Archivo de la categoría: Mayo

Trump se empantana en Ucrania

8 de mayo de 2025

Trump rompe con la inercia de Biden

En este blog intento analizar la geopolítica con una cierta perspectiva. Me gusta dejar que los acontecimientos posen. Sin embargo, analizar con este enfoque pausado el comportamiento de Donald Trump resulta bastante complicado, dada la velocidad a la que se mueve y las contradicciones en las que incurre. Aun así, tras haber cumplido sus primeros cien días en el cargo, voy a intentar desvelar qué estrategia puede haber en la zigzagueante trayectoria de las negociaciones que Trump ha abierto con Rusia.

Lo más relevante es el hecho de que se están produciendo conversaciones entre Estados Unidos y Rusia. A pesar de las enormes presiones por parte de quienes realmente mandan, sin presentarse nunca a unas elecciones; de las élites europeas y del gobierno de Zelenski, que no cejan en su empeño de convertir la presidencia de Donald Trump en un segundo mandato de Joe Biden, el nuevo inquilino de la Casa Blanca tiene agenda propia. Precisamente por este hecho es por lo que se ha demonizado su figura, desde antes de acceder por primera vez a la presidencia. Otro asunto es que la agenda sea realmente disruptiva en algunos temas, como trata de presentarla. Pero eso será objeto de otros artículos.

Centrándonos en la apertura de relaciones con Rusia, y en la guerra de Ucrania, lo que ha desatado el pánico de las élites europeas es la asunción de la realidad sobre el terreno por parte de Trump. En lugar de vivir en un mundo de autoengaño, en el que siguen instaladas las élites europeas y Zelenski, Trump ha decidido coger el toro por los cuernos e intentar gestionar la derrota de la OTAN en el país fronterizo con Rusia. Lo cual no es tarea fácil.

Situación del frente el 4 de mayo, según The Institute for the Study of War. En color rojo, los territorios controlados actualmente por Rusia.

Para intentar salvar la cara, Trump comenzó por una argucia: presentarse como mediador en un conflicto entre Ucrania y Rusia, cuando lo cierto es que el gobierno de Zelenski es una marioneta en una guerra por intermediación, provocada por Estados Unidos y la expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas. Es decir, el conflicto lo es entre Washington y Moscú.

Sin embargo, al presentarse como intercesor, Trump construye un marco que favorece a Estados Unidos en caso de la más que posible derrota militar de Ucrania: no es actor del conflicto, sino mediador. Por lo tanto, no ha perdido la guerra. Otro asunto es que ese marco haga aguas por todas partes, pero la herencia de Obama y Biden le deja pocas opciones.

Por eso, a pesar de que Marco Rubio había amagado días atrás con abandonar el papel de mediación, y Tammy Bruce, portavoz del Departamento de Estado, pareció apuntalar ese mensaje el 2 de mayo, el mismo día por la tarde, matizó sus propias palabras en una entrevista televisiva: la posición de Estados Unidos no había cambiado.

TVP World: EE.UU. suaviza su declaración sobre abandonar su papel de mediador en la guerra entre Rusia y Ucrania.

Trump está completando la construcción de ese marco achacando el inicio de la guerra, en 2014, y la pérdida de Crimea, a Barack Obama, quien ostentaba la presidencia cuando Estados Unidos orquestó el golpe de Estado del Maidán en Kiev. De este modo, Trump se distancia del conflicto, presentándose como el que le toca resolver la papeleta que le dejaron los demócratas. Y en esto no le falta razón.

En realidad, si Trump quisiera poner fin a la guerra en Ucrania lo antes posible, bastaría con que Estados Unidos dejara de proporcionar armamento, la información de inteligencia imprescindible para utilizarlo, así como asistencia financiera al gobierno de Kiev. Pero si hiciera eso, quedaría al descubierto su papel real en el conflicto: instigador y patrocinador, que debe plegar en retirada, ante la evidente derrota en el campo de batalla.

Si Trump dejara caer a Ucrania de ese modo abrupto, perdería una carta fundamental para presionar en las negociaciones que está manteniendo con Rusia, no sólo en lo relativo al conflicto en Ucrania, sino en lo tocante al restablecimiento de relaciones, digamos aseadas, entre ambas potencias. Unas conversaciones que con seguridad incluyen las respectivas esferas de influencia.

Trump juega con dos barajas frente a Rusia

Trump está desplegando una estrategia con dos barajas, difícilmente compatibles. De un lado, Steve Witkoff, su hombre de confianza, se ha reunido con Vladimir Putin en cuatro ocasiones, en encuentros de largas horas de duración, sobre los que no ha trascendido mucho, aparte de su existencia. Lo que indica que las verdaderas negociaciones se están produciendo en ese marco.

De otro lado, el plan oficial de Estados Unidos para Ucrania es el pergeñado por Keith Kellogg, presentado a Trump en abril de 2024, desfasado, a pesar de algunas actualizaciones, e inviable. Un plan que plantea un alto el fuego incondicional y la congelación del conflicto en las líneas actuales de contacto en el frente. Una propuesta que ha sido rechazada, en primer lugar por Ucrania, en lo que constituye un error estratégico de Zelenski, porque Rusia tampoco iba a aceptarla. Como así ha sido. El rechazo ucraniano provocó la cancelación de un encuentro en Londres entre los ministros de asuntos exteriores de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania y Ucrania.

Sky News. Guerra de Ucrania: las conversaciones de paz en Londres son degradadas al rechazar Kiev el plan de Estados Unidos para reconocer Crimea como rusa.

El gobierno ruso ha manifestado repetidamente que no va a caer en la trampa de un nuevo acuerdo al estilo de los de Minsk. Máxime cuando las líneas de defensa ucranianas se están desmoronando y el ejército ruso está avanzando: nadie que esté ganando una guerra se aviene a detener su avance hacia la victoria, a menos que se le ofrezcan poderosos motivos para hacerlo. Lo que, hasta ahora, no ha ocurrido. 

La Unión Europea también ha rechazado el plan Kellogg, agarrándose a Crimea. Instalada en una burbuja de autoengaño, sus planteamientos son delirantes: Rusia debe retroceder hasta las fronteras previas al inicio del conflicto, en 2014, cuando las regiones del Donbass se rebelaron tras el golpe de Estado; debe devolver Crimea; pagar reparaciones de guerra a Ucrania y Putin, enfrentarse a un tribunal penal internacional. Todo ello, incondicionalmente. El gobierno de Zelenski tiene mucho que ver con el desvarío europeo.

El acuerdo de minerales empantana a Estados Unidos en Ucrania

Sin embargo, las presiones para evitar que Trump retire su apoyo a Ucrania, y su voluntad de marcarse algún tanto, han cuajado en la forma del acuerdo para la explotación de los recursos minerales firmado por Washington y Kiev. Trump está haciendo equilibrios para que se note lo menos posible que Estados Unidos ha perdido la guerra, pero hay muchos actores moviéndole la cuerda floja.

De un lado, Zelenski ha demostrado repetidamente que no quiere poner fin a la guerra. Hacerlo supondría su fin como presidente de Ucrania y, probablemente, como ser vivo en el planeta. Con su mandato vencido y los ultranacionalistas amenazándole si se le ocurre hacer la más mínima concesión a Moscú, la firma de un acuerdo de alto el fuego, y la asunción de la realidad sobre el terreno, significarían su muerte política, o incluso real. Zelenski necesita que la guerra continúe. Su salvavidas radica en que otros sigan muriendo.

La tregua de 30 días para no atacar infraestructuras energéticas fue violada repetidamente por parte de Ucrania, y la comisión de ataques terroristas contra altos mandos militares rusos, en territorio ruso, de lo cual se vanagloria el gobierno de Kiev, constituyen esfuerzos obvios por sabotear cualquier atisbo de paz.

BBC, 17 de diciembre de 2024.

Además, Zelenski busca desatar una respuesta asimétrica por parte de Rusia que, hasta ahora, está siendo extremadamente prudente, con el objetivo de no perder el apoyo de sus aliados en el sur global y, singularmente, de los BRICS. Moscú se está cargando de razones de cara a la opinión pública mundial mayoritaria, que disiente de la rusófoba propaganda occidental.

De otro lado, es obvio que existen actores políticos con mucho peso en Estados Unidos que se oponen con todas sus fuerzas a que Trump abandone el proyecto Ucrania, por no hablar de las presiones que está sufriendo por parte del Reino Unido, aliado histórico, y de Emmanuel Macron, con quien Trump tiene sintonía.

Todas esas presiones han cristalizado en el acuerdo para la explotación de minerales en Ucrania. La firma de dicho pacto constituye un ardid para que Estados Unidos siga vinculado de alguna manera al destino de Ucrania. Significa el establecimiento de una ligazón entre ambos países, por medio de un documento de carácter político, por el momento, que deberá desarrollarse posteriormente.

Trump afirmó que las mejores garantías de seguridad que Estados Unidos podría ofrecer a Ucrania era la firma de este acuerdo: si Washington tiene intereses comerciales en el país eslavo, no permitirá que Rusia conquiste el país y se adueñe de sus recursos, que ya tienen dueño, en virtud del citado pacto.

Por lo tanto, el acuerdo para la explotación de minerales en Ucrania también supone que Estados Unidos sigue ligado al futuro de dicho país, lo que se contradice con los deseos de poner fin a un conflicto instigado, provocado y financiado por Washington y la OTAN contra Rusia. El hecho de que el Atlantic Council, una caverna de neoconservadores, haya reaccionado con albricias a la firma del acuerdo no deja margen de dudas.

Los expertos reaccionan: Por fin, los Estados Unidos y Ucrania firmaron un acuerdo de minerales. Aquí está lo próximo que podemos esperar.

Sin embargo, no todo son parabienes. Según las opiniones de otros expertos en la materia, recogidas en un artículo de The Washington Post, en el mejor de los casos se tardarían 10 años en abrir una mina. La mayoría de las tierras que albergan minerales valiosos, como el titanio, el grafito y el litio, se encuentran en las zonas orientales bajo control ruso. Adicionalmente, los inversores tienen aversión al riesgo geopolítico y prefieren localizaciones de metales específicos, que hayan sido minuciosa y recientemente cartografiadas. Nada de esto se aplica a Ucrania, donde las prospecciones existentes datan de la era soviética.

The Washington Post: Los minerales de Ucrania serán ralentizados por los altos riesgos y mapas de la era soviética.

El acuerdo ha propiciado una novedad que no tiene nada que ver con los minerales. De manera consecutiva a la firma del pacto, la administración de Donald Trump informó al Congreso de su intención de aprobar la venta de un paquete de productos relacionados con la defensa por valor de 50 millones de dólares. El mecanismo utilizado sería el denominado Direct Commercial Sales (DCS, ventas comerciales directas), y supone un cambio cualitativo en la posición de Trump.

Entre 2015 y 2023, Estados Unidos autorizó discretamente la exportación de más de 1.600 millones de dólares en artículos y servicios de defensa a Ucrania a través del DCS. Aunque la cantidad anunciada ahora es ridícula, lo novedoso es que Trump esté dispuesto a seguir utilizando este mecanismo para proporcionar armamento a Ucrania, lo que significa alimentar el conflicto.

Kyiv Post: Trump aprueba la primera venta de armas en efectivo a Kiev, levanta parcialmente el freno a la ayuda militar a Ucrania.

Es posible que, con el acuerdo de minerales, Trump estuviera intentando recuperar algo del capital invertido por Estados Unidos en Ucrania. Pero tal objetivo parece complicado de alcanzar, y el pacto vincula a Washington con el destino de Ucrania.

Está por ver cuál va a ser la reacción de Rusia al mantenimiento del compromiso de Estados Unidos con el gobierno de Zelenski, y cómo va a afectar a la credibilidad de la posición de Trump en las conversaciones que, directamente o mediante enviados, está manteniendo con el Kremlin.

Los errores en la negociación de Trump

El autor de “The art of the deal” (El arte del pacto) está cometiendo errores básicos de negociación. En primer lugar, pretender alcanzar un acuerdo muy deprisa es garantía de fracaso en la mayor parte de estos procesos. Máxime cuando lo que se ventila es un conflicto entre las dos mayores potencias nucleares, en una guerra por intermediación que lleva tres años de recorrido, y donde Estados Unidos y sus aliados van perdiendo.

El reconocimiento público de algunas verdades incómodas, que le han situado de cara a la opinión pública occidental del lado de Rusia, tampoco favorece ese falso papel de mediador que Trump se está atribuyendo. Ante las acusaciones de haberse situado del lado de Rusia en la negociación, Trump ha redoblado esa estrategia. Por más que sea cierto que la principal cesión que está haciendo Rusia es no hacerse con la totalidad de Ucrania, no parece que políticamente sea muy conveniente que lo diga el propio Trump.

Euronews: Trump dice que Rusia hizo una “gran concesión” al no apoderarse de toda Ucrania.

Una cosa es preparar el terreno para un posible acuerdo, señalando las realidades sobre el terreno – “No estás ganando”, le dijo Trump a Zelenski en la Casa Blanca – y otra cosa es inclinarse en demasía por una de las partes en la negociación en la que pretendes mediar.

Trump está pecando de arrogancia, un rasgo común a todas las élites políticas estadounidenses, más exacerbado en el caso del actual presidente. Pensar que su estilo arrollador iba a vencer la resistencia de Putin, forzándole a aceptar un acuerdo que le perjudique, porque no afronta las raíces del conflicto, denota un profundo desconocimiento de la posición del gobierno ruso, que percibe la transformación de Ucrania en ariete de ataque de la OTAN como una amenaza existencial.

El Kremlin ha dejado claro que no va a aceptar un pacto que no resuelva las causas subyacentes de la guerra. El desarrollo de la contienda le está resultando favorable, por lo que Putin carece de motivos para frenar una operación con la que conseguir sus objetivos por la vía militar, hasta que se le ofrezcan incentivos jugosos para hacerlo.

Teniendo en cuenta que la actual fase de la guerra en Ucrania es una plasmación del conflicto de fondo entre Estados Unidos y la OTAN frente a Rusia, lo lógico hubiera sido intentar llegar primero a un acuerdo sobre los motivos estructurales del enfrentamiento, para luego ocuparse del territorio donde se está desarrollando físicamente. Es decir, tomarse en serio los documentos que Rusia envió a Estados Unidos y a la OTAN, en diciembre de 2021.

En dichos documentos, el Kremlin pedía abrir una negociación sobre la arquitectura de seguridad en Europa, con el objetivo de llegar a un acuerdo que reflejara los legítimos intereses de todas las partes, recogiendo la realidad geopolítica del momento, muy distinta a la existente después de la caída de la Unión Soviética.

Este enfoque obviamente habría necesitado mucho más tiempo. La prisa que tiene Trump por apuntarse un tanto y detener una guerra que, en campaña, presumió de poder hacer en 24 horas, está tirando por tierra las posibilidades de llegar a un acuerdo.

El equipo negociador de Trump está formado sobre la base de la lealtad, antes que de los méritos necesarios para desempeñar los puestos encomendados. Este planteamiento tiene su lógica, dados los ataques que ha venido sufriendo desde su propio partido, pero el resultado de la selección peca de amateurismo.

Steve Witkoff es un multimillonario promotor inmobiliario, que juega al golf con Trump. Ese es su currículum político. Marco Rubio, exgobernador de Florida, carece de experiencia diplomática. Pete Hegseth, el nuevo jefe del Pentágono, era presentador en Fox News. Mike Waltz, el exasesor de seguridad nacional, ha sido recientemente destituido porque estaba colaborando con el gobierno de Israel para promover una guerra directa contra Irán. Así que ni siquiera el criterio de la lealtad es aplicable a todos los miembros del equipo de Trump.

Trump cesó a Waltz porque quería atacar Irán. El anterior asesor de seguridad nacional estaba supuestamente coordinándose con Israel para hacerlo.

Según fuentes citadas por The Washington Post, Trump no compartía el enfoque belicista de Netanyahu, con el que Waltz estaba colaborando, y prefería seguir intentando una vía diplomática con Irán, que actualmente está en curso.  Estados Unidos se salió del acuerdo nuclear con Irán en la primera presidencia de Trump. Bienvenidos los cambios de opinión, si sirven para evitar una guerra.  

Sin espacio político para el acuerdo

La falta de espacio político para llegar a un acuerdo y detener la guerra en Ucrania es un espejo de la misma carencia existente para construir una nueva arquitectura de seguridad en Europa, acorde con el peso geopolítico actual de Rusia.

Las demandas del Kremlin de revertir la expansión de la OTAN producida en los últimos tres lustros son un sapo muy complicado de tragar para el estado profundo de Estados Unidos. Probablemente, también para Trump, quien antes que hacer retroceder a la OTAN, preferiría una congelación de las fronteras en sus líneas actuales. De lo contrario, sería visto como un traidor.

A ojos de las élites, abrir ese proceso de negociación significaría tratar de igual a igual a Rusia. Demasiado para quienes consideran a Estados Unidos una entidad moralmente superior a cualquier otra. Para esas élites, y las europeas, las pretensiones de Rusia no sólo son inaceptables, sino metafísicamente imposibles.

Para las élites occidentales, es impensable que Ucrania no pueda acceder a la OTAN, en virtud de su soberanía e independencia. Pero ha sido precisamente tal posibilidad la que ha desencadenado la actual fase de la guerra en Ucrania, tras 8 años de contienda civil. Es inconcebible que las élites occidentales que patrocinan al gobierno de Zelenski puedan transigir con la desmilitarización de Ucrania, tal como demanda Rusia. Constituye un delirio sugerir que Crimea y las regiones ocupadas por el ejército ruso pasen a formar parte de la Federación Rusa, siquiera de facto, aunque de hecho estén bajo el control ruso, desde hace años.

Como señala John Mearsheimer, profesor de ciencia política en la Universidad de Chicago y representante de la escuela realista en relaciones internacionales, Ucrania y Rusia se ven mutuamente como amenazas existenciales. Esto es lo que ha supuesto la intromisión de Estados Unidos en las relaciones entre dos pueblos, el ucraniano y el ruso, con estrechos lazos históricos desde hace siglos.

También tienen su parte de responsabilidad en esta tragedia los dirigentes ucranianos, que han aceptado un papel subordinado a los intereses geopolíticos de Washington, aunque fueran en grave perjuicio de su país, hasta el punto de amenazar su propia existencia. 

Según John Mearsheimer, en la actual tesitura, Trump tiene tres opciones: llegar a un acuerdo para detener la guerra, algo bastante improbable; retirarse de Ucrania, dejándole la patata caliente a Europa; o convertirse en Joe Biden II, y seguir alimentando la guerra.

En mi opinión, si los rusos finalmente avanzan hasta suponer una amenaza para la continuidad del gobierno de Ucrania, Trump deberá tomar una decisión: implicarse a fondo para impedirlo, sin garantías de conseguirlo, con el riesgo adicional de que Kiev se convierta en otro Saigón, en otro Kabul; o retirarse antes de que eso ocurra, admitiendo de facto la derrota. No hay buenas opciones para Trump, todas son malas. Lo más probable es que Josep Borrell, lamentablemente, llevara razón cuando afirmó que esta guerra se resolvería en el campo de batalla.