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La OTAN trata de mentalizarnos para una guerra contra Rusia

6 de febrero de 2024

Las élites pretenden convencernos de que Rusia atacará a la OTAN si no es vencida en Ucrania

Después de haber reconocido el fracaso de la contraofensiva de Ucrania, y de admitir que no prevé que el gobierno de Kiev recupere territorios en 2024, Estados Unidos está diseñando una nueva estrategia para la guerra en Ucrania. Por si acaso a alguien todavía le quedaba alguna duda del carácter de guerra subsidiaria del conflicto, que en realidad comenzó en 2014.

Según filtraciones al Washington Post, la nueva estrategia consistiría en “ayudar a Ucrania a defenderse de nuevos avances rusos mientras avanza hacia un objetivo a largo plazo de fortalecer su fuerza de combate y su economía”. Sin embargo, la narrativa que están construyendo los medios de comunicación convencionales para reformular la conflagración, a la vista del fracaso del esfuerzo de los 37 países que han aportado ayuda militar, financiera o humanitaria a Ucrania, es muy distinta. 

Titular del Washington Post del 26 de enero de 2024.

En una clara coordinación, unos días más tarde, el diario El País enviaba a los lectores en español el mismo mensaje.

Titular de El País del 4 de febrero de 2024.

En mi artículo anterior, ya me ocupé de “la teoría del dominó” que estaban esparciendo las élites y sus serviciales medios: “Si Putin gana, no se detendrá en la frontera con Ucrania”, resumía el exdirector de la CIA, Mike Pompeo. Por si este argumento no fuera suficiente para asustar a la población de Europa, quien se vería afectada por las supuestas ambiciones imperiales de Putin, asistimos a una cascada de declaraciones de altos cargos de la OTAN y de los gobiernos europeos, alarmando con la supuesta inevitabilidad de una guerra directa con Rusia.

Con el objetivo de manufacturar el consentimiento de la ciudadanía europea a un escenario tan apocalíptico, el de una guerra entre potencias nucleares, el bombardeo mediático al que nos someten va in crescendo.

El 19 de enero, Rob Bauer, el almirante al frente del Comité Militar de la OTAN, advertía de que “no todo va a ser guay en los próximos 20 años”, añadiendo: «No estoy diciendo que mañana vaya a ir mal, pero tenemos que darnos cuenta de que no podemos dar por descontado que estemos en paz. Por eso tenemos planes, por eso nos estamos preparando para un conflicto con Rusia y los grupos terroristas si llega el momento». Nótese la vecindad de las palabras “Rusia” y “terroristas” en la frase.

Titular de Vanguardia, México, del 19 de enero de 2024.

El mismo día, Emmanuel Macron pedía a los industriales  de defensa de Francia una transición a una “economía de guerra”, para poder seguir suministrando armas a Ucrania, porque «no podemos dejar que Rusia piense que puede ganar (…) Una victoria rusa es el fin de la seguridad europea». Macron utilizó la expresión “economía de guerra” seis veces en su discurso, por si quedaba alguna duda.

El mismo día – qué casualidad – el ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, afirmaba que Rusia podría atacar un país de la OTAN en un plazo de entre 5 y 8 años. El día anterior, el ministro de Asuntos Exteriores de Lituania abundaba en la “teoría del dominó”. Gabrelius Landsbergis declaraba que “Si Ucrania no derrota a Rusia, la victoria de Moscú no acabaría bien para Europa”.

Titular de Politico del 19 de enero de 2024.

Tres días más tarde, el 22 de enero, haciéndose eco de un artículo en el tabloide británico The Sun, La Razón reproducía las advertencias de varios “expertos” acerca de la necesidad imperiosa de una victoria de la OTAN frente a Rusia en Ucrania. Richard Barrons, exjefe de la Fuerzas Conjuntas del Reino Unido, opinaba que Putin ya considera el conflicto en Ucrania como una guerra contra la OTAN (como si no lo fuera), y que “se volverá contra la OTAN cuando no esté tan centrado en Ucrania”. El coronel estonio Andrus Merilo subía el tono: «Ucrania tiene que ganar esta guerra, no hay alternativa, o cualquier nación de la OTAN estará en riesgo».

Titular de La Razón del 23 de enero de 2024.

Tan sólo tres días después, el líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, señalaba que «Europa debe crear disuasión, debemos ser capaces de disuadir y defendernos. (…) Todos sabemos que cuando las cosas se ponen difíciles, la opción nuclear es la realmente decisiva». Ante la perspectiva de una posible victoria de Donald Trump en noviembre, Weber enviaba un mensaje que no se corresponde con el papel de subordinación a Washington que ha adoptado la Unión Europea: «Independientemente de quién resulte elegido en Estados Unidos, Europa debe poder valerse por sí sola en términos de política exterior y poder defenderse de forma independiente».

Y para rematar, sólo faltaba Josep Borrell. En una columna para Le Nouvel Observateur, recalcaba que “La victoria de Ucrania es la mejor garantía de seguridad para Europa” y prevenía contra “las tentaciones de conciliación”. Borrell aprovechaba la ocasión para pedir el suministro de misiles de largo alcance a Ucrania y otras armas avanzadas, así como “un renacimiento de la industria de defensa europea”.

Para Borrell, el incremento del gasto en defensa de la Unión Europea en un 40% desde 2014 es insuficiente. También se lamenta de que la industria de defensa europea se vea “reducida a su capacidad de producción en tiempos de paz”. Con otras palabras, está exigiendo lo mismo que Macron: pasar a una economía de guerra.

¿El regreso de la mili obligatoria en Europa?

Ante un conflicto que ha ido disminuyendo su presencia en los medios de comunicación de masas, del que no se habla en los bares, y que la OTAN está perdiendo frente a Rusia, la estrategia de Estados Unidos y sus vasallos europeos se ha decantado por intentar mentalizar a la población de que Rusia va a escalar el conflicto, atacando países de la OTAN, si no es vencida en Ucrania.

El objetivo es meternos miedo, una de las palancas más efectivas para manipular al ser humano.

En lugar de reconocer su fracaso, lo que pondría a las élites en la picota, y a la ciudadanía en disposición de exigir responsabilidades políticas, nuestros dirigentes están optando por meternos en una dinámica de guerra directa contra la mayor potencia nuclear del mundo. Como si no hubieran aprendido nada de lo que está sucediendo en Ucrania, a pesar de los miles de millones inyectados en aquel país.

Las élites tratan de involucrar a la ciudadanía en sus planes de guerra, de convencernos de la inevitabilidad de su agenda política, como si no existieran alternativas para resolver los conflictos que instiga Estados Unidos en el mundo, para asegurar su primacía, en detrimento de sus propios aliados. Basta ver la situación a la que se ha visto abocada Europa desde el comienzo de la guerra en Ucrania.

El general Sir Patrick Sanders, jefe del ejército británico, insinuaba una recuperación del servicio militar obligatorio, refiriéndose a la necesidad de crear un “ejército ciudadano”. En su opinión, el ejército profesional del Reino Unido es demasiado pequeño para aguantar durante mucho tiempo una guerra contra Rusia. Aunque el gobierno rechazó esta posibilidad, calificándola de “no útil”, otros países europeos como Letonia y Suecia han desempolvado formas de servicio militar. Boris Pistorius, el ministro de Defensa alemán, dijo en diciembre que estaba “considerando todas las opciones”.

El ministro de Defensa británico, Grant Shapps, conmina a los transeúntes a entrenarse y equiparse para la guerra, ahora.

En el mismo sentido van las palabras de Carl-Oscar Bohlin, ministro de Defensa Civil de Suecia, que declaró ante un público atónito que “la guerra podría llegar a Suecia” y que la nación necesitaba prepararse para ello, rápidamente. El comandante en jefe del ejército sueco, Micael Bydén, intervino para remachar el mensaje: “La guerra de Rusia contra Ucrania es sólo un paso, no un final”. En una entrevista televisiva posterior, Bydén dijo que todos los suecos debían prepararse para la guerra: «Necesitamos darnos cuenta de cuán grave es realmente la situación y que todos, individualmente, deben prepararse mentalmente«.

Conviene recordar que fueron Napoleón y Hitler quienes invadieron Rusia, con los resultados ya conocidos. También resulta pertinente subrayar, porque occidente está enfrascado en reescribir la historia, que fueron las tropas del Ejército Rojo, y no las aliadas, las que liberaron Berlín. Fue la Unión Soviética quien puso toda la carne en el asador para librar a Europa de los nazis, dejándose en el empeño entre 26 y 27 millones de muertos. Por poner las cifras en perspectiva, los Estados Unidos sufrieron 420.000 víctimas mortales en la Segunda Guerra Mundial.

Los medios de comunicación occidentales y Hollywood llevan décadas trabajando para cambiar la percepción de la población sobre la importancia del papel de la URSS en la SGM. En 1945, en una encuesta realizada en Francia, el 57% de los sondeados pensaba que había sido Moscú quien había contribuido en mayor medida al esfuerzo bélico, frente al 20% que mencionaba a Estados Unidos. En 2004, cuando se repitió la encuesta, las cifras se habían invertido: sólo el 20% mencionaba a la URSS en primer lugar. La reescritura de la historia es otra pata de la estrategia para desprestigiar la imagen de Rusia.

Occidente trata por todos los medios de demonizar a Putin, porque se negó a ser otro Yeltsin que siguiera facilitando el saqueo. Se esfuerza por presentar a Rusia como una amenaza contra la democracia, mientras difama o condena al ostracismo a todos quienes disienten de la narrativa oficial, como le ha pasado al actor y comediante Russell Brand, tras unas oportunas acusaciones anónimas de abuso sexual. En algún caso se les deja morir en una prisión en Ucrania, como ha ocurrido recientemente con Gonzalo Lira, cuyos análisis, aún disponibles en redes sociales, incluían opiniones que cuestionaban el relato fabricado por occidente.

Por qué el establishment presenta a Trump como una amenaza

Manfred Weber, el citado líder del Partido Popular Europeo, se refería a la hipotética elección de Donald Trump como próximo presidente en los siguientes términos: «Queremos la OTAN, pero también tenemos que ser lo suficientemente fuertes como para poder defendernos sin ella o en tiempos de Trump». Daba así por sentado que, en el caso de una victoria de Trump, Estados Unidos iba a dejar colgada de la brocha a la Unión Europea, si Rusia no se contentara con el control de Ucrania y avanzara sobre países de la OTAN.

Titular de Politico del 25 de enero de 2024

Según el comisario francés Thierry Breton, en una tensa reunión en 2020, Donald Trump le dijo a Úrsula von der Leyen que Estados Unidos nunca acudiría en ayuda de Europa en el caso de que fuera atacada, y que la OTAN estaba muerta.  Sin embargo, el propio Trump relataba en un reciente mitin que, gracias a esa estrategia, consiguió que la Unión Europea aumentara su gasto en defensa en “miles y miles de millones de dólares”.

En la campaña electoral tras la que fue elegido presidente, Donald Trump estableció como una de las metas de su política exterior establecer relaciones estrechas con Rusia. A raíz de estas intenciones, el Partido Demócrata fabricó el denominado “Russiagate” a partir del “dossier Steele”, redactado por un exagente de inteligencia británico, que recibió 160.000 dólares del Comité Nacional del Partido Demócrata y del equipo de campaña de Hillary Clinton. El objetivo era vincular el éxito de Trump a una supuesta interferencia de Rusia en el proceso electoral estadounidense.

Los poderes fácticos que manejan la agenda política en Estados Unidos han apostado por el Partido Demócrata. Trump siempre resultó un personaje incómodo para el establishment. Inmediatamente después de que Rusia invadiera Ucrania, Trump declaró que tal cosa no se habría producido si él hubiera seguido siendo presidente. Una afirmación que ha repetido en varias ocasiones. Trump también se ha mostrado dispuesto a acabar con la guerra en Ucrania en un solo día. Una posibilidad que a Zelenski le pareció “muy peligrosa”.

A los neoconservadores que dirigen la política exterior de Estados Unidos esa hipótesis también les parece peligrosa. De ahí todos los esfuerzos que está haciendo el Partido Demócrata por, si no encarcelarle, al menos impedir que Trump se presente a las elecciones, con la colaboración de jueces afines, en un claro ejemplo de lawfare

Podemos pensar que las declaraciones de Donald Trump no pasan del mero electoralismo. Pero también podemos tener en cuenta los hechos y preguntarnos si, en este caso, expresa lo que realmente se propone si alcanza la presidencia. Si no, ¿a qué vino la campaña del Partido Demócrata para deslegitimar la victoria de Trump? ¿A qué vienen todos los intentos de impedir que vuelva a presentarse?

Con la excepción de Irán, de cuyo acuerdo nuclear se retiró, en política exterior Trump se ha mostrado partidario de dialogar con los adversarios de Estados Unidos: Rusia, Corea del Norte, China. Es la principal diferencia con Joe Biden, que carece de capacidad de interlocución, o de voluntad política, para hablar con los principales rivales de Washington. Se ve que al estado profundo le da miedo que el inquilino de la Casa Blanca departa siquiera con sus adversarios, y lo confían todo al uso de la fuerza, o la amenaza de hacerlo, como palancas para implementar su dominio en el mundo.

Donald Trump con el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, y con Vladimir Putin.

Ante el fracaso de su estrategia, Estados Unidos apuesta por la escalada

Los neoconservadores carecen de la más mínima capacidad de autocrítica. En lugar de reconocer el fracaso de su enfoque, lo que haría tambalearse los cimientos sobre los que se sustenta su arrogancia, su opción es incrementar la escalada bélica. Eso sí, achacándosela a su adversario.

La paz les viene muy mal para sus negocios, como acaba de reconocer el secretario general de la OTAN. Haciendo gala de una chocante sinceridad, Jens Stoltenberg reconocía en una entrevista que «Ucrania es un buen negocio para Estados Unidos. Y la mayor parte del dinero que Estados Unidos proporciona a Ucrania en realidad se invierte aquí en Estados Unidos, comprando equipos estadounidenses que enviamos a Ucrania. Así que esto nos hace a todos más seguros y [hace] que la industria de defensa de Estados Unidos sea más fuerte».

En Ucrania, durante su reciente visita de dos días, Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado, se mostró confiada en que el Congreso apruebe el nuevo paquete de ayuda a Ucrania solicitado por Biden, por un importe de 61.000 millones de dólares. El principal cerebro tras el golpe de Estado del Maidán, en 2014, aseguró sentirse impresionada por la “unidad y resolución” que había encontrado en Kiev. El mismo día de su llegada, el 31 de enero, el Washington Post publicaba que Zelenski se aprestaba a destituir al general Zaluzhni, el jefe de las fuerzas armadas. Zelenski le solicitó la dimisión el 30 de enero, a lo que el general se negó. Tremenda demostración de unidad.

El 2 de febrero, el mismo diario titulaba así: “Ucrania informa a Estados Unidos sobre la decisión de despedir al comandante en jefe”. Según el Washington Post, el hecho de avisar con anticipación del previsto cese “refleja el papel influyente de Estados Unidos como el respaldo militar y político más poderoso de Ucrania”, y subtitulaba que la Casa Blanca ni apoyaba ni objetaba la medida.

Titular del Washington Post del 2 de febrero de 2024

Lo que denota esta deferencia es el papel subordinado del gobierno de Kiev respecto a la Casa Blanca. A pesar de que la Unión Europea ha contribuido financieramente en mayor medida que Estados Unidos a alimentar la guerra en Ucrania, y está siendo la principal perjudicada de la contienda, carece de peso político en el enfrentamiento, cuyo resultado va a determinar el futuro no sólo de Europa, sino del mundo.

Las instituciones de la Unión Europea son las que más ayuda han suministrado a Ucrania, según el Instituto para la Economía Mundial de Kiel. Ilustración: Statista.

Un portal de noticias de Ucrania recogía las dificultades que estaba encontrando Zelenski para encontrar a un sustituto de Zaluzhni, publicadas por el Washington Post“El retraso indica indecisión por parte del presidente, el jefe de la administración Andriy Yermak y el ministro de Defensa, Rustem Umerov, o confusión, ya que los candidatos potenciales pueden no querer asumir el cargo, dadas las débiles perspectivas de mejorar la situación en el campo de batalla en Ucrania en el futuro cercano”.

Una decisión que debía plasmarse en un decreto que, a la hora de publicar este artículo, no había sido promulgado. Cuando un presidente no es capaz de forzar la dimisión de un subordinado, ni es capaz de reemplazarlo, se enfrenta a una crisis política. Veremos cómo se resuelve pero, de entrada, el liderazgo de Zelenski queda muy debilitado.

Objetivo: alimentar la guerra en Ucrania hasta las elecciones presidenciales

Joe Biden ha invertido demasiado capital político como para dejar caer el conflicto en Ucrania antes de que se celebren las elecciones presidenciales, en noviembre. No se puede permitir dar ni un paso atrás, ni mucho menos reconocer el fracaso del proyecto. Así que el único camino que le queda es seguir escalando el conflicto.

Las élites occidentales tienen que luchar contra otro enemigo, además de Rusia, para convencer a la ciudadanía de que es necesario seguir enviando armas y dinero al gobierno de Kiev: el olvido. En paralelo a la progresiva evanescencia del conflicto en los medios de comunicación, la población se ha desconectado de la guerra en Ucrania: las banderas han desaparecido de los pocos balcones donde había, así como de los perfiles en redes sociales de quienes apoyan lo que está en boga en los telediarios. 

Titular de El País del 26 de noviembre de 2023.

Dirigentes europeos, como Josep Borrell, o el ministro de Economía alemán, Robert Habeck, tienen la desfachatez de reconocer que el modelo de negocio europeo se basaba en la energía barata procedente de Rusia y las oportunidades de negocio en el mercado chino. Haber asumido la agenda de sanciones dictada por Washington contra Moscú ha provocado la crisis de ese modelo, la desindustrialización de Alemania, y el empobrecimiento de la ciudadanía europea, víctima de una inflación desbocada.

Sin embargo, las élites europeas, en lugar de asumir responsabilidades por las nefastas consecuencias de sus políticas, siguen empecinados en ellas. Pretenden convencernos de que hay que seguir metiendo dinero en el pozo sin fondo de Ucrania, ahora bajo el pretexto de que, sin una victoria de Kiev, los siguientes en ser invadidos por Rusia seremos nosotros. Nos toman por idiotas.

La rebelión de los agricultores europeos, con manifestaciones, bloqueos y protestas en Holanda, Francia, Alemania, Portugal, Italia, Grecia, Polonia, Rumanía, Lituania, Bélgica y España, supone la primera señal de que la ciudadanía se está cansando de sufrir las consecuencias de las nefastas políticas adoptadas por la Unión Europea. Hasta la BBC reconoce que “el efecto dominó de la guerra en Ucrania ha provocado protestas en casi todos los rincones de Europa”.

El encarecimiento de los precios del diésel, motivado por las sanciones a Rusia, el incremento de la inflación, el levantamiento de las restricciones a las importaciones de cereal de Ucrania, que produce sin las estrictas reglamentaciones sanitarias y medioambientales europeas, y el fin de los subsidios gubernamentales al combustible, han conseguido llevar a los agricultores europeos a una situación límite.

La OTAN está empujando el conflicto Rusia – Ucrania hacia una “guerra mundial”.

En Francia y Alemania otros colectivos se han sumado a las protestas. Su ejemplo debería sacudir al resto de la sociedad europea para sacarla de la pasividad. Es hora de exigir responsabilidades a nuestros dirigentes y demandar una rectificación de sus políticas, porque si no lo hacemos ahora, además de llevarnos a la ruina, nos terminarán metiendo en otra guerra, como advierte el diario chino Global Times.

La OTAN fracasa en Ucrania y empuja a Zelenski a negociar con Rusia

27 de noviembre de 2023

Los medios occidentales apuntalan el cambio de rumbo respecto a Ucrania

Cuando la misma revista que te encumbró como “persona del año” publica, menos de un año después, un reportaje donde te pone a los pies de los caballos, es que tu destino está echado. Es lo que le acaba de ocurrir a Volodímir Zelenski, protagonista de dos portadas de la revista TIME que, puestas juntas, no dejan lugar a dudas sobre el brusco viraje de occidente con relación a Ucrania. Como anécdota, baste añadir que los ojos del presidente ucraniano fueron azulados en la portada de 2022 para acercar su rostro a los gustos anglosajones.

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Estados Unidos fracasa en Israel y apunta a Irán

2 de noviembre de 2023

Los orígenes colonialistas del Estado de Israel

Antonio Guterres llevaba razón. Por eso Israel se le tiró al cuello, pidiendo su dimisión. El secretario general de la ONU intentó contextualizar por qué se produjo la violenta incursión de Hamás el 7 de octubre: “Es importante reconocer también que los ataques de Hamás no surgieron de la nada. El pueblo palestino ha sido sometido a 56 años de ocupación asfixiante”.

La pretensión de Israel, y la de su patrocinador, es presentar la ofensiva palestina en ausencia de contexto, como si se produjera en una burbuja. Por eso es fundamental hacer lo contrario: poner de relieve los antecedentes históricos que explican – pero que no justifican, como recalcó Guterres – cómo es posible que se produzcan unos hechos tan execrables y violentos.

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Los BRICS crecen impulsados por los errores de occidente

15 de septiembre de 2023

Las sanciones, la congelación de activos y el tope al precio del petróleo alientan la ampliación de los BRICS

Las políticas diseñadas por Estados Unidos han impulsado un movimiento que ya estaba en marcha: la ampliación de los BRICS. Las sanciones a Rusia y la “congelación” de sus activos han proporcionado argumentos para quienes dudaban acerca de la posición que debían buscar en el mundo multipolar que está naciendo. El tope impuesto por el G7 al precio del petróleo ruso ha precipitado movimientos sorprendentes, como el acercamiento entre Arabia Saudita e Irán. Todos estos factores, sumados a las labores diplomáticas de China, han desembocado en el crecimiento de los BRICS, anunciado en la cumbre de Sudáfrica.

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Cómo acabará la guerra en Ucrania

1 de septiembre de 2023

Entender los orígenes de la guerra para vislumbrar el final

Para poder contestar al desafío que plantea el titular, es imprescindible comenzar reseñando cuáles son las verdaderas causas que provocaron el inicio de la invasión rusa, el 24 de febrero de 2022. Hasta la Wikipedia reconoce que la guerra en Ucrania no comenzó con ese hecho, sino en 2014, tras el golpe de Estado del Maidán, orquestado por Estados Unidos para colocar a un gobierno títere que sirviera a sus intereses.

Las sucesivas ampliaciones de la OTAN hacia el este, hasta las mismas fronteras de Rusia, incumpliendo las promesas hechas por varios dirigentes occidentales a Gorbachov, tal y como recogí en este artículo, es una de las causas de la agresiva respuesta de Rusia.

Pero el motivo fundamental que ha llevado a Rusia a implicarse de lleno en la guerra civil que asolaba el este de Ucrania desde 2014 ha sido el rechazo por parte de Estados Unidos a pactar una nueva arquitectura europea de seguridad. El 26 de enero de 2022, un mes antes de la invasión, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, anunciaba la negativa de la organización a negociar la propuesta formulada por Rusia en diciembre de 2021.

En los documentos enviados a Estados Unidos y a la OTAN, Rusia reclamaba que la organización armada no sólo pusiera fin a su expansión hacia el este, sino que retrocediera sobre sus pasos, retirando a las tropas desplegadas en los países de Europa oriental. Así lo declaraba Putin el 23 de diciembre de 2022: “Lo ponemos claro: no debe haber más expansión de la OTAN hacia el este. ¿Qué es lo que no se entiende? ¿Fuimos nosotros los que desplegamos misiles cerca de las fronteras de Estados Unidos? No. Es Estados Unidos quien vino con sus misiles a la puerta de nuestra casa. ¿Es acaso una demanda escandalosa dejar de desplegar sistemas de misiles cerca de nuestra casa?”.

Rusia ha dejado claro que no va a admitir que Ucrania sea un miembro de la OTAN. Entre los objetivos de la “operación militar especial”, en terminología rusa, se halla la desmilitarización del país: el Kremlin no va a tolerar otro títere armado por la OTAN a sus puertas. En noviembre de 2021, un año antes de la invasión, Putin ya advertía que un misil lanzado desde Ucrania alcanzaría Moscú en un tiempo estimado entre 7 y 10 minutos, lo que resultaba inadmisible. Pero Ucrania sólo es una parte del problema.

Rusia no está interesada en negociar un acuerdo de paz que se circunscriba a Ucrania, necesita un acuerdo global. El problema es que Estados Unidos no está dispuesto a admitir ese marco, porque supondría conceder a sus interlocutores una posición de iguales. A Washington tampoco le sirve que, como resultado de esa negociación, pudiera alzarse con el puesto de primus inter pares, porque el único papel que Estados Unidos está dispuesto a admitir es el hegemónico, con el resto del mundo postrado a sus pies. Esa es la visión de los neoconservadores actualmente al mando de la política exterior: la idea de la coexistencia pacífica les es ajena, como señala el economista Jeffrey Sachs.  

Negociar en términos de igualdad con otra potencia una arquitectura de seguridad para Europa significaría reconocer el nacimiento de un mundo multipolar y el fin de su hegemonía, que tendría que ser necesariamente compartida con Rusia. En lugar de eso, Estados Unidos está trabajando activamente para imponer su dominio al resto del mundo, en todas las regiones del globo. Su última iniciativa acaba de plasmarse en Camp David, donde Japón y Corea del Sur se han aprestado a ofrecerse para ejercer el papel de peón que ahora desempeña Ucrania. En este caso, frente a China y Corea del Norte.

El fracaso de la contraofensiva de Ucrania provoca un cambio de narrativa

Mientras tanto, la guerra en Ucrania continúa. El fracaso de la contraofensiva ucraniana está siendo reconocido por políticos estadounidenses y los medios de comunicación a su servicio. Andy Harris, un legislador republicano que copreside el Caucus para Ucrania, y uno de los más fervientes partidarios de armar a Kiev, lo dijo hace poco: “Seré franco: ha fracasado”. Y refiriéndose de manera más amplia a la guerra, remató así: “Ya no estoy seguro de que se pueda ganar”.

The Washington Post recogía el sentir de la población de Ucrania con este titular: “La lenta contraofensiva oscurece el ánimo en Ucrania”.

La lenta contraofensiva oscurece el ánimo en Ucrania.

El mismo periódico se mostraba pesimista sobre las perspectivas militares para el gobierno de Zelenski: “Ucrania se está quedando sin opciones de recuperar territorio significativo”. The New York Times, por su parte, señalaba que funcionarios estadounidenses temían que las autoridades de Kiev se habían vuelto “reacias a las bajas”. Por eso habían dejado de enviar a la infantería al asalto de las posiciones rusas, atravesando campos minados, y habían vuelto a la estrategia de desgaste a distancia, ejercida por la artillería. Y claro, así no hay manera de que la contraofensiva avance…

Ucrania se está quedando sin opciones de recuperar territorio significativo.

El Financial Times se hacía eco de los temores de Estados Unidos acerca de las posibilidades de un éxito rápido de la contraofensiva.

Estados Unidos cada vez tiene más dudas de que la contraofensiva de Ucrania pueda tener éxito rápidamente.

The Washington Post incidía en que la inteligencia estadounidense valoraba que Ucrania fracasaría en su objetivo principal: alcanzar Melitopol, un enclave fundamental para el tránsito de los suministros rusos. Por último, Politico recogía unas declaraciones de un anónimo cargo que, a la vista de lo ocurrido, le daba la razón a toro pasado al general Mark Milley: el jefe de la Junta de Estado Mayor opinaba, en noviembre pasado, que era el momento de iniciar una negociación. 

La inteligencia de Estados Unidos dice que Ucrania fracasará en el objetivo principal de su ofensiva.

Una vez constatado el fracaso de la contraofensiva, ha comenzado la atribución de culpas. En sendos artículos aparecidos en The Wall Street Journal y The New York Times, voces anónimas de la administración de Joe Biden achacan al gobierno de Zelenski el descalabro, por no haberse centrado en el frente sur, el de Zaporiyia. Se quejan de que Zelenski dividió sus recursos al tratar de recuperar el enclave perdido de Bajmut, persiguiendo fines políticos, en lugar de militares, además de echarles en cara la ya mencionada “aversión a las bajas”.

Militares estadounidenses reconocen que a Ucrania se le está pidiendo que haga lo que el ejército del Tío Sam no haría en ningún caso: enviar a la infantería a intentar romper líneas de defensa fortificadas sin contar con superioridad aérea. Se nota quién está poniendo los muertos en esta guerra.

The Wall Street Journal: Estados Unidos y Ucrania chocan sobre la estrategia de la contraofensiva.

Empantanada en el frente, Ucrania ha pasado a desviar la atención mediante ataques con drones en la región de Bélgorod y en el propio Moscú, donde se suceden a diario. Sin embargo, el efectismo de estos golpes se queda en eso: carecen de cualquier relevancia, aparte de la mediática, a la hora de alterar el curso de la guerra.

La nueva estrategia de occidente frente a la debacle ucraniana

Una vez constatada la incapacidad de Ucrania para sobrepasar las líneas de defensa rusas, y el correspondiente cambio de narrativa de los medios, comienza el lanzamiento de globos sonda sobre una posible salida del atolladero. Stian Jenssen, jefe de gabinete de Stoltenberg, soltó el otro día una propuesta impactante: «Creo que la solución puede ser que Ucrania ceda territorio y reciba a cambio su ingreso en la OTAN. No digo que deba ser así, pero es una posible solución».

Ucrania se aprestó a calificar de inaceptable la sugerencia del funcionario: “Que un representante de la OTAN esté apoyando la narrativa de una cesión territorial es absolutamente inaceptable y respalda las posiciones de Rusia”, afirmó Oleg Nikolenko, portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Ucrania. Mijailo Podoliak, asesor de Zelenski, calificaba de “ridícula” la sugerencia, mientras aprovechaba para reclamar una “derrota aplastante” de Rusia y el envío de más armas.

Ante la avalancha de críticas, Jenssen se disculpó, tildando de error su sugerencia. Sin embargo, no cabe la menor duda que una propuesta de tal calibre no se le escapa a alguien de su rango. El aparente error de Jenssen viene a confirmar la existencia de una estrategia occidental en ese sentido, desde hace meses. El 18 de mayo, Politico ya titulaba que la administración de Joe Biden estaba considerando la posibilidad de “congelar” el conflicto a la manera de las dos Coreas. Su equipo estaba valorando dónde situar “líneas potenciales”, que tanto Rusia como Ucrania aceptarían no cruzar, pero sin otorgarles el carácter de fronteras oficiales.

“Ucrania podría unirse a las filas de los conflictos “congelados”, dicen oficiales estadounidenses”.

El 6 de julio, la cadena NBC destapaba que antiguos oficiales estadounidenses habían mantenido conversaciones secretas sobre Ucrania con “rusos prominentes”, considerados próximos al Kremlin. Alguno tan próximo como el propio ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov. Por parte estadounidense, uno de los interlocutores era el antiguo diplomático Richard Haas, actual presidente del Council on Foreign Relations, un peso pesado. En las conversaciones, mantenidas con conocimiento de la Casa Blanca, se habló sobre esos territorios en manos de Rusia que Ucrania difícilmente podría recuperar.

Antiguos oficiales de Estados Unidos han tenido conversaciones secretas sobre Ucrania con rusos prominentes.

La reciente reunión celebrada en Arabia Saudita, presentada como un preludio a una “cumbre de paz” que, según Borrell, se celebrará a finales de septiembre, sirvió para presionar a quienes no se han alineado con los planteamientos occidentales, con escasos resultados: ni siquiera hubo un comunicado conjunto a su término. Teniendo en cuenta que Rusia no fue invitada al evento, la reunión a buen seguro sirvió como foro de conversaciones entre quienes apoyan a Ucrania, en torno a las posibles salidas del atolladero.

La posición de Rusia frente a las propuestas de congelar el conflicto

Los países del bloque occidental se están dedicando a negociar entre ellos un plan para detener la guerra, sin tener en cuenta si sus condiciones son aceptables, no sólo ya para Ucrania, después de la sangría que está sufriendo y su narrativa maximalista de derrota aplastante del invasor, sino para la propia Rusia. Se están haciendo trampas al solitario.

El Kremlin no va a aceptar una nueva versión de los Acuerdos de Minsk, destinada a congelar el conflicto para ganar tiempo y que la OTAN rearme lo que quede de Ucrania, para atacar a Rusia en un futuro próximo. A Putin ya le han tomado el pelo dos veces con ese esquema. No habrá una tercera.

A Rusia no le sirve un armisticio que se circunscriba al ámbito de Ucrania. Rusia necesita un acuerdo global que afronte un nuevo esquema de seguridad en Europa para el siglo XXI. Como acaba de demostrar la reciente cumbre de los BRICS, celebrada en Sudáfrica, mucho ha cambiado desde la caída de la Unión Soviética. China es la primera economía del mundo, medida en términos de paridad de poder adquisitivo, y la segunda en términos de PIB. Al frente del Kremlin ya no hay un borracho dispuesto a malvender los gigantescos recursos del país a las corporaciones occidentales.

El problema es que Estados Unidos desconoce qué es la diplomacia: sólo maneja la coacción, el chantaje de las sanciones o los aranceles, el cambio de régimen, los golpes de Estado o las invasiones contra quienes no se avienen a plegarse a sus dictados. La diplomacia, sin embargo, consiste en dialogar con los adversarios hasta alcanzar acuerdos aceptables para las dos partes. Como en toda negociación llevada a buen término, ninguna de las partes conseguirá todos sus objetivos. De lo contrario, estaríamos hablando de una imposición.  

Estados Unidos ha cometido el error de empujar a Rusia hacia China. La alianza surgida entre ambos colosos es fruto de la estrategia de desgajar a la Unión Europea de Rusia. Dada la animadversión proyectada desde Bruselas, Rusia ha tenido que girar hacia el este. Washington se ha cobrado una pieza, debilitando gravemente a la Unión Europea, pero ha propiciado el surgimiento de una colaboración sin precedentes entre Moscú y Pekín. “Sin límites”, en palabras de sus líderes. 

Rusia no puede salir derrotada de una guerra que percibe como una amenaza a su propia existencia como nación. Una percepción que surge de las declaraciones de numerosos líderes occidentales en ese sentido. Aceptar un armisticio, una congelación del conflicto, supondría dejarlo abierto, lo que equivaldría a dejar supurando una herida con riesgo grave para la vida del paciente. En este momento, cuando los medios ya hablan de la posibilidad de una ofensiva rusa en primavera, es occidente quien necesita una negociación, no Rusia.

The National Interest: El caso de una paz dirigida por Estados Unidos en Ucrania. Con la contraofensiva de Ucrania paralizada, ha llegado el momento de que Washington empuje hacia la paz – especialmente teniendo en cuenta que Rusia podría lanzar una nueva ofensiva en 2024.

Las posibles respuestas de occidente ante el estancamiento de la guerra

El problema es la cantidad de capital político invertido por Estados Unidos y la Unión Europea en el conflicto, lo que deja en una posición muy delicada a ambos para vender un acuerdo que no suponga la derrota palmaria de Rusia.

En el caso improbabilísimo de que Rusia aceptara una congelación del conflicto, la OTAN tendría que vender como un triunfo la ampliación de la organización a Finlandia y Suecia, (esta última, pendiente de Erdogan), y la perspectiva de incorporar a los restos de Ucrania en un futuro. Lo que resultaría frustrante para una opinión pública a la que se ha machacado con el mensaje de que Rusia será derrotada.

Ante el estancamiento bélico, Estados Unidos puede optar por escalar el conflicto. Al ritmo que vamos, Ucrania se podría quedar pronto sin efectivos. Douglas McGregor, que fue asesor del Departamento de Defensa con Donald Trump, cifra en 400.000 el número de víctimas mortales del lado ucraniano. Si Washington opta por la escalada, pueden darse dos escenarios: la implicación a título individual de miembros de la OTAN, como Polonia, que está ansiosa por recuperar la parte occidental de Ucrania, que fue polaca; o la intervención de la OTAN en su conjunto, en cuyo caso nos enfrentaríamos a un escenario de consecuencias imprevisibles, con riesgo de desembocar en una guerra nuclear.

Yo no creo que esta segunda hipótesis vaya a producirse. Y no lo creo porque en el Pentágono, donde son mucho más realistas que los neocon del Departamento de Estado, saben que la OTAN perdería la guerra. Porque la contienda no sería sólo frente a Rusia, sino también contra China. China no puede permitirse la derrota de Rusia porque sabe que sería la siguiente en ser atacada, y no tardando mucho.

El desarrollo de la guerra en Ucrania está demostrando la resiliencia del ejército ruso frente a los suministros constantes de armamento por parte de la OTAN. Unos abastecimientos que, en el caso de la munición de artillería, están en vías de agotarse, según su propio secretario general. Estados Unidos ha gastado 43.000 millones de dólares en armamento para Ucrania. Un antiguo oficial, citado por The Wall Street Journal, resumía así la situación: “Construimos esa montaña de acero para la contraofensiva. No podemos hacerlo de nuevo. No existe”. La conjunción de las fuerzas armadas rusas con las chinas se le atragantaría a la OTAN de manera fatal.

Además, hay que prestar atención a los realineamientos que está provocando la guerra en el sur global, cuya expresión más evidente se ha producido con la incorporación de Egipto y Arabia Saudita, aliados históricos de Estados Unidos, al grupo de los BRICS. Mucho ojo también a lo que está sucediendo en África: Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado, salió con el rabo entre las patas de Níger, aunque eso no significa que haya tirado la toalla. En caso de que el conflicto se extienda, Estados Unidos pagará cara su prepotencia, porque el sur global le ha perdido el miedo al sheriff global.

Por último, la prioridad absoluta del Partido Demócrata consiste en conseguir la reelección de Biden. El terreno político para la campaña debe estar despejado. De ahí la pretensión de congelar el conflicto a la coreana. Si esta propuesta no tiene recorrido, no hay que descartar que Estados Unidos reabra otros frentes para sacar el foco de Ucrania, a la que podría terminar dejando en la estacada

Esta posibilidad se puede leer claramente entre líneas en la entrevista que concedió Zelenski el 27 de agosto. En ella, el presidente da un sorprendente giro de guion, con el objetivo de preparar a la opinión pública para el caso de que occidente le deje tirado:

  • Zelenski vende como “victoria del pueblo” el hecho de que Putin no ha ocupado el país como pretendía. Resulta que ahora es una victoria que no lo haya ocupado en su totalidad.
  • Prepara al país para una guerra larga, al estilo de la que mantiene Israel con Palestina, minimizando pérdidas humanas. “Se puede vivir así”, afirma. Evoca un conflicto congelado.
  • Descarta atacar a Rusia en su propio territorio, porque Ucrania perdería el apoyo de occidente: “Nos dejarían solos”.
  • Opina que el “modelo israelí” caracterizará las relaciones con Estados Unidos en el futuro: suministro constante de armamento, tecnología, entrenamiento y ayuda financiera.
  • Habla de recuperar Crimea de manera política, no militar, para evitar combates con pérdidas humanas.
  • Descarta una intervención directa de la OTAN, porque provocaría la tercera guerra mundial.

El volantazo de Zelenski es patente, supone la constatación del fracaso de la contraofensiva y abre la puerta a una nueva fase en el conflicto.

La imposición de la paz

En una cosa le voy a dar la razón a Josep Borrell: “La guerra tendrá que decidirse en el campo de batalla”, afirmaba en abril del año pasado. Con un matiz: la paz, cuando llegue, será negociada en los términos de quien resulte victorioso en el frente. La guerra sólo terminará cuando una de las partes consiga imponer sus condiciones a la otra, tras una victoria militar sobre el terreno, sea éste el que sea: o bien circunscrito a Ucrania o, en el peor de los casos, desparramado allende sus fronteras.

Todo apunta a que Ucrania no está en disposición de infligir la “derrota aplastante” que reclama el gobierno de Zelenski. Además, lo que se está dirimiendo trasciende los confines de ese país. De lo que ocurra en Ucrania dependerá el establecimiento de nuevas relaciones de poder, de nuevas jerarquías, entre las potencias actuales, y las emergentes. Está en juego la construcción de un nuevo orden mundial, que necesariamente va a ser multipolar, como acaba de atestiguar el crecimiento de los BRICS en la cumbre de Sudáfrica.

Dedicaré el próximo artículo a este nuevo movimiento tectónico en las relaciones internacionales, que se suma al que tuvo lugar en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, celebrada en Samarcanda en septiembre del año pasado.