8 de agosto de 2025
Por qué a las élites no les gusta Trump
Desde que comenzó su carrera política en 2015, tras haberse convertido en un personaje público gracias a su programa televisivo The apprentice, Donald Trump ha sido objeto de reiteradas campañas, a todos los niveles, para descalificarle. Con la excepción de sus aliados, y no siempre, el actual presidente de Estados Unidos sólo ha recibido reprobaciones y persecución judicial por parte de sus adversarios políticos, críticas de la inmensa mayoría de los medios de comunicación occidentales y, hasta el inicio de su segundo mandato, también de la Unión Europea. Por no hablar de los intentos de asesinarle.
Pero las críticas no se centran tanto en las motivaciones que impulsan sus erráticas y contradictorias decisiones políticas, como en las formas que despliega el voluble Donald Trump. Lo que repele de Trump a quienes atesoran en realidad el poder son sus formas, soeces en ocasiones, que dejan al desnudo la realidad del imperio.
Donald Trump señalándole al mundo lo que tiene que hacer.
Las élites que manejan las decisiones políticas de largo alcance no soportan que un personaje salido de un programa de telerrealidad, mal encarado y peor hablado, ocupe la Casa Blanca y manifieste a las claras cuáles son las verdaderas intenciones de Estados Unidos, tanto desde el despacho oval, como desde su perfil en una red social.
Las élites que diseñan, entre bambalinas, los designios del imperio detestan que Donald Trump actúe sin tapujos, proclamando la inequívoca voluntad de Estados Unidos de regir un mundo unipolar, donde solo tolera vasallos.
La invisible casta que detenta el poder real prefería la hipocresía del Partido Demócrata, y su narrativa centrada en la trilogía de democracia, libertad y derechos humanos, repetida ad nauseam por los obedientes medios de comunicación a su servicio. Las élites también preferían la estrategia del Partido Demócrata, enfocada en las políticas identitarias para dividir y enfrentar a la clase trabajadora, antes que la utilización de los inmigrantes como chivo expiatorio y cortina de humo para ocultar la dominación de la oligarquía estadounidense.

Princeton concluye qué clase de gobierno tiene América realmente, y no es una democracia.
Este es el principal objetivo de lo que se ha dado en llamar woke, o wokismo en el ámbito hispanohablante: relegar la lucha de clases al baúl de los recuerdos para sustituirla por las políticas identitarias, con la intención de impedir la unidad de la clase trabajadora. Esa es su receta para desviar la atención de lo que realmente importa: el incremento de la desigualdad en beneficio de la oligarquía. Así es como define un estudio de la Universidad de Princeton el régimen de Estados Unidos.
A las élites no les gusta nada que Donald Trump pretenda sustituir la ideología woke por la xenofobia, o que coquetee con el supremacismo blanco, en un país donde los blancos se hallan en minoría y franco declive. No porque los inmigrantes irregulares les importen nada, más allá de su papel para tirar de los salarios a la baja, sino porque el odio al extranjero es difícil de vender en un país que surgió de la emigración europea, tras la aniquilación de la población autóctona. Y además queda feo.
Las élites, el estado profundo, los grupos de poder, o como prefiramos denominar a quienes mandan de verdad, sin necesidad de presentarse a unas elecciones, prefieren la hipocresía y los trampantojos a la verdad descarnada que profiere Trump cada vez que abre la boca, o escribe en Truth Social.
Las élites son más partidarias de transmutar un discurso de Martin Luther King, que proclamaba la necesidad de “permanecer despiertos” frente a la gran revolución social que estaba barriendo el orden colonial, en una herramienta políticamente correcta para dividir a la clase trabajadora. La expresión “remain awake” fue transformada posteriormente en “stay woke” por la cantante afroamericana Erykha Badu.
Cita del discurso de Martin Luther King “Remaining Awake Through a Great Revolution”.
La capacidad del sistema capitalista para absorber, reciclar y transformar los movimientos sociales en su contra en herramientas para consolidar su dominación recuerda la filosofía del judo: aprovechar la fuerza del adversario a tu favor. Hay que reconocer que lo borda.
Las élites son mucho más partidarias de la hipocresía cínica para ocultar la verdadera naturaleza de sus intenciones que del estilo descarnado de Donald Trump. Por eso no le tragan, por eso hicieron cuanto estaba en su mano para sabotear su primer mandato, echando mano de la conspiración del Russiagate. Por eso echaron mano del lawfare para tratar de impedir que volviera a la Casa Blanca. Por eso trataron dos veces de asesinarle, y por eso siguen empeñadas en reconducir sus políticas, cuando van en contra de sus designios. Como está ocurriendo en relación con la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania, por poner el ejemplo más obvio.
Cuando los aranceles se convierten en armas geopolíticas
Los aranceles fueron la principal herramienta usada por las potencias coloniales para alzarse a la categoría de hegemónicas. Sobre aranceles se construyó el imperio británico, y sobre aranceles pretende Donald Trump seguir basando la dominación mundial de Estados Unidos, transformando una herramienta económica en una de carácter geopolítico.
Los aranceles que pretende imponer Trump al resto del mundo, con erráticos criterios, no sólo buscan compensar la merma de ingresos para el estado provocada por la bajada de impuestos de su “Big Beautiful Bill”, sino poner de manifiesto la superioridad política de Estados Unidos sobre el resto del mundo, incluidos sus supuestos aliados. La humillación pública forma parte del objetivo ejemplarizante de la estrategia, como la que acaba de sufrir la Unión Europea.
El hecho de que Úrsula von der Leyen claudicara, en presencia de los medios, ante Donald Trump, aceptando las imposiciones que éste le dictaba en un campo de golf de su propiedad, en Escocia, supone otra afrenta al estilo hipócrita que prefieren las élites, más partidarias del fariseísmo.
En manos de Trump, los aranceles se han convertido en la cachiporra que utiliza el autoproclamado bueno para castigar a los malos por contradecir sus dictados. El nivel de maniqueísmo que está alcanzando la política internacional está perforando el suelo del guiñol. Trump dicta unos aranceles del 50% para Brasil porque un amigo suyo, Jair Bolsonaro, es acusado de intento de golpe de estado, y sanciona al juez encargado del caso, utilizando una ley por la que el imperio se auto concede soberanía más allá de sus fronteras.
En efecto, la ley Magnitsky es la ejemplificación más obscena del carácter imperial de Estados Unidos, al atribuirse competencias para infligir castigos a quien considere oportuno, basándose en criterios tan relativos y maleables como la grave violación de derechos humanos, o la persecución de quienes promueven el derecho a un juicio justo, o a elecciones democráticas. Unas categorías cuya vaguedad permite la aplicación de un doble rasero, la especialidad de occidente en sus relaciones internacionales.
Trump amenaza a China e India con imponer aranceles de un 100% a sus productos si siguen comprando gas y petróleo a Rusia porque, argumenta un miembro de su gabinete, no puede consentir que de este modo estén financiando la “guerra de Putin” contra Ucrania.
Trump amenaza a Canadá con la imposición de aranceles de un 35%, tras acusarle de no hacer lo necesario para impedir un flujo de fentanilo. Un argumento utilizado igualmente con México. Dos países con los que Trump ya renegoció el acuerdo de libre comercio preexistente, en su anterior legislatura. Con estas actuaciones, Trump trata de visibilizar la superioridad estadounidense sobre sus vecinos.
En el caso de la Unión Europea, la estrategia le ha funcionado con sus vasallos vocacionales. El nivel de servilismo y sumisión frente a Estados Unidos al que Úrsula von der Leyen, y quienes la sostienen en su segundo mandato, están arrojando a Europa es difícilmente superable. Tras desguazar la economía europea, al privarle de las fuentes de energía que la sostenían, con un daño calculado en un billón de euros, la reina de Bruselas acaba de hipotecar el futuro europeo al avenirse a adquirir a Estados Unidos 600.000 millones en productos energéticos en los próximos tres años, después de haber aceptado unos aranceles del 15% para los europeos, a cambio de barra libre para los estadounidenses en Europa.
Titular de Izvestia del 4 de agosto de 2025.
Úrsula von der Leyen intentó justificar su rendición con los endebles argumentos de que, al menos, se había evitado una guerra comercial con Estados Unidos, se conseguía estabilidad y predictibilidad, y que el acuerdo no era tan malo porque Trump había amenazado con el 30% de aranceles. Tremenda capacidad de negociación la de Úrsula.
No contento con haber humillado a la presidenta de la Comisión Europea en tierras europeas, Donald Trump amenaza ahora con incrementar el porcentaje de los aranceles hasta el 35% si la muy ecológica Unión Europea no cumple con su compromiso de comprarle combustibles fósiles a Estados Unidos por los citados 600.000 millones. Una cifra difícilmente alcanzable por ambas partes: ni el imperio es capaz de producir tanta energía, ni Europa tiene la capacidad económica, ni política, para imponer tal acuerdo a las empresas energéticas europeas, mayoritariamente privadas.
La «fantástica» promesa energética de 750.000 millones de dólares de la UE a Trump. Politico, 29 de julio de 2025.
Algo parecido ocurre con el pretendido acuerdo por el que Estados Unidos le venderá armamento a la OTAN, pero Europa pagará la factura. Varios países ya se han descolgado públicamente del pacto que supuestamente alcanzó Mark Rutte con Trump, del que algunos se enteraron por la prensa, cuando fue anunciado.
Existen grandes dosis de farsa en este tipo de acuerdos políticos, que ocupan vistosos titulares y contribuyen a fijar una imagen en el subconsciente colectivo que presenta a Estados Unidos como la potencia hegemónica, ante la cual sus súbditos rinden pleitesía, con mayor o menor agrado.
Trump siempre se acobarda y los BRICS no se arrugan
La estrategia de Trump no siempre funciona. El columnista del Financial Times Robert Armstrong acuñó la expresión “TACO trade”, para señalar que Trump siempre se acobarda: juega mucho de farol y, cuando sus adversarios amenazan con vérselo, decide retirarlo. TACO son las abreviaturas de Trump Always Chickens Out.

Titular de France 24 del 25 de mayo de 2025.
Es lo que está ocurriendo hasta ahora con los amagos de imponer aranceles a China, que Trump pausó tras unas conversaciones celebradas en Suiza. Y es lo que algunos analistas predicen que va a ocurrir con las amenazas de imponer aranceles del 100% a los países que compren combustibles fósiles a Rusia, siendo estos mayoritariamente China, India y Brasil, pero también Turquía, miembro de la OTAN.
China ya ha contestado a las amenazas de manera muy asertiva: sus decisiones son soberanas y no va a permitir que Estados Unidos dicte a quién compra o deja de comprar los productos energéticos. Un portavoz del gobierno chino recalcó que “Las decisiones de compra de China son propias y no sacrificaremos la independencia energética”.
Titular de The Daily Guardian del 30 de julio de 2025: China replica a los aranceles propuestos para los compradores de petróleo ruso, “Nuestras decisiones de compra son soberanas”.
Por su parte, el ministerio de Asuntos Exteriores de India publicaba un comunicado en el que recalcaba que “atacar a la India es injustificado e irrazonable. Como cualquier gran economía, la India tomará todas las medidas necesarias para salvaguardar sus intereses nacionales y su seguridad económica”.
El gobierno indio también subrayaba el habitual doble rasero de occidente, dando cifras: en 2024, el comercio bilateral de la Unión Europea con Rusia ascendió a 67.500 millones de euros. En el sector servicios, la cifra alcanzó 17.200 millones de euros en 2023. Las importaciones europeas de gas natural licuado ruso en 2024 alcanzaron la cifra récord de 16,5 millones de toneladas, superando el anterior de 15,21 millones de toneladas en 2022.
El comunicado recordaba que “El comercio entre Europa y Rusia incluye no solo energía, sino también fertilizantes, productos mineros, productos químicos, hierro y acero, maquinaria y equipos de transporte”. En cuanto a Estados Unidos, continúa importando de Rusia “hexafluoruro de uranio para su industria nuclear, paladio para su industria de vehículos eléctricos, fertilizantes y productos químicos”.
India comprará petróleo ruso a pesar de las amenazas de Trump, dicen funcionarios. New York Times, 2 de agosto de 2025.
La imposición de unos aranceles del 100% supondría, en la práctica, un embargo a los productos provenientes de China, India y Brasil. Es una medida que Estados Unidos no puede permitirse aplicar, a riesgo de que las estanterías de sus grandes almacenes y comercios al por menor se vieran vacías. Trump va de farol, y China e India lo saben.
El borrador de una ley impulsada por los senadores Lindsey Graham y Richard Blumenthal para imponer aranceles de hasta un 500% a quienes compren productos energéticos a Rusia lleva meses cogiendo polvo. Cuando Trump anunció su intención de castigar con unos aranceles del 100% a quienes lo hicieran, lo metieron en un cajón, alegando que convenía dejar la iniciativa política en este ámbito al presidente.
El secretario del Tesoro, Scott Bessent, parecía mostrarse sorprendido por el hecho de que los chinos se tomaran muy en serio su soberanía, pero continuaba con el farol de los aranceles del 100%, tras dos días de negociaciones en Estocolmo. Bessent también amagaba con achuchar a sus vasallos europeos contra China, al afirmar que su supuesta contribución a una guerra en la frontera europea estaba perjudicando mucho la percepción pública del gigante asiático en Europa.
Trump también se acobarda con relación a Ucrania
Tras su victoria electoral, Trump disponía del capital político necesario para ser coherente con el discurso que desplegó en campaña con relación a Ucrania: esta es la guerra de Biden, no es mi guerra. Además, mantener la financiación al gobierno de Kiev a la larga va en contra de los intereses de Estados Unidos, ya que nos interesa tener unas relaciones aseadas con Rusia. Sin olvidar que Ucrania está perdiendo la guerra de desgaste y que nosotros ya hemos hecho todo lo que hemos podido: nuestros arsenales y los de la OTAN están tiritando.
Además de ajustarse a la situación bélica y adaptarse a la realidad del mundo multipolar que está naciendo, Trump habría sido honesto con sus bases del sector MAGA, y con la mayoría de sus electores, a los que sedujo con la promesa de acabar con las guerras eternas.
El problema es que la adopción de tal política hubiera significado asumir la derrota de la OTAN frente a Rusia, aunque tal hecho hubiera sido edulcorado con los argumentos anteriormente citados. Y eso los neoconservadores, que siguen copando posiciones políticas de peso en el gobierno, y fuera de él, no están dispuestos a permitirlo. De ahí que un personaje como Lindsey Graham esté tratando de convertir a Donald Trump en un Joe Biden Segundo.
El hecho de que 85 senadores, de un total de 100, apoyen el proyecto de imponer sanciones secundarias en forma de aranceles de hasta un 500% a quienes compren petróleo o gas ruso representa una espada de Damocles sobre la cabeza de Trump. Esos 85 senadores conforman una mayoría bipartidista aplastante, que envía el nada sutil mensaje de que el senado podría tomar cartas no sólo en este asunto, sino en otros, tal como un impeachment, en el caso de que Trump no se avenga a seguir la estela de Biden en busca de la derrota de Rusia. O, al menos, de seguir provocándole una sangría.
En el mismo sentido bipartidista y neoconservador va la última propuesta de dos senadoras, una demócrata y otra republicana, de destinar otros 55.000 millones de dólares al gobierno de Ucrania.
John Bolton es uno de los más belicistas entre los neoconservadores. Ejerció de consejero de seguridad nacional en el primer mandato de Trump, pero acabó tarifando con él. En un reciente artículo, Bolton recriminaba a Trump que arrastrara los pies en Ucrania. Tras calificar de “risibles” las amenazas de imponer aranceles en forma de sanciones secundarias a China e India, recordando que los mercados no se las han creído, Bolton presiona para que Trump aumente más aún el presupuesto militar, arme hasta los dientes a Ucrania, deje de ver la guerra allí como un asunto de los europeos, y haga frente a Putin, restregándole el eslogan “paz a través de la fuerza”.
Trump arma a Ucrania, pero todavía quiere salirse. Artículo de John Bolton en The Wall Street Journal.
John Bolton opina que Trump se está buscando una salida del conflicto de Ucrania, y por ahí los neoconservadores no están dispuestos a pasar. Bolton también dice que los intereses geoestratégicos de Estados Unidos deben primar sobre los aspectos financieros. A los neoconservadores no les importa seguir inflando el astronómico déficit presupuestario estatal, porque piensan, tal y como dijo Joe Biden en una rueda de prensa, que “Somos los Estados Unidos. No hay nada fuera de nuestro alcance”.
La ventana de oportunidad para evitar la debacle en Ucrania se acaba
Tras siete meses en la presidencia, el hecho de que Trump no haya cortado por lo sano con Ucrania y esté tratando de nadar y guardar la ropa revela las enormes presiones que está sufriendo por parte de los neoconservadores – un escenario para el que debía haberse preparado con antelación – pero también la falta de coraje para usar su enorme capital político, dar un volantazo y dejar de querer contentar a tirios y troyanos.
La reunión que mantuvo su enviado especial Steve Witkoff en Moscú con Vladímir Putin, el 6 de agosto, que se prolongó durante tres horas, revela que Trump está intentando reconstruir las relaciones con Rusia, por mucho que amenace con ultimátums de plazos decrecientes al Kremlin, si no se aviene a decretar un alto el fuego.
Kirill Dmitriev es el director general del Fondo de Inversiones Directas de Rusia y enviado especial para la inversión y la cooperación económica. Un pez gordo, interlocutor habitual con Estados Unidos. Tras la reunión de Putin con Witkoff, señaló en redes sociales que “el diálogo prevalecerá”, lo que indica que Moscú también está interesada en reconstruir los puentes con Washington. Posteriores publicaciones de Dmitriev iban en la misma línea de recomponer las relaciones entre ambas potencias.

Trump comenta elogiosamente la reunión de Witkoff con Putin.
Donald Trump también hacía un balance positivo de la reunión, aunque enviaba mensajes contradictorios. Por una parte, reconocía que no se habían producido avances significativos, pero se mostraba dispuesto a reunirse con Putin y Zelenski. El Kremlin ya ha dejado claro que un encuentro entre los presidentes de Rusia y Ucrania sólo se celebraría para firmar un acuerdo previamente trabajado, aunque Rusia también ha señalado que existen problemas de legitimidad para Zelenski, tras haber rebasado el límite de su mandato.
El 7 de agosto, Yuri Ushakov, un asesor presidencial, confirmó que la reunión entre Putin y Trump se produciría en los próximos días, y manifestó que, tras la reunión con Witkoff, “Se señaló nuevamente que las relaciones ruso-estadounidenses pueden construirse según un escenario completamente diferente y mutuamente beneficioso, significativamente diferente de cómo se han desarrollado en los últimos años”. Los Emiratos Árabes Unidos sonaban como posible lugar del encuentro.
El Kremlin dice que Putin y Trump se encontrarán en los próximos días. Titular de Reuters del 7 de agosto de 2025.
Tras hablar con Witkoff sobre la reunión, Marco Rubio declaró que, por primera vez desde que tomó posesión, la administración de Trump tenía “ejemplos concretos” de la clase de cosas que Rusia reclamaba para poner fin a la guerra en Ucrania. Sin embargo, la posición de Rusia es sobradamente conocida, y ha sido reiterada sin margen de duda en múltiples ocasiones. La Casa Blanca está intentando ganar tiempo con este tipo de declaraciones.
Trump sigue queriendo jugar con dos barajas, quizá esperando a que la situación en el campo de batalla le resuelva la papeleta. La cuestión es en qué posición política va a quedar Trump si las tropas del Kremlin se plantan en Kiev. Porque los neoconservadores le van a echar toda la culpa de la debacle en Ucrania, por no haber echado toda la carne en el asador. A la vista de los avances del ejército ruso, la ventana de oportunidad para dar un volantazo se está cerrando para Trump. Veremos si la aprovecha, o sigue gesticulando entre contradicciones, mientras los neoconservadores tratan de arruinarle la presidencia.