China se planta ante Estados Unidos y se afianza como líder en Oriente Próximo

15 de marzo de 2023

En las últimas dos semanas, dos hechos relevantes han sacudido el tablero geopolítico de un modo que no sólo afecta a las relaciones entre China y Estados Unidos, sino que anuncian una catarata de efectos colaterales a nivel global y, singularmente, en Oriente Próximo.

En primer lugar, los aldabonazos de Xi Jinping y de su ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, frente a las amenazas y agresiones de Estados Unidos dejan patente que China ha puesto pie en pared, y que se dispone a replicar al desafío, a todos los niveles necesarios. En segundo lugar, China ha patrocinado un acuerdo histórico entre Irán y Arabia Saudita que no sólo deja fuera de juego en Oriente Próximo a la Casa Blanca, sino que provocará cambios drásticos en la región, y más allá de ella. Unos cambios que afectarán a Israel, que también se queda descolocado, a Yemen, a Siria, a Pakistán e incluso a Palestina.

Veamos primero en qué han consistido las contundentes advertencias de China, para asomarnos al acuerdo entre los archirrivales de Oriente Próximo, Irán y Arabia Saudita.   

El 6 de marzo, Xi Jinping se manifestaba con este tono ante la Asamblea Nacional China, el máximo órgano legislativo del país: “Los países occidentales, encabezados por los Estados Unidos, han implementado una contención, un cerco y una supresión integrales contra nosotros, lo que ha generado desafíos severos sin precedentes para el desarrollo de nuestro país”. The Wall Street Journal calificaba las palabras del líder chino, quien generalmente se abstiene de criticar directamente a su rival geopolítico, de “reprimenda inusualmente contundente”.

Al día siguiente, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores chino, Qin Gang, se mostraba así de tajante: «Si Estados Unidos no pisa los frenos y continúa acelerando por el camino equivocado, ninguna cantidad de guardarraíles podrá evitar el descarrilamiento, que se convertirá en conflicto y confrontación, ¿y quién asumirá las catastróficas consecuencias?». Hacía alusión el ministro a esos “guardarraíles de sentido común” de los que hablaba Joe Biden, justo antes de su entrevista con Xi Jingping, en noviembre pasado. Sin embargo, China ha percibido los citados guardarraíles como una advertencia de Washington para que se abstenga de responder ante sus amenazas, calumnias y ataques. Es decir, para que acepte su liderazgo.

Estas sucesivas declaraciones fueron antecedidas por la publicación de dos documentos por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores de China. Uno de ellos ha tenido amplia repercusión: la Posición de China sobre la Solución Política de la Crisis de Ucrania. Un documento de 12 puntos en el que aboga por el respeto a la soberanía de todos los países, el cese de las hostilidades y la apertura de negociaciones para alcanzar la paz. Como cabía esperar, ha sido rechazado de plano por los belicistas impulsores de la guerra, y partidarios de seguir alimentándola: Estados Unidos; su brazo armado, la OTAN; y la obediente Unión Europea, como reflejé en mi artículo anterior.

El otro documento, sin embargo, ha tenido mucha menos repercusión. De los grandes medios occidentales, sólo lo han citado The Washington Post y Bloomberg. En Asia y África ha gozado de más difusión. Sin embargo, constituye un aviso muy serio del hartazgo de China ante la política de “contención” de Estados Unidos. Se titula “La hegemonía de Estados Unidos y sus peligros” y conviene leerlo con atención. Reproduzco la introducción, que probablemente abra el apetito por conocer el resto del documento:

“Desde que se convirtió en el país más poderoso del mundo después de las dos guerras mundiales y la guerra fría, Estados Unidos ha actuado con más audacia para interferir en los asuntos internos de otros países, perseguir, mantener y abusar de la hegemonía, promover la subversión y la infiltración y librar guerras deliberadamente, perjudicando a la comunidad internacional.

Estados Unidos ha desarrollado un libro hegemónico de tácticas para organizar «revoluciones de colores», instigar disputas regionales e incluso lanzar guerras directamente bajo el pretexto de promover la democracia, la libertad y los derechos humanos. Aferrándose a la mentalidad de la guerra fría, Estados Unidos ha intensificado la política de bloques y avivado el conflicto y la confrontación. Ha exagerado el concepto de seguridad nacional, abusado de los controles de exportación e impuesto sanciones unilaterales a otros. Ha adoptado un enfoque selectivo del derecho y las normas internacionales, utilizándolos o descartándolos según le parezca, y ha tratado de imponer normas que sirvan a sus propios intereses en nombre de la defensa de un «orden internacional basado en normas”.

Este informe, al presentar los hechos relevantes, busca exponer el abuso de hegemonía de los Estados Unidos en los campos político, militar, económico, financiero, tecnológico y cultural, y atraer una mayor atención internacional sobre los peligros de las prácticas de los EE. UU. para la paz y la estabilidad mundiales y el bienestar de todos los pueblos”.

Efectivamente, el informe se limita a exponer “los hechos relevantes”, y en ese enfoque radica su valor: no se trata de opiniones, sino de datos. Y son escalofriantes. Por poner sólo un ejemplo de cómo trata Estados Unidos no ya a sus adversarios, sino a sus supuestos aliados, el documento menciona el Acuerdo del Plaza. Firmado en 1985 por los ministros de finanzas de Alemania, Francia, el Reino Unido, Japón, y Estados Unidos en el hotel Plaza de Nueva York – como si fueran una pandilla de mafiosos – los países europeos y el del sol naciente aceptaron el chantaje del anfitrión: o accedían a una devaluación del dólar respecto a sus monedas, que se había apreciado un 50% entre 1980 y 1985, o el Congreso introduciría aranceles a sus productos, lo que amenazaba con laminar el superávit comercial de Alemania y Japón. Como los chantajeados habían adquirido cantidades cuantiosas de deuda pública estadounidense, financiando así su déficit comercial, al aceptar la devaluación del dólar lo financiaron en mayor medida.

Los signatarios del Acuerdo del Plaza. The New York Times, fotografía de Fred R. Conrad

Japón lo pagó especialmente caro: el yen se apreció un 46%, las exportaciones y el crecimiento del PIB se frenaron en seco, el gobierno implementó un paquete de estímulos financieros excesivo, creando una burbuja de activos que terminó explotando, y la economía de Japón se adentró en las “décadas perdidas”. Y todo esto no lo dice China, sino que es un resumen de un documento del Fondo Monetario Internacional sobre las consecuencias del Acuerdo del Plaza para Japón.

Lo que pone de manifiesto la publicación del Ministerio de Asuntos Exteriores de China es que la narrativa de Estados Unidos va por un lado, y los hechos, por otro. Y lo que también queda claro es que China no está dispuesta a aceptar las presiones y el chantaje que otros no sólo admiten, sino que abrazan entusiasmados, como la Unión Europea, mientras nos dirigen al abismo.

El acoso de Estados Unidos a China se ha intensificado recientemente, pero viene de lejos. En 2013, una revista tan institucional como Foreign Policy titulaba así: “Rodeada: Cómo los Estados Unidos está cercando China con bases militares”.

10 años más tarde, en febrero de 2023, la BBC titulaba así otro artículo: “Estados Unidos asegura un pacto en Filipinas para completar el arco en torno a China”. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, viajó personalmente a las islas para sellar el acuerdo. Después de haber servido durante 37 años en el ejército de Estados Unidos, Austin pasó a ocupar puestos en los consejos directivos del gigante del acero Nucor, en Tenet Healthcare y United Technologies. Esta última empresa se fusionó con el fabricante de armas Raytheon en 2020. Austin usó una puerta giratoria para acceder desde el consejo de administración de Raytheon a su actual puesto en el gobierno.

Fuente: BBC

La relación de Washington con Pekín ha cambiado mucho desde que, en 1993, Bill Clinton afirmara que no quería aislar a China y renovara su estatus de “nación más favorecida”, con el apoyo del Congreso. Las grandes empresas estadounidenses presionaron fuertemente en este sentido, deseosas de acceder al mercado chino. Las mismas que influyeron para incorporar a China a la Organización Mundial del Comercio en 2001: Boeing, ATT, General Electric, etc. La globalización transformó a China en la fábrica del mundo: la palabra de moda era “deslocalización”, un eufemismo que ocultaba el proceso de desindustrialización de occidente, en favor de la mano de obra barata china. Ahora, la Casa Blanca habla de revitalizar la producción manufacturera doméstica y acelerar las industrias del futuro. Ahora quieren revertir la deslocalización, volver a poner las fábricas en su territorio, porque el óxido del Rust Belt – la ausencia de empleos industriales – se está extendiendo a todo el país y amenaza con paralizar sus engranajes. De ahí la Inflation Reduction Act, y sus 369.000 millones de dólares en subsidios a las empresas para que se instalen en Estados Unidos. Estos son los adalides del “mercado libre”.

La globalización tuvo un efecto no deseado por parte de sus promotores: convirtió a China en la segunda economía del mundo. Esto chocaba con las constantes aspiraciones hegemónicas de Estados Unidos, que no puede consentir que nadie le haga sombra, ni económica, ni política, ni militar en Eurasia. Así lo planteaba en 1997 Zbigniew Brzezinski en El gran tablero mundial.  Cuando Estados Unidos se dio cuenta de que China había adquirido la potencia suficiente para desafiar su hegemonía, el inquilino de la Casa Blanca de turno desató la guerra comercial contra Pekín. En marzo de 2018, Donald Trump subió los aranceles al acero y aluminio provenientes de China, que respondió incrementando los impuestos a 128 productos estadounidenses. En noviembre de 2019, Trump y Xi Jinping llegaron a un acuerdo para reducir los aranceles.

 

En 2020, Bob Davis y Lingling Wei profetizaban en su libro “Superpower showdown” que la guerra comercial con China sobreviviría a Donald Trump. La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca ha supuesto la agudización del conflicto, lo que confirma que las diferencias entre republicanos y demócratas son de índole cosmética: ambos son meras facciones de un mismo partido. Bajo la presidencia de Biden, Estados Unidos ha escalado el conflicto con China en el terreno político, económico, militar y mediático.

En lo político, el embajador de Estados Unidos en China, Nicholas Burns, acaba de declarar que su país es el líder de la región denominada Indo-Pacífico. Las palabras no son inocentes, y el rebautizo de la región corresponde a la intención de dejar fuera la palabra Asia a la hora de referirse a la zona geográfica tradicionalmente conocida como Asia – Pacífico.

Zona geográfica Asia – Pacífico, donde no aparece Estados Unidos. Ilustración: Abrahamic Faith. https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=37548949

La Estrategia para el Indo-Pacífico de los Estados Unidos es un documento publicado en febrero de 2022 donde podemos leer lo siguiente: Estados Unidos es una potencia del Indo-Pacífico. La región, que se extiende desde nuestra costa del Pacífico hasta el Océano Índico, es el hogar de más de la mitad de la población mundial, casi dos tercios de la economía mundial y siete de los ejércitos más grandes del mundo. Más miembros de las fuerzas armadas de EE. UU. tienen su base en la región que en cualquier otra fuera de los Estados Unidos. El viaje de Nancy Pelosi a Taiwán marcó un hito en los anales de las provocaciones estadounidenses, con gran fanfarria mediática, que llegó a especular con la posibilidad de que China derribara su avión.

En lo económico, Biden ha seguido la estela de intentar ahogar el desarrollo de las empresas tecnológicas chinas, incrementando la presión que ya ejerció Trump. En 2019,  el millonario presidente ya puso a Huawei en una lista negra, restringiendo el suministro desde las empresas estadounidenses, sometiéndolo a la necesidad de solicitar una licencia específica. En enero de este año, Biden acabó con las ya limitadas licencias. La CHIPS Act prohíbe a las empresas de microchips aumentar su capacidad de producción en China durante diez años, si aspiran a recibir un centavo de los 39.000 millones de dólares presupuestados para incentivar la fabricación de chips en el territorio de Estados Unidos. Por su parte, el mayor fabricante de microchips del mundo, TSMC, radicado en Taiwán, ha anunciado una inversión de 40.000 millones de dólares para instalar una planta en Estados Unidos. De momento, 500 ingenieros y sus familias se han mudado a Arizona, lo que ha suscitado la cuestión de la fuga de cerebros desde Taiwán hacia Estados Unidos. Y es que ya lo dijo Kissinger: “Ser enemigo de Estados Unidos puede ser peligroso, pero ser amigo es fatal”.

Algunos países de la Unión Europea han imitado la política de “contención” estadounidense, redoblando el cerco: Holanda ha restringido la exportación de semiconductores a China.  Alemania está considerando prohibir el uso de determinados componentes de Huawei y ZTE en sus redes 5G, donde el 60% de las mismas está equipada por Huawei. Bélgica ha prohibido la instalación de la aplicación Tik Tok en los teléfonos oficiales de los empleados del gobierno federal.

En lo militar, Estados Unidos ha impulsado la creación de AUKUS, junto con Australia y el Reino Unido, tildada por China como la OTAN asiática, y que militariza la relación con Pekín. Australia acaba de anunciar que comprará a Estados Unidos cinco submarinos nucleares en el marco de dicho acuerdo. Para extender su área de influencia hacia el Océano Índico, Estados Unidos está promoviendo el Quad, (Quadrilateral Security Dialogue) un grupo que incluye a Japón, India y Australia, “para defender el orden internacional basado en reglas donde los países son libres de todas las formas de coerción militar, económica y política”. Se les olvidó añadir que exceptuando la coerción que ejerce Estados Unidos. El general estadounidense Mike Minihan, jefe del Comando de Movilidad Aérea, puso por escrito recientemente que creía que Estados Unidos iría a la guerra con China en 2025.

En el terreno mediático, el incidente con el globo chino que sobrevoló Estados Unidos, tuviera éste el propósito de recoger datos meteorológicos o de otro tipo, sirvió a Washington para montar otro circo con el fin de presentar a China como un país agresor. Es la misma estrategia que utilizó el Partido Demócrata contra Moscú, con el montaje del Russiagate, fabricado por exagentes de inteligencia, como ha demostrado el periodista Matt Taibbi, pero que sirvió para presentar a Rusia como otro país agresor, que se entrometía en las elecciones presidenciales para manipular su resultado. Y, de paso, deslegitimar la victoria de Donald Trump, partidario del diálogo con Putin, con quien habló repetidas veces durante su mandato. En ambos casos, se trata de manipular a la opinión pública con el objeto de prepararla para que acepte futuras represalias contra los “agresores”

En lugar de achantarse ante el cúmulo de amenazas, la proliferación de bases militares a su alrededor, los movimientos para encapsularla políticamente, para ahogar su economía y para armar a Taiwán hasta las cejas, una estrategia que comenzó Jimmy Carter en 1979, incumpliendo su promesa a China de no hacerlo, el gobierno de Pekín ha comenzado a ejercer su liderazgo en el mundo multipolar que se está fraguando. Y lo ha hecho usando la diplomacia, en lugar de la fuerza, en una región tradicionalmente controlada por Estados Unidos e Israel: Oriente Próximo.

El acuerdo apadrinado por China entre Irán y Arabia Saudita ha conseguido que ambos países reanuden sus relaciones diplomáticas, cortadas en 2016 por los saudíes; reabran sus respectivas embajadas en un plazo de dos meses; reactiven un acuerdo de cooperación en seguridad firmado en 2001, así como otro pacto de 1998 en materia de comercio, economía e inversiones. Pero lo más importante es que el acuerdo insta a los tres países a realizar todos los esfuerzos para promover la paz y la seguridad regional e internacional.

Wang Yi, el diplomático chino de mayor rango, describió el acuerdo como una victoria del diálogo y la paz, añadiendo que Pekín continuará jugando un papel constructivo al abordar los problemas globales difíciles.

No cabe mayor contraste entre la actitud de Estados Unidos en su utilización de Ucrania como peón para sus intereses geopolíticos, que se apresuró a acusar a China de planear el suministro de armas a Rusia como respuesta a su propuesta de paz, y la del gobierno de Pekín, conduciendo hacia la reconciliación a dos adversarios declarados.

Después de haber patrocinado este histórico acuerdo, China emerge como una potencia que apuesta por la paz y el diálogo. Una potencia a la cual muchos países ya están evaluando con otra mirada, a la luz de sus logros, bien distinta a la habitual etiqueta con la que los medios de propaganda occidentales despachan al gobierno chino.

 

Tras el triunfo diplomático que supone el acercamiento entre Irán y Arabia Saudita, China está planeando celebrar una cumbre con las monarquías del Golfo Pérsico e Irán en Pekín. Estoy seguro de que será un éxito, para la desesperación de Estados Unidos, que ve cómo la agenda de los belicistas que dirigen el Departamento de Estado cosecha fracaso tras fracaso. El declive como potencia hegemónica de Estados Unidos se antoja ya ineluctable, y los centros de poder están basculando hacia Eurasia. Y el detonante ha sido el papel de Estados Unidos en la guerra de Ucrania. El mundo entero está viendo cómo la Casa Blanca está sacrificando un país, con la complicidad de sus élites corruptas, para intentar imponer su hegemonía languideciente. Y una gran parte del planeta ha tomado buena nota: ese no es el camino.

En el próximo artículo analizaré con mayor detenimiento las repercusiones del acuerdo entre Irán y Arabia Saudita en la guerra que libran en Yemen, apoyando a distintas facciones; en la guerra en Siria y, por tanto, en las relaciones de ambos con Turquía; en las conversaciones sobre el desarrollo de la energía nuclear en Irán; en Pakistán y la conflictiva región de Baluchistán; y también en las relaciones de los saudíes con Israel y el estatus de Palestina. Porque en esta ocasión sí es pertinente hablar de un acuerdo histórico.

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