sobre los peligros de las prácticas de los EE. UU. para la paz y la estabilidad mundiales y el bienestar de todos los pueblos”.

Efectivamente, el informe se limita a exponer “los hechos relevantes”, y en ese enfoque radica su valor: no se trata de opiniones, sino de datos. Y son escalofriantes. Por poner sólo un ejemplo de cómo trata Estados Unidos no ya a sus adversarios, sino a sus supuestos aliados, el documento menciona el Acuerdo del Plaza. Firmado en 1985 por los ministros de finanzas de Alemania, Francia, el Reino Unido, Japón, y Estados Unidos en el hotel Plaza de Nueva York – como si fueran una pandilla de mafiosos – los países europeos y el del sol naciente aceptaron el chantaje del anfitrión: o accedían a una devaluación del dólar respecto a sus monedas, que se había apreciado un 50% entre 1980 y 1985, o el Congreso introduciría aranceles a sus productos, lo que amenazaba con laminar el superávit comercial de Alemania y Japón. Como los chantajeados habían adquirido cantidades cuantiosas de deuda pública estadounidense, financiando así su déficit comercial, al aceptar la devaluación del dólar lo financiaron en mayor medida.

Los signatarios del Acuerdo del Plaza. The New York Times, fotografía de Fred R. Conrad

Japón lo pagó especialmente caro: el yen se apreció un 46%, las exportaciones y el crecimiento del PIB se frenaron en seco, el gobierno implementó un paquete de estímulos financieros excesivo, creando una burbuja de activos que terminó explotando, y la economía de Japón se adentró en las “décadas perdidas”. Y todo esto no lo dice China, sino que es un resumen de un documento del Fondo Monetario Internacional sobre las consecuencias del Acuerdo del Plaza para Japón.

Lo que pone de manifiesto la publicación del Ministerio de Asuntos Exteriores de China es que la narrativa de Estados Unidos va por un lado, y los hechos, por otro. Y lo que también queda claro es que China no está dispuesta a aceptar las presiones y el chantaje que otros no sólo admiten, sino que abrazan entusiasmados, como la Unión Europea, mientras nos dirigen al abismo.

El acoso de Estados Unidos a China se ha intensificado recientemente, pero viene de lejos. En 2013, una revista tan institucional como Foreign Policy titulaba así: “Rodeada: Cómo los Estados Unidos está cercando China con bases militares”.

10 años más tarde, en febrero de 2023, la BBC titulaba así otro artículo: “Estados Unidos asegura un pacto en Filipinas para completar el arco en torno a China”. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, viajó personalmente a las islas para sellar el acuerdo. Después de haber servido durante 37 años en el ejército de Estados Unidos, Austin pasó a ocupar puestos en los consejos directivos del gigante del acero Nucor, en Tenet Healthcare y United Technologies. Esta última empresa se fusionó con el fabricante de armas Raytheon en 2020. Austin usó una puerta giratoria para acceder desde el consejo de administración de Raytheon a su actual puesto en el gobierno.

Fuente: BBC

La relación de Washington con Pekín ha cambiado mucho desde que, en 1993, Bill Clinton afirmara que no quería aislar a China y renovara su estatus de “nación más favorecida”, con el apoyo del Congreso. Las grandes empresas estadounidenses presionaron fuertemente en este sentido, deseosas de acceder al mercado chino. Las mismas que influyeron para incorporar a China a la Organización Mundial del Comercio en 2001: Boeing, ATT, General Electric, etc. La globalización transformó a China en la fábrica del mundo: la palabra de moda era “deslocalización”, un eufemismo que ocultaba el proceso de desindustrialización de occidente, en favor de la mano de obra barata china. Ahora, la Casa Blanca habla de revitalizar la producción manufacturera doméstica y acelerar las industrias del futuro. Ahora quieren revertir la deslocalización, volver a poner las fábricas en su territorio, porque el óxido del Rust Belt – la ausencia de empleos industriales – se está extendiendo a todo el país y amenaza con paralizar sus engranajes. De ahí la Inflation Reduction Act, y sus 369.000 millones de dólares en subsidios a las empresas para que se instalen en Estados Unidos. Estos son los adalides del “mercado libre”.

La globalización tuvo un efecto no deseado por parte de sus promotores: convirtió a China en la segunda economía del mundo. Esto chocaba con las constantes aspiraciones hegemónicas de Estados Unidos, que no puede consentir que nadie le haga sombra, ni económica, ni política, ni militar en Eurasia. Así lo planteaba en 1997 Zbigniew Brzezinski en El gran tablero mundial.  Cuando Estados Unidos se dio cuenta de que China había adquirido la potencia suficiente para desafiar su hegemonía, el inquilino de la Casa Blanca de turno desató la guerra comercial contra Pekín. En marzo de 2018, Donald Trump subió los aranceles al acero y aluminio provenientes de China, que respondió incrementando los impuestos a 128 productos estadounidenses. En noviembre de 2019, Trump y Xi Jinping llegaron a un acuerdo para reducir los aranceles.

 

En 2020, Bob Davis y Lingling Wei profetizaban en su libro “Superpower showdown” que la guerra comercial con China sobreviviría a Donald Trump. La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca ha supuesto la agudización del conflicto, lo que confirma que las diferencias entre republicanos y demócratas son de índole cosmética: ambos son meras facciones de un mismo partido. Bajo la presidencia de Biden, Estados Unidos ha escalado el conflicto con China en el terreno político, económico, militar y mediático.

En lo político, el embajador de Estados Unidos en China, Nicholas Burns, acaba de declarar que su país es el líder de la región denominada Indo-Pacífico. Las palabras no son inocentes, y el rebautizo de la región corresponde a la intención de dejar fuera la palabra Asia a la hora de referirse a la zona geográfica tradicionalmente conocida como Asia – Pacífico.

Zona geográfica Asia – Pacífico, donde no aparece Estados Unidos. Ilustración: Abrahamic Faith. https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=37548949

La Estrategia para el Indo-Pacífico de los Estados Unidos es un documento publicado en febrero de 2022 donde podemos leer lo siguiente: Estados Unidos es una potencia del Indo-Pacífico. La región, que se extiende desde nuestra costa del Pacífico hasta el Océano Índico, es el hogar de más de la mitad de la población mundial, casi dos tercios de la economía mundial y siete de los ejércitos más grandes del mundo. Más miembros de las fuerzas armadas de EE. UU. tienen su base en la región que en cualquier otra fuera de los Estados Unidos. El viaje de Nancy Pelosi a Taiwán marcó un hito en los anales de las provocaciones estadounidenses, con gran fanfarria mediática, que llegó a especular con la posibilidad de que China derribara su avión.

En lo económico, Biden ha seguido la estela de intentar ahogar el desarrollo de las empresas tecnológicas chinas, incrementando la presión que ya ejerció Trump. En 2019,  el millonario presidente ya puso a Huawei en una lista negra, restringiendo el suministro desde las empresas estadounidenses, sometiéndolo a la necesidad de solicitar una licencia específica. En enero de este año, Biden acabó con las ya limitadas licencias. La CHIPS Act prohíbe a las empresas de microchips aumentar su capacidad de producción en China durante diez años, si aspiran a recibir un centavo de los 39.000 millones de dólares presupuestados para incentivar la fabricación de chips en el territorio de Estados Unidos. Por su parte, el mayor fabricante de microchips del mundo, TSMC, radicado en Taiwán, ha anunciado una inversión de 40.000 millones de dólares para instalar una planta en Estados Unidos. De momento, 500 ingenieros y sus familias se han mudado a Arizona, lo que ha suscitado la cuestión de la fuga de cerebros desde Taiwán hacia Estados Unidos. Y es que ya lo dijo Kissinger: “Ser enemigo de Estados Unidos puede ser peligroso, pero ser amigo es fatal”.

Algunos países de la Unión Europea han imitado la política de “contención” estadounidense, redoblando el cerco: Holanda ha restringido la exportación de semiconductores a China.  Alemania está considerando prohibir el uso de determinados componentes de Huawei y ZTE en sus redes 5G, donde el 60% de las mismas está equipada por Huawei. Bélgica ha prohibido la instalación de la aplicación Tik Tok en los teléfonos oficiales de los empleados del gobierno federal.

En lo militar, Estados Unidos ha impulsado la creación de AUKUS, junto con Australia y el Reino Unido, tildada por China como la OTAN asiática, y que militariza la relación con Pekín. Australia acaba de anunciar que comprará a Estados Unidos cinco submarinos nucleares en el marco de dicho acuerdo. Para extender su área de influencia hacia el Océano Índico, Estados Unidos está promoviendo el Quad, (Quadrilateral Security Dialogue) un grupo que incluye a Japón, India y Australia, “para defender el orden internacional basado en reglas donde los países son libres de todas las formas de coerción militar, económica y política”. Se les olvidó añadir que exceptuando la coerción que ejerce Estados Unidos. El general estadounidense Mike Minihan, jefe del Comando de Movilidad Aérea, puso por escrito recientemente que creía que Estados Unidos iría a la guerra con China en 2025.

En el terreno mediático, el incidente con el globo chino que sobrevoló Estados Unidos, tuviera éste el propósito de recoger datos meteorológicos o de otro tipo, sirvió a Washington para montar otro circo con el fin de presentar a China como un país agresor. Es la misma estrategia que utilizó el Partido Demócrata contra Moscú, con el montaje del Russiagate, fabricado por exagentes de inteligencia, como ha demostrado el periodista Matt Taibbi, pero que sirvió para presentar a Rusia como otro país agresor, que se entrometía en las elecciones presidenciales para manipular su resultado. Y, de paso, deslegitimar la victoria de Donald Trump, partidario del diálogo con Putin, con quien habló repetidas veces durante su mandato. En ambos casos, se trata de manipular a la opinión pública con el objeto de prepararla para que acepte futuras represalias contra los “agresores”

En lugar de achantarse ante el cúmulo de amenazas, la proliferación de bases militares a su alrededor, los movimientos para encapsularla políticamente, para ahogar su economía y para armar a Taiwán hasta las cejas, una estrategia que comenzó Jimmy Carter en 1979, incumpliendo su promesa a China de no hacerlo, el gobierno de Pekín ha comenzado a ejercer su liderazgo en el mundo multipolar que se está fraguando. Y lo ha hecho usando la diplomacia, en lugar de la fuerza, en una región tradicionalmente controlada por Estados Unidos e Israel: Oriente Próximo.

El acuerdo apadrinado por China entre Irán y Arabia Saudita ha conseguido que ambos países reanuden sus relaciones diplomáticas, cortadas en 2016 por los saudíes; reabran sus respectivas embajadas en un plazo de dos meses; reactiven un acuerdo de cooperación en seguridad firmado en 2001, así como otro pacto de 1998 en materia de comercio, economía e inversiones. Pero lo más importante es que el acuerdo insta a los tres países a realizar todos los esfuerzos para promover la paz y la seguridad regional e internacional.

Wang Yi, el diplomático chino de mayor rango, describió el acuerdo como una victoria del diálogo y la paz, añadiendo que Pekín continuará jugando un papel constructivo al abordar los problemas globales difíciles.

No cabe mayor contraste entre la actitud de Estados Unidos en su utilización de Ucrania como peón para sus intereses geopolíticos, que se apresuró a acusar a China de planear el suministro de armas a Rusia como respuesta a su propuesta de paz, y la del gobierno de Pekín, conduciendo hacia la reconciliación a dos adversarios declarados.

Después de haber patrocinado este histórico acuerdo, China emerge como una potencia que apuesta por la paz y el diálogo. Una potencia a la cual muchos países ya están evaluando con otra mirada, a la luz de sus logros, bien distinta a la habitual etiqueta con la que los medios de propaganda occidentales despachan al gobierno chino.

 

Tras el triunfo diplomático que supone el acercamiento entre Irán y Arabia Saudita, China está planeando celebrar una cumbre con las monarquías del Golfo Pérsico e Irán en Pekín. Estoy seguro de que será un éxito, para la desesperación de Estados Unidos, que ve cómo la agenda de los belicistas que dirigen el Departamento de Estado cosecha fracaso tras fracaso. El declive como potencia hegemónica de Estados Unidos se antoja ya ineluctable, y los centros de poder están basculando hacia Eurasia. Y el detonante ha sido el papel de Estados Unidos en la guerra de Ucrania. El mundo entero está viendo cómo la Casa Blanca está sacrificando un país, con la complicidad de sus élites corruptas, para intentar imponer su hegemonía languideciente. Y una gran parte del planeta ha tomado buena nota: ese no es el camino.

En el próximo artículo analizaré con mayor detenimiento las repercusiones del acuerdo entre Irán y Arabia Saudita en la guerra que libran en Yemen, apoyando a distintas facciones; en la guerra en Siria y, por tanto, en las relaciones de ambos con Turquía; en las conversaciones sobre el desarrollo de la energía nuclear en Irán; en Pakistán y la conflictiva región de Baluchistán; y también en las relaciones de los saudíes con Israel y el estatus de Palestina. Porque en esta ocasión sí es pertinente hablar de un acuerdo histórico.

Quién gana y quién pierde tras un año de guerra en Ucrania

1 de marzo de 2023

El “interés primordial” de Estados Unidos es evitar una alianza entre Alemania y Rusia

En 2015, George Friedman, el fundador de Stratfor (Strategic Forecasting), una consultora de geopolítica, calificaba así el objetivo principal de la política exterior de Estados Unidos: meter una cuña entre la potencia industrial y tecnológica que representa Alemania, y las reservas energéticas que atesora Rusia, porque juntas representan una amenaza intolerable para la hegemonía estadounidense. El plan para evitarlo es levantar un nuevo telón de acero, que va desde el Báltico hasta el Mar Negro, para separar a la Unión Europea de Rusia.

Años antes, Zbigniew Brzezinski, consejero de seguridad nacional, se expresaba en los mismos términos: la peor pesadilla para los Estados Unidos sería que Alemania y Rusia unieran sus recursos complementarios y alcanzaran la suficiencia económica; que Rusia se occidentalizara, se democratizara y la OTAN perdiera su razón de existir. Para evitar el surgimiento de esa simbiosis tan perjudicial para los intereses de Estados Unidos, Brzezinski apostaba por meter la cuña justo en Ucrania. El profesor de economía Michael Hudson, autor del libro “Super Imperialismo, La estrategia económica del Imperio Americano”, nos lo explica en este vídeo.

En contra de la letanía repetida por los medios de comunicación occidentales, la invasión rusa de Ucrania ha sido cuidadosamente provocada. Como consta en el sitio web de la OTAN, la organización armada ha estado presente en Ucrania desde su independencia de la Unión Soviética, en 1991, cuando Kiev se unió al Consejo de Cooperación del Atlántico Norte. El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, reconocía en una entrevista que la OTAN había estado “apoyando” a Ucrania desde hace muchos años, y especialmente desde 2014, el año del golpe de Estado del Maidán, orquestado por Estados Unidos, singularmente por Victoria Nuland. La actual subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, junto a su jefe, Antony Blinken, son los dos principales impulsores de la guerra en Ucrania. El bisabuelo y el abuelo de Blinken eran ucranianos. Los abuelos de Nuland, también. Hay algo personal en todo esto.

Una provocación planificada desde hace décadas por la OTAN

Incumpliendo la famosa promesa hecha a Gorbachov de no expandirse ni una pulgada hacia el este, las sucesivas ampliaciones de la OTAN, hasta las mismísimas fronteras de Rusia, han consistido en un ejercicio de creciente provocación, como analicé en un artículo anterior. Una recopilación de advertencias por parte de analistas políticos y altos cargos, tanto rusos como occidentales, acerca de los riesgos que implicaba expandir la OTAN hacia el este puede encontrarse también aquí. Sin embargo, los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca han hecho oídos sordos, cruzando todas las líneas rojas de Rusia, sobre las que advertían políticos y politólogos.

La ampliación de la OTAN en los últimos años.

Los últimos giros de tuerca se dieron después del Maidán, cuando el gobierno de Petro Poroshenko comenzó a bombardear a la población civil de las regiones que no reconocieron el gobierno golpista, y los acuerdos de Minsk fueron usados como trampa con la que ganar tiempo para que la OTAN fortaleciera y armara a Ucrania, de cara al más que previsible enfrentamiento con Rusia, como traté en otro artículo. Algo reconocido por Ángela Merkel en una entrevista, concienzudamente silenciada por los medios de comunicación occidentales.

Úrsula von der Leyen ha admitido que la Unión Europea estaba trabajando con Estados Unidos en el diseño de las sanciones a Rusia meses antes de que se produjera la invasión de Ucrania, y que ese trabajo previo les permitió implementarlas con carácter inmediato en cuanto ésta tuvo lugar. Todo estaba planificado previamente. Sabían que la respuesta se iba a producir porque para eso estaban cruzando todas las líneas rojas de Rusia. La invasión se produjo, no por casualidad, cinco días después de que Zelenski reclamara en Múnich el “derecho” de Ucrania a abandonar el Memorándum de Budapest para proveerse de armas nucleares. 

Por si nos quedara alguna duda del carácter proxy de esta guerra, el ministro de Defensa de Ucrania, Alexey Reznikov, confirmaba en una entrevista que su país está cumpliendo “una misión de la OTAN” y que, ya que los ucranianos ponen la sangre, y los aliados de la OTAN no, lo lógico es que al menos pongan las armas.

La responsabilidad de la invasión recae obviamente en quien ha cruzado las fronteras de otro país con su ejército. En este caso, Rusia. Tal agresión merece ser reprobada, como todas las guerras que acontecen en el mundo. Todas ellas representan la incapacidad, o la falta de voluntad, para resolver las diferencias de manera pacífica. Todas ellas merecen la más firme condena, y ésta también. Pero tal y como afirma Rafael Poch en su blog, en este caso no hay nadie inocente y cabe hablar, al menos, de responsabilidad compartida.

Fracasa la estrategia para hundir la economía de Rusia, y la Unión Europea sufre las consecuencias de las sanciones

La estrategia de las sanciones económicas a Rusia, impulsada por Estados Unidos, y seguida ciegamente por la Unión Europea, ha fracasado en su supuesto propósito de detener la guerra en Ucrania, colapsando la economía rusa y su capacidad para financiarla. Destrozando todas las previsiones, el PIB ruso sólo se contrajo un 2,1% el año pasado y el Banco de Rusia estima que podría crecer hasta el 1% este año. Incluso el Fondo Monetario Internacional pronostica un crecimiento del PIB ruso del 0,3% en 2023 y del 2,1% en 2024. Los mayores ingresos procedentes del incremento del precio del gas y del petróleo, unido al auge de las exportaciones a China y a India, le han dado la vuelta a las negras previsiones para la economía rusa y han confirmado que los cerebros que diseñaron las sanciones o bien tenían en mente otros objetivos, o bien han fracasado rotundamente. Yo me inclino a pensar en lo primero, y explico por qué.

El objetivo primordial de las sanciones no era debilitar a Rusia, por mucho que porfíen sus impulsores allende el Atlántico, sino desgajar a la Unión Europea de sus fuentes energéticas más baratas y próximas. En este sentido, la estrategia ha resultado un éxito para Estados Unidos, que se ha convertido en el primer proveedor de gas natural licuado de la Unión Europea. Como las sanciones a Rusia han provocado un incremento desorbitado de los precios de la energía, Europa ya se está desindustrializando. En Alemania la producción de las factorías intensivas en consumo energético descendió un 6,1% en diciembre pasado, en comparación con el mes anterior. El consumo de gas en la industria se desplomó en diciembre más de un 15% en relación con el promedio de los años 2018 a 2021, síntoma inequívoco no de una mayor eficiencia energética, lograda de la noche a la mañana, sino de un descenso de la actividad.

Las sanciones además están consiguiendo depauperar a la Unión Europea vía inflación. El deterioro del poder adquisitivo de la población es otro de sus efectos. Aun así, como Estados Unidos no termina de fiarse de Alemania, cuyo modelo económico se ha sustentado durante décadas en la energía rusa, próxima, barata y abundante, decidió eliminar de un plumazo la posibilidad de que Alemania se reconectara a Rusia mediante la voladura de los gasoductos Nord Stream. Algo hacia lo que apuntaban todos los indicios, como analicé en una entrada anterior, y que acaba de confirmar el periodista Seymour Hersh en un impactante artículo. El nivel con el que detalla los pormenores de la operación revela que sus fuentes tienen conocimiento de primera mano de la génesis, desarrollo y ejecución de lo que cabe calificar de acto de guerra contra un supuesto aliado.

Cómo América eliminó el gasoducto Nord Stream. The New York Times lo llamó un «misterio», pero los Estados Unidos ejecutaron una operación marina encubierta que fue mantenida en secreto – hasta ahora.

La Unión Europea se está tragando sin rechistar que un presunto socio haya destruido una infraestructura energética vital para el aprovisionamiento de gas por parte de quien lo ha venido haciendo desde hace décadas, para mutuo beneficio de ambas partes. Cabe preguntarse por qué la ministra de Exteriores de Alemania declara que “estamos en guerra con Rusia”, si es otro país quien ha destruido la infraestructura energética que abastecía al suyo. ¿A qué se debe esta obediencia ciega a Estados Unidos por parte de los dirigentes de la Unión Europea, contraria a los intereses que deberían defender, y que está provocando un daño irreparable a la población por cuyo bienestar deberían velar? En lugar de asumir responsabilidades políticas por el fracaso de su estrategia y el perjuicio que ya han causado a la ciudadanía, la élite europea prosigue su huida hacia adelante, redoblando sus apuestas por seguir apoyando (léase armando) a Ucrania todo el tiempo que sea necesario. Una frase acuñada por Biden – as long as it takes – y que los líderes europeos repiten como papagayos.

Estados Unidos consigue crear una brecha entre Rusia y Alemania

Independientemente de las verdaderas razones que subyacen tras el alineamiento suicida de Bruselas con la estrategia dictada por Estados Unidos, más allá de la narrativa maniquea tras la que se parapeta, resulta irrefutable que con su actitud la Unión Europea ha conseguido que Rusia le haya dado la espalda, y que lo haya hecho de manera definitiva.

Las declaraciones de los altos dirigentes rusos no dejan lugar a dudas. En la reunión del Consejo de Seguridad del 18 de febrero, Vasili Nebenzia, el embajador de Rusia ante la ONU declaró: “No tenemos confianza en ustedes y no podemos creer ninguna de sus promesas, ni en lo que respecta a la no expansión de la OTAN hacia el este, ni en su deseo de no interferir en nuestros asuntos internos, ni en su determinación de vivir en paz”.

Para explicar esta reacción, conviene reseñar el artículo publicado el 27 de enero por Anna Fotyga, exministra de Asuntos Exteriores de Polonia. En él, la actual eurodiputada aboga por una “refederalización” de Rusia a manos de la “comunidad internacional”, y propone “discutir las perspectivas para la creación de estados libres e independientes en el espacio posterior a Rusia”. Fotyga afirma que no existe tal cosa como el gas ruso, ni el petróleo, ni el uranio, sino que los recursos naturales de Rusia pertenecen a cada uno de los pueblos que habitan la Federación Rusa. En definitiva, plantea “desmantelar” Rusia, troceándola en estados independientes bajo la influencia occidental. ¿Qué diría la Casa Blanca si un diputado ruso convocara una conferencia internacional para discutir el desmantelamiento de Estados Unidos, como la que convocó y celebró el grupo de eurodiputados conservadores y reformistas (ECR Group), el 31 de enero, con Anna Fotyga de moderadora?

Fracasa la estrategia para aislar a Rusia internacionalmente

La fractura que Washington ha venido persiguiendo desde hace décadas, ese “interés primordial” de meter una cuña entre la Unión Europea y Rusia, puede darse por alcanzado. Sin embargo, esa aparente victoria puede quedarse en pírrica si tenemos en consideración otros factores.

Los alegatos occidentales sobre Ucrania no logran influir en los líderes africanos y sudamericanos. Los líderes de Estados Unidos y Europa luchan para convencer al resto del mundo de que la invasión de Rusia es una amenaza para todos. Fuente: Financial Times.

Estados Unidos ha fracasado en su intento de agrupar a la “comunidad internacional” para aislar a Rusia. En la reciente Conferencia de Seguridad de Múnich ha quedado patente que el Kremlin dista de estar aislado. Según el Financial Times, las presiones de los estadounidenses chocaron allí con la negativa frontal de los países neutrales del sur global a alinearse con las posiciones occidentales. La tan cacareada “comunidad internacional” se reduce a los Estados Unidos y sus comparsas: la Unión Europea, el Reino Unido, Canadá, Japón, Corea del Sur y Australia. Sin querer despreciar su peso, resulta obvio que distan de representar la mayoría de los países del mundo. Muchos países se han negado a aceptar las presiones de Estados Unidos para aislar a Rusia, como sucede en África, donde abunda la neutralidad y Rusia está estrechando relaciones. En América Latina, los países con mayor peso político y económico también han rechazado sumarse a las sanciones: Brasil, Argentina, México, Colombia, etc. Hasta The New York Times acaba de reconocer que “Occidente trató de aislar a Rusia. No funcionó”.

 

Wang Yi, el diplomático de más alto rango en China, recibido en Moscú por Vladimir Putin, declara que la alianza entre ambos países es “sólida como una roca” y Xi Jinping se apresta a viajar al Kremlin. India ya se negó a que el G20 hablara de sanciones en la reciente cumbre de sus ministros de finanzas en Bangalore, bajo su presidencia rotativa del grupo, añadiendo que han tenido un impacto negativo en el mundo. Rusia se ha convertido en el mayor proveedor de petróleo de la India, que en la última reunión del G20 buscaba que la palabra “guerra” no apareciera en los documentos del grupo, y se empleara en su lugar “conflicto” o “crisis” para referirse a lo que está sucediendo en Ucrania. El cónclave acabó con un documento lejos del consenso, donde constan las discrepancias de sus miembros en torno al asunto. 

La narrativa occidental para justificar la guerra en Ucrania también fracasa

El relato de buenos y malos, de demócratas contra autócratas, elaborado por Estados Unidos y repetido por sus adláteres, adolece de múltiples carencias, comenzando por su falta de veracidad. La historia de los golpes de Estado en el siglo XX para derrocar gobiernos democráticamente elegidos e instalar dictaduras militares, comprensivas con los intereses extractivos o geopolíticos de Estados Unidos, es la historia de la CIA y, posteriormente, del NED (National Endowment for Democracy). Ucrania es cualquier cosa menos una democracia. Un país donde su presidente gobierna a golpe de decreto presidencial para prohibir partidos políticos y clausurar medios de comunicación, como documenté en un artículo anterior. Un país donde la ideología ultranacionalista marca la agenda y se ensalza a personajes tan nazis como Stepan Bandera.

El nivel de cinismo que alcanzan personajes como Antony Blinken explica el fracaso del relato Made in USA para convencer al resto del mundo de seguir sus dictados. En una reciente entrevista, el Secretario de Estado explicaba el supuesto apoyo de la población de Estados Unidos al dispendio efectuado en Ucrania, mientras su situación económica se deteriora, con el siguiente argumento: “Creo que, visceralmente, a la mayoría de los estadounidenses no les gusta ver que un país grande acosa a otro, sienten que está mal y quieren hacer algo al respecto”. Blinken debe de sufrir amnesia selectiva, porque ha olvidado las invasiones estadounidenses de Panamá, Granada, Irak, Afganistán, etc.

En la Conferencia de Seguridad de Munich, hasta Josep Borrell reconoció que el pasado de occidente pesa como una losa en los países del sur global, citando expresamente el colonialismo europeo y los apoyos a las dictaduras latinoamericanas. El 18 de febrero de 2023, en la Cumbre de la Unión Africana en Addis Abeba, Etiopía, el ministro de Relaciones Exteriores de Uganda, Jeje Odongo, declaró: “Fuimos colonizados y perdonamos a quienes nos colonizaron. Ahora los colonizadores nos piden que seamos enemigos de Rusia, que nunca nos colonizó. ¿Es eso justo? No para nosotros. Sus enemigos son sus enemigos. Nuestros amigos son nuestros amigos”.

La congelación de los activos rusos y su posible confiscación socavan la confianza en occidente

La decisión de “congelar” los activos rusos depositados en bancos occidentales por parte de Estados Unidos y sus aliados, y las intenciones declaradas por Josep Borrell de “confiscar” dichos fondos, supuestamente para reconstruir Ucrania tras la guerra, han enviado un mensaje diáfano al sur global: vuestro dinero no está a salvo en occidente, porque si no os comportáis de acuerdo con nuestra agenda, estamos estudiando medidas para legalizar el robo. Eso, si la Unión Europea consigue encontrar esos 300.000 millones de euros que dice haber “congelado”. Porque ahora ha confesado que la única fuente de esa cifra son las estimaciones del Banco Central de la Federación Rusa. Bruselas está teniendo dificultades para localizar dichos activos, que se encuentran en su mayoría en bancos privados, remisos a descubrir dichos depósitos.

Las consecuencias de este vodevil están resultando funestas para el predominio del dólar como moneda de reserva y de intercambio comercial. La amenaza de apropiarse de los activos de otros países ha acelerado lo que iba a terminar cayendo por su propio peso: ¿por qué dos países cuyas monedas no son el dólar deberían usar esta denominación para sus intercambios comerciales? Los movimientos para dejar de lado el billete verde en el comercio internacional se están multiplicando. Irak ha sido el último en anunciar que usará el yuan en sus transacciones comerciales con China. Se suma a una lista cada vez más larga de países que utilizarán sus respectivas divisas, soslayando el dólar: India está pagando el petróleo que compra a Rusia con dirhams de los Emiratos Árabes Unidos, a través de intermediarios en Dubái. Turquía ya paga en rublos parte de sus importaciones a Rusia y ha confirmado que esa proporción irá en aumento en los próximos meses. Egipto, un tradicional aliado de Estados Unidos, también ha anunciado un acuerdo con Rusia para usar el rublo en sus intercambios comerciales.

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, considera inevitable que China destrone a Estados Unidos como la primera economía del mundo. La decisión de “congelar” los activos de la Federación Rusa, si consiguen encontrarlos, supone acelerar el proceso.

¿Cuáles son las posibilidades de alcanzar un acuerdo de paz en Ucrania?

Antes de que Estados Unidos y el Reino Unido presionaran a Ucrania para poner fin a las conversaciones de paz en Estambul, en abril de 2022, el exprimer ministro de Israel, Naftali Bennett acaba de revelar que sus intentos previos de mediar entre Rusia y Ucrania fueron “bloqueados” por la Casa Blanca y sus aliados. El 5 de marzo, Bennett viajó a Moscú, donde se reunió con Vladimir Putin. El político relata que arrancó importantes concesiones por ambas partes pero que, finalmente, sus esfuerzos fueron en vano. En su opinión, occidente se equivocó al boicotear la posibilidad de un acuerdo de paz.

Un año después de haberse iniciado la participación directa de Rusia en la guerra civil de Ucrania, que comenzó en 2014, los principales líderes occidentales no sólo evitan hablar de negociaciones de paz, sino que desdeñan a quienes las plantean. Es lo que ha ocurrido con la reciente propuesta de China para alcanzar un acuerdo que ponga fin al conflicto en Ucrania, que se ha topado con el rechazo de Úrsula von der Leyen (“China ya ha tomado partido en el conflicto”) y de Jens Stoltenberg, el Secretario General de la OTAN (“China no tiene credibilidad”).

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Estados Unidos es quien maneja la misión de la OTAN en Ucrania y no quiere la paz. A estas alturas del conflicto, Rusia sólo va a aceptar un pacto en sus propios términos. Después de la farsa de los acuerdos de Minsk, el Kremlin no puede arriesgarse a caer en otra trampa. Occidente lo ha apostado todo a Ucrania. El primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak, habla de jugárselo todo a doble o nada, como si la guerra fuera una ruleta.

Para Rusia, la guerra en Ucrania se ha convertido en algo existencial. Es algo que en occidente no terminan de entender, o juzgan como una baladronada del Kremlin: si la guerra convencional no surte efecto, Rusia recurrirá al armamento nuclear para evitar lo que percibe como una amenaza a su supervivencia como Estado. Los planes para desmantelarla de los que alardea occidente confirman que su análisis es correcto.

La implicación de Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea en el suministro de armas, inteligencia, logística y apoyo financiero a Ucrania, contrasta con las aseveraciones de Stoltenberg de que la OTAN no es parte del conflicto. Es Estados Unidos quien autoriza las operaciones militares del ejército ucraniano. Putin acaba de advertir que el suministro de armas por parte de la OTAN a Ucrania sí que convierte a sus miembros en parte del conflicto. De ahí a que constituyan un objetivo militar sólo va un paso. Estados Unidos está jugando con la hipótesis de que Rusia no se va a atrever a darlo. El problema es que las fichas de su apuesta están fabricadas con vidas humanas y si el envite sale mal, los perdedores seremos todos.