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El cese de Victoria Nuland y el posible triunfo de Trump desatan el pánico en las élite europeas

1 de abril de 2024

Antony Blinken hace saltar un fusible ante el fracaso en Ucrania

El cese de Victoria Nuland y la posibilidad de un triunfo de Donald Trump en las elecciones de noviembre han desatado una ola de pánico en las élites de la Unión Europea. La salida de la subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos, presentada como una dimisión, señala el fracaso del “proyecto Ucrania”, cuya principal promotora era Nuland, de origen ucraniano.

El comunicado de su jefe, Antony Blinken, anunciando el “retiro” de Nuland, deja bien clara la maternidad de la fallida operación. Después de alabar su papel como revitalizadora de la diplomacia estadounidense bajo la presidencia de Biden – caracterizada por las sanciones y las amenazas – Blinken apunta indirectamente a las causas de su cese: “Pero es el liderazgo de Toria en Ucrania lo que los diplomáticos y estudiantes de política exterior estudiarán en los años venideros”.

¿Liderazgo de Toria en Ucrania? ¿Era ella quien mandaba realmente en el país?  Desde luego, fue la impulsora del golpe de Estado de 2014, cuando se la vio en Kiev repartiendo galletas a los manifestantes del Maidán, junto al embajador de Estados Unidos, Geoffrey Pyatt. Nuland fue quien decidió que Arseni Yatseniuk – Yats para los amigos – se convirtiera en primer ministro de Ucrania, en conversación grabada con el citado embajador, donde soltó su famoso “Fuck the EU!”. Algo tendría que ver Nuland también en la fallida contraofensiva ucraniana del verano pasado, cuando en los mentideros de Washington se referían a la operación como “la ofensiva de Vicky Nuland”.

Victoria Nuland reparte galletas a los manifestantes del Maidán en Kiev, 2014, junto al embajador de EEUU, Geoffrey Pyatt. Fotografía: Andrew Kravchenko (AP).

Si alguna lección puede extraerse de tal liderazgo, es que ha hecho aguas por todas partes. Después de 35 años de carrera, ocupando cargos relevantes en política exterior con seis presidentes, Victoria Nuland ha terminado pagando el fracaso de Estados Unidos en Ucrania. Blinken ha hecho saltar un fusible y no parece que Toria vuelva a desempeñar cargos públicos.

Nuland está casada con Robert Kagan, uno de los fundadores, en 1997, del gabinete de ideas neoconservador Project for a New American Century. Kagan es el autor del concepto de “jardín frente a la jungla”, acuñado en su libro “The jungle grows back”. Una metáfora repetida luego por Josep Borrell, que pretendía dárselas de original, cuando se limitaba a repetir el marco construido en Estados Unidos. Para eso ha quedado la Unión Europea.  

Blinken alababa a Nuland en su despedida, refiriéndose a su “capacidad incomparable para utilizar todo el conjunto de herramientas de la diplomacia estadounidense para promover nuestros intereses y valores”.  A lo largo de 35 años, Nuland desplegó esas herramientas en la Rusia de Yeltsin, esa marioneta que permitió la mayor transferencia de riqueza pública a manos privadas de la Historia. Así lo documenta Rafael Poch en su libro La gran transición. Rusia, 1985-2002, recientemente reeditado. 

Victoria Nuland también estuvo detrás de otros proyectos de la diplomacia estadounidense en Libia, Irak y Siria. Dirigió un grupo de trabajo sobre “Rusia, sus vecinos y una OTAN en expansión”, una de las principales causas de la reacción de Putin, en febrero de 2022, junto a la matanza de rusos en Donbass a manos del gobierno de Kiev. En 2008, en la cumbre de la OTAN en Bucarest, Nuland fue quien insistió en ofrecer el ingreso a Ucrania y Georgia, en contra de la opinión de Alemania y Francia. De aquellos polvos, estos lodos…

Estados Unidos relega a Europa y se centra en China

A pesar de su desprecio por la Unión Europea, Victoria Nuland era quien llevaba la interlocución con las élites europeas, la OTAN y la OCDE, en su calidad de Subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos y Asiáticos. La salida de Nuland anuncia el viraje de Estados Unidos hacia China, el auténtico rival para la hegemonía estadounidense, lo que suscita un consenso bipartidista en Washington: demócratas y republicanos están de acuerdo en laminar al gigante asiático.

“Demócratas y republicanos están de acuerdo sobre China. Eso es un problema”.

Teniendo en cuenta que algunos señalan a Barak Obama – el del “pivot to Asia” – como el que realmente dirige la Casa Blanca, ante la manifiesta senilidad de Joe Biden; que “Ucrania puede caer muy rápido”, como soltó Macron recientemente en privado; que los 61.000 millones que reclama Biden para seguir alimentando la guerra están bloqueados en el Congreso; y que Donald Trump, que no es partidario de seguir despilfarrando dinero en Kiev, podría ser el próximo presidente de Estados Unidos, es lógico que los dirigentes de la Unión Europea hayan entrado en pánico ante la posibilidad de que Washington les deje colgados de la brocha.

Preparándose para una guerra con China, los marines están redefiniendo cómo van a luchar. Washington Post, 29 marzo.

Es muy probable que la administración de Joe Biden trate de mantener el apoyo a Ucrania para evitar que colapse antes de las elecciones presidenciales, previstas para el próximo noviembre. Otra cosa es que lo logre. Para los republicanos, especialmente para Donald Trump, no tiene mucho sentido ofrecerle ese balón de oxígeno a Biden en año electoral.

Aunque las terminales mediáticas de los demócratas, por si acaso, ya les están poniendo la venda antes de la herida: si Ucrania cae, la culpa será de Trump y los republicanos, por haber bloqueado la financiación reclamada por Biden. Si Ucrania colapsa antes de noviembre, las posibilidades de reelección de Biden, que va detrás de Trump en las encuestas, disminuirán aún más.

“Si Ucrania cae, será el Afganistán de los republicanos”. El autor es miembro del American Enterprise Institute, un gabinete de ideas neoconservador.

En realidad, el argumento demócrata es una falacia. Aunque el Congreso aprobase los 61.000 millones de dólares que Biden exige, la OTAN se enfrenta a problemas que el dinero no puede solucionar. Al menos, no con la rapidez que necesita Ucrania. Jens Stoltenberg, su secretario general, admitía el año pasado que “Nuestras reservas de armas y municiones están agotadas”. Ucrania se está quedando sin soldados, y una nueva ley de reclutamiento está estancada en el parlamento, ante las dudas de varios diputados sobre la constitucionalidad de algunas de las medidas propuestas para quienes evadan la leva forzosa: denegar sus derechos de propiedad, confiscar sus automóviles y bloquear sus cuentas bancarias.

La Unión Europea se enfrenta a la inquietante posibilidad de tener que hacerse cargo del “proyecto Ucrania” sin la ayuda de Estados Unidos: un país destruido por la guerra, con una profunda crisis demográfica, con un futuro más que incierto, a quien las élites europeas le han ofrecido el ingreso en la Unión, con el coste económico y político que eso supondría. Eso es lo que pretende enjaretar Washington a Bruselas.  

La posible victoria de Trump aterra a los dirigentes europeos

La intervención de Trump en un mitin electoral, sacada de contexto, ha servido para encizañar a los ya nerviosos dirigentes europeos ante la perspectiva de su posible regreso a la Casa Blanca. De hecho, en el mitin Trump estaba remitiéndose a una conversación con líderes europeos, cuando era presidente. Entonces, Trump les había advertido que si no contribuían más al presupuesto de la OTAN, Estados Unidos no protegería a quienes no lo hicieran. Los medios, sin embargo, presentaron esta conversación como si acabara de tener lugar.

Como señalé en un artículo anterior, Trump ha manifestado que si él hubiera seguido siendo presidente, la guerra en Ucrania no se habría producido. Además, señaló que estaba dispuesto a acabar con ella en 24 horas, si era reelegido. Esta posibilidad, aunque sea remota, porque hay que tener en cuenta la posición de Rusia, denota una actitud distinta hacia el conflicto. Y eso es lo que ha hecho que los dirigentes europeos entren en pánico.

¿Por qué quería Trump llevarse bien con Rusia y ahora habla de poner fin a la guerra en Ucrania? No es que Trump sea un pacifista, es que es mucho más listo que toda la camarilla que maneja a Biden. La potencia que realmente puede arrebatarle el liderazgo mundial a Estados Unidos es China, no Rusia. Trump pretendía evitar que Rusia acabara en los brazos de China, que es lo que han conseguido los neocon del Partido Demócrata. Porque Rusia y China juntas son invencibles, y su alianza, provocada por la guerra de la OTAN en Ucrania, es mucho más peligrosa para la hegemonía de Washington que otras posibilidades.

Por ejemplo: el mantenimiento del statu quo entre la Unión Europea y Rusia, dos economías complementarias, con la energía rusa alimentando la locomotora alemana, no hubiera supuesto una amenaza al liderazgo estadounidense del calibre de la que representa ahora la amistad sin límites entre Pekín y Moscú. Pero los neocon se empeñaron en meter una cuña entre la Unión Europea y Rusia, lo que les ha salido bien, pero sólo han conseguido destrozar a la UE, al precio de fortalecer a Rusia y reforzar a Putin.

Por eso Trump sigue hablando de acabar con la guerra en Ucrania, para intentar darle la vuelta al desastre provocado por el equipo de Biden para los intereses estadounidenses. El problema es que la voladura de los puentes entre Europa y Rusia ha sido de tal calado que costaría mucho reconstruirlos. No porque Europa se negara a intentarlo si así se lo ordenara Washington – ya sabemos que Bruselas es muy obediente – sino porque a Rusia ya no le interesa regresar al statu quo anterior: no se fía de occidente y, además, no le hace falta. Tiene clientes de sobra para su energía, y la mayoría global a su favor. Occidente se ha quedado aislado.

Los mensajes contradictorios denotan el caos en las élites europeas

Las recientes declaraciones de Josep Borrell, en las que literalmente dice que el apoyo de la OTAN a Ucrania no se debe a razones altruistas, señalan el nivel de ansiedad ante la posibilidad de quedarse solos ante el peligro: “No podemos permitirnos que Rusia gane la guerra, de lo contrario los intereses estadounidenses y europeos se verían perjudicados. No es una cuestión de generosidad, de apoyar a Ucrania porque amamos al pueblo ucraniano. (…) Se trata de nuestro propio interés, se trata también del interés de Estados Unidos como jugador global, que tiene que ser percibido como un socio confiable, proveedor de seguridad para sus aliados”.

Josep Borrell habla sobre los auténticos intereses occidentales detrás de la guerra de Ucrania.

La confesión de Borrell desnuda al emperador en mitad del conflicto: el pueblo ucraniano carece de importancia, lo que está en juego es la hegemonía de Estados Unidos frente a Rusia (y China, aunque no la nombre), y sus mascotas europeas están preocupadas por quedarse sin protección.

Ante la previsible caída de Ucrania en el frente, la nueva narrativa de las élites europeas, dictada desde Estados Unidos, consiste en atemorizar a la población con el mensaje de que si Rusia no es derrotada en Ucrania, seguirá avanzando por el resto de Europa. Los mensajes sobre la inminencia de esa supuesta invasión rusa se suceden sin parar en el viejo continente.

El Institute for the Study of War está dirigido por Kimberly Kagan, la esposa de Frederick Kagan, hermano de Robert, marido de Victoria Nuland. Financiado por las empresas de armamento y otras contratistas del Pentágono, el ISW publicaba el 20 de marzo la siguiente valoración: “Varios indicadores financieros, económicos y militares rusos sugieren que Rusia se está preparando para un conflicto convencional a gran escala con la OTAN, no de manera inminente pero probablemente en un plazo más corto de lo que algunos analistas occidentales han postulado inicialmente”. Un mensaje divulgado rápidamente por la prensa en Ucrania.

ISW: Indicadores económicos y militares sugieren que Rusia se está preparando para una guerra a gran escala con la OTAN.

Mientras los belicistas financiados por los fabricantes de armas agitan el fantasma de la invasión rusa, Josep Borrell debió pensar el otro día que las élites europeas se estaban pasando de frenada. En un brusco giro de guion, el jefe de la diplomacia europea declaraba que “El llamamiento a los europeos para que sean conscientes de los desafíos que afrontan es bueno, pero tampoco tenemos que exagerar. La guerra no es inminente. Oigo algunas voces que dicen que la guerra es inminente. La guerra no es inminente”. 

Cuando el presidente de Polonia, Andrzej Duda, pide aumentar el porcentaje del PIB destinado a gasto militar al 3%  – desde el 2% actual – por parte de los miembros de la OTAN, para evitar que Rusia pueda atacarla en los próximos años,  el presidente del Comité Militar de la Alianza Atlántica también debió pensar que se están cargando demasiado las tintas. El 29 de marzo, el almirante Rob Bauer señalaba que «No hay indicios de que Rusia esté planeando atacar a ningún Estado miembro de la OTAN. No creo que haya una amenaza directa. El problema es que las ambiciones de Rusia van más allá de Ucrania.” ¿Más allá? ¿En qué quedamos?

En este contexto de mensajes contradictorios, la metamorfosis experimentada por Emmanuel Macron merece un análisis. El presidente francés ha pasado de pedir que no se humillara a Rusia, para encontrar una solución diplomática cuando terminara la guerra, a proponer enviar tropas de la OTAN a Ucrania. La sugerencia fue inmediatamente rechazada por Estados Unidos, Alemania, Italia y España. A pesar de esta réplica, dos semanas después Macron insistía en dejar abierta la puerta al envío de tropas “en algún momento”, y recalcaba que su propuesta había sido “meditada”.

Apenas quince días más tarde, Bloomberg publicaba que la proposición de Macron había enfurecido a funcionarios del gobierno estadounidense. Desde el anonimato, sus críticos enfatizaban que sus comentarios tampoco fueron muy inteligentes desde una perspectiva de la seguridad operativa, porque varios países ya tienen algunas tropas estacionadas de forma encubierta en Ucrania. Un extremo confirmado por Radoslaw Sikorski, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, casado con la rusófoba Anne Applebaum. El mismo que agradeció a Estados Unidos la voladura de los gasoductos Nord Stream, al día siguiente del ataque.

Macron quiere llevar la política exterior de Europa. No todo el mundo está de acuerdo. Bloomberg, 27 de marzo de 2024.

Ante la previsible retirada de Estados Unidos del teatro de operaciones europeo, para volcarse en China, Macron está jugando a convertirse en el líder europeo. Cartas no le faltan. Scholz es un cadáver político: en apenas tres años, ha conseguido meter a Alemania en la senda de la ruina, después de haber consentido la voladura de los gasoductos que alimentaban su industria a manos de su supuesto socio. Dos de cada tres empresas alemanas han trasladado parte de sus operaciones fuera del país, debido a la crisis energética provocada por las sanciones a Rusia, de donde Alemania obtenía la energía barata y abundante que la hacía funcionar eficientemente.

El gobierno liderado por el SPD, en coalición con los verdes caqui, así llamados ya en Alemania por su belicismo, ha reabierto las minas de carbón, un combustible muy ecológico, mientras otro caqui, Robert Habeck, ministro de Economía, reconoce que el desempeño de la economía alemana es “dramáticamente malo” y que está tardando más de lo previsto en recuperarse del shock provocado por la disminución del gas proveniente de Rusia.

En este contexto, con uno de los dos motores históricos de la Unión Europea gripado, Macron pretende alzarse con el liderazgo en el continente, oliéndose que la retirada de Estados Unidos va a precisar una voz cantante en Europa, frente a lo que se viene encima. Scholz no va rendirse de inmediato, como lo demuestran sus últimos movimientos. En una entrevista con un medio alemán, el canciller alemán deslizaba una frase que acaparó titulares aquí.

Titular de El País del 28 de marzo de 2024.

La escalada de la retórica belicista europea trata de ocultar su error estratégico

Detrás de la espiral belicista que están alimentando los dirigentes europeos se esconde el deseo de ocultar el error estratégico de haberse alineado con Estados Unidos en su pugna contra Rusia. Nada de lo previsto en el plan ha funcionado. Ni las sanciones, ni los miles de millones transferidos al gobierno de Zelenski, ni las armas de la OTAN, ni el plan para aislar diplomáticamente a Rusia, ni mucho menos el cambio de régimen en el Kremlin que la estrategia perseguía. Reuters citaba recientemente un estudio propio que cifraba en más de 107.000 millones de dólares las pérdidas ocasionadas a las compañías extranjeras por el abandono del mercado ruso. Pocos me parecen.

Políticamente, la estrategia occidental ha sido otro fracaso. Las sanciones sólo han conseguido reforzar a Vladímir Putin. El escritor francés Vladímir Fedorovski, de origen ruso-ucraniano, acertaba en su análisis: «Putin es popular gracias a la presión de Occidente». La popularidad de Vladímir Putin en Rusia es real, y los resultados de las elecciones fueron el fruto de las sanciones y la anulación de la cultura rusa en los países occidentales, declaraba Fedorovski. Los intentos de «poner a Rusia de rodillas» han provocado que los actores políticos prooccidentales hayan perdido toda influencia. Como resultado, surgirá una nueva élite marcada por el sentimiento antioccidental, orientada hacia Asia, convencida de que es el futuro: «Será una Rusia fortaleza, opuesta a Occidente».

Esto ya ha ocurrido. Un político anteriormente considerado prooccidental, como Dimitri Medvédev, arroja vitriolo en su cuenta en X (Twitter), o se dedica a trolear la “fórmula de paz” de Zelenski. Medvédev ha sido presidente, primer ministro y actualmente es el vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia.

Las élites europeas son conscientes de que la apuesta les ha salido mal, pero no pueden reconocerlo. Sólo les queda la huida hacia adelante, la escalada bélica, aun a riesgo de provocar la tercera guerra mundial. Un término que las élites están manejando con una frivolidad espeluznante, teniendo en cuenta las capacidades nucleares de los contendientes.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Es lo que intenta contestar Rafael Poch en su último artículo. Poch opina que occidente piensa que Putin va de farol. Estados Unidos y la Unión Europea creen que pueden tirar de la cuerda como lo están haciendo, sin que vayan a provocar una respuesta por parte del Kremlin que desborde el marco territorial – y convencional – del actual conflicto. Un enfrentamiento que, sin embargo, Rusia ya califica de guerra, abandonando el eufemismo anterior, lo que resulta significativo. Y ese perderle el miedo a una tercera guerra mundial es extremadamente peligroso, porque los materiales están muy calientes y cualquier chispa podría desatar el incendio. Lleva razón.

A pesar del enorme riesgo, las élites europeas siguen empecinadas en escalar el conflicto. La prensa occidental ha pasado de la euforia por la contraofensiva ucraniana que, supuestamente, iba a provocar la espantá de las tropas rusas, a hablar abiertamente de la caída de Kiev, como titulaba recientemente The Times. Sin embargo, el cambio de guion sirve al mismo objetivo: la solución es suministrar más armas al gobierno de Kiev, ese pozo sin fondo.

Es hora de hablar de la caída de Kiev. Titular de The Times del 27 de marzo de 2024.

En lugar de apostar por organizar una conferencia de paz en serio, Europa y Estados Unidos siguen dedicándose a negociar entre ellos, buscando una salida al callejón en el que se han metido. En el foro de Davos ya se barajaba una posible reunión en Suiza de “líderes mundiales” para darle otra vuelta a la “fórmula de paz” de Zelenski, pero sin la presencia de Rusia. Una idea que ha sido calificada por el portavoz de Putin, Dimitri Peskov, de “extravagante” y “ridícula”. Ciertamente parece chocante pretender alcanzar un acuerdo de paz en ausencia de uno de los contendientes. Así que el objetivo de la reunión debe ser otro.


Análisis del European Council on Foreign Relations.

Europa ha abandonado cualquier pretensión de obtener esa “autonomía estratégica” que reclamaba el veleta Macron. Hasta el European Council on Foreign Relations estima que la profunda dependencia de Estados Unidos supone una “postura imprudente” para Europa. El gabinete alerta de que Washington “espera que la Unión Europea y al Reino Unido se amolden a su estrategia para China, usando su posición de liderazgo para asegurar ese resultado. Que Europa se convierta en vasallo de Estados Unidos es desaconsejable para ambas partes”. Vasallo. Esa palabra, y no otra, es la que utiliza el ECFR para referirse a Europa.

Si los dirigentes europeos pretenden ocultar su error estratégico, o sus problemas domésticos, encadenándose aún más a su señor feudal, lo único que van a conseguir es cavar un foso más hondo. El problema es que a quien están hundiendo es a nosotros, porque las élites tienen la costumbre de salir airosas de sus desmanes, encontrando otros puestos en la burocracia, cada vez más frondosa. Mientras tanto, la ciudadanía está a por uvas, y las guillotinas cogiendo polvo en los desvanes de la Historia…

La OTAN trata de mentalizarnos para una guerra contra Rusia

6 de febrero de 2024

Las élites pretenden convencernos de que Rusia atacará a la OTAN si no es vencida en Ucrania

Después de haber reconocido el fracaso de la contraofensiva de Ucrania, y de admitir que no prevé que el gobierno de Kiev recupere territorios en 2024, Estados Unidos está diseñando una nueva estrategia para la guerra en Ucrania. Por si acaso a alguien todavía le quedaba alguna duda del carácter de guerra subsidiaria del conflicto, que en realidad comenzó en 2014.

Según filtraciones al Washington Post, la nueva estrategia consistiría en “ayudar a Ucrania a defenderse de nuevos avances rusos mientras avanza hacia un objetivo a largo plazo de fortalecer su fuerza de combate y su economía”. Sin embargo, la narrativa que están construyendo los medios de comunicación convencionales para reformular la conflagración, a la vista del fracaso del esfuerzo de los 37 países que han aportado ayuda militar, financiera o humanitaria a Ucrania, es muy distinta. 

Titular del Washington Post del 26 de enero de 2024.

En una clara coordinación, unos días más tarde, el diario El País enviaba a los lectores en español el mismo mensaje.

Titular de El País del 4 de febrero de 2024.

En mi artículo anterior, ya me ocupé de “la teoría del dominó” que estaban esparciendo las élites y sus serviciales medios: “Si Putin gana, no se detendrá en la frontera con Ucrania”, resumía el exdirector de la CIA, Mike Pompeo. Por si este argumento no fuera suficiente para asustar a la población de Europa, quien se vería afectada por las supuestas ambiciones imperiales de Putin, asistimos a una cascada de declaraciones de altos cargos de la OTAN y de los gobiernos europeos, alarmando con la supuesta inevitabilidad de una guerra directa con Rusia.

Con el objetivo de manufacturar el consentimiento de la ciudadanía europea a un escenario tan apocalíptico, el de una guerra entre potencias nucleares, el bombardeo mediático al que nos someten va in crescendo.

El 19 de enero, Rob Bauer, el almirante al frente del Comité Militar de la OTAN, advertía de que “no todo va a ser guay en los próximos 20 años”, añadiendo: «No estoy diciendo que mañana vaya a ir mal, pero tenemos que darnos cuenta de que no podemos dar por descontado que estemos en paz. Por eso tenemos planes, por eso nos estamos preparando para un conflicto con Rusia y los grupos terroristas si llega el momento». Nótese la vecindad de las palabras “Rusia” y “terroristas” en la frase.

Titular de Vanguardia, México, del 19 de enero de 2024.

El mismo día, Emmanuel Macron pedía a los industriales  de defensa de Francia una transición a una “economía de guerra”, para poder seguir suministrando armas a Ucrania, porque «no podemos dejar que Rusia piense que puede ganar (…) Una victoria rusa es el fin de la seguridad europea». Macron utilizó la expresión “economía de guerra” seis veces en su discurso, por si quedaba alguna duda.

El mismo día – qué casualidad – el ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, afirmaba que Rusia podría atacar un país de la OTAN en un plazo de entre 5 y 8 años. El día anterior, el ministro de Asuntos Exteriores de Lituania abundaba en la “teoría del dominó”. Gabrelius Landsbergis declaraba que “Si Ucrania no derrota a Rusia, la victoria de Moscú no acabaría bien para Europa”.

Titular de Politico del 19 de enero de 2024.

Tres días más tarde, el 22 de enero, haciéndose eco de un artículo en el tabloide británico The Sun, La Razón reproducía las advertencias de varios “expertos” acerca de la necesidad imperiosa de una victoria de la OTAN frente a Rusia en Ucrania. Richard Barrons, exjefe de la Fuerzas Conjuntas del Reino Unido, opinaba que Putin ya considera el conflicto en Ucrania como una guerra contra la OTAN (como si no lo fuera), y que “se volverá contra la OTAN cuando no esté tan centrado en Ucrania”. El coronel estonio Andrus Merilo subía el tono: «Ucrania tiene que ganar esta guerra, no hay alternativa, o cualquier nación de la OTAN estará en riesgo».

Titular de La Razón del 23 de enero de 2024.

Tan sólo tres días después, el líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, señalaba que «Europa debe crear disuasión, debemos ser capaces de disuadir y defendernos. (…) Todos sabemos que cuando las cosas se ponen difíciles, la opción nuclear es la realmente decisiva». Ante la perspectiva de una posible victoria de Donald Trump en noviembre, Weber enviaba un mensaje que no se corresponde con el papel de subordinación a Washington que ha adoptado la Unión Europea: «Independientemente de quién resulte elegido en Estados Unidos, Europa debe poder valerse por sí sola en términos de política exterior y poder defenderse de forma independiente».

Y para rematar, sólo faltaba Josep Borrell. En una columna para Le Nouvel Observateur, recalcaba que “La victoria de Ucrania es la mejor garantía de seguridad para Europa” y prevenía contra “las tentaciones de conciliación”. Borrell aprovechaba la ocasión para pedir el suministro de misiles de largo alcance a Ucrania y otras armas avanzadas, así como “un renacimiento de la industria de defensa europea”.

Para Borrell, el incremento del gasto en defensa de la Unión Europea en un 40% desde 2014 es insuficiente. También se lamenta de que la industria de defensa europea se vea “reducida a su capacidad de producción en tiempos de paz”. Con otras palabras, está exigiendo lo mismo que Macron: pasar a una economía de guerra.

¿El regreso de la mili obligatoria en Europa?

Ante un conflicto que ha ido disminuyendo su presencia en los medios de comunicación de masas, del que no se habla en los bares, y que la OTAN está perdiendo frente a Rusia, la estrategia de Estados Unidos y sus vasallos europeos se ha decantado por intentar mentalizar a la población de que Rusia va a escalar el conflicto, atacando países de la OTAN, si no es vencida en Ucrania.

El objetivo es meternos miedo, una de las palancas más efectivas para manipular al ser humano.

En lugar de reconocer su fracaso, lo que pondría a las élites en la picota, y a la ciudadanía en disposición de exigir responsabilidades políticas, nuestros dirigentes están optando por meternos en una dinámica de guerra directa contra la mayor potencia nuclear del mundo. Como si no hubieran aprendido nada de lo que está sucediendo en Ucrania, a pesar de los miles de millones inyectados en aquel país.

Las élites tratan de involucrar a la ciudadanía en sus planes de guerra, de convencernos de la inevitabilidad de su agenda política, como si no existieran alternativas para resolver los conflictos que instiga Estados Unidos en el mundo, para asegurar su primacía, en detrimento de sus propios aliados. Basta ver la situación a la que se ha visto abocada Europa desde el comienzo de la guerra en Ucrania.

El general Sir Patrick Sanders, jefe del ejército británico, insinuaba una recuperación del servicio militar obligatorio, refiriéndose a la necesidad de crear un “ejército ciudadano”. En su opinión, el ejército profesional del Reino Unido es demasiado pequeño para aguantar durante mucho tiempo una guerra contra Rusia. Aunque el gobierno rechazó esta posibilidad, calificándola de “no útil”, otros países europeos como Letonia y Suecia han desempolvado formas de servicio militar. Boris Pistorius, el ministro de Defensa alemán, dijo en diciembre que estaba “considerando todas las opciones”.

El ministro de Defensa británico, Grant Shapps, conmina a los transeúntes a entrenarse y equiparse para la guerra, ahora.

En el mismo sentido van las palabras de Carl-Oscar Bohlin, ministro de Defensa Civil de Suecia, que declaró ante un público atónito que “la guerra podría llegar a Suecia” y que la nación necesitaba prepararse para ello, rápidamente. El comandante en jefe del ejército sueco, Micael Bydén, intervino para remachar el mensaje: “La guerra de Rusia contra Ucrania es sólo un paso, no un final”. En una entrevista televisiva posterior, Bydén dijo que todos los suecos debían prepararse para la guerra: «Necesitamos darnos cuenta de cuán grave es realmente la situación y que todos, individualmente, deben prepararse mentalmente«.

Conviene recordar que fueron Napoleón y Hitler quienes invadieron Rusia, con los resultados ya conocidos. También resulta pertinente subrayar, porque occidente está enfrascado en reescribir la historia, que fueron las tropas del Ejército Rojo, y no las aliadas, las que liberaron Berlín. Fue la Unión Soviética quien puso toda la carne en el asador para librar a Europa de los nazis, dejándose en el empeño entre 26 y 27 millones de muertos. Por poner las cifras en perspectiva, los Estados Unidos sufrieron 420.000 víctimas mortales en la Segunda Guerra Mundial.

Los medios de comunicación occidentales y Hollywood llevan décadas trabajando para cambiar la percepción de la población sobre la importancia del papel de la URSS en la SGM. En 1945, en una encuesta realizada en Francia, el 57% de los sondeados pensaba que había sido Moscú quien había contribuido en mayor medida al esfuerzo bélico, frente al 20% que mencionaba a Estados Unidos. En 2004, cuando se repitió la encuesta, las cifras se habían invertido: sólo el 20% mencionaba a la URSS en primer lugar. La reescritura de la historia es otra pata de la estrategia para desprestigiar la imagen de Rusia.

Occidente trata por todos los medios de demonizar a Putin, porque se negó a ser otro Yeltsin que siguiera facilitando el saqueo. Se esfuerza por presentar a Rusia como una amenaza contra la democracia, mientras difama o condena al ostracismo a todos quienes disienten de la narrativa oficial, como le ha pasado al actor y comediante Russell Brand, tras unas oportunas acusaciones anónimas de abuso sexual. En algún caso se les deja morir en una prisión en Ucrania, como ha ocurrido recientemente con Gonzalo Lira, cuyos análisis, aún disponibles en redes sociales, incluían opiniones que cuestionaban el relato fabricado por occidente.

Por qué el establishment presenta a Trump como una amenaza

Manfred Weber, el citado líder del Partido Popular Europeo, se refería a la hipotética elección de Donald Trump como próximo presidente en los siguientes términos: «Queremos la OTAN, pero también tenemos que ser lo suficientemente fuertes como para poder defendernos sin ella o en tiempos de Trump». Daba así por sentado que, en el caso de una victoria de Trump, Estados Unidos iba a dejar colgada de la brocha a la Unión Europea, si Rusia no se contentara con el control de Ucrania y avanzara sobre países de la OTAN.

Titular de Politico del 25 de enero de 2024

Según el comisario francés Thierry Breton, en una tensa reunión en 2020, Donald Trump le dijo a Úrsula von der Leyen que Estados Unidos nunca acudiría en ayuda de Europa en el caso de que fuera atacada, y que la OTAN estaba muerta.  Sin embargo, el propio Trump relataba en un reciente mitin que, gracias a esa estrategia, consiguió que la Unión Europea aumentara su gasto en defensa en “miles y miles de millones de dólares”.

En la campaña electoral tras la que fue elegido presidente, Donald Trump estableció como una de las metas de su política exterior establecer relaciones estrechas con Rusia. A raíz de estas intenciones, el Partido Demócrata fabricó el denominado “Russiagate” a partir del “dossier Steele”, redactado por un exagente de inteligencia británico, que recibió 160.000 dólares del Comité Nacional del Partido Demócrata y del equipo de campaña de Hillary Clinton. El objetivo era vincular el éxito de Trump a una supuesta interferencia de Rusia en el proceso electoral estadounidense.

Los poderes fácticos que manejan la agenda política en Estados Unidos han apostado por el Partido Demócrata. Trump siempre resultó un personaje incómodo para el establishment. Inmediatamente después de que Rusia invadiera Ucrania, Trump declaró que tal cosa no se habría producido si él hubiera seguido siendo presidente. Una afirmación que ha repetido en varias ocasiones. Trump también se ha mostrado dispuesto a acabar con la guerra en Ucrania en un solo día. Una posibilidad que a Zelenski le pareció “muy peligrosa”.

A los neoconservadores que dirigen la política exterior de Estados Unidos esa hipótesis también les parece peligrosa. De ahí todos los esfuerzos que está haciendo el Partido Demócrata por, si no encarcelarle, al menos impedir que Trump se presente a las elecciones, con la colaboración de jueces afines, en un claro ejemplo de lawfare

Podemos pensar que las declaraciones de Donald Trump no pasan del mero electoralismo. Pero también podemos tener en cuenta los hechos y preguntarnos si, en este caso, expresa lo que realmente se propone si alcanza la presidencia. Si no, ¿a qué vino la campaña del Partido Demócrata para deslegitimar la victoria de Trump? ¿A qué vienen todos los intentos de impedir que vuelva a presentarse?

Con la excepción de Irán, de cuyo acuerdo nuclear se retiró, en política exterior Trump se ha mostrado partidario de dialogar con los adversarios de Estados Unidos: Rusia, Corea del Norte, China. Es la principal diferencia con Joe Biden, que carece de capacidad de interlocución, o de voluntad política, para hablar con los principales rivales de Washington. Se ve que al estado profundo le da miedo que el inquilino de la Casa Blanca departa siquiera con sus adversarios, y lo confían todo al uso de la fuerza, o la amenaza de hacerlo, como palancas para implementar su dominio en el mundo.

Donald Trump con el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, y con Vladimir Putin.

Ante el fracaso de su estrategia, Estados Unidos apuesta por la escalada

Los neoconservadores carecen de la más mínima capacidad de autocrítica. En lugar de reconocer el fracaso de su enfoque, lo que haría tambalearse los cimientos sobre los que se sustenta su arrogancia, su opción es incrementar la escalada bélica. Eso sí, achacándosela a su adversario.

La paz les viene muy mal para sus negocios, como acaba de reconocer el secretario general de la OTAN. Haciendo gala de una chocante sinceridad, Jens Stoltenberg reconocía en una entrevista que «Ucrania es un buen negocio para Estados Unidos. Y la mayor parte del dinero que Estados Unidos proporciona a Ucrania en realidad se invierte aquí en Estados Unidos, comprando equipos estadounidenses que enviamos a Ucrania. Así que esto nos hace a todos más seguros y [hace] que la industria de defensa de Estados Unidos sea más fuerte».

En Ucrania, durante su reciente visita de dos días, Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado, se mostró confiada en que el Congreso apruebe el nuevo paquete de ayuda a Ucrania solicitado por Biden, por un importe de 61.000 millones de dólares. El principal cerebro tras el golpe de Estado del Maidán, en 2014, aseguró sentirse impresionada por la “unidad y resolución” que había encontrado en Kiev. El mismo día de su llegada, el 31 de enero, el Washington Post publicaba que Zelenski se aprestaba a destituir al general Zaluzhni, el jefe de las fuerzas armadas. Zelenski le solicitó la dimisión el 30 de enero, a lo que el general se negó. Tremenda demostración de unidad.

El 2 de febrero, el mismo diario titulaba así: “Ucrania informa a Estados Unidos sobre la decisión de despedir al comandante en jefe”. Según el Washington Post, el hecho de avisar con anticipación del previsto cese “refleja el papel influyente de Estados Unidos como el respaldo militar y político más poderoso de Ucrania”, y subtitulaba que la Casa Blanca ni apoyaba ni objetaba la medida.

Titular del Washington Post del 2 de febrero de 2024

Lo que denota esta deferencia es el papel subordinado del gobierno de Kiev respecto a la Casa Blanca. A pesar de que la Unión Europea ha contribuido financieramente en mayor medida que Estados Unidos a alimentar la guerra en Ucrania, y está siendo la principal perjudicada de la contienda, carece de peso político en el enfrentamiento, cuyo resultado va a determinar el futuro no sólo de Europa, sino del mundo.

Las instituciones de la Unión Europea son las que más ayuda han suministrado a Ucrania, según el Instituto para la Economía Mundial de Kiel. Ilustración: Statista.

Un portal de noticias de Ucrania recogía las dificultades que estaba encontrando Zelenski para encontrar a un sustituto de Zaluzhni, publicadas por el Washington Post“El retraso indica indecisión por parte del presidente, el jefe de la administración Andriy Yermak y el ministro de Defensa, Rustem Umerov, o confusión, ya que los candidatos potenciales pueden no querer asumir el cargo, dadas las débiles perspectivas de mejorar la situación en el campo de batalla en Ucrania en el futuro cercano”.

Una decisión que debía plasmarse en un decreto que, a la hora de publicar este artículo, no había sido promulgado. Cuando un presidente no es capaz de forzar la dimisión de un subordinado, ni es capaz de reemplazarlo, se enfrenta a una crisis política. Veremos cómo se resuelve pero, de entrada, el liderazgo de Zelenski queda muy debilitado.

Objetivo: alimentar la guerra en Ucrania hasta las elecciones presidenciales

Joe Biden ha invertido demasiado capital político como para dejar caer el conflicto en Ucrania antes de que se celebren las elecciones presidenciales, en noviembre. No se puede permitir dar ni un paso atrás, ni mucho menos reconocer el fracaso del proyecto. Así que el único camino que le queda es seguir escalando el conflicto.

Las élites occidentales tienen que luchar contra otro enemigo, además de Rusia, para convencer a la ciudadanía de que es necesario seguir enviando armas y dinero al gobierno de Kiev: el olvido. En paralelo a la progresiva evanescencia del conflicto en los medios de comunicación, la población se ha desconectado de la guerra en Ucrania: las banderas han desaparecido de los pocos balcones donde había, así como de los perfiles en redes sociales de quienes apoyan lo que está en boga en los telediarios. 

Titular de El País del 26 de noviembre de 2023.

Dirigentes europeos, como Josep Borrell, o el ministro de Economía alemán, Robert Habeck, tienen la desfachatez de reconocer que el modelo de negocio europeo se basaba en la energía barata procedente de Rusia y las oportunidades de negocio en el mercado chino. Haber asumido la agenda de sanciones dictada por Washington contra Moscú ha provocado la crisis de ese modelo, la desindustrialización de Alemania, y el empobrecimiento de la ciudadanía europea, víctima de una inflación desbocada.

Sin embargo, las élites europeas, en lugar de asumir responsabilidades por las nefastas consecuencias de sus políticas, siguen empecinados en ellas. Pretenden convencernos de que hay que seguir metiendo dinero en el pozo sin fondo de Ucrania, ahora bajo el pretexto de que, sin una victoria de Kiev, los siguientes en ser invadidos por Rusia seremos nosotros. Nos toman por idiotas.

La rebelión de los agricultores europeos, con manifestaciones, bloqueos y protestas en Holanda, Francia, Alemania, Portugal, Italia, Grecia, Polonia, Rumanía, Lituania, Bélgica y España, supone la primera señal de que la ciudadanía se está cansando de sufrir las consecuencias de las nefastas políticas adoptadas por la Unión Europea. Hasta la BBC reconoce que “el efecto dominó de la guerra en Ucrania ha provocado protestas en casi todos los rincones de Europa”.

El encarecimiento de los precios del diésel, motivado por las sanciones a Rusia, el incremento de la inflación, el levantamiento de las restricciones a las importaciones de cereal de Ucrania, que produce sin las estrictas reglamentaciones sanitarias y medioambientales europeas, y el fin de los subsidios gubernamentales al combustible, han conseguido llevar a los agricultores europeos a una situación límite.

La OTAN está empujando el conflicto Rusia – Ucrania hacia una “guerra mundial”.

En Francia y Alemania otros colectivos se han sumado a las protestas. Su ejemplo debería sacudir al resto de la sociedad europea para sacarla de la pasividad. Es hora de exigir responsabilidades a nuestros dirigentes y demandar una rectificación de sus políticas, porque si no lo hacemos ahora, además de llevarnos a la ruina, nos terminarán metiendo en otra guerra, como advierte el diario chino Global Times.

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Después de que Alemania, el primer contribuyente de la Unión Europea, pasara años renegando de los eurobonos, la Unión Europea está valorando ahora un plan para endeudarse y soslayar así el veto de Víktor Orbán a entregar 50.000 millones adicionales a Ucrania. De esa cantidad, 33.000 serían préstamos, y 17.000, ayudas a fondo perdido. En 2011, Ángela Merkel sostenía que los eurobonos supondrían “colectivizar” la deuda. La canciller alemana añadía que desincentivaría que cada país adoptara las medidas pertinentes para estabilizar sus economías. Era la época del austericidio.

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