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Israel ataca a Irán para asegurarse carta blanca en Gaza

26 de abril de 2024

Estados Unidos titubea frente al plan de Israel para invadir Rafah

El resumen publicado por la Casa Blanca de la conversación telefónica mantenida el 29 de octubre entre Joe Biden y el presidente de Egipto, Abdel Fattah Al-Sisi, parecía indicar que Estados Unidos se oponía a las pretensiones de Israel de expulsar a la población de Gaza, para instalarla en tiendas de campaña en el Sinaí. Así se deducía de esta frase: “garantizar que los palestinos en Gaza no sean desplazados a Egipto ni a ninguna otra nación”. En mi artículo de noviembre, ya expresé mi escepticismo ante esta afirmación, teniendo en cuenta la carta blanca que Biden otorgó a Netanyahu en su viaje a Israel, según la propia prensa hebrea.

Sin embargo, la extrema crueldad desplegada por los militares hebreos durante esta última fase de su genocidio contra el pueblo palestino, y el altísimo número de víctimas civiles, le está provocando dificultades políticas a Joe Biden, que busca la reelección, a pesar de sus evidentes limitaciones cognitivas.

Además del rechazo que su apoyo incondicional a Israel está provocando en amplias capas de la población, incluyendo a potenciales votantes demócratas, el presidente de Estados Unidos se enfrenta a una demanda por una posible complicidad en el genocidio sionista. Protestas en las universidades estadounidenses del actual calibre no se producían desde la guerra de Vietnam.

Protestas en la Universidad de Columbia, Nueva York. Foto: USA Today.

Debido a esta presión interna, Biden probablemente se esté resistiendo a las pretensiones de Netanyahu de expulsar a la población palestina de Gaza, lanzando un ataque masivo contra Rafah que desplazara a los palestinos hacia el Sinaí, ante la ausencia de otra alternativa. Debido a la posición de la Casa Blanca, la anunciada ofensiva sionista en Rafah aún no se ha producido, a pesar de las advertencias de Israel a Hamás acerca de la inminencia del ataque, si no liberaba a los rehenes antes del Ramadán. Más de dos meses después, la ofensiva sobre Rafah aún no ha tenido lugar, claro indicio de los temores de Washington por sus consecuencias.

Israel lanzará un ataque en Rafah a menos que los rehenes estén en casa en marzo. Titular de Bloomberg del 18 de febrero de 2024.

Israel provoca a Irán con un ataque a su consulado en Siria

Ante las resistencias de la Casa Blanca a consentir el desalojo de la población de Gaza, Netanyahu ha recurrido al ardid de involucrar a Irán en la ecuación. El primer ministro israelí sabía que el ataque israelí al consulado iraní en Damasco iba a provocar una respuesta armada por parte de Teherán.

La Convención de Viena establece la inviolabilidad de las delegaciones diplomáticas. La legislación internacional determina que su bombardeo constituye un acto de guerra. El zarpazo sionista provocó la muerte de siete personas, entre ellas un general de brigada de la Guardia Revolucionaria, lo que obligaba a Irán a devolver el golpe, de alguna manera. Así ocurrió doce días más tarde. Hasta 300 drones y misiles fueron lanzados por Irán contra territorio israelí.

Israel lleva atacando a Siria más de una década. Ha bombardeado en repetidas ocasiones el aeropuerto internacional de Damasco, una infraestructura civil. Desde el 7 de octubre, Israel ha atacado a Hezbolá en Líbano cerca de 4.000 veces. Las agresiones israelíes contra Siria y el Líbano no han provocado ninguna repulsa por parte de la “comunidad internacional”. Un concepto que, en realidad, engloba únicamente a las naciones occidentales, que pretenden hacerse pasar por todo el mundo.

Sin embargo, la represalia iraní por el acto de guerra israelí suscitó inmediatamente el airado rechazo de la “comunidad internacional”. O sea, de Estados Unidos y la Unión Europea, que se aprestaron a anunciar una nueva ronda de sanciones contra Irán. Bruselas, por boca de Josep Borrell, condenó la represalia iraní “en los términos más contundentes”, tildándola de “amenaza a la seguridad regional”. Debe ser que los bombardeos de las embajadas contribuyen a la paz mundial, según quién los ejecute.

La estrategia de Netanyahu para despoblar Gaza pasa por Irán

Aunque varias figuras políticas de peso en Estados Unidos le tienen muchas ganas a Irán, a Joe Biden no le interesa, en este momento, una escalada entre Tel Aviv y Teherán que desemboque en una guerra abierta entre ambos, lo que requeriría la implicación directa de Washington en el conflicto.

Podría parecer que la estrategia de Netanyahu pasa por arrastrar a Estados Unidos a una guerra directa con Irán. Así lo plantean algunos medios, por lo general bastante ponderados en sus análisis, como Responsible Statecraft, en un artículo publicado el 5 de abril.

¿El plan de Israel es arrastrar a Estados Unidos a una guerra con Irán?

Sin embargo, yo creo que la estrategia de Netanyahu va por otros derroteros. El primer ministro está aprovechando que los políticos occidentales, y sus medios, están presentando la respuesta de Irán al ataque israelí a su delegación diplomática en Damasco como una acción no provocada. Esta ficción tiene la virtud de legitimar a Israel para ejercer su “derecho a defenderse”, el mantra acuñado para intentar blanquear la actual fase del genocidio sionista contra la población palestina.

A cambio de “renunciar” a su legítimo “derecho a defenderse” frente a la agresión iraní, mostrando “moderación” al desistir de escalar el conflicto, Netanyahu estaría buscando el “permiso” de Washington para lanzar la ofensiva sobre Rafah.

Si opta por aceptar el planteamiento de Netanyahu, Joe Biden se ahorra una guerra directa con Irán, que le viene fatal para su reelección en este momento. Israel aparece como un “moderado” que se ha tragado el sapo de la “agresión” iraní sin responder como los ayatolas se merecen y, tras haber desviado la atención durante unas semanas del genocidio en Gaza, se encuentra con las manos libres para continuar con su plan. Que no es otro que proseguir con la limpieza étnica del territorio para, después de desescombrarlo, ocuparlo con nuevas oleadas de colonos sionistas y anexionárselo por la vía de los hechos consumados.

El 19 de abril, Estados Unidos informó de que Israel había lanzado un misil contra la región de Isfahan, en Irán, donde se ubican instalaciones para el enriquecimiento de uranio. Adoptando un perfil bajo, Tel Aviv no reivindicó el ataque, cuyas consecuencias fueron minimizadas por Teherán. La Agencia Internacional de Energía Atómica confirmó que las instalaciones nucleares iraníes no habían sufrido ningún daño. Netanyahu había apostado por mantener un perfil bajo frente a Irán, porque tenía la mira apuntando a Gaza.

El 21 de abril, el jefe del Estado Mayor del ejército israelí, Herzi Halevi, aprobaba “la continuación de la guerra”. Significativamente, lo hacía en el cuartel general del Mando Sur, la latitud donde se sitúa Rafah. El 9 de abril, Netanyahu declaró que la invasión de Rafah ya tenía fecha. El 25 de abril varios medios publicaban que Israel había adquirido 40.000 tiendas de campaña con capacidad para 10 o 12 personas.

Titular de eldiario.es del 24 de abril.

Veremos si el asalto sobre Rafah finalmente se produce, y cuál es la reacción de los países árabes, especialmente de Egipto, que sería el destino previsible, por vecindad, de la población palestina expulsada de Gaza.

Con las excepciones de Irán y Yemen, y de Emiratos Árabes Unidos, que rompió relaciones con Israel, la actitud del mundo árabe no ha pasado de una mera condena del genocidio sionista, con una palmaria ausencia de acciones para intentar ponerle fin. Herramientas no les faltan a los principales productores de petróleo del mundo, pero se ve que no están por la labor de utilizarlas, como sí hicieron en los años 70 del pasado siglo. Tanto si su pasividad responde a la falta de voluntad política, como a la ausencia de coraje, los países árabes harían muy bien en reconsiderar su inacción. De lo contrario, los siguientes en la lista muy bien podrían ser ellos.

EE. UU. otorga el derecho de veto a Israel sobre el reconocimiento del Estado palestino

Un día antes del ataque israelí no reivindicado, Estados Unidos había vetado en el Consejo de Seguridad de la ONU una resolución que proponía el reconocimiento del Estado Palestino. Washington se quedó solo en su posición, con el resto de los miembros votando en contra, excepto dos abstenciones de postureo: Reino Unido y Suiza.

El vice embajador de Estados Unidos ante Naciones Unidos, Robert Wood, trataba de justificar el veto del país al que representa: «Una vez más, Estados Unidos continúa apoyando firmemente la solución de dos Estados. Esta votación no refleja oposición a la condición del Estado palestino, sino que es un reconocimiento de que solo surgirá de negociaciones directas entre las partes«.

Dejando al margen el cinismo que representa la primera parte de su declaración, el representante de Washington estaba otorgando de facto a Israel el poder de veto sobre el reconocimiento del Estado Palestino: si dicho estatus sólo puede alumbrarlo el resultado de una negociación entre Israel y Palestina, es suficiente con que Tel Aviv se oponga para evitarlo. Sabe que Estados Unidos vetará cualquier iniciativa en la ONU que lo intente, como acaba de ocurrir.

Fuente: Council on Foreign Relations.

Durante décadas, Israel se ha encargado de fragmentar el territorio palestino, mediante la usurpación y la colonización ilegal, aunque esto último en realidad es un pleonasmo. ¿Acaso el colonialismo puede ser legal? Lo ha hecho de manera metódica, de tal modo que no existe continuidad entre los distintos territorios bajo control palestino (zona A en la ilustración, en marrón oscuro). La zona B, en beige, está bajo control compartido. La zona C, en azul, es de control israelí. 

Los acuerdos de Oslo II, que establecían la división temporal del territorio en estas tres zonas, y subrayo lo de temporal, fueron incumplidos por Israel. Los acuerdos estipulaban que, en el plazo de cinco años, se debía alcanzar un pacto definitivo, por el que Palestina accedería a la autodeterminación y, por tanto, al estatus de Estado independiente.

El estatus de Jerusalén y el de los territorios colonizados ilegalmente se negociaría más adelante. Yitzhak Rabin, firmante de los acuerdos por Israel, fue asesinado por un judío ultranacionalista, y lo pactado en Oslo se desvaneció en el aire. La colonización ilegal por parte de Israel ha continuado sin pausa desde la firma de Oslo, en 1993. El proceso de “profundización del apartheid” por parte del gobierno sionista queda de manifiesto en la siguiente ilustración, correspondiente a un estudio del profesor Oren Yiftachel, de la Universidad del Negev, en Israel.

En rojo, asentamientos de colonos judíos, a lo largo de los años. Entre paréntesis, su número. Fuente: Deepening apartheid: The political geography of colonizing Israel/Palestine, by Oren Yiftachel.

El 21 de febrero, el parlamento israelí votó mayoritariamente a favor del rechazo al reconocimiento “unilateral” del Estado Palestino: 99 de los 120 diputados mostraron su apoyo a Netanyahu, en una clara indicación de que en este asunto apenas existen diferencias entre gobierno y oposición.

La postura de Israel coincide con la expresada por el vice embajador estadounidense en la ONU: el reconocimiento del Estado Palestino requiere, necesariamente, de un acuerdo entre las dos partes. Netanyahu ya se ha erigido como un baluarte frente a tal posibilidad, por lo que el poder de veto otorgado por Estados Unidos no hace sino reforzar la posición sionista.

La respuesta de Irán evidencia las debilidades de occidente

La estrategia de Netanyahu para prorrogar la carta blanca que Biden le otorgó puede que le salga bien para continuar con su genocidio en Gaza. Sin embargo, aparte del grave deterioro que las masacres sionistas están provocando en la imagen de Israel, su ataque a la delegación diplomática de Irán en Damasco ha dado ocasión a Teherán para poner el descubierto las carencias militares del Estado sionista.

La respuesta de Irán al golpe sionista a su embajada  (anunciada con anticipación conforme a fuentes turcas, jordanas e iraquíes), le costó a Teherán unos 20 millones de dólares, según los cálculos de Chas Freeman, ex embajador de Estados Unidos en Arabia Saudita. El mismo diplomático calcula en 1.300 millones de dólares lo que le costó a Israel, y a sus aliados, interceptar la mayoría de los 300 drones y misiles lanzados por Irán. Así lo recoge Rafael Poch en su blog.

Sin embargo, a pesar de tal dispendio y movilización de recursos por parte de Israel, y de sus aliados, que colaboraron para interceptar los proyectiles iraníes, algunos misiles lograron burlar la “cúpula de hierro”, que supuestamente blinda a Israel de los ataques por vía aérea. Y dichos misiles no eran precisamente de los más modernos. El 23 de abril, Seyed Ebrahim Raisi, presidente de Irán, remachaba el mensaje que ya habían lanzado los proyectiles iraníes: “Si el régimen sionista vuelve a cometer un error y agrede la tierra santa de Irán, la situación será diferente y no está claro qué quedará de ese régimen”.

El 16 de agosto de 2023, Joe Biden pronunciaba la siguiente frase al término de un discurso: “Solo recordad quiénes somos, en el nombre de Dios. Somos los Estados Unidos de América. Y no hay nada, nada, nada más allá de nuestra capacidad cuando lo hacemos juntos”.

La arrogancia de las élites estadounidenses les impide ver que el mundo ha cambiado muchísimo desde que la implosión de la Unión Soviética les hizo creerse el relato del fin de la historia, con ellos como triunfadores y, por tanto, legitimados para imponer su “mundo basado en reglas” (las suyas) al resto del planeta.

A pesar de que el Congreso de Estados Unidos acaba de aprobar un “paquete de ayuda” de 95.000 millones de dólares para Ucrania, Israel y Taiwán, resulta dudoso que Washington pueda mantener el gasto de tres guerras por intermediación a la vez.

La deuda pública de Estados Unidos, que en enero alcanzó los 34 billones, ya crece en un billón de dólares cada 100 días, según datos del Departamento del Tesoro, publicados por CNBC. El aumento de la deuda en un billón de dólares, desde los 31 billones a los 32, necesitó alrededor de ocho meses. Este ritmo de incremento es insostenible, según publica Bloomberg.

Tenedores de la deuda pública de Estados Unidos.

Además, es improbable que este despilfarro se traduzca en victorias. En el caso de Ucrania, un alto cargo confesaba al Financial Times que los 60.000 millones de dólares “Ayudarán a frenar el avance ruso, pero no a detenerlo”. Ni siquiera altos cargos de la administración Biden se creen que la millonada vaya a conseguir que Ucrania prevalezca frente a Rusia.

Boris Johnson explicaba las razones por las que sigue clamando por más ayuda a Ucrania para hacer frente a Rusia: Si Ucrania pierde, será el fin de la hegemonía occidental, escribía el 12 de abril en el Daily Mail. Aquí está el quid de la cuestión.

Irán no está solo, está en los BRICS, junto a Rusia y China. Y en Pekín saben que si Rusia o Irán son laminados por Estados Unidos y sus secuaces, la siguiente en la lista es China. Existe una voluntad política bipartidista en Estados Unidos para impedir el desarrollo del gigante asiático. Así lo vemos en distintas publicaciones de fuste.  Bloomberg titulaba así el 12 de febrero: “En la revancha entre Trump y Biden, el único perdedor seguro es China. Trump promete aranceles masivos que podrían reducir el comercio entre Estados Unidos y China a prácticamente nada, y Biden tiene nuevas restricciones listas para implementar antes del día de las elecciones”.

En la revancha entre Trump y Biden, el único perdedor seguro es China

Un artículo publicado en Foreign Policy iba más allá. Matt Pattinger y Mike Gallagher, dos antiguos miembros de la inteligencia militar, que posteriormente desarrollaron carreras políticas, reclamaban más mano dura frente a China: “No hay sustituto para la victoria. La competición de Estados Unidos con China debe ganarse, no gestionarse”.

Foreign Affairs es la revista del Council on Foreign Relations.

Si los países del bloque occidental están tan locos como para ir directamente a la guerra contra Rusia, China e Irán, simultáneamente, con el objetivo de conservar su hegemonía, no sólo van a perderla, sino que van a destruir el planeta, que será devastado por su arrogancia.

El cese de Victoria Nuland y el posible triunfo de Trump desatan el pánico en las élite europeas

1 de abril de 2024

Antony Blinken hace saltar un fusible ante el fracaso en Ucrania

El cese de Victoria Nuland y la posibilidad de un triunfo de Donald Trump en las elecciones de noviembre han desatado una ola de pánico en las élites de la Unión Europea. La salida de la subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos, presentada como una dimisión, señala el fracaso del “proyecto Ucrania”, cuya principal promotora era Nuland, de origen ucraniano.

El comunicado de su jefe, Antony Blinken, anunciando el “retiro” de Nuland, deja bien clara la maternidad de la fallida operación. Después de alabar su papel como revitalizadora de la diplomacia estadounidense bajo la presidencia de Biden – caracterizada por las sanciones y las amenazas – Blinken apunta indirectamente a las causas de su cese: “Pero es el liderazgo de Toria en Ucrania lo que los diplomáticos y estudiantes de política exterior estudiarán en los años venideros”.

¿Liderazgo de Toria en Ucrania? ¿Era ella quien mandaba realmente en el país?  Desde luego, fue la impulsora del golpe de Estado de 2014, cuando se la vio en Kiev repartiendo galletas a los manifestantes del Maidán, junto al embajador de Estados Unidos, Geoffrey Pyatt. Nuland fue quien decidió que Arseni Yatseniuk – Yats para los amigos – se convirtiera en primer ministro de Ucrania, en conversación grabada con el citado embajador, donde soltó su famoso “Fuck the EU!”. Algo tendría que ver Nuland también en la fallida contraofensiva ucraniana del verano pasado, cuando en los mentideros de Washington se referían a la operación como “la ofensiva de Vicky Nuland”.

Victoria Nuland reparte galletas a los manifestantes del Maidán en Kiev, 2014, junto al embajador de EEUU, Geoffrey Pyatt. Fotografía: Andrew Kravchenko (AP).

Si alguna lección puede extraerse de tal liderazgo, es que ha hecho aguas por todas partes. Después de 35 años de carrera, ocupando cargos relevantes en política exterior con seis presidentes, Victoria Nuland ha terminado pagando el fracaso de Estados Unidos en Ucrania. Blinken ha hecho saltar un fusible y no parece que Toria vuelva a desempeñar cargos públicos.

Nuland está casada con Robert Kagan, uno de los fundadores, en 1997, del gabinete de ideas neoconservador Project for a New American Century. Kagan es el autor del concepto de “jardín frente a la jungla”, acuñado en su libro “The jungle grows back”. Una metáfora repetida luego por Josep Borrell, que pretendía dárselas de original, cuando se limitaba a repetir el marco construido en Estados Unidos. Para eso ha quedado la Unión Europea.  

Blinken alababa a Nuland en su despedida, refiriéndose a su “capacidad incomparable para utilizar todo el conjunto de herramientas de la diplomacia estadounidense para promover nuestros intereses y valores”.  A lo largo de 35 años, Nuland desplegó esas herramientas en la Rusia de Yeltsin, esa marioneta que permitió la mayor transferencia de riqueza pública a manos privadas de la Historia. Así lo documenta Rafael Poch en su libro La gran transición. Rusia, 1985-2002, recientemente reeditado. 

Victoria Nuland también estuvo detrás de otros proyectos de la diplomacia estadounidense en Libia, Irak y Siria. Dirigió un grupo de trabajo sobre “Rusia, sus vecinos y una OTAN en expansión”, una de las principales causas de la reacción de Putin, en febrero de 2022, junto a la matanza de rusos en Donbass a manos del gobierno de Kiev. En 2008, en la cumbre de la OTAN en Bucarest, Nuland fue quien insistió en ofrecer el ingreso a Ucrania y Georgia, en contra de la opinión de Alemania y Francia. De aquellos polvos, estos lodos…

Estados Unidos relega a Europa y se centra en China

A pesar de su desprecio por la Unión Europea, Victoria Nuland era quien llevaba la interlocución con las élites europeas, la OTAN y la OCDE, en su calidad de Subsecretaria de Estado para Asuntos Europeos y Asiáticos. La salida de Nuland anuncia el viraje de Estados Unidos hacia China, el auténtico rival para la hegemonía estadounidense, lo que suscita un consenso bipartidista en Washington: demócratas y republicanos están de acuerdo en laminar al gigante asiático.

“Demócratas y republicanos están de acuerdo sobre China. Eso es un problema”.

Teniendo en cuenta que algunos señalan a Barak Obama – el del “pivot to Asia” – como el que realmente dirige la Casa Blanca, ante la manifiesta senilidad de Joe Biden; que “Ucrania puede caer muy rápido”, como soltó Macron recientemente en privado; que los 61.000 millones que reclama Biden para seguir alimentando la guerra están bloqueados en el Congreso; y que Donald Trump, que no es partidario de seguir despilfarrando dinero en Kiev, podría ser el próximo presidente de Estados Unidos, es lógico que los dirigentes de la Unión Europea hayan entrado en pánico ante la posibilidad de que Washington les deje colgados de la brocha.

Preparándose para una guerra con China, los marines están redefiniendo cómo van a luchar. Washington Post, 29 marzo.

Es muy probable que la administración de Joe Biden trate de mantener el apoyo a Ucrania para evitar que colapse antes de las elecciones presidenciales, previstas para el próximo noviembre. Otra cosa es que lo logre. Para los republicanos, especialmente para Donald Trump, no tiene mucho sentido ofrecerle ese balón de oxígeno a Biden en año electoral.

Aunque las terminales mediáticas de los demócratas, por si acaso, ya les están poniendo la venda antes de la herida: si Ucrania cae, la culpa será de Trump y los republicanos, por haber bloqueado la financiación reclamada por Biden. Si Ucrania colapsa antes de noviembre, las posibilidades de reelección de Biden, que va detrás de Trump en las encuestas, disminuirán aún más.

“Si Ucrania cae, será el Afganistán de los republicanos”. El autor es miembro del American Enterprise Institute, un gabinete de ideas neoconservador.

En realidad, el argumento demócrata es una falacia. Aunque el Congreso aprobase los 61.000 millones de dólares que Biden exige, la OTAN se enfrenta a problemas que el dinero no puede solucionar. Al menos, no con la rapidez que necesita Ucrania. Jens Stoltenberg, su secretario general, admitía el año pasado que “Nuestras reservas de armas y municiones están agotadas”. Ucrania se está quedando sin soldados, y una nueva ley de reclutamiento está estancada en el parlamento, ante las dudas de varios diputados sobre la constitucionalidad de algunas de las medidas propuestas para quienes evadan la leva forzosa: denegar sus derechos de propiedad, confiscar sus automóviles y bloquear sus cuentas bancarias.

La Unión Europea se enfrenta a la inquietante posibilidad de tener que hacerse cargo del “proyecto Ucrania” sin la ayuda de Estados Unidos: un país destruido por la guerra, con una profunda crisis demográfica, con un futuro más que incierto, a quien las élites europeas le han ofrecido el ingreso en la Unión, con el coste económico y político que eso supondría. Eso es lo que pretende enjaretar Washington a Bruselas.  

La posible victoria de Trump aterra a los dirigentes europeos

La intervención de Trump en un mitin electoral, sacada de contexto, ha servido para encizañar a los ya nerviosos dirigentes europeos ante la perspectiva de su posible regreso a la Casa Blanca. De hecho, en el mitin Trump estaba remitiéndose a una conversación con líderes europeos, cuando era presidente. Entonces, Trump les había advertido que si no contribuían más al presupuesto de la OTAN, Estados Unidos no protegería a quienes no lo hicieran. Los medios, sin embargo, presentaron esta conversación como si acabara de tener lugar.

Como señalé en un artículo anterior, Trump ha manifestado que si él hubiera seguido siendo presidente, la guerra en Ucrania no se habría producido. Además, señaló que estaba dispuesto a acabar con ella en 24 horas, si era reelegido. Esta posibilidad, aunque sea remota, porque hay que tener en cuenta la posición de Rusia, denota una actitud distinta hacia el conflicto. Y eso es lo que ha hecho que los dirigentes europeos entren en pánico.

¿Por qué quería Trump llevarse bien con Rusia y ahora habla de poner fin a la guerra en Ucrania? No es que Trump sea un pacifista, es que es mucho más listo que toda la camarilla que maneja a Biden. La potencia que realmente puede arrebatarle el liderazgo mundial a Estados Unidos es China, no Rusia. Trump pretendía evitar que Rusia acabara en los brazos de China, que es lo que han conseguido los neocon del Partido Demócrata. Porque Rusia y China juntas son invencibles, y su alianza, provocada por la guerra de la OTAN en Ucrania, es mucho más peligrosa para la hegemonía de Washington que otras posibilidades.

Por ejemplo: el mantenimiento del statu quo entre la Unión Europea y Rusia, dos economías complementarias, con la energía rusa alimentando la locomotora alemana, no hubiera supuesto una amenaza al liderazgo estadounidense del calibre de la que representa ahora la amistad sin límites entre Pekín y Moscú. Pero los neocon se empeñaron en meter una cuña entre la Unión Europea y Rusia, lo que les ha salido bien, pero sólo han conseguido destrozar a la UE, al precio de fortalecer a Rusia y reforzar a Putin.

Por eso Trump sigue hablando de acabar con la guerra en Ucrania, para intentar darle la vuelta al desastre provocado por el equipo de Biden para los intereses estadounidenses. El problema es que la voladura de los puentes entre Europa y Rusia ha sido de tal calado que costaría mucho reconstruirlos. No porque Europa se negara a intentarlo si así se lo ordenara Washington – ya sabemos que Bruselas es muy obediente – sino porque a Rusia ya no le interesa regresar al statu quo anterior: no se fía de occidente y, además, no le hace falta. Tiene clientes de sobra para su energía, y la mayoría global a su favor. Occidente se ha quedado aislado.

Los mensajes contradictorios denotan el caos en las élites europeas

Las recientes declaraciones de Josep Borrell, en las que literalmente dice que el apoyo de la OTAN a Ucrania no se debe a razones altruistas, señalan el nivel de ansiedad ante la posibilidad de quedarse solos ante el peligro: “No podemos permitirnos que Rusia gane la guerra, de lo contrario los intereses estadounidenses y europeos se verían perjudicados. No es una cuestión de generosidad, de apoyar a Ucrania porque amamos al pueblo ucraniano. (…) Se trata de nuestro propio interés, se trata también del interés de Estados Unidos como jugador global, que tiene que ser percibido como un socio confiable, proveedor de seguridad para sus aliados”.

Josep Borrell habla sobre los auténticos intereses occidentales detrás de la guerra de Ucrania.

La confesión de Borrell desnuda al emperador en mitad del conflicto: el pueblo ucraniano carece de importancia, lo que está en juego es la hegemonía de Estados Unidos frente a Rusia (y China, aunque no la nombre), y sus mascotas europeas están preocupadas por quedarse sin protección.

Ante la previsible caída de Ucrania en el frente, la nueva narrativa de las élites europeas, dictada desde Estados Unidos, consiste en atemorizar a la población con el mensaje de que si Rusia no es derrotada en Ucrania, seguirá avanzando por el resto de Europa. Los mensajes sobre la inminencia de esa supuesta invasión rusa se suceden sin parar en el viejo continente.

El Institute for the Study of War está dirigido por Kimberly Kagan, la esposa de Frederick Kagan, hermano de Robert, marido de Victoria Nuland. Financiado por las empresas de armamento y otras contratistas del Pentágono, el ISW publicaba el 20 de marzo la siguiente valoración: “Varios indicadores financieros, económicos y militares rusos sugieren que Rusia se está preparando para un conflicto convencional a gran escala con la OTAN, no de manera inminente pero probablemente en un plazo más corto de lo que algunos analistas occidentales han postulado inicialmente”. Un mensaje divulgado rápidamente por la prensa en Ucrania.

ISW: Indicadores económicos y militares sugieren que Rusia se está preparando para una guerra a gran escala con la OTAN.

Mientras los belicistas financiados por los fabricantes de armas agitan el fantasma de la invasión rusa, Josep Borrell debió pensar el otro día que las élites europeas se estaban pasando de frenada. En un brusco giro de guion, el jefe de la diplomacia europea declaraba que “El llamamiento a los europeos para que sean conscientes de los desafíos que afrontan es bueno, pero tampoco tenemos que exagerar. La guerra no es inminente. Oigo algunas voces que dicen que la guerra es inminente. La guerra no es inminente”. 

Cuando el presidente de Polonia, Andrzej Duda, pide aumentar el porcentaje del PIB destinado a gasto militar al 3%  – desde el 2% actual – por parte de los miembros de la OTAN, para evitar que Rusia pueda atacarla en los próximos años,  el presidente del Comité Militar de la Alianza Atlántica también debió pensar que se están cargando demasiado las tintas. El 29 de marzo, el almirante Rob Bauer señalaba que «No hay indicios de que Rusia esté planeando atacar a ningún Estado miembro de la OTAN. No creo que haya una amenaza directa. El problema es que las ambiciones de Rusia van más allá de Ucrania.” ¿Más allá? ¿En qué quedamos?

En este contexto de mensajes contradictorios, la metamorfosis experimentada por Emmanuel Macron merece un análisis. El presidente francés ha pasado de pedir que no se humillara a Rusia, para encontrar una solución diplomática cuando terminara la guerra, a proponer enviar tropas de la OTAN a Ucrania. La sugerencia fue inmediatamente rechazada por Estados Unidos, Alemania, Italia y España. A pesar de esta réplica, dos semanas después Macron insistía en dejar abierta la puerta al envío de tropas “en algún momento”, y recalcaba que su propuesta había sido “meditada”.

Apenas quince días más tarde, Bloomberg publicaba que la proposición de Macron había enfurecido a funcionarios del gobierno estadounidense. Desde el anonimato, sus críticos enfatizaban que sus comentarios tampoco fueron muy inteligentes desde una perspectiva de la seguridad operativa, porque varios países ya tienen algunas tropas estacionadas de forma encubierta en Ucrania. Un extremo confirmado por Radoslaw Sikorski, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, casado con la rusófoba Anne Applebaum. El mismo que agradeció a Estados Unidos la voladura de los gasoductos Nord Stream, al día siguiente del ataque.

Macron quiere llevar la política exterior de Europa. No todo el mundo está de acuerdo. Bloomberg, 27 de marzo de 2024.

Ante la previsible retirada de Estados Unidos del teatro de operaciones europeo, para volcarse en China, Macron está jugando a convertirse en el líder europeo. Cartas no le faltan. Scholz es un cadáver político: en apenas tres años, ha conseguido meter a Alemania en la senda de la ruina, después de haber consentido la voladura de los gasoductos que alimentaban su industria a manos de su supuesto socio. Dos de cada tres empresas alemanas han trasladado parte de sus operaciones fuera del país, debido a la crisis energética provocada por las sanciones a Rusia, de donde Alemania obtenía la energía barata y abundante que la hacía funcionar eficientemente.

El gobierno liderado por el SPD, en coalición con los verdes caqui, así llamados ya en Alemania por su belicismo, ha reabierto las minas de carbón, un combustible muy ecológico, mientras otro caqui, Robert Habeck, ministro de Economía, reconoce que el desempeño de la economía alemana es “dramáticamente malo” y que está tardando más de lo previsto en recuperarse del shock provocado por la disminución del gas proveniente de Rusia.

En este contexto, con uno de los dos motores históricos de la Unión Europea gripado, Macron pretende alzarse con el liderazgo en el continente, oliéndose que la retirada de Estados Unidos va a precisar una voz cantante en Europa, frente a lo que se viene encima. Scholz no va rendirse de inmediato, como lo demuestran sus últimos movimientos. En una entrevista con un medio alemán, el canciller alemán deslizaba una frase que acaparó titulares aquí.

Titular de El País del 28 de marzo de 2024.

La escalada de la retórica belicista europea trata de ocultar su error estratégico

Detrás de la espiral belicista que están alimentando los dirigentes europeos se esconde el deseo de ocultar el error estratégico de haberse alineado con Estados Unidos en su pugna contra Rusia. Nada de lo previsto en el plan ha funcionado. Ni las sanciones, ni los miles de millones transferidos al gobierno de Zelenski, ni las armas de la OTAN, ni el plan para aislar diplomáticamente a Rusia, ni mucho menos el cambio de régimen en el Kremlin que la estrategia perseguía. Reuters citaba recientemente un estudio propio que cifraba en más de 107.000 millones de dólares las pérdidas ocasionadas a las compañías extranjeras por el abandono del mercado ruso. Pocos me parecen.

Políticamente, la estrategia occidental ha sido otro fracaso. Las sanciones sólo han conseguido reforzar a Vladímir Putin. El escritor francés Vladímir Fedorovski, de origen ruso-ucraniano, acertaba en su análisis: «Putin es popular gracias a la presión de Occidente». La popularidad de Vladímir Putin en Rusia es real, y los resultados de las elecciones fueron el fruto de las sanciones y la anulación de la cultura rusa en los países occidentales, declaraba Fedorovski. Los intentos de «poner a Rusia de rodillas» han provocado que los actores políticos prooccidentales hayan perdido toda influencia. Como resultado, surgirá una nueva élite marcada por el sentimiento antioccidental, orientada hacia Asia, convencida de que es el futuro: «Será una Rusia fortaleza, opuesta a Occidente».

Esto ya ha ocurrido. Un político anteriormente considerado prooccidental, como Dimitri Medvédev, arroja vitriolo en su cuenta en X (Twitter), o se dedica a trolear la “fórmula de paz” de Zelenski. Medvédev ha sido presidente, primer ministro y actualmente es el vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia.

Las élites europeas son conscientes de que la apuesta les ha salido mal, pero no pueden reconocerlo. Sólo les queda la huida hacia adelante, la escalada bélica, aun a riesgo de provocar la tercera guerra mundial. Un término que las élites están manejando con una frivolidad espeluznante, teniendo en cuenta las capacidades nucleares de los contendientes.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Es lo que intenta contestar Rafael Poch en su último artículo. Poch opina que occidente piensa que Putin va de farol. Estados Unidos y la Unión Europea creen que pueden tirar de la cuerda como lo están haciendo, sin que vayan a provocar una respuesta por parte del Kremlin que desborde el marco territorial – y convencional – del actual conflicto. Un enfrentamiento que, sin embargo, Rusia ya califica de guerra, abandonando el eufemismo anterior, lo que resulta significativo. Y ese perderle el miedo a una tercera guerra mundial es extremadamente peligroso, porque los materiales están muy calientes y cualquier chispa podría desatar el incendio. Lleva razón.

A pesar del enorme riesgo, las élites europeas siguen empecinadas en escalar el conflicto. La prensa occidental ha pasado de la euforia por la contraofensiva ucraniana que, supuestamente, iba a provocar la espantá de las tropas rusas, a hablar abiertamente de la caída de Kiev, como titulaba recientemente The Times. Sin embargo, el cambio de guion sirve al mismo objetivo: la solución es suministrar más armas al gobierno de Kiev, ese pozo sin fondo.

Es hora de hablar de la caída de Kiev. Titular de The Times del 27 de marzo de 2024.

En lugar de apostar por organizar una conferencia de paz en serio, Europa y Estados Unidos siguen dedicándose a negociar entre ellos, buscando una salida al callejón en el que se han metido. En el foro de Davos ya se barajaba una posible reunión en Suiza de “líderes mundiales” para darle otra vuelta a la “fórmula de paz” de Zelenski, pero sin la presencia de Rusia. Una idea que ha sido calificada por el portavoz de Putin, Dimitri Peskov, de “extravagante” y “ridícula”. Ciertamente parece chocante pretender alcanzar un acuerdo de paz en ausencia de uno de los contendientes. Así que el objetivo de la reunión debe ser otro.


Análisis del European Council on Foreign Relations.

Europa ha abandonado cualquier pretensión de obtener esa “autonomía estratégica” que reclamaba el veleta Macron. Hasta el European Council on Foreign Relations estima que la profunda dependencia de Estados Unidos supone una “postura imprudente” para Europa. El gabinete alerta de que Washington “espera que la Unión Europea y al Reino Unido se amolden a su estrategia para China, usando su posición de liderazgo para asegurar ese resultado. Que Europa se convierta en vasallo de Estados Unidos es desaconsejable para ambas partes”. Vasallo. Esa palabra, y no otra, es la que utiliza el ECFR para referirse a Europa.

Si los dirigentes europeos pretenden ocultar su error estratégico, o sus problemas domésticos, encadenándose aún más a su señor feudal, lo único que van a conseguir es cavar un foso más hondo. El problema es que a quien están hundiendo es a nosotros, porque las élites tienen la costumbre de salir airosas de sus desmanes, encontrando otros puestos en la burocracia, cada vez más frondosa. Mientras tanto, la ciudadanía está a por uvas, y las guillotinas cogiendo polvo en los desvanes de la Historia…