19 de febrero de 2025
Trump le da una patada al tablero y deja descolocada a Europa
Tras su victoria en las elecciones presidenciales, Donald Trump disponía del capital político necesario para darle una patada al tablero mundial, y lo ha hecho. La larga conversación con Vladimir Putin ha dejado descolocada a Europa y presagia una manera radicalmente distinta de abordar las relaciones internacionales con las otras dos grandes potencias Rusia y China, y la tercera en ciernes, India. Así lo ha manifestado el propio Trump en comparecencia pública ante los medios, el 13 de febrero.
La jugada ha sido perfectamente orquestada, incluida una maniobra de distracción, necesaria para evitar las tentaciones europeas y británicas de sabotearla. Trump envió a Keith Kellogg a una gira por el viejo continente para decirles a los europeos lo que querían escuchar: alto el fuego, pero continuación del apoyo a Ucrania, y amenazas de sanciones a Rusia si no se avenía a negociar el fin de la guerra, dando por hecho que el marco habría de ser el impuesto por Estados Unidos y sus aliados. Como debe ser.

El enviado especial de Estados Unidos visitará Kiev como parte de una gira europea, confirma el Departamento de Estado. Fuente: The Kyiv Independent.
Sin embargo, Trump ha optado por asumir la realidad sobre el terreno en Ucrania, coger el toro por los cuernos y gestionar la herencia que le deja la administración anterior: un mundo patas arriba, donde todos los planes de los neocon que dirigían la política exterior con Joe Biden han salido mal, con las excepciones de Filipinas, Pakistán y Bangladés, donde han colocado a sus títeres.
Los europeos pretendían que Trump continuara la senda de Joe Biden en Ucrania y su cantinela de “tanto tiempo como haga falta”. Eso sí, sin especificar nunca lo que hacía falta para que acabara su apoyo. De seguir por ese camino, Trump habría condenado su presidencia al fracaso, arruinando el enorme capital político que cosechó para alzarse con su segundo mandato.
Por el momento, Trump está demostrando que es de la escuela realista en política exterior. Una escuela cuyos principales representantes, como los catedráticos de relaciones internacionales John Mearsheimer y Glenn Diesen, han sido demonizados por el hecho de señalar que el emperador estaba desnudo. Tildados de prorrusos o propagandistas del Kremlin, los hechos les están dando la razón: la OTAN está perdiendo la guerra contra Rusia en Ucrania. Lo que está haciendo Trump es asumir esa incómoda verdad, antes que estirar el chicle y seguir financiando un proyecto fracasado, plagado de focos de corrupción, tanto en Kiev como en Washington. Veremos si el estado permanente se lo permite.
Marco Rubio califica de anomalía el mundo unipolar
Pero vayamos primero a los antecedentes de la patada al tablero. Marco Rubio, el nuevo secretario de Estado nombrado por Donald Trump, daba una entrevista donde confirmaba sus intervenciones en su audiencia de confirmación. Allí ya señaló que el orden global de la posguerra estaba obsoleto, como reseñé en un artículo anterior, aunque el 30 de enero fue mucho más allá.
En dicha entrevista, significativamente alojada en el sitio web del departamento que dirige, Marco Rubio calificaba de “anomalía” que el mundo tuviera un poder unipolar. Y se refería a esa anomalía en pasado, asumiendo que afrontamos una nueva etapa. Así lo explicaba: “Fue un producto del final de la Guerra Fría, pero eventualmente vas a retrotraerte a un punto donde tenías un mundo multipolar, múltiples grandes potencias en diferentes partes del planeta”. Rubio citaba expresamente a China, a Rusia, a Irán y Corea del Norte, calificando a los dos últimos de estados rebeldes.
Lo que dijo Rubio sobre la multipolaridad debería obtener más atención. El nuevo secretario de Estado socavó la base de la primacía.
Marco Rubio habla en la entrevista del “retorno al pragmatismo”. Esto es un disparo al corazón – si lo tuvieran – de los neocon. Un ataque especialmente doloroso, viniendo de quien viene. Sobre la adscripción de Marco Rubio a la ideología neoconservadora hay diferentes opiniones. Mientras algunos lo incluyen en sus filas, otros se limitan a calificarlo como halcón, lo que sin duda es. Pero por encima de las opiniones están los hechos, y las últimas declaraciones de Rubio están en las antípodas del pensamiento neoconservador.
Los neocon son los ideólogos del Nuevo Siglo Americano. Una visión del mundo unipolar, donde los Estados Unidos son hegemónicos y su misión es someter a toda aquella potencia que asome tímidamente la cabeza para reclamar su papel en el mundo. Hay neoconservadores en el ala demócrata y en la republicana del unipartido que gobierna Estados Unidos, bajo la falsa apariencia de democracia bipartidista, convenientemente aderezada con guerras culturales, para darle la apariencia de pluralismo en temas que no afectan a lo principal: el modelo económico.
La admisión del carácter multipolar del mundo por parte de Marco Rubio lo aleja de las posiciones neoconservadoras y anunciaba un cambio radical en la política exterior de Estados Unidos. Unas declaraciones que encajan con los primeros anuncios de Donald Trump en ese ámbito, que marcaban el territorio vecino: México, Canadá, el canal de Panamá, y Groenlandia, estrechamente vinculada al Ártico. Hay una excepción geográfica a este entorno: Oriente Próximo. Por su complejidad, ese tema da para otro artículo.
Trump apunta hacia una vuelta a las zonas de influencia
El restablecimiento del diálogo entre Estados Unidos y Rusia revela ese “retorno al pragmatismo” que anunciaba Marco Rubio, que recordaba en la entrevista que “la política exterior siempre nos ha exigido trabajar por el interés nacional, a veces en cooperación con gente a la que no invitaríamos a cenar”.
La política exterior de Estados Unidos ha sido históricamente construida sobre una retórica bien alejada de los hechos: defensa de los derechos humanos, exportación de la democracia, libertad y libre comercio han sido los trajes de camuflaje habituales para ocultar exactamente todo lo contrario. La administración de Joe Biden ha batido récords en cuanto a falseamiento de la realidad.
Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional con el anterior presidente, afirmaba, sin sonrojarse, que “Nuestros adversarios y competidores son (ahora) más débiles… Rusia es más débil, Irán es más débil, China es más débil, y todo mientras mantuvimos a América fuera de las guerras”. Marco Rubio refutaba a Sullivan en la citada entrevista: “En muchos casos, nuestros adversarios son más fuertes de lo que lo han sido nunca, y han aumentado su fortaleza en los últimos cuatro años”.
A Donald Trump le toca gestionar ahora la pésima herencia recibida de Joe Biden y los ilusos titiriteros que le manejaban: los que apostaban por derrotar a Rusia en Ucrania. Para ocultar el naufragio de la OTAN en aquellas tierras, Donald Trump ha optado por lo que mejor se le da: gesticular y realizar declaraciones altisonantes, para despistar a sus múltiples enemigos.
Por dos motivos. Uno: era imprescindible ocultar la derrota en Europa del este con amenazas grandilocuentes de sanciones infinitas a Rusia si no se avenía a negociar, mientras ofrecía la zanahoria del diálogo entre las dos potencias. Algo que, a estas alturas, Washington necesita más que Moscú. Como hemos visto, la moneda ha caído del lado de la zanahoria. Y dos, porque Trump intenta neutralizar el frente con Rusia para encarar a quien considera, con razón, el principal adversario de Estados Unidos: China.
Trump pide a Putin acabar con la “guerra ridícula” en Ucrania o enfrentarse a nuevas sanciones.
Los rusos y los chinos deberían erigir dos estatuas a Joe Biden, una en la Plaza Roja, y otra en la de Tiananmen. Nadie ha trabajado más que el equipo del anterior presidente estadounidense para forjar la actual alianza entre Rusia y China. Dos países enfrentados en gran medida durante el siglo XX y que ahora presumen de una amistad sin límites. Nadie ha trabajado más para debilitar la posición de Estados Unidos en la arena internacional que quienes manejaban a Joe Biden. Nadie ha demostrado un mayor grado de soberbia e hipocresía que el anterior secretario de Estado. Nadie ha provocado mayores daños a la reputación y a los intereses de Estados Unidos que Antony Blinken.
Donald Trump tiene que trabajar en este escenario, precisamente el que quería evitar en su primer mandato. Trump quería tener buenas relaciones con Putin, allá por 2016, para disuadir a Rusia de bascular hacia el este de Eurasia, y abortar cualquier posibilidad de una alianza entre Moscú y Pekín, que juntos formarían – de hecho, ya forman – un bloque formidablemente poderoso, por recursos y complementariedad.
Por eso el Partido Demócrata patrocinó el montaje conocido como “Russiagate”: para evitar que Trump fraguara una relación con Rusia, porque sus iluminados líderes pensaban que a Rusia se la podía derrotar. Además, había que demonizar a Trump, porque pretendía salirse de la hoja de ruta diseñada por los neocon. Un plan que había comenzado a gestarse con la independencia de Ucrania, que fue cuando la OTAN comenzó a colaborar con Ucrania, como reconoció su anterior secretario general, y que experimentó un impulso definitivo con el golpe de Estado en Kiev, en 2014.
Cabe destacar que los periodistas del New York Times propagadores del “Russiagate” recibieron sendos premios Pulitzer de periodismo, que no han devuelto, a pesar de que a estas alturas sólo personajes como Hillary Clinton siguen repitiendo el montaje orquestado por el Partido Demócrata.

Susan Shelley: Los premios Pulitzer recibidos por el engaño del Russiagate deberían ser devueltos.
Trump amenazaba con dinamitar estos planes con su acercamiento a Rusia, razón por la cual hemos asistido desde antes de su primer mandato a una gigantesca campaña de difamación, de lawfare, y de ataques constantes y coordinados desde los medios de comunicación, algunos de ellos subvencionados a través de suscripciones. Es el caso de Político, que recibió 44 millones de dólares a través de esa argucia desde 2017.
El objetivo era fabricar un personaje repulsivo, al igual que se ha hecho con Vladimir Putin. En este último caso, por negarse a ser otro Boris Yeltsin, presto a servir en bandeja de plata los enormes recursos de su país a Estados Unidos y sus secuaces. Cada cual es libre de tener su opinión sobre ambos personajes, yo me limito a constatar y analizar los hechos.
Putin y Trump retoman el diálogo entre Rusia y Estados Unidos
El primer hecho es que Trump ha cogido el teléfono y ha llamado a Putin. Para espanto de la Unión Europea, que ve cómo está a punto de quedarse colgando de la brocha en Ucrania. Es lo que se merece esa banda de perritos falderos de la administración de Joe Biden. Esa banda que ha sacrificado el relativo bienestar de la ciudadanía europea – y recalco lo de relativo, en lo que ya era un menguante Estado del bienestar – en aras de los intereses geopolíticos de Estados Unidos.
Esa banda que no ha dudado en desconectar a Alemania de las fuentes de energía, baratas y abundantes, que alimentaban su industria, para sustituirlas por otras, caras y lejanas. Esa banda que ha metido a Alemania en recesión y la está desindustrializando, gripando el motor europeo.
Alemania: la mayor economía de Europa se enfrenta al tercer año consecutivo en recesión.
Esa banda, que anida en Bruselas, y en París, Londres, Varsovia, Tallin y Madrid, se merece la humillación completa. Esa banda se merece que Estados Unidos la ignore, como va a hacer, en las negociaciones que ya ha entablado con Rusia. Porque Washington y Moscú ya han comenzado a dialogar, tomando como excusa la guerra en Ucrania, para sentar las bases de una nueva Conferencia de Yalta, una vez asumido por Estados Unidos el nuevo paisaje del mundo multipolar.

Europa no participará en las conversaciones de paz sobre Ucrania, dice el enviado de Estados Unidos.
Un paisaje donde la Unión Europea carece de peso geopolítico, porque se ha dedicado a llevarle el botijo a Washington, a costa de socavar manifiestamente los intereses europeos. Las élites europeas le compraron la moto de la derrota de Rusia en Ucrania a otra banda, la de Joe Biden, y ahora van a pagar haber apostado por el caballo perdedor.
Por eso Kaja Kallas, y otros de su calaña, chillan y patalean. Por eso insisten en que Trump siga con la hoja de ruta de Biden. Son incapaces de asumir que la OTAN ha perdido. Pretenden estirar el chicle, con la vana esperanza de que suceda algo milagroso, que le dé la vuelta a la tortilla, y haga realidad sus sueños húmedos: instalar una marioneta en el Kremlin que se avenga a despiezar Rusia y ofrecerles sus recursos en bandeja. Porque no les importa en absoluto que mueran miles y miles de ucranianos más con tal de intentar salirse con la suya. Porque a las élites europeas el pueblo ucraniano no les importa nada.
Trump sabe que la guerra en Ucrania está perdida, por eso ha levantado el teléfono y ha llamado a Putin. Trump sabe que el Kremlin no se va a conformar con un alto el fuego en una guerra que está ganando. Porque el que pide un alto el fuego, siempre, es el que va perdiendo.
Ucrania es la excusa para hablar de los problemas de fondo entre Rusia y Estados Unidos. Trump tiene claro que Moscú no se va a conformar con un arreglo superficial en Ucrania, y que lo que reclama es acometer la problemática sobre la que dirigió sendos documentos a Estados Unidos y a la OTAN, en diciembre de 2021: es imprescindible construir una nueva estructura de seguridad en Europa, que tenga en cuenta la realidad de los hechos. Trump está preparando un aterrizaje suave con el que camuflar lo que van a ser los términos de la capitulación de Ucrania. Porque Moscú no va a aceptar otra cosa que no sea algo muy parecido a una capitulación.
El equipo de Trump ya está asumiendo algunos postulados de Rusia, bajándole de paso los humos a Zelenski. El nuevo secretario de Defensa, Pete Hegseth, hizo esa labor: Ucrania no va a entrar en la OTAN. Ucrania no va a recuperar los territorios que perdió desde 2014: “Perseguir ese objetivo ilusorio solo prolongará la guerra y causará más sufrimiento”. Nótese la fecha empleada: 2014, no 2022. Un reconocimiento de que la guerra empezó hace 11 años, no tres.

Hegseth marca una línea dura sobre defensa europea y la OTAN.
Ucrania tampoco va a hacerse con armas nucleares, uno de los últimos desbarres del acorralado Zelenski. A lo máximo que puede aspirar el presidente de facto de Ucrania en las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia es al papel de convidado de piedra. No merece otra cosa alguien que aceptó que su país fuera utilizado como peón en una partida de ajedrez, tras haber traicionado a su pueblo, desechando la propuesta de paz con la que Zelenski ganó las elecciones.
La Unión Europea desaparece como actor geopolítico
El vice embajador de Rusia ante Naciones Unidas, Dimitri Polianski, declaró en una entrevista que la Unión Europea no iba a ser invitada a participar en las conversaciones, entonces en ciernes, entre Estados Unidos y Rusia. Con un criterio irreprochable, el diplomático ruso llamaba a las cosas por su nombre: la Unión Europea carece de peso como actor geopolítico, dado que supeditó sus actuaciones en política exterior a lo que le dictaba Estados Unidos. El corolario de esa posición es su descarte de un proceso de negociación entre las dos potencias. Los vasallos no son bienvenidos a la mesa de los señores.
La Unión Europea se ha ganado a pulso quedarse fuera de la próxima Conferencia de Yalta, cuyos preparativos se han celebrado, de manera nada casual, en un país de Oriente Próximo: Arabia Saudita. Un aliado histórico de Estados Unidos, que recientemente ha forjado relaciones muy amistosas con Rusia, intereses energéticos mediante: entre ambos controlan la OPEP Plus, lo que viene a ser el flujo y, por tanto, el precio del petróleo. Europa ya ni sirve para alojar conferencias de paz, una vez que Suiza perdió su estatus de neutralidad, al haberse alineado con las posiciones estadounidenses.

Estados Unidos y Rusia avanzan con rapidez en las conversaciones de paz, sin Ucrania.
Kaja Kallas, la fracasada política estonia, sucesora de Borrell al frente de la “diplomacia” europea, y representantes de Francia, Alemania, Polonia, España y el Reino Unido emitieron un comunicado el 13 de febrero donde reclaman la participación de Europa y Ucrania en cualquier negociación que se celebre.
A las élites europeas no se les ha ocurrido otra marca para reivindicar su presencia en las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia que denominarse “Weimar +”. O bien no han leído muchos libros de historia, e ignoran lo que ocurrió con la República de Weimar en Alemania, antesala del Tercer Reich, o bien han decidido no ocultar sus intenciones de preparar el terreno para un nuevo régimen autocrático, con capital en Bruselas.
Estados Unidos le va a dejar la patata caliente de Ucrania a Europa. Pete Hegseth lo ha dejado claro: “Estados Unidos sigue comprometido con la OTAN, pero ya no tolerará una relación desequilibrada que fomente la dependencia”. Hegseth también descartó el despliegue de tropas estadounidenses en Ucrania: “Si hay fuerzas de mantenimiento de la paz, deben ser europeas y no formar parte de una misión de la OTAN”. Hegseth también exigió a los países miembros de la OTAN que aumenten su presupuesto militar hasta el 5%, más que duplicando el 2% que se manejaba anteriormente.
Ante este vuelco por parte de Estados Unidos, la Unión Europea se ha encontrado de la noche a la mañana en un punto de inflexión, en el que se abren varias posibilidades sobre su futuro. Una de ellas es que se rompan las costuras de un ente que carece de entidad política unitaria, a pesar de los esfuerzos de Bruselas por imponerla. Hay gobiernos que se han resistido al entreguismo de Bruselas y, pese a las enormes presiones recibidas, por no decir chantaje, han optado por primar sus intereses nacionales. A la vista del fracaso del proyecto Ucrania de la administración de Biden, el tiempo les ha dado la razón.
Esas costuras podrían terminar saltando definitivamente, si Bruselas insiste en seguir imponiendo una hoja de ruta que continúe perjudicando los intereses de los países miembros, como ha ocurrido hasta ahora. Para llegar al 5% de gasto militar que le exige Estados Unidos y hacerse mayormente cargo de la defensa europea, los países del viejo continente tendrían que proceder a otro recorte del ya renqueante estado del bienestar: sanidad, educación, infraestructuras se verían gravemente afectadas por los hachazos. Alternativamente, Europa podría seguir la disparatada senda del endeudamiento brutal: el plan Draghi. En ambos escenarios, el empobrecimiento adicional de una población ya pauperizada está asegurado.
La otra opción es que Bruselas y el núcleo duro que le apoya opten por la imposición de un régimen aún más autocrático, incrementando la represión y el chantaje contra los miembros díscolos, aumentando la censura contra las voces disidentes, y manteniendo la legislación represiva ya existente en algunos países, como España: esa ley mordaza que el actual presidente del gobierno dijo que iba a derogar en cuanto accediera al cargo.
Hace años leí un artículo en El País en el que un alto funcionario europeo, sin identificar, decía a las claras que las elecciones en los países había que celebrarlas, por aquello de mantener las formas, pero que las políticas se decidían en Bruselas, y los respectivos gobiernos que surgieran de las urnas debían de implementarlas, independientemente de los resultados. Esta es la realidad de la “democracia” europea, como acabamos de ver en Rumanía, pero todo es susceptible de empeorar.
Al final, lo que harán las élites europeas, después de pasar por las fases de la negación y la rabieta, será obedecer las órdenes de Washington, como han hecho siempre: aumentarán el gasto militar, a costa de la destrucción del maltrecho estado del bienestar, y se comerán – nos comeremos – el marrón de Ucrania, mientras las potencias del mundo multipolar negocian el reparto de las zonas de influencia y a Europa no nos dejan ni las migas.