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¿Por qué debemos preocuparnos por lo que sucede en Moldavia?

15 de febrero de 2023

Un gobierno que dimite en pleno, una presidenta con pasaporte de otro país, una franja del territorio independiente de facto, acusaciones a Rusia de estar instigando un golpe de Estado y Sergei Lavrov advirtiendo que Moldavia puede convertirse en la próxima Ucrania. ¿Qué está pasando en Moldavia? ¿Cómo puede afectar a la actual guerra entre Rusia y Ucrania, apoyada por la OTAN?

El 10 de febrero, la primera ministra de Moldavia, Natalia Gavrilita, anunciaba su dimisión lo que, según la constitución moldava, acarreaba la de su gobierno en bloque. El día anterior, la primera ministra había estado en Bruselas, donde se había reunido con Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, y Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión. Posteriormente a su renuncia, Gavrilita declaró: «Si el gobierno tuviera tanto apoyo en Moldavia como en la Unión Europea, en Bruselas, habríamos logrado mucho más». Unas declaraciones que dan pie a preguntarse quién marca la agenda en la que estaba trabajando su gobierno.

La caída de la primera ministra se produce en un contexto de fuertes protestas ciudadanas por la carestía de la vida y los problemas de suministros energéticos, procedentes de Rusia. La inflación rebasa oficialmente el 30%. La factura de la luz de los hogares prácticamente se ha triplicado y la del gas, doblado. En septiembre de 2021, el país se mostró incapaz de pagar una deuda de 709 millones de dólares a Gazprom, por lo que la gasista rusa suspendió los suministros temporalmente, lo que provocó la instauración del estado de emergencia. En noviembre, Moldavia pagó parte de la deuda, pero en enero de 2022 anunció que no había conseguido un préstamo para seguir pagando los suministros.

Desde octubre de 2022, Gazprom ha reducido el volumen de gas suministrado a Moldavia en un 30%, aludiendo a las restricciones de tránsito a través de Ucrania. El descenso deja un déficit en el suministro de gas que Moldavia ha sido incapaz de suplir con otros proveedores. ¿Falta de liquidez o falta de alternativas? Con seguridad, una mezcla de ambas. Antes de iniciarse la invasión rusa de Ucrania, Moldavia dependía al 100% de los suministros de gas procedentes de Rusia.

Sin embargo, Maia Sandu, la presidenta del país, educada en Harvard, parece vivir en una realidad aparte, a juzgar por lo que ha escrito en su página de Facebook, tras la dimisión de su gobierno. Según ella, en Moldavia “tenemos estabilidad, paz y desarrollo”.

 

El mes pasado, Maia Sandu mencionó la posibilidad de unirse a una “alianza más grande”. Poco después, se reunió con el secretario general adjunto de la OTAN, Mircea Geoana, un político rumano. Sin embargo, la constitución de Moldavia consagra la neutralidad del país, por lo que las intenciones de la presidenta van claramente en contra de lo establecido en la carta magna. Conviene subrayar que Maia Sandu también tiene pasaporte rumano. No deja de ser chocante que el presidente de un país tenga pasaporte del país vecino, donde se habla el mismo idioma, y la unificación es un tema recurrente a ambos lados de la frontera. Según un sondeo, el 44% de la población de Moldavia estaría dispuesta a la unificación con Rumanía. Hasta el 74% de los habitantes de Rumanía votaría a favor en un referéndum, según otra encuesta. Preguntada por su opinión al respecto, Maia Sandu respondía que un proyecto de ese calibre solo podría acometerse con el respaldo de una mayoría suficiente de la sociedad.

A pesar de que Moldavia no pertenece ni a la Unión Europea ni a la OTAN, representantes de 50 países se reunieron en París en noviembre de 2021 con el fin de recaudar fondos para el país. Era la tercera vez que lo hacían. En el cónclave, Maia Sandu reconoció que los precios de la energía eran “inaccesibles para la población y la economía del país”. Simultáneamente, achacó a “grupos criminales respaldados por Rusia” la organización de las protestas de la población por esos precios “inaccesibles”. Según el analista Alexander Mercouris, Maia Sandu obtuvo una cantidad significativa de sus votos de manos de la diáspora moldava residente en Europa, que se inclina por las tesis europeístas. Se calcula que los moldavos residentes en el extranjero oscilan entre 600.000 y un millón, mientras que en Moldavia viven actualmente 2,5 millones, por lo que el voto de los emigrados es decisivo. En junio de 2022, la Unión Europea concedió a Moldavia el estatus de país candidato a la adhesión.

Cuando el ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, advierte que Moldavia puede convertirse en “la próxima Ucrania”, conviene intentar averiguar qué le ha movido a realizar semejante afirmación.

En diciembre de 2022, Moldavia suspendió las licencias de transmisión de seis canales de televisión en ruso, alegando una cobertura “insuficientemente correcta” de los acontecimientos en el país y de la guerra en Ucrania. El partido Shor, uno de los promotores de las protestas, junto al Partido Comunista, ha sido tildado de “prorruso” y afronta su ilegalización. El Ministerio de Justicia de Moldavia se está basando en informes del gobierno de Estados Unidos para acometer su prohibición. Los paralelismos con lo que acontece en Ucrania son evidentes.

Teniendo en cuenta la situación geográfica de Moldavia, su historia y su dependencia de las fuentes energéticas rusas, no resulta extraño que exista un sector de la clase política que se incline por un acercamiento a Rusia, antes que a la Unión Europea. La polarización existente en la sociedad respecto hacia qué bloque inclinarse se traduce en inestabilidad política.

El 9 de febrero los servicios de inteligencia de Moldavia confirmaron que habían recibido informes del SBU, su contraparte en Ucrania, que aseguraban que Rusia estaba preparando un golpe de Estado en Moldavia, pero eludieron pronunciarse sobre su contenido. El 13 de febrero, coincidiendo con la visita del viceministro de las Fuerzas Armadas del Reino Unido, y el viaje a Moldavia de José W. Fernández, Subsecretario de Estado para el Crecimiento y la Energía de Estados Unidos, fue cuando la presidenta no sólo dio credibilidad a los informes del SBU ucraniano en una rueda de prensa, sino que desgranó el supuesto contenido de los mismos: Rusia estaría preparando ataques a edificios estatales con toma de rehenes, bajo la apariencia de protestas ciudadanas, con el fin de instaurar “un gobierno ilegítimo”. Maia Sandu aprovechó la ocasión para pedir al Parlamento que apruebe pronto los proyectos de ley para reforzar el papel del SIS, los Servicios de Inteligencia y Seguridad.

Ahora toca situarnos un poco en el mapa. Moldavia está encajonada entre Ucrania y Rumanía. No tiene salida al Mar Negro, aunque desde el sur de la república hay pocos kilómetros hasta Odesa, una ciudad fundada en 1784, bajo el imperio de Catalina la Grande, por un español, José de Ribas, a la sazón almirante de la Armada Rusa. En seguida hablaré de Transnistria, esa franja al oeste del país.

Ilustración: BBC.

Tras pertenecer al Rus de Kiev durante un tiempo, podemos rastrear los ancestros de la actual república hasta la fundación del Principado de Moldavia, por parte del Reino de Hungría, en 1346. Después de estar sometida al dominio del Gran Ducado de Lituania y posteriormente al del Imperio Otomano, la mitad occidental (Besarabia) pasó a manos del Imperio Ruso, tras la firma del Tratado de Bucarest, que puso fin a la guerra turco-rusa en 1812.

Rusia conservó la autoridad sobre el territorio tras la Guerra de Crimea y, tras la revolución rusa, Besarabia fue convertida en una de las repúblicas de la URSS en 1917, aunque al año siguiente pasó a formar parte de Rumanía, excepto la franja de Transnistria, que siguió integrada en la URSS.  En 1940, la Unión Soviética solicitó a Rumanía la devolución de Besarabia y Bucovina del Norte, que se reincorporaron a la URSS bajo el nombre de República Socialista Soviética de Moldavia.

Ilustración: Aoleuvaidenoi

El gobierno de la URSS fomentó la creación del nacionalismo moldavo, con el objetivo de distinguir a la población moldava de la rumana. Entre otras medidas, la República Socialista de Moldavia adoptó el alfabeto cirílico para el moldavo, en contraste con la grafía latina que usaba Rumanía. Debemos recordar que rumano y moldavo son dos idiomas prácticamente idénticos, a salvo de los préstamos de otras lenguas y los cambios provocados por la adopción del alfabeto cirílico. Mientras en la antigua Besarabia predominaba la población moldava, en Transnistria se repartía a partes casi iguales entre rusos, moldavos y ucranianos. Muchos rusos eran inmigrantes venidos para trabajar en la industria pesada, situada en la margen izquierda del río Dniéster.

Durante la época soviética, la franja de Transnistria se mantuvo al margen del nacionalismo moldavo y preponderaba el multiculturalismo entre los tres grupos de población. El ruso era la lengua franca que utilizaban para comunicarse entre ellos.

Sin embargo, a finales de los años 80, el Frente Popular de Moldavia comenzó a abogar por el panrumanismo. En 1990, Moldavia adoptó la bandera tricolor rumana, distinguiéndose únicamente por un escudo en el centro. La perspectiva de una “rumanización” disparó las alarmas en la población multicultural de Transnistria, donde se creó el Consejo Unido de Colectivos Laborales (OSTK por sus siglas en ruso), que convocó huelgas para oponerse a lo que entendían como la imposición de la rumanización, también en el terreno lingüístico. El OSTK terminó constituyéndose en partido político. En 1990, Igor Smirnov ganó en las elecciones al candidato comunista y se puso al frente de la ciudad más importante de Transnistria: Tiráspol.

En el segundo de los dos congresos que reunieron a todos los diputados de Transnistria, se declaró la independencia de la franja el 2 de septiembre de 1990, e Igor Smirnov fue el primer presidente de la República Moldava Pridnestroviana, que es su nombre oficial. Dos meses después, las fuerzas armadas de Moldavia asaltaron el puente de Dubasari para intentar partir en dos la región de Transnistria. El ejército ruso intervino a favor de esta última y, tras dos años de guerra, la superioridad militar rusa forzó en julio de 1992 un alto el fuego, que incluyó la creación de una Comisión Conjunta de Control y una “zona desmilitarizada”. El acuerdo fue firmado por Boris Yeltsin y Mircea Snegur, a la sazón presidente de Moldavia.

Desde entonces, en Transnistria hay estacionado un contingente de unos 1.700 soldados rusos. Parte de esos efectivos están encargados de “mantener la paz”, una tarea de la que también se ocupa la misión de la OSCE allí desplegada. Asimismo, hay un Grupo Operativo del Ejército Ruso que custodia las 20.000 toneladas de munición remanente de la URSS. La franja, encajada entre Moldavia y Ucrania, es un territorio independiente de facto, pero que no es reconocido como tal ni siquiera por Rusia, sino únicamente por Abjasia, Osetia del Sur y Nagorno-Karabaj. Otros territorios en el limbo de la legalidad internacional. En 2006, la población de Transnistria reafirmó en un referéndum su voluntad de independizarse de Moldavia, así como sus deseos de integrarse en la Federación Rusa.

La última respuesta al independentismo por parte del gobierno de Moldavia ha consistido en la aprobación de una ley que contempla penas de prisión de dos a seis años para las “acciones separatistas”. Es decir, “las acciones cometidas con el objetivo de separar una parte del territorio de la República de Moldavia en violación de las disposiciones de la legislación nacional o de los tratados internacionales”.La distribución de objetos, materiales e información que inciten a tales acciones” acarrean penas de prisión de dos a cinco años. La legislación introduce dos nuevos conceptos penales: «sujeto anticonstitucional» y «estructura de información ilegal», el último claramente dirigido a ilegalizar tanto a las personas como a los medios incómodos. Con la nueva ley en la mano, las autoridades moldavas podrían detener y encarcelar a los dirigentes de Transnistria. Teniendo en cuenta que la frontera con Ucrania está cerrada desde el comienzo de la invasión rusa, las posibilidades de moverse fuera de Transnistria se reducen a pasar por Moldavia.

En diciembre pasado, Maia Sandu afirmó que sólo contempla una salida pacífica al conflicto con Transnistria, y simultáneamente anunciaba que ya estaba trabajando en un plan para reunificar el país. Sin embargo, la aprobación de la legislación antiseparatista añade crispación política y dificulta las posibilidades de iniciar una negociación con la calma necesaria.

La posición estratégica de Transnistria en el conflicto bélico de Ucrania

Como vemos en este mapa, una captura de pantalla del canal en You Tube Military Summary, que analiza la evolución de la guerra en Ucrania, la posición de la franja de Transnistria la convierte en un baluarte estratégico dentro del actual conflicto armado. Su emplazamiento podría ser utilizado para realizar una maniobra de pinza sobre la costa de Ucrania en el Mar Negro que Rusia aún no controla.

No hace falta ser un experto analista militar para constatar que Rusia tiene entre sus objetivos ocupar los territorios de Ucrania lindantes con el Mar Negro. El CEPA, Centre for European Policy Analysis es de la misma opinión. Financiado por el gobierno de Estados Unidos, fabricantes de armas estadounidenses y la OTAN, el CEPA advierte que el control del Mar Negro es importante para Rusia, no sólo por sus conexiones históricas y culturales con Ucrania, Georgia y Moldavia, sino porque supone su puerta de salida al Mediterráneo Oriental, el Oriente Próximo y África.

El CEPA recomienda incrementar la presencia de la OTAN en la región, con una presencia naval de la alianza en el Mar Negro los 365 días del año, para lo que propone abrir una base naval en sus costas. A Estados Unidos, su patrocinador, el CEPA le sugiere “incrementar la asociación estratégica con Rumanía, así como incrementar las capacidades militares de este país para apoyar los requerimientos de la OTAN y de Estados Unidos en la zona, así como fomentar el liderazgo de Rumanía dentro de la OTAN en los asuntos regionales, cuando sea apropiado”. Asimismo, el CEPA le recuerda a su patrono que debe restablecer la confianza en sus relaciones con Turquía, ya que Ankara debe ocupar un papel central en los “esfuerzos de seguridad” en la región. Unas relaciones que atraviesan un profundo bache a cuenta de la solicitud de ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN, como traté en el artículo anterior.

Es en este contexto en el que hay que situar los esfuerzos del bloque occidental por incorporar a Moldavia a su esfera de influencia: las conferencias de donantes, su estatus de país candidato al ingreso en la Unión Europea, las declaraciones de su presidenta acerca de la posibilidad de integrarse en una “alianza mayor”, y su reciente reunión con el vicesecretario de la OTAN, otro político con pasaporte rumano, como la propia Maia Sandu. La presidenta ya ha confirmado el nombre del candidato para sustituir a Natalia Gavrilita: se trata de Dorin Recean, el actual consejero de seguridad nacional, firme partidario de la incorporación de Moldavia a la Unión Europea. Teniendo en cuenta que el partido de Sandu goza de mayoría absoluta en el parlamento, la confirmación por la cámara está asegurada.

El pasado mes de julio, el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, advertía que el formato 5+2 para intentar resolver el bloqueo de la situación se había suspendido de facto. Dicha estructura contemplaba a Moldavia y Transnistria como partes del conflicto; a Rusia, Ucrania y la OSCE como mediadores; y a los Estados Unidos y la Unión Europea como observadores. Cuando Sergei Lavrov advierte que Moldavia podría convertirse en “la próxima Ucrania”, se refiere al riesgo de que el bloque occidental instrumentalice la delicada situación de uno de los países más pobres de Europa para usarlo como ariete contra Rusia.

Si Rusia pudiera usar la posición estratégica de Transnistria para realizar una maniobra de pinza sobre el Mar Negro, Ucrania y quienes la apoyan podrían utilizar igualmente a Moldavia como punta de lanza para atacar Transnistria y desbaratar la posibilidad de que Rusia usara dicho enclave para alcanzar sus objetivos militares. Por el momento, el reciente sobrevuelo de dos misiles rusos, disparados desde el Mar Negro, sobre el espacio aéreo de Moldavia, ha provocado que el embajador ruso en Chisinau haya sido convocado para exigirle explicaciones. Ucrania se ha apresurado a añadir que los misiles también habían violado el espacio aéreo de Rumanía, un extremo que ha sido desmentido por el ministro de Defensa rumano.

Por último, un portavoz del Departamento de Estado, Vedant Patel, declaró que «En este momento, no tenemos indicios de una amenaza militar directa de Rusia contra Moldavia o Rumania. En términos más generales, apoyamos la soberanía y la integridad territorial de Moldavia, así como su neutralidad garantizada constitucionalmente».

El tiempo nos dirá si se mantiene esa neutralidad de Moldavia, a la que alude el representante del gobierno de Estados Unidos. O si, por el contrario, esa neutralidad se rompe, de un modo u otro, lo que significaría que la guerra, hasta ahora circunscrita al territorio de Ucrania, podría rebasar sus fronteras y extenderse por el resto de Europa. Las recientes visitas de altos cargos de los gobiernos de Reino Unido y Estados Unidos a Moldavia no hacen presagiar nada bueno.

Siria y Turquía se aproximan en Moscú y Erdogan atasca la OTAN

1 de febrero de 2023

La reunión que mantuvieron en Moscú, el 28 de diciembre, los ministros de Defensa de Siria, Turquía y Rusia, acompañados de sus respectivos jefes de inteligencia, sobre la que informó la agencia de noticias turca Anadolu, ha encendido todas las alarmas en la Casa Blanca. El encuentro era el primero que se producía, a nivel ministerial, entre Siria y Turquía desde 2011. El despacho de la agencia recalcaba que la entrevista se había producido en una “atmósfera constructiva” y las partes habían acordado “continuar con el formato de las reuniones trilaterales para asegurar y mantener la estabilidad en Siria y en la región como un todo”. Este encuentro había sido precedido por una reunión de los jefes de inteligencia de los mismos países, también en Moscú, en enero de 2020.

El ministro de Defensa turco, Hulusi Akar, en el centro, y el jefe de inteligencia, Hakan Fidan, a la izquierda, a su llegada a Moscú para la reunión con sus homólogos del gobierno de Siria. Fotografía: Agencia Anadolu.

La reunión soliviantó inmediatamente al gobierno de Estados Unidos. El exanalista de la CIA y actual portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, declaró que “No apoyamos a los países que mejoran sus relaciones o expresan su apoyo para rehabilitar al brutal dictador Bashar al-Assad. Instamos a los estados a considerar cuidadosamente el atroz historial de derechos humanos del régimen de Assad”. Turquía es miembro de la OTAN y, por lo tanto, un supuesto aliado de Estados Unidos. El exasesor de seguridad nacional John Bolton fue más allá, al señalar que la pertenencia de Turquía a la OTAN debería ser puesta en duda, dada su tibia actitud frente a Rusia en relación con la guerra en Ucrania y su bloqueo de la ampliación de la organización armada. Sobre todo, si Erdogan volvía a ganar las elecciones este año, “probablemente mediante fraude”, aseguraba Bolton, embarrando el terreno.

Lo que enerva a Estados Unidos es que la guerra civil que ha asolado Siria no se ha saldado con un cambio de régimen y que, además, los principales actores políticos en Oriente Próximo están asumiendo que la victoria en el conflicto corresponde a Bashar al-Assad. La reunión del ministro de Asuntos Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos con el presidente sirio en Damasco, el pasado 4 de enero, confirma que Siria está saliendo, poco a poco, del ostracismo al que fue condenada por Occidente desde la represión de unas protestas ciudadanas, en marzo de 2011. Cada uno de los actores regionales aprovechó rápidamente los disturbios para mover sus piezas y apoyar a las distintas facciones que asomaron por las distintas grietas, de índole religioso, étnico y político, que fracturaban la sociedad siria. Por diferentes motivos, todos ellos coincidían en el común propósito de derribar el gobierno de Bashar al-Assad, por lo que las manifestaciones fueron instrumentalizadas hasta desatar una guerra civil abierta.  

Lo que solivianta a Estados Unidos es que Oriente Próximo se le está yendo de las manos. En una entrevista con Bloomberg, el ministro de finanzas de Arabia Saudita acaba de afirmar que su país está dispuesto a comerciar con otros países usando divisas distintas al dólar. Teniendo en cuenta que la parte del león de sus relaciones comerciales la representa el petróleo, el anuncio supone un torpedo en la línea de flotación del petrodólar, surgido tras el pacto de Richard Nixon y la Casa de Saúd en 1974. El hecho de que el ministro saudita lo haya recalcado en una entrevista a Bloomberg añade carga mediática a la afrenta de su contenido.

Si a estas declaraciones añadimos las realizadas en Davos por el ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudita, donde afirmó que su país se había acercado a Irán y ambos estaban tratando de encontrar un camino para el diálogo, las razones para la alarma en el Departamento de Estado se multiplican. Ambos países han sido adversarios acérrimos, aspirantes a convertirse en la potencia hegemónica en la región, y ahora inician un acercamiento que deja descolocada a la Casa Blanca. Sobre todo, teniendo en cuenta el peso como aliado que representa Arabia Saudita en la zona, y la trascendencia de esa aproximación hacia una de las bestias negras de Estados Unidos y su cabeza de puente en Oriente Próximo: Israel.

En este contexto, la reunión mantenida en Moscú resulta relevante por el cambio de posición de Turquía en relación con el gobierno de Siria, asolada por un conflicto que ha sumido al 90% de la población en la pobreza. Un destrozo causado por la propia guerra y las sanciones que ha sufrido el país. Unas sanciones que sólo han servido para deteriorar las lamentables condiciones en las que vive la ciudadanía siria y que han fracasado, como lo están haciendo las sanciones a Rusia, a la hora de detener la guerra o forzar un cambio de régimen.

Turquía disfruta de una posición geográfica que la convierte en pieza clave del tablero de Oriente Próximo. Histórico puente entre Asia y Europa, controla los estrechos del Bósforo y de Dardanelos, que conectan el Mar Negro y el de Mármara con el Mediterráneo. Su localización en el globo terráqueo dista del Atlántico Norte. Sin embargo, es miembro de la OTAN. Turquía está situada convenientemente al sur de Rusia, separada únicamente por el Mar Negro y el Cáucaso, patio trasero ruso, y es el país de la OTAN localizado más al este. Turquía tiene más de 500 kilómetros de frontera con Irán, en plena región del Kurdistán, otro avispero geopolítico.

Mapa de Oriente Próximo

Siria, por su parte, también goza de una posición estratégica en el mapa. Tiene frontera con Israel, que le arrebató los altos del Golán, considerados territorios ocupados ilegalmente por la resolución 242 de las Naciones Unidas, como todos los expoliados por Israel tras la guerra de los Seis Días, en 1967. Un dictamen al que Israel sigue haciendo caso omiso. Siria tiene frontera con Líbano, país con el que ha mantenido una tortuosa relación, y que durante un periodo se quedó en mero protectorado de Damasco. Por otra parte, los vínculos entre Siria y Rusia se remontan a los años 60 del siglo pasado. La única base naval de que dispone Rusia fuera de sus fronteras se encuentra en Tartus, en la costa mediterránea siria, una franja de casi doscientos kilómetros. Construida en 1971, es el único puerto en aguas calientes con acceso directo al canal de Suez del que dispone la nación eslava. Unas instalaciones que Rusia está ampliando actualmente.

Turquía aprovechó la guerra civil en Siria para apoyar a un grupo de desertores del ejército de Siria, que se agruparon en torno al Ejército Libre de Siria (Free Syrian Army, FSA), desde el inicio de los enfrentamientos. Además Turquía se apresuró a ocupar la zona norte de Siria, con el argumento de luchar contra las fuerzas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, a los que el gobierno turco califica de “terroristas”. Los objetivos de la ofensiva que finalmente se llevó a cabo sobre el Kurdistán sirio al este del Éufrates se encuentran en el siguiente gráfico, publicado por la prensa turca.

 Infografía: https://www.trt.net.tr/espanol/photogallery/infografia/los-objetivos-de-la-posible-operacion-de-turquia-al-este-del-eufrates

En el siguiente gráfico figura el mapa actualizado del reparto de las zonas de control por parte de los distintos actores políticos, y sus correlatos militares. Como vemos, Turquía ha conseguido ocupar una franja al sur de su frontera con Siria, al este de la que ya había ocupado con la Operación Escudo del Éufrates, en 2016, y la Operación Rama de Olivo, en 2018. Los objetivos alegados por el gobierno turco para justificar la invasión fueron eliminar al Estado Islámico del noroeste de Siria, así como impedir que las Unidades de Protección Popular (YPG por sus siglas en turco) y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) establecieran un corredor a lo largo del norte de Siria. La segunda operación se dirigió igualmente contra las milicias YPG, a quien Turquía considera una rama del PKK, en el norte de Alepo.

Zonas de control en Siria por parte de los distintos grupos participantes en la guerra. Ilustración: Congressional Research Service. Armed Conflict in Syria: Overview and U.S. Response, noviembre 2022.

La guerra civil en Siria, como la de Ucrania, también es una guerra proxy, desgraciadamente para sus respectivas poblaciones. Las grandes potencias, en lugar de enfrentarse directamente, lo hacen en el territorio de un tercer país. En el caso de Siria, se da la paradoja de que dos supuestos aliados, en su calidad de miembros de la OTAN, Estados Unidos y Turquía, están apoyando facciones opuestas en la contienda.

Estados Unidos está sosteniendo a los kurdos de las Unidades de Protección Popular (YPG) con el argumento de que constituyen la fuerza más efectiva para luchar contra el Estado Islámico. Las YPG forman el grueso de las Fuerzas Democráticas de Siria (Syrian Democratic Forces, SDF), mientras que Turquía apoya al Ejército Libre de Siria (Free Syrian Army, FSA), formado por militares desafectos del gobierno de Bashar al-Assad. Ambos grupos supuestamente compartían el objetivo de eliminar al Estado Islámico en Siria, pero ha habido enfrentamientos armados entre ambos, con víctimas mortales.

Irán e Israel también juegan un papel en el dramático escenario de la guerra civil siria. La República Islámica apoya a las milicias de Hezbolá, que enviaron a miles de combatientes a Siria para combatir a favor del gobierno de Bashar al-Assad. El Estado sionista, acérrimo enemigo de Irán, se dedica a bombardear objetivos de Hezbolá en Siria, pero no sólo. También ha bombardeado en varias ocasiones el aeropuerto de Alepo y el de Damasco.  Según el analista geopolítico Sami Hamdi, los ataques son un aviso a Irán, para demostrar que Tel Aviv continuará resistiendo la imposición de una nueva dinámica política, en el caso de que finalmente se llegara a la renovación del acuerdo nuclear con Irán, del que Estados Unidos se retiró en 2018. Una posibilidad que la administración de Joe Biden ha descartado. En cuanto a Siria, los bombardeos a su infraestructura suponen un aviso de que Israel puede golpearle duro si facilita el atrincheramiento de Irán. El reciente ataque a una fábrica de drones en Irán, que funcionarios estadounidenses han atribuido a Israel, demuestra cuál es la fragilidad de la situación en la zona.

Tras este pequeño resumen del quién es quién en la guerra de Siria, volvamos a Moscú. La reunión celebrada allí entre los ministros de Defensa de Turquía y Siria, bajo los auspicios del ministro ruso del ramo, coincide en el tiempo con las resistencias que está mostrando Erdogan a la entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN. Ambos movimientos simultáneos del presidente turco suponen una bofetada en el rostro a Joe Biden, que se suma a la que recibió por parte de Mohamed bin Salman en su visita a Arabia Saudita, cuando el jeque no sólo se negó a aumentar la producción de petróleo, como le reclamaba el presidente de Estados Unidos, sino que la redujo, en coordinación con Rusia, en el seno de la OPEP+.  

Aunque tras la reunión en Moscú, el periódico sirio Al-Watan publicó que Turquía había aceptado retirar su ejército del norte de Siria, una información reproducida incluso por la agencia rusa TASS, apenas un par de días después fuentes turcas desmintieron al portal de noticias Middle East Eye que tal acuerdo se alcanzara en la reunión. Sin embargo, la posición de Turquía respecto a Siria ha cambiado. El ministro de Asuntos Exteriores turco declaró que también se reuniría con su homólogo sirio, y el propio Erdogan, que llamó a Bashar al-Assad “asesino”, “terrorista” y “dictador” se ha mostrado dispuesto a reunirse con él. En Turquía hay cuatro millones de refugiados sirios, la inflación está en el 90% (oficialmente), y este año Erdogan se enfrenta a elecciones para renovar su cargo. Siria, por su parte, está recibiendo presiones de Rusia para llegar a algún tipo de acuerdo con Turquía. Un asunto que se trató en Moscú, la reapertura de la autopista M4, que conecta el norte de Siria de Este a Oeste, podría ser uno de los primeros pasos para engrasar un acuerdo de más alcance.

Mapa del norte de Siria. Las zonas punteadas están bajo control de Turquía. Ilustración: Middle East Eye.

El acercamiento de Siria y Turquía viene a sumarse a la negativa de esta última a aprobar la incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN. Este rechazo ha sido subrayado por Erdogan tras la quema de un corán en Suecia, frente a la embajada turca, por parte de Rasmus Paludan, lider del partido ultraderechista danés Stram Kurs. Una acción que fue repetida posteriormente por el mismo individuo en Copenhague, esta vez frente a una mezquita. En ambas ocasiones, los actos no sólo fueron permitidos por las autoridades, sino que el político gozó de la protección de un cordón policial.

El primer ministro de Suecia se excusó en la libertad de expresión, como parte fundamental de la democracia, a la hora de justificar la legalidad del acto. En el mismo tuit, manifestaba su “compasión” por los musulmanes que se hubieran sentido ofendidos por lo ocurrido. Yo me pregunto qué hubiera pasado si esa misma persona, o cualquier otra, hubiera solicitado permiso para quemar la bandera de Israel delante de su embajada en Estocolmo. A causa, por ejemplo, del último ataque de sus fuerzas armadas al campo de refugiados de Jenin, donde mataron a nueve palestinos. O si esa persona, o cualquier otra, hubiera solicitado autorización para quemar una biblia delante de una iglesia. ¿Habrían autorizado esos actos en nombre de la libertad de expresión? ¿Le habrían puesto un cordón policial para protegerle? Yo lo pongo en duda.

 

El doble rasero que muestran las autoridades de las democracias occidentales, y los medios de comunicación a su servicio, es una de las razones por las que su relato acerca de la guerra en Ucrania no ha cuajado en la mayoría del mundo: sólo el 36% de la población vive en países que condenan a Rusia o apoyan la narrativa occidental sobre el conflicto. Eso no quiere decir que la ciudadanía de dichos países esté de acuerdo con la posición que han adoptado sus gobiernos. En Alemania, una reciente encuesta desvela que el 80% de los alemanes considera más importante llegar a una solución rápida y negociada de la guerra en Ucrania, frente al 18% que opina que prefiere que Ucrania prevalezca en el conflicto. 

Dos tercios de la población mundial vive en países que son neutrales o se inclinan hacia Rusia en relación con la guerra en Ucrania. Ilustración: Economist Intelligence Unit.

El Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) es considerado una organización terrorista no sólo por Turquía, sino por la Unión Europea y Estados Unidos. Para aceptar la adhesión de Suecia y Finlandia a la OTAN, Turquía ha exigido la deportación de 130 “terroristas” que obtuvieron asilo político en los países nórdicos. En relación con este asunto, el primer ministro sueco, Ulf Kristersson, declaró el 11 de enero que “Turquía a veces nombra a personas que les gustaría extraditar de Suecia, y es bien sabido que la legislación sueca sobre eso… es muy clara: que los tribunales [toman] esas decisiones, no hay espacio para cambiar eso”. Sin embargo, Suecia ya había extraditado en diciembre a un miembro del PKK, que fue enviado en avión a Estambul, donde ingresó inmediatamente en la cárcel.

Además, el ministro de Asuntos Exteriores de Suecia declaró en noviembre: «Creo que es importante que haya una distancia entre esta organización (el PKK) y el lado sueco. (…) Creemos que hay dudas y problemas con respecto a quienes están dañando nuestra relación con Turquía.(…) Existe un vínculo demasiado estrecho entre estas organizaciones y el PKK, que es una organización terrorista incluida en la lista de la UE». El ministro Tobias Billstrom se refería a la milicias kurdas Unidades de Protección Popular (YPG) y a su rama política, el Partido de Unidad Democrática (PYD), organizaciones ambas emanadas del PKK. Aunque, como hemos visto, las Unidades de Protección Popular gozaron del apoyo de Estados Unidos en Siria, ahora que se ventila la incorporación de los países nórdicos a la OTAN, el criterio  parece estar cambiando. El ministro de Asuntos Exteriores sueco declaraba en la entrevista que “El valor principal es la membresía de Suecia en la OTAN”. Es lo que tienen los valores occidentales, que son reversibles en función de las circunstancias.

Mientras los países nórdicos deshojan la margarita de los principios que les conviene aplicar en esta ocasión (respeto al Estado de Derecho y al asilo político concedido por los tribunales o, por el contrario, se decantan por extraditar a los activistas kurdos), los Estados Unidos siguen aprovechando la presencia de sus fuerzas armadas en Siria para hacer lo que mejor se les da: apropiarse de recursos ajenos. En este caso, del petróleo sirio. Usando el paso fronterizo de Al Walid, al noroeste de Siria, largas filas de camiones cisterna cruzan regularmente la frontera para transportar el petróleo a las bases que Estados Unidos aún conserva en Irak, donde todavía quedan 2.500 militares estadounidenses, en contra de la voluntad del gobierno iraquí. Desde allí, el crudo es trasladado a Estados Unidos o bien exportado a países de Oriente Medio. Según cálculos del gobierno sirio, el expolio de petróleo y cereales por parte de Estados Unidos le ha costado al país 100.000 millones de dólares desde 2011 hasta mediados de 2022.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, comentó el 10 de enero que Suecia y Finlandia se convertirían en miembros de la alianza, a pesar de los obstáculos. Stoltenberg se mostró confiado en que su ingreso sería ratificado por todos los parlamentos de los países de la alianza, “y esto va también por Turquía”, señaló explícitamente. Erdogan le contestó el 29 de enero: “Podemos responder de manera diferente a Finlandia si es necesario. Suecia se sorprendería si respondiéramos de manera diferente a Finlandia”. El presidente de Turquía daba a entender que podría aprobar el ingreso de Finlandia, no así el de Suecia. Veremos qué es lo que nos depara el futuro.