Cuando la izquierda es derecha, y viceversa

La terminología clásica presenta síntomas de obsolescencia

Hoy no voy a hablar de geopolítica, o sólo tangencialmente. Hoy voy a regresar a un territorio en el que ya me he adentrado en otros artículos, archivados en la sección IDEAS, donde abundan las arenas ideológicamente movedizas. Como movedizas están resultando las categorías que la gran mayoría de personas, los partidos y los medios de comunicación de masas siguen utilizando para analizar la política: izquierda y derecha.

Nos encontramos, cada vez más, con posiciones consideradas tradicionalmente de derechas en la izquierda, y viceversa. Quizás va siendo hora de revisar una terminología que tiene su origen en la Revolución Francesa, y que presenta claros síntomas de obsolescencia.

Imagen: Shutterstock.

En el terreno de los valores, de la izquierda se espera tolerancia, diálogo y respeto a la opinión del otro. De la derecha, el cliché incluye el sectarismo, la actitud autoritaria y la represión de las ideas divergentes. Se tiende a identificar a la izquierda con los valores democráticos, y a la derecha con los regímenes autoritarios. No siempre está siendo así.

En el terreno de la economía, se espera de la izquierda que propulse el papel del Estado como redistribuidor de la riqueza, por dos vías: la utilización de los impuestos para amortiguar la desigualdad económica, y la asignación de un peso significativo al sector público. La izquierda se enfoca en lo colectivo.

De la derecha, se espera que deje las manos libres a la iniciativa privada, y un Estado que renuncie a regular la actividad económica, dejando a la supuesta acción benefactora de “la mano invisible” la distribución de la riqueza. El famoso “laissez faire, laissez passer”.  La derecha sitúa al individuo por encima de lo colectivo.

Los atributos de izquierda y derecha se mezclan

Sin embargo, tanto en el terreno de los valores como en la economía, estamos asistiendo a una disolución, cuando no a una inversión, de los papeles tradicionales de izquierda y derecha.

La izquierda está abandonando el enfoque colectivo en favor de las políticas identitarias, que ponen a la persona por delante de lo común. En algunos asuntos, la izquierda está confundiendo los privilegios con los derechos, elevando los primeros a la categoría de los segundos.

La izquierda está promoviendo la denominada “cultura de la cancelación”, que es la manera posmoderna de referirse a condenar al ostracismo. Y lo está haciendo contra todos aquellos que no comulgan con sus postulados que, en ocasiones, constituyen auténticas ruedas de molino: la negación de la realidad, de hechos biológicos palpables, que pretenden ser sustituidos por una suerte de pensamiento mágico, siendo benévolo.

Amenazar con quemar una librería con ocasión de la presentación de un libro, con los autores dentro, después de haber tratado de impedir el acto, no creo que pueda ser considerado como de izquierdas. Sin embargo, la ideología de quienes atribuyen odio a quienes no comparten sus opiniones, proyectando en los demás el odio que albergan, está apadrinada por partidos que se autodenominan de izquierda, y como tales son considerados en la esfera pública.

Atribuir odio a las opiniones distintas me parece un comportamiento autoritario. Calificar de “fobia” a las apreciaciones que difieren de las tuyas denota una actitud sectaria, lo que tampoco casa bien con lo que se supone que representa la izquierda. Y sin embargo, los auto investidos portadores de las verdades absolutas no se recatan en calificar de fascistas a todos aquellos que no comulgan con sus dictados, en determinadas materias. Se está produciendo un preocupante abuso del término “fascista”, usado como arma arrojadiza contra el adversario político, al margen de su verdadero significado.

El delito de odio se ha convertido en una herramienta con la que reprimir con penas de cárcel opiniones distintas, lo que entra en abierta contradicción con la libertad de expresión, uno de los fundamentos de una sociedad democrática. Se está instaurando en la población el miedo a expresarse libremente, so pena de que determinadas manifestaciones sean encuadradas en un delito que, en su configuración actual, no debería existir.

Lo “políticamente correcto” se ha transformado en un corsé, del que salirse supone la certeza de ser denostado, etiquetado y, subsiguientemente, cancelado. ¿Quiénes son los que deciden qué es lo “políticamente correcto”? ¿De dónde procede la legitimidad que se han arrogado para determinar cuestiones que atañen hasta el lenguaje, el modo en el que debemos de hablar, so pena de ser tildados de reaccionarios, si te riges por las normas de la Real Academia? Este tipo de comportamientos de la izquierda son netamente autoritarios y provocan el rechazo de muchas personas que se autocalifican de izquierda.

La defensa de la libertad frente a la represión se ha ubicado tradicionalmente en el lado izquierdo del espectro político. Sin embargo, a lo que asistimos actualmente es a la articulación de mecanismos represivos por parte de la izquierda, a todos los niveles, contra aquellos que reclamamos nuestra libertad individual frente a la denominada “corrección política”, independientemente de dónde nos ubiquemos políticamente. Una auto ubicación cada vez más problemática, como analizaré más adelante.

Así, se da la paradoja de que nos encontramos a personas que se autodenominan de izquierdas coincidiendo con algunas de derechas a la hora de reclamar un espacio de libertad para expresar opiniones distintas, en determinados temas, sin tener que afrontar el baldón del insulto, la descalificación o la cancelación. Un ostracismo que, en ocasiones, conlleva la ruina económica, especialmente si hablamos de personajes públicos.

Por un lado, nos encontramos a la izquierda actuando como la peor versión posible de la derecha: sectaria, autoritaria, represiva, pretendiendo imponer sus opiniones y criterios, elevándolos a la categoría de valores incontestables, absolutos, moralmente superiores. Los pajaritos, disparando a las escopetas. Y por el otro lado, a la derecha, reclamando el derecho a discrepar, espacios de libertad para pensar distinto, coincidiendo en este sentido con algunos sectores de la izquierda que se niegan a tener que esconderse, a guardarse sus opiniones o limitarse a cuchichearlas entre personas de confianza.

La mezcla de atributos desvirtúa las categorías

Este corrimiento de tierras también afecta al terreno económico. Si se espera de la izquierda una apuesta por fomentar lo público, lo que supone en primer lugar aumentar su financiación, nos encontramos con que da igual la papeleta que metamos en la urna, porque las políticas económicas que practica la izquierda y la derecha son ya indistinguibles. Independientemente de quien gobierne, estamos sufriendo la destrucción paulatina, pero inexorable, de los restos del Estado del bienestar.

Constituye una tomadura de pelo seguir hablando de sanidad gratuita y universal cuando las listas de espera para conseguir una cita con un médico de atención primaria alcanzan no días, sino semanas, y las de los especialistas se cuentan en meses. En el Estado español, la destrucción de la sanidad pública la están perpetrando tanto la izquierda como la derecha. No hay ninguna diferencia en este aspecto, ni en muchos otros, dependiendo del color de la papeleta que metamos en la urna.

El objetivo de la destrucción de la sanidad pública es obvio: forzar el trasvase de la población a la sanidad privada, pagando una cuota en ascenso libre, para incrementar los beneficios de las empresas del sector. La izquierda ha renunciado a financiar lo público, contribuyendo a reforzar el marco construido por la derecha: “lo público no funciona, lo privado gestiona mejor”. No se trata de una cuestión de gestión, sino de recursos. Sin financiación, sin personal, con precariedad laboral, el sistema se desmorona.

En cuanto a la educación, baste decir que la escuela concertada fue obra del PSOE de Felipe González, en 1985, tras negociar el sistema con la Iglesia. En lugar de apostar por la escuela pública, la izquierda decidió financiar la enseñanza religiosa y privada con recursos del Estado.

La izquierda es belicista, la derecha quiere acabar con la guerra en Ucrania

Con ocasión del plan de rearme europeo planteado por Úrsula von der Leyen, se ha vuelto a hablar en los medios de cañones o mantequilla. Las élites europeas han acordado gastar más en cañones, y menos en mantequilla. En lugar de aprovechar algunos vientos de cambio que soplan desde la Casa Blanca en lo que respecta a la guerra contra Rusia, los burócratas que anidan y se reúnen en Bruselas están fabricando un nuevo episodio de “la doctrina del shock”, que tan acertadamente describiera Naomi Klein.

El nuevo shock es la “amenaza rusa”, que se cierne sobre toda Europa, si no somos capaces de frenar al ejército de Putin en Ucrania. Poco importa que tal amenaza sea inexistente, como indican los hechos y el sentido común, o lo que digan los libros de historia sobre quién invadió a quién. Lo que importa es fabricar una nueva amenaza, para meternos el miedo en el cuerpo y que aceptemos con resignación una nueva vuelta de tuerca a nuestro empobrecimiento, una fase más en la demolición planificada del Estado del bienestar por los gobiernos de turno, sean estos de izquierda o derecha, que en eso coinciden.

Dos noticias juntas se entienden mejor: el gobierno de Holanda recorta 1.200 millones la inversión en educación superior, tras haber desviado más de 2.000 millones a Ucrania.  

Cuando cabía esperar que la izquierda se opusiera a la escalada bélica, al incremento desmesurado de los gastos militares, en detrimento de la inversión en servicios sociales, la sanidad y enseñanza públicas, nos encontramos de nuevo con el mundo al revés.

Quienes se oponen a la escalada belicista impulsada desde Bruselas, quienes alertan de la locura que supondría una guerra contra la mayor potencia nuclear del mundo, son gobernantes de derecha, incluso de extrema derecha.

Aquí tenemos al laborista Keir Starmer, coincidiendo con el socialista Pedro Sánchez para alimentar la financiación de la guerra en Ucrania, destinando miles de millones al gobierno de Zelenski, con tal de no reconocer que la apuesta en la que acompañaron a la administración de Joe Biden salió fatal. De asumirlo, tendrían que asumir responsabilidades políticas. Teniendo en cuenta la magnitud del daño causado, las élites europeas belicistas deberían ir a la cárcel.

Por otro lado, tenemos a un ramillete de políticos que, conscientes de la realidad y gravedad de la situación, están intentando evitar una conflagración mundial. Comenzando por Donald Trump que, como ya comenté en un artículo anterior, está demostrando unas dosis encomiables de realismo político en este tema, aunque se está encontrando con formidables obstáculos, internos y externos, a su intención de poner fin a la guerra, intentando simultáneamente salvar la cara.

¿Y qué es lo que ha ocurrido, o está ocurriendo, con todos los políticos, mayoritariamente de derechas, que se están oponiendo a llevar a Europa a una guerra directa contra Rusia?

A Donald Trump intentaron asesinarlo, en un episodio difícil de entender sin la anuencia, por no decir colaboración, de los servicios secretos.

A Robert Fico, el primer ministro de Eslovaquia, le tiroteo un “lobo solitario”, que a punto estuvo de matarlo. Fico es el líder del SMER, partido socialdemócrata que fue expulsado del Partido Socialista Europeo por no tragar con la posición de la OTAN y la Unión Europea (que vienen a ser lo mismo). Contrario a las fracasadas sanciones contra Rusia, a alimentar la guerra en Ucrania y partidario de la negociación para alcanzar la paz, los medios occidentales se apresuraron a etiquetarlo como “controvertido”, “prorruso” y “homófobo”.

A Viktor Orbán le cayó de todo encima cuando emprendió una gira diplomática, buscando la paz en Ucrania, mientras detentaba la presidencia rotatoria de la Unión Europea. Calificado de extrema derecha por los partidos políticos y los medios de comunicación hegemónicos, el verdadero motivo por el que Orbán ha sido vilipendiado por las élites europeas ha sido defender los intereses nacionales de Hungría y no acomodarse a los dictados del gabinete de Joe Biden y sus palmeros en Bruselas.

El ministro de Asuntos Exteriores de Estonia ha pedido que se retire el derecho a voto a Hungría en la Unión Europea por tener una posición opuesta a la escalada belicista contra Rusia. Para la narrativa hegemónica, jaleada por la izquierda, el fascista es Orbán, no quienes pretenden eliminarle políticamente.

Titular de Europa Press, 14 de marzo de 2025.

A Calin Georgescu, que ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Rumanía, después de anularlas le han prohibido volver a presentarse. Todo con el visto bueno de la muy democrática Unión Europea. Opuesto a la guerra en Ucrania, Georgescu es calificado como “de extrema derecha”.

Diana Sosaca, otra candidata con la misma etiqueta, ha sido vetada para participar en las nuevas elecciones presidenciales, porque suponía un riesgo para la pertenencia de Rumanía a la Unión Europea y la OTAN. Como si dicha opción fuera obligatoria e incuestionable.

Marine Le Pen ha sido apartada de las próximas elecciones presidenciales, en las que era favorita, tras un nuevo episodio de lawfare, una técnica a la que son muy aficionadas las democracias occidentales. Cometió el pecado de oponerse a la guerra en Ucrania contra Rusia.

En Alemania la ilegalización de Alternativa para Alemania, que también se opone a la guerra contra Rusia, está sobre el tapete desde hace meses.

En todos los casos, se aduce el carácter ultraderechista de personas y partidos para justificar los vetos, el cordón sanitario, su exclusión de los procesos electorales o, directamente, su ilegalización. Sin embargo, la verdadera razón no es esa, sino sus posiciones en relación con la OTAN, la Unión Europea y la guerra contra Rusia en Ucrania.

Georgia Meloni también entra dentro de la categoría de política “ultraderechista”, y sin embargo nadie plantea suspender el derecho de voto de Italia en la Unión Europea, abrirle un proceso judicial selectivo, o condenarla al ostracismo en los cónclaves europeos. ¿Será porque recondujo sus posiciones respecto a Rusia y la guerra en Ucrania? ¿Será porque cedió a las presiones para salirse del acuerdo suscrito con China en el marco de la Nueva Ruta de la Seda? ¿Por qué será?

Friedrich Merz tampoco tuvo remilgos a la hora de contar con el apoyo de Alternativa para Alemania cuando, en enero de este año, el Bundestag aprobó su propuesta para que se devuelvan a muchos más inmigrantes en las fronteras del país, con los votos favorables de 75 legisladores del partido de extrema derecha.

Titular de Euronews del 29 de enero de 2025.

Friedrich Merz, el próximo canciller alemán tras haber pactado un gobierno de coalición con su supuesto rival, el SPD de Olaf Scholz, trató de robarle votos a la extrema derecha en fechas previas a las elecciones. Merz afirmó en sede parlamentaria que Alemania había tenido una «política de asilo e inmigración equivocada» durante una década, desde que Angela Merkel, canciller de su propio partido, permitió la entrada al país de un gran número de inmigrantes.

Olaf Scholz dijo que su gobierno ya había instituido muchos cambios en la política migratoria del país, implementando controles temporales en todas las fronteras, y presumió de haber modificado muchas leyes para facilitar las deportaciones. El endurecimiento de la legislación en materia de inmigración del gobierno de Scholz provocó una disminución de un 30% en las solicitudes de asilo en sólo un año.

En plena precampaña, Merz anunció en enero que si se convertía en canciller, ordenaría al Ministerio del Interior que controlara inmediatamente todas las fronteras de Alemania de forma permanente y «rechace todos los intentos de entrada ilegal sin excepción», incluidos los de los solicitantes de asilo. Merz planteó que las personas que se supone serán deportadas no debían ser ya liberadas, sino mantenidas en custodia, si son detenidas por la policía. Si lo propone Alternativa para Alemania, es racismo, xenofobia y fascismo. Si lo hacen Scholz y Merz, es lo correcto.

Titular de 20 minutos.

Las categorías izquierda y derecha se desdibujan

Cuando la izquierda es belicista, la extrema derecha es pacifista, y entre izquierda y derecha están destruyendo los restos del Estado del bienestar, cabe preguntarse si podemos seguir analizando la política con categorías que están perdiendo su significación.

Cuesta distinguir un perfil de izquierdas en unos partidos socialdemócratas que, como apunté en un artículo anterior, se han conformado con gestionar un sistema, el capitalista, que antaño aspiraban a reformar y ahora, ni eso. ¿Cuánto tiempo hace que no escuchas a la izquierda hablar de lucha de clases?

¿Cabe calificar de izquierdas a quienes han asumido el marco de las guerras culturales, promovido por la derecha estadounidense, para abrazar políticas identitarias, excluyentes y con vocación de elitistas, muy alejadas del enfoque en lo colectivo? ¿Se puede hablar de políticas de izquierdas cuando sus paladines achacan discursos de odio al otro, cuando en realidad están proyectando el odio a todos los que no piensan como ellos?

¿Cabe calificar de extrema derecha a los partidos que defienden los intereses nacionales, a su población, frente a las agendas políticas impuestas desde capitales ajenas, por burócratas designados para sus puestos por muy pocas personas, que repiten mandato a pesar de que sus fracasos estratégicos han supuesto el empobrecimiento de la población y que, ahora, para tratar de encubrir sus fiascos, pretenden embarcarnos en una guerra contra la mayor potencia nuclear del mundo?

Admitamos que Le Pen, Orbán, Georgescu y Trump son de extrema derecha.  ¿No han tenido las élites hegemónicas ninguna responsabilidad en el crecimiento de estos partidos nacionalistas, frente a los rendidos al globalismo estadounidense, encarnado por el Partido Demócrata?

¿El crecimiento electoral de quienes propugnan la defensa de los intereses nacionales no se debe, en gran parte, al rechazo de la población a la agenda de las élites burocráticas europeas y a la secta neoconservadora en Estados Unidos, máxime tras su estrepitoso fracaso en Ucrania? ¿Los garrafales errores de izquierda y derecha no han provocado el ascenso de los partidos nacionalistas?

La ausencia de referencias provoca la desubicación del individuo

Los extravíos que está sufriendo la izquierda en materia de valores, su abrazo de actitudes rígidas, excluyentes, cuando no autoritarias, unidos a la adopción por parte de la derecha de posiciones antibelicistas y de sentido común en lo relativo a la ideología de género, todo ello en su conjunto está provocando la desubicación ideológica del individuo.

Así, tenemos a personas de izquierdas que se encuentran alarmadas por coincidir con la derecha en lo relativo a los conceptos de sexo y género. A feministas de izquierdas de toda la vida que son tildadas de “fascistas” o albergadoras de algún tipo de “fobia” por parte de quienes hasta ayer compartían valores ideológicos.

Todo ello en un contexto en el que se imposibilita el debate político sosegado, donde la plaza pública, o la conversación en el bar, han sido reemplazadas por las redes sociales. Unos espacios que se han convertido en cámaras de eco donde los argumentos han sido sustituidos por eslóganes arrojadizos. Unos espacios fríos donde es fácil olvidar que cuando escribimos en una pantalla nos estamos dirigiendo a otra persona, en ocasiones incluso a amigos, porque no los tenemos delante.

Las categorías tradicionales están siendo sustituidas por una narrativa, que pretende erigirse en hegemónica, donde la bondad o maldad de los actos ya no depende de sus características intrínsecas, sino de quiénes los ejecutan. Así, las élites en el poder, que pretenden impedir a cualquier precio ser desbancadas de sus posiciones de privilegio, pretenden que asumamos su nivel argumentativo, propio de un guiñol.

En esa narrativa, ya no existen las derechas y las izquierdas, sino los tipos buenos y los tipos malos. Los buenos pueden hacer cualquier cosa, porque para eso son los buenos, incluso cuando hacen cosas de malos. Pero los malos no pueden hacer nada, incluso cuando hacen las mismas cosas que los buenos, porque para eso son los malos.

En este vídeo podemos ver la expresión literal de esa narrativa, cuando el presentador de la CNN pregunta a Steve Witkoff, que está llevando el peso de la negociación impulsada por Donald Trump con Rusia, cómo es posible que Estados Unidos se esté alineando con los malos, que son los rusos, en lugar de con los buenos, que son Zelenski y Ucrania.

Esta es la conclusión última a la que nos aboca el doble rasero que las élites hegemónicas occidentales utilizan en las relaciones internacionales. Una hipocresía que acaba derramándose sobre el resto de las facetas de la política, contaminando todo lo que toca. Una narrativa que está desdibujando los contornos de lo que llevamos tiempo denominando izquierda y derecha, provocando la desubicación del individuo.

Una dinámica que es urgente frenar, recuperando el espacio necesario para el debate, fundamento de una sociedad verdaderamente democrática. Un espacio que nos están robando quienes pretenden convencernos de que vivimos en democracias plenas, frente a las amenazantes autocracias, mientras nos sacan el agua de la pecera en la que nadamos, desorientados.

Europa naufraga entre la parálisis, los enfrentamientos y el autoritarismo

25 de marzo de 2025

Europa se niega a asumir la derrota en Ucrania

Europa se está mostrando incapaz de articular una respuesta política coherente y unitaria a la decisión de Donald Trump de afrontar la situación en Ucrania de una manera realista. Las élites europeas rechazan asumir la derrota de la OTAN frente a Rusia e insisten en el delirio de creerse que Europa puede vencer militarmente a Rusia sin la ayuda de Estados Unidos. Los europeos se están haciendo trampas al solitario, porque se empeñan en continuar con la farsa antes que reconocer que la apuesta del Partido Demócrata salió mal, y actuar en consecuencia.

Exactamente eso es lo que está haciendo Donald Trump, y por eso los europeos están de los nervios, porque el reconocimiento por parte de la nueva administración de la realidad sobre el terreno les deja en evidencia frente a su postura negacionista de niño enrabietado.

Desde que Trump asumió la presidencia, la estrategia de la burocracia europea ha sido tratar de convencerle para seguir la hoja de ruta marcada por la administración anterior, a pesar de su fracaso. Úrsula von der Leyen declaró el 21 de enero que había que seguir apoyando a Ucrania “todo el tiempo que sea necesario”, repitiendo el mantra favorito de Joe Biden, tras atribuir falsamente la causa de la guerra con Rusia al deseo de Ucrania de formar parte de la Unión Europea.

La jefa de la Comisión Europea se compromete a apoyar a Ucrania todo el tiempo que sea necesario.

Como Donald Trump no está por la labor de profundizar en el error estratégico de la camarilla que manejaba a Joe Biden, la táctica europea está girando hacia una añagaza que fuerce a Estados Unidos a intervenir militarmente en Ucrania: esta es la intención que se esconde tras el plan de desplegar tropas europeas sobre suelo ucraniano. Los europeos confían en que Washington se vería obligado a defenderlas en el caso, más que posible, de que Rusia decidiera atacar a las fuerzas europeas, presentadas como garantes de un hipotético alto el fuego.

El caso es tratar de continuar la guerra por todos los medios posibles, recalcando el apoyo europeo a Zelenski. La reciente participación del mandatario ucraniano en la reunión del Consejo Europeo supone un claro desplante a Donald Trump.

Macron y Starmer fracasan en Washington

Antes del encontronazo entre Zelenski y Trump en la Casa Blanca, Emmanuel Macron, primero, y Keir Starmer, después, viajaron a Washington para tratar de persuadir a Donald Trump de rectificar su posición. Ambos pretendían que ofreciera un paraguas a los europeos, en caso de que decidan finalmente trasladar efectivos al territorio ucraniano.

No habrá botas de Estados Unidos sobre el terreno en Ucrania, dice Hegseth.

Los viajes del francés y el británico se saldaron con rotundos fracasos, a pesar de los gestos amables de Trump, más notorios con Macron que con Starmer, que apoyó ostentosamente a la candidata del Partido Demócrata, Kamala Harris, en un alarde de inteligencia política. En el caso de Macron, Trump se negó a aceptar la petición del francés de aportar garantías de seguridad para Ucrania. Una fuente diplomática de la Unión Europea calificó el viaje como “pérdida de tiempo”.

Macron no logró convencer a Trump de proporcionar garantías de seguridad a Ucrania, la visita fue inútil – Político.

Keir Starmer tampoco consiguió que Trump se aviniera a enviar tropas estadounidenses a Ucrania para cubrir un hipotético despliegue de efectivos europeos sobre el terreno. Por si quedaba alguna duda de su negativa, Trump aseveró que “Los británicos son soldados increíbles y pueden cuidar de sí mismos”.

Starmer no logra convencer a Trump de enviar tropas a Ucrania.

Lo único que consiguió Macron en Washington fue que Donald Trump se aviniera a recibir a Zelenski, a lo que se mostraba reacio. Después de su visita a la Casa Blanca, Starmer se descolgó con la propuesta de montar una “coalición de los dispuestos”. La BBC reportaba que Starmer buscaba la implicación de Estados Unidos en su plan para desplegar tropas europeas en Ucrania, que fue presentado en una reunión en Londres, a la que asistieron representantes de 18 países, incluido Volodimir Zelenski.

El término “coalition of the willing” fue el mismo usado para denominar el grupo de países que apoyó la guerra lanzada por George W. Bush contra Irak, con el pretexto de destruir las “armas de destrucción masiva” que, supuestamente, albergaba Saddam Hussein. Lo único masivo que había fueron las mentiras utilizadas para justificar la invasión.

Las conversaciones entre Trump y Putin soliviantan a las élites europeas

Lejos de acceder a las pretensiones de los europeos, tras haber hablado con Putin el 12 de febrero, Trump volvió a hacerlo el 18 de marzo. Podemos leer los resúmenes de esta última conversación en los sitios web de la Casa Blanca y del Kremlin.

Lo que sin duda ha terminado de soliviantar a las élites europeas es esta frase del resumen publicado por el gobierno ruso: “Confirmando su compromiso fundamental de encontrar una solución pacífica al conflicto, el presidente de Rusia expresó su disposición a trabajar a fondo para encontrar posibles soluciones en cooperación con los socios estadounidenses”. La solución a la guerra en Ucrania será negociada bilateralmente con Estados Unidos, dejando fuera a la Unión Europea, que se desgañita en vano por un sitio en la mesa.

Esto tiene todo el sentido del mundo: lo lógico es que negocien las partes contendientes, no los subalternos y los tontos útiles. A Ucrania se le informará de lo que convenga acerca de la marcha de las negociaciones, como hizo Trump tras su larga conversación con Putin.

En cuanto al papel de Zelenski, baste decir que, a pesar de presentarse en Arabia Saudita cuando tuvieron lugar contactos entre una delegación estadounidense y otra ucraniana, no se le permitió asistir a esas reuniones. Después de la que armó en la Casa Blanca, ya leemos artículos en la prensa occidental donde se habla abiertamente de sus posibles sustitutos: es un cadáver político.

Zelenski no asistirá a las conversaciones de alto nivel con los estadounidenses en la cumbre de paz en Arabia Saudita.

Quien esperara que, tras dos conversaciones con Trump, Putin iba a acceder a decretar un alto el fuego peca, como mínimo, de ingenuo. Rusia va ganando la guerra, de largo. Un parón sólo habría beneficiado a quien va perdiendo. Para que Trump no saliera con las manos vacías del último contacto, Putin aceptó una tregua parcial de 30 días, que se limitaría a dejar fuera de los ataques la infraestructura energética de Ucrania. Estados Unidos se encargó de presentar el alto el fuego limitado como una concesión de Putin, aceptada generosamente por Zelenski, aunque en realidad beneficia en mayor medida a Ucrania, que está contra las cuerdas.

El núcleo duro del gobierno ucraniano tiene exactamente la misma posición que las élites europeas: continuar con la guerra a cualquier precio, y seguir buscando desesperadamente la intervención estadounidense para infligir una derrota estratégica a Rusia. Prueba de ello es que Ucrania se apresuró a violar el acuerdo que supuestamente había aceptado, bombardeando una estación de bombeo de gas en Sudzha, en la región de Kursk, que se utilizaba para enviar gas ruso a Europa, antes de que Ucrania interrumpiera el tránsito, a finales del año pasado. Dicho ataque se sumaba a otro contra un depósito de petróleo, días atrás. Trump sólo puede esperar palos en las ruedas por el lado europeo y ucraniano.

Europa deriva hacia la parálisis y los enfrentamientos

Aislada internacionalmente tras su alineamiento absoluto con la administración de Joe Biden, en contra de la mayoría de las naciones del mundo, y fuera de la mesa de negociación entre las grandes potencias, Europa está presa de una rabieta incontrolable. Desnortadas, las élites europeas compiten en materia de ocurrencias, bombillazos e ideas peregrinas. Entre todas, destaca la propuesta de sustituir a Estados Unidos en la OTAN, así como la publicación de un libro blanco con el belicista título de “Rearmar Europa”.

Un proyecto que parece inviable, a pesar de las intenciones anunciadas, sin el concurso de Estados Unidos, que suministra a Europa dos tercios del armamento que ésta compra. Una cifra que ha aumentado desde el 50% con que le proveía en 2019.

Financial Times: Las potencias militares europeas trabajan en un plan de 5 a 10 años para sustituir a Estados Unidos en la OTAN.

Entre las fabricantes de ocurrencias destaca la sustituta de Josep Borrell, la estonia Kaja Kallas. Antes de su nombramiento al frente de la política exterior europea, una fuente diplomática anónima se preguntaba si era buena elección para el puesto una persona a la que le gustaba comer rusos para desayunar. Una manera de alertar sobre su marcada rusofobia.

Los líderes de la Unión Europea no consiguen ponerse de acuerdo en una ayuda de 5.000 millones para Ucrania después de enfrentamientos.

Sin haber negociado previamente con los Estados miembros de la Unión Europea, Kaja Kallas se descolgó con la propuesta de adjudicar 40.000 millones de euros en ayuda militar a Ucrania. Como el plan se estrelló con una negativa frontal, Kallas redujo la cifra hasta los 5.000 millones que, supuestamente, se destinarían a comprar munición para el gobierno de Kiev. Sin embargo, la rebaja tampoco suscitó consenso.

Además de fracasar en su empeño – algunos analistas la dan ya por amortizada – Kaja Kallas se vio cuestionada por el presidente español, cuando éste propuso que la UE nombrara una persona específica para encargarse de las negociaciones con Ucrania. Kallas reaccionó de forma agria, replicándole “¿Para qué estoy aquí?”.

El “acalorado intercambio” entre Pedro Sánchez y Kaja Kallas se suma a otro enfrentamiento abierto entre las instituciones europeas. La presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, envió un crítico mensaje a la jefa de la Comisión Europea a la salida de una de las innumerables reuniones celebradas últimamente en el viejo continente.

La italiana acusaba a Úrsula von der Leyen de “esconderse tras la excusa de que el parlamento tarda demasiado en tomar decisiones” para aprobar un crédito de 150.000 millones de euros para gastos militares por la vía rápida, saltándose los derechos de supervisión del Parlamento Europeo.

Metsola: Por favor, Úrsula, deja de sacudirte el Parlamento.

La presidenta del Parlamento Europeo abundaba en la cuestión: “¿Por qué buscar una solución que eluda a su mejor aliado en este tema, donde las mayorías son claras?”. A la cada vez más autoritaria jefa de la Comisión Europea le molesta tener que pasar sus decisiones por el trámite de que se las apruebe el parlamento.

Úrsula tampoco podía faltar a la hora de los bombillazos. El último ha sido proponer un tope al precio del gas en Europa. Un producto que ahora la Unión Europea importa a mansalva de Estados Unidos, a un precio entre tres y cuatro veces superior al que provenía de Rusia.

La Unión Europea considera introducir un tope temporal al precio del gas para contrarrestar los costes divergentes con Estados Unidos.

Once asociaciones profesionales no tardaron en echársele encima. En una carta enviada a la jefa de la Comisión Europea, le advirtieron de “consecuencias negativas de gran alcance para la estabilidad de los mercados energéticos europeos y la seguridad del suministro en todo el continente”, en el caso de que la medida fuera finalmente implementada.

Alemania le da otra patada a la “democracia” europea

El desdén con el que Úrsula von der Leyen trata los mecanismos de control del poder de la Comisión revela un profundo desprecio por la democracia. Esa de la que tanto alardea ella misma, su cohorte de burócratas en Bruselas, así como quienes están nominalmente al frente de los estados miembros de la Unión Europea.

El último episodio de menosprecio a la voluntad de la ciudadanía y a sus decisiones, expresadas en las urnas, se acaba de producir en Alemania. El próximo canciller, que aún no ha sido investido por el Bundestag, promovió una votación para cambiar la constitución, una semana antes de que se constituyera el nuevo parlamento, el 25 de marzo.

Friedrich Merz se apoyó en los votos de un parlamento saliente, ya caduco, porque la composición del nuevo no le habría permitido alcanzar los dos tercios necesarios para modificar la constitución y eliminar el techo de deuda.

The Guardian: Diputados alemanes aprueban un aumento de gasto de 500.000 millones de euros para contrarrestar la «guerra de agresión de Putin».

El objetivo del cambio constitucional era permitir al gobierno federal, y a los estados federados, endeudarse hasta las cejas para, siguiendo las instrucciones de Bruselas, sufragar un aumento astronómico del gasto militar. Poco le importa al canciller in pectore que durante toda su carrera hiciera campaña precisamente en contra de quitar el freno a la deuda pública. Merz justificaba así su giro de 180 grados: «Nuestros amigos en la UE nos observan con la misma atención que nuestros adversarios y los enemigos de nuestro orden democrático y basado en normas».

Para Friedrich Merz, el “orden democrático” consiste en usar un parlamento caducado para aprobar unos cambios constitucionales que van a hundir aún más en el abismo a una Alemania que se encamina al tercer año en recesión, según la Cámara de Comercio e Industria.

Para el incipiente canciller alemán, el “orden basado en normas” consiste en ignorar los resultados de las elecciones, y obedecer en cambio las instrucciones dictadas por su compatriota al frente de la Comisión Europea.

Para Friedrich Merz, la democracia consiste en apresurarse a promover una votación antes de que se constituyera el nuevo parlamento, donde los partidos Die Linke (La Izquierda) y Alternativa para Alemania hubieran tenido la capacidad de bloquear la reforma constitucional, que precisaba de dos tercios de los parlamentarios para salir adelante.

A Merz lo único que le importaba era conseguir más de 489 votos para pasar su reforma constitucional, aunque para eso tuviera que sobornar a Los Verdes con la promesa de gastar 100.000 millones de euros en “medidas de transformación económica climática”. Merz finalmente consiguió 513 votos, esquivando la voluntad popular.

Los resultados de las elecciones son menospreciados en Europa

El atropello a las decisiones de la ciudadanía en Alemania se suma a la reciente patada a las urnas propinada por las autoridades en Rumanía. A Calin Georgescu, el candidato opuesto a la guerra en Ucrania que ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales, que fueron anuladas, finalmente le han prohibido presentarse de nuevo.

Calin Georgescu había recurrido ante el Tribunal Constitucional la decisión de la Junta Electoral Central, que ha fallado a favor del veto a su candidatura. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos de la UE ya había blanqueado la decisión de la JEC, como expliqué en este artículo.

La BBC sigue repitiendo la mentira, desmontada por la propia fiscalía de Rumanía, como señalé en este otro artículo, de una supuesta campaña rusa en Tik Tok para promover su candidatura. Una campaña que, en realidad, fue organizada por el Partido Liberal para impulsar a Georgescu, un candidato con una baja intención de voto, para así restar apoyos electorales a otros partidos rivales.

En otros países europeos, el modelo de democracia liberal tampoco goza de buena salud. En Francia, la crisis política sigue sin resolverse. François Bayrou es el cuarto primer ministro nombrado por Emmanuel Macron en un solo año, lo que revela la falta de apoyos políticos en la sede de la soberanía popular: el parlamento. Un triste récord para la Quinta República.

Bayrou sucedió a Michel Barnier, un ex burócrata de Bruselas que, en diciembre de 2024, decidió saltarse el parlamento para aprobar el presupuesto de la seguridad social. La estratagema le costó el puesto, tras carecer de los votos para superar una moción de censura, que es el procedimiento constitucional para que el parlamento evite ser ninguneado por el ejecutivo. Su destitución demostraba que el gobierno designado por Macron carecía de respaldo en el parlamento. Otra demostración de “democracia europea” en acción.

Ouest France: Presupuesto de la seguridad social: Michel Barnier activa el 49.3 y se expone a una moción de censura.

A pesar de carecer de mayoría parlamentaria, Emmanuel Macron nombró nuevo primer ministro a François Bayrou, quien sobrevivió a otra moción de censura gracias a las abstenciones del Partido Socialista y de Reagrupamiento Nacional, el partido de Marine Le Pen. Bayrou pende de un hilo…

Sin mayoría en el parlamento francés, Macron no sólo insiste en aferrarse a la presidencia en su país, sino que pretende erigirse en el nuevo gallito de la Unión Europea, ofreciendo el paraguas nuclear francés al resto del continente.

En el Estado español, el gobierno de Pedro Sánchez carece de la mayoría parlamentaria necesaria para aprobar sus presupuestos. En 2024 prorrogó los de 2023. Este año tampoco ha sido capaz de contar con el número suficiente de diputados para sacar adelante los de 2025, y ya se conforma con intentarlo con los de 2026.

Titular de eldiario.es del 23 de marzo de 2025.

Los presupuestos son la herramienta fundamental con la que cuenta un gobierno para plasmar sus políticas. La consecuencia lógica de su incapacidad para dotarse de un presupuesto, ante la falta de apoyo parlamentario, sería la convocatoria de nuevas elecciones. Pero eso no va a ocurrir, porque “No nos rendimos”, dice Pedro Sánchez. ¿No se rinden ante quién? ¿Ante la soberanía popular, expresada con votos en el parlamento? 

A pesar de la prórroga presupuestaria, el gobierno progresista se las apañó para incrementar el gasto militar usando una artimaña: transferencias de crédito por valor de 2.929,2 millones, a fecha de 30 de noviembre de 2024, incrementándose así un 20,3% el presupuesto inicial, hasta alcanzar los 28.935 millones de euros, un 1,82% del PIB español. Ante la OTAN y Bruselas, Pedro Sánchez se rinde a la primera. 

En el Reino Unido, Keir Starmer tiene un índice de aprobación del 21%. Más de la mitad de los encuestados por Ipsos, un 55%, desaprueba su gestión. El 62% cree que el gobierno va en mala dirección, frente a sólo un 15% que cree lo contrario. Así que Starmer desvía la atención de su impopularidad poniendo el foco en Ucrania. Los propios militares británicos han calificado de “teatro político” las declaraciones belicistas del primer ministro: “Starmer se adelantó a sí mismo hablando de tropas sobre el terreno antes de saber de qué estaba hablando”, manifestó un interlocutor de alto rango a The Telegraph.

El plan de paz de Starmer para Ucrania es desechado como “teatro político”.

A los eurócratas neocon sólo les sirve la guerra 

El estancamiento económico que sufre Europa pone la guinda a las patadas a la soberanía popular por parte de las élites, a sus enfrentamientos y al marasmo que la atenaza, mostrándose incapaz de articular un plan B ante la derrota militar de la OTAN en Ucrania. 

Los burócratas europeos están demostrando que son más neocon que los propios estadounidenses miembros de la secta: carecen de marcha atrás. Su único proyecto es el de ahondar en el belicismo, endeudar al viejo continente hasta el cuello y seguir porfiando en derrotar a Rusia, a pesar de todas las evidencias que demuestran la inviabilidad de su quimera.

El jefe de la inteligencia federal alemana, Bruno Kahl, declaraba el 9 de marzo que convenía que la guerra en Ucrania durara al menos 5 años más, para evitar que Rusia estuviera en disposición de atacar Europa antes de ese plazo de tiempo. Sus declaraciones fueron recibidas con furia en Kiev.

“No evitaréis la guerra”. Kiev furiosa al sugerir Alemania que Ucrania debería luchar contra Rusia hasta 2030 para proteger a Europa.

Las élites europeas están dispuestas a enterrarnos a todos, incluyendo hasta el último ucraniano, con tal de no reconocer algo tan simple como que están equivocados y que una rectificación es urgente e imprescindible, antes de que sea demasiado tarde.

 

Trump, Zelenski, Europa y la teoría del caballo muerto

7 de marzo de 2025

Europa se niega a reconocer que el caballo está muerto

La furibunda reacción de Europa al enfrentamiento ocurrido en la Casa Blanca entre Donald Trump, JD Vance y Zelenski denota que las élites europeas se niegan a reconocer que el caballo está muerto. Es lo que diferencia a Donald Trump de la clase política europea, que todavía se halla en una fase de negación de la realidad. Y es que como le dijo Trump a Zelenski en la Casa Blanca: “You are not winning” (No estás/estáis ganando). Algo que Europa se niega a asumir.

La teoría del caballo muerto describe cómo las personas y las organizaciones prefieren negar la realidad cuando no encaja con sus planes, y prefieren desperdiciar tiempo, recursos y esfuerzos tratando de hallar soluciones que, por fuerza, van a ser ineficaces. En lugar de desmontar del caballo, reconocer que está muerto y buscar alternativas que tengan en cuenta ese hecho, las élites europeas insisten en fingir que el caballo está vivo.

Antes que admitir que el plan de Joe Biden y su equipo ha fracasado, reconocer la derrota y organizar una retirada medianamente honrosa, que es lo que está intentando Donald Trump, la clase dirigente europea está dándole vueltas a todas las demás opciones, siempre que no supongan reconocer que la OTAN ha perdido la guerra contra Rusia en Ucrania.

La teoría del caballo muerto. Ilustración: redes sociales.

Así, los perdedores están pensando en comprarle una nueva silla al caballo; mejorar su dieta; cambiar al jinete, o despedir al cuidador del caballo. Europa está celebrando muchas reuniones para discutir maneras de aumentar la velocidad del caballo muerto; para proponer nuevos programas de entrenamiento para el caballo; está creando comités para analizar la situación y anunciar nuevos planes de inversión en el caballo muerto. Todo, antes que reconocer que el caballo ha fallecido.

La lógica que subyace bajo esta aproximación es la falacia del coste hundido, o irrecuperable. Es la tendencia a seguir invirtiendo dinero y esfuerzos en un proyecto que ha fracasado, únicamente porque ya has invertido muchísimo en el proyecto y consideras que hay que seguir invirtiendo para poder recuperar el dinero, sin asumir que has fracasado, que subsiguientes inversiones sólo van a aumentar las pérdidas, y que lo mejor es retirarse, cuanto antes mejor.

Seguir invirtiendo dinero en una mala inversión inicial es lo que proponen los europeos, que están que trinan frente al ejercicio de realismo de la nueva administración de Estados Unidos, porque les deja en evidencia. Su respuesta es una huida hacia adelante.   

Las élites europeas manipulan lo ocurrido en la Casa Blanca

Como parte de su estrategia para alimentar la fantasía de que el caballo sigue vivo, las élites europeas han puesto el foco en los minutos finales de la comparecencia en el despacho oval de la Casa Blanca, evitando ofrecer un contexto. Sus obedientes medios describieron como una “humillación” pública de Trump a Zelenski el enfrentamiento que se produjo al final de un encuentro de 50 minutos, de los cuales 40 discurrieron de manera amigable, incluso entre bromas.

Titular de El País, 28 de febrero de 2025.

Es innegable que la comparecencia en el despacho oval acabó muy mal, pero los medios han puesto el foco precisamente en los últimos 10 minutos, ignorando el contexto y el comportamiento de Zelenski, que fue el desencadenante de la reacción de Trump y Vance. Para analizar por qué se llegó a ese nivel de enfrentamiento delante de la prensa, es imprescindible ver el vídeo completo de la comparecencia.

Vídeo completo de la comparecencia de Trump y Zelenski en la Casa Blanca.

En primer lugar, presentarse en chándal en la Casa Blanca, a pesar de las indicaciones recibidas de que debía acudir vistiendo traje, demuestra un profundo desprecio por sus anfitriones que, además, son sus principales patrocinadores. En el ámbito diplomático, el protocolo es fundamental. Zelenski optó por continuar con la operación de marketing político diseñada por la anterior administración, que incluye su atuendo verde kaki, en lo que cabe interpretar como un claro desafío a Trump. El uniforme militar enviaba el mensaje de querer continuar con la guerra. El cambio al traje hubiera significado una predisposición a salir de ese marco. 

Durante los primeros cuarenta minutos de comparecencia, el ambiente fue amigable entre Trump y Zelenski, a pesar del comportamiento agresivo del ucraniano en varias ocasiones, que interrumpía a sus interlocutores con continuas exigencias de “garantías de seguridad”. Trump no sólo toleró estoicamente dichas interrupciones, sino que incluso llegó a bromear cuando Zelenski le recriminó que la aportación de Europa había sido superior a la de Estados Unidos. Trump prefirió dejarlo correr entre chanzas. Es el momento que recoge la siguiente captura de pantalla.

Zelenski y Trump bromean sobre quién ayuda más a Ucrania, si Europa o Estados Unidos. 

Sin embargo, Zelenski, que durante toda la comparecencia desplegó su habitual gesticulación, removiéndose inquieto en el asiento, haciendo muecas y tocándose la nariz, cruzó una línea roja cuando se encaró con JD Vance, el vicepresidente de Estados Unidos.

En el minuto 38 de la comparecencia, un periodista polaco le pregunta a Trump cuál es el mensaje que tiene para quienes estiman que se está alineando demasiado con la posición de Putin. El presidente de Estados Unidos responde que está tratando de hacer equilibrios entre dos partes que se odian y que, si se dedicara a decir cosas desagradables sobre Putin, sería imposible llegar a un acuerdo. Una respuesta de manual de negociación, por parte de alguien que trata de ser intermediario entre dos países que llevan tres años en guerra.

Vance interviene para apostillar que Trump está apostando por la diplomacia, a diferencia de la administración de Joe Biden, que se daba golpes de pecho y creía que sus palabras importaban más que los hechos. Es en ese momento cuando Zelenski se encara con Vance y, después de negar credibilidad a Putin, termina espetándole “¿De qué clase de diplomacia está hablando?”.

Además de presentarse en chándal, aquí viene otro de los errores garrafales de Zelenski: prescindir de un traductor. Hablar un idioma no consiste sólo en juntar palabras en esa lengua, sino en conocer las maneras en que se manejan en dicha cultura. La interpelación que Zelenski le hizo a Vance, en el tono y en las palabras, son la equivalencia en inglés de “¿De qué c… me estás hablando?”. Además de para evitar esos errores, contar con un traductor también te permite pensar en cuál va a ser tu respuesta, en lugar de soltarla sin filtro, sobre todo cuando vas embalao, como era el caso.

Aun así, Vance se contiene y le contesta que se refiere a la diplomacia que va a salvar Ucrania de la destrucción. Pero Zelenski insiste en su chulería, y tomándose la confianza de llamarle JD, le pregunta con muy mal tono si acaso ha estado alguna vez en Ucrania. Vance le responde que ha visto las giras de propaganda que les dan a los visitantes en Kiev, lo cual es rigurosamente cierto: unas visitas que incluyen el oportuno sonar de las sirenas, aunque no haya ataques a la vista y, en algunos casos, el traslado a sótanos para mayor dramatismo. Vance pregunta a Zelenski si acaso va a negar que Ucrania tenga problemas para reclutar soldados para el frente.

En lugar de plegar velas, Zelenski le replica que en la guerra todos tienen problemas, que ahora Estados Unidos no los siente, porque les separa un “bonito océano”, pero que los sentirá en el futuro. Y ahí es cuando Donald Trump, ante la amenaza abierta de su huésped, dice basta: “No nos diga lo que vamos a sentir”. Para terminar de arreglarlo, Zelenski le pregunta a Vance si se cree que por hablar alto va a arreglar los problemas. Y Trump vuelve a ponerle en su sitio.

Después, Zelenski se queja de que Ucrania ha estado sola desde el principio de la guerra. Trump le recuerda que, sin la ayuda de Estados Unidos, la guerra habría durado dos semanas, y Zelenski le replica, con gestos despectivos, que no, que tres días, que eso ya se lo ha oído a Putin. Para finalizar, Trump afirma que es bueno que el pueblo de Estados Unidos vea lo que está sucediendo y, en eso, lleva toda la razón.

A pesar de la manipulación que las élites europeas, y sus obedientes medios, han realizado de la comparecencia, el vídeo completo está ahí para quien quiera comprobar si Trump “humilló” a Zelenski o, por el contrario, el ucraniano faltó al respeto y amenazó literalmente a sus anfitriones, de quienes obtuvo una respuesta acorde a su comportamiento.

Un personaje endiosado que se tropieza con su verdadero papel

Los principales responsables del endiosamiento de Zelenski han sido sus patrocinadores: la administración presidida por Joe Biden y sus fieles súbditos europeos. Protagonista absoluto de una campaña propagandística carísima, viéndose comparado con Winston Churchill, y recibiendo ovaciones en pie en los parlamentos, el cómico metido a político se ha creído el rey del universo.

Montaje de Zelenski con Churchill, y aplausos en el Congreso de Estados Unidos. Fotografía: Samuel Corum/Agence France-Presse/Getty Images.

El problema es que el proyecto de los neoconservadores en Ucrania ha fracasado, y en Estados Unidos ahora el presidente es un hombre de negocios, que no es partidario de seguir azotando a un caballo muerto, pretendiendo que galope, enterrando miles de millones más en el intento.

En mi opinión, Zelenski tenía todavía una oportunidad de conservar la cabeza si se hubiera avenido a firmar el acuerdo sobre tierras raras que le proponía Trump. Era una vía para que Estados Unidos recuperara algo de la inversión efectuada en Ucrania, y un acicate para que Trump negociara un acuerdo con Rusia que respetara la soberanía ucraniana en los territorios que conserva el gobierno de Kiev. Si Estados Unidos se hubiera asegurado el control de esos recursos, serían sus propios intereses, no los de su títere, los que le hubieran empujado a conseguir un acuerdo que los salvaguardara.

La firma por parte de Zelenski de un acuerdo de tierras raras habría sido una manera indirecta de conseguir esas garantías de seguridad que con tanto ahínco reclama. La minería es una labor para desarrollar durante décadas. La presencia de empresas estadounidenses en Ucrania para extraer los minerales hubiera exigido también la de ciudadanos de ese país. El acuerdo hubiera sido una manera de vincular a Estados Unidos con Ucrania durante años. JD Vance lo ha dejado claro en sus declaraciones. Pero la miopía política de Zelenski, que está muy mal asesorado por sus amigos británicos y franceses, le impidió hacer ese análisis.

Y aquí llegamos al quid de la cuestión. Zelenski no asume el papel que aceptó en la guerra por intermediación entre Estados Unidos y Rusia. En la Casa Blanca, Zelenski llegó a afirmar que es Ucrania la que está en guerra con Rusia, no Estados Unidos, cuando hasta Boris Johnson reconoció en una entrevista con The Telegraph que Ucrania es un mero ariete en la contienda que mantiene la OTAN con Moscú.

Boris Johnson admite que el conflicto en Ucrania es una guerra “proxy” contra Rusia.

Cuando renunció a implementar sus promesas electorales, que le llevaron a ganar las elecciones con más de un 70% de los votos, al presentarse como el candidato que iba a terminar con la guerra, y cuando volvió a desperdiciar la oportunidad de acabar con el conflicto, al acatar las órdenes de sus patrocinadores y tirar abajo el acuerdo alcanzado en Estambul, Zelenski asumió por entero el papel de tonto útil de Estados Unidos.

En lugar de plantarse, y reivindicar la soberanía de su país, Zelenski se plegó a los intereses de Estados Unidos y de los ultranacionalistas ucranianos, y en ese momento aceptó el rol de títere al servicio de intereses ajenos. Ahora está sufriendo las consecuencias.

Zelenski no ha aprendido nada del destino que reserva Estados Unidos a sus marionetas cuando dejan de ser útiles, o fracasan en los proyectos que les son asignados: Washington se deshace de ellas, de maneras más o menos expeditivas, que van desde el asesinato hasta simplemente dejarles caer. Hay numerosos ejemplos en la historia.

Desde Ngo Dinh Diem, el presidente de Vietnam del Sur que fue derrocado y asesinado en un golpe de Estado, en 1963, organizado por su propio ejército, con el visto bueno previo de Estados Unidos, hasta el más reciente de Mijaíl Saakashvili, el que fuera presidente de Georgia tras una revolución de colores, formado en Estados Unidos, que acabó en una cárcel del país que presidió en dos ocasiones.

La Unión Europea se desliza hacia la militarización y el autoritarismo

La Unión Europea y el Reino Unido, que parece haber dejado de lado el Brexit para alinearse con Bruselas, están profundamente desorientados. Como comenté en el artículo anterior, el giro en la política exterior que Trump y su equipo están imprimiendo les ha dejado completamente descolocados.

Su primera reacción está siendo la de criticar fieramente el realismo de Donald Trump, e intentar por todos los medios que el nuevo presidente siga el fracasado rumbo del anterior. Europa quiere evitar por todos los medios la desconexión de Estados Unidos del proyecto en Ucrania. A pesar de sus grandilocuentes declaraciones, las élites europeas son conscientes de que el viejo continente no tiene la capacidad para seguir sosteniendo a Ucrania frente a Rusia. Ni económica ni militarmente.

La propuesta de Macron de desplegar tropas europeas en Ucrania, en el caso de que finalmente se alcance un alto el fuego, es sólo un cebo para que Estados Unidos venga al rescate y ponga las famosas “botas sobre el terreno” frente a una hipotética agresión rusa. 

Ahora es el momento de Europa para la acción decisiva en Ucrania

The Atlantic Council, un gabinete de ideas neoconservador, describía así la jugada “La estrategia debe ser una oferta europea para desplegar tropas en Ucrania. Ese despliegue incluiría la asistencia de respaldo de los Estados Unidos”. El gabinete no se corta a la hora de usar la misma terminología de la mafia. Al más puro estilo de El Padrino, la propuesta es “Hacerle a Trump una oferta que no pueda rechazar: los aliados europeos deben proponer desplegar tropas en Ucrania”.

En paralelo, las élites europeas siguen repitiendo el mantra, que fue de Biden, del apoyo a Ucrania “tanto tiempo como sea necesario”. El Reino Unido anunció un acuerdo con Kiev de cien años de duración. Úrsula von der Leyen propone que los Estados miembros destinen 800.000 millones de euros para militarizar Europa, aunque el verdadero objetivo es la puesta en circulación de eurobonos, la disolución de las soberanías nacionales y la destrucción de lo que queda del Estado del bienestar. El mensaje omnipresente es que, si no se frena a Putin en Ucrania, los rusos plantarán otra vez la bandera en el Reichstag o, incluso, llegarán hasta Lisboa.

Europa debe recortar su Estado de bienestar para construir un Estado de guerra. No hay manera de defender el continente sin recortes al gasto social.

Las élites europeas intentan aprovechar la situación para ahondar en el centralismo de Bruselas, impulsado por el autoritarismo de la presidenta de la Comisión Europea, para acabar con cualquier atisbo de democracia a nivel de los estados, como acaba de suceder en Rumanía, ante el silencio cómplice de otras naciones europeas, y el sigilo de los medios de comunicación sobre el golpe de Estado a cámara lenta que se está desarrollando en Bucarest.

Después de la detención de Calin Georgescu, el candidato que ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha blanqueado el golpe de Estado, inadmitiendo la demanda de Georgescu. Esta es la “democracia” por la que estamos luchando en Ucrania contra la “autocracia” de Putin.

Titular de RFI.

Europa se está jugando la ruina y el aislamiento internacional

En lugar de asumir el fracaso del proyecto, algo que su propio impulsor está haciendo, y correr para tomar posiciones en el nuevo tablero mundial que se está configurando, las élites europeas insisten en seguir jugando una partida que ya ha terminado. De ahí viene su desubicación estratégica y política. Su obcecación en mantenerse en un marco ya caduco está arrastrando a la ruina al continente, comenzando por su gripada locomotora, Alemania.

El gobierno alemán está estudiando todas las opciones para evitar que los gasoductos Nord Stream vuelvan a ponerse en funcionamiento. Robert Habeck ha declarado que “La independencia del gas ruso tiene una importancia estratégica para el Gobierno federal en términos de política de seguridad y se mantiene fiel a ella”.

Mientras da pasos agigantados hacia la ruina, Europa reclama un sitio en la mesa de negociación. Lo mismo que hace el gobierno de Kiev, después de que su presidente dictara un decreto que le prohíbe entablar negociaciones con Vladimir Putin, y de que presumiera de dejar fuera a Rusia en las “cumbres de paz” que organizaba en Dinamarca y Suiza. ¿En qué quedamos?

Delegaciones de Estados Unidos y Rusia mantuvieron más de seis horas de conversaciones en el consulado estadounidense en Estambul. El mismo lugar donde se fraguó el acuerdo que tenían ya muy encarrilado representantes de Rusia y Ucrania, antes de que Boris Johnson transmitiera a Zelenski la orden de dejarlo caer, y seguir luchando. La elección de la ciudad turca como sede del diálogo ya es todo un mensaje.

Rusia y Estados Unidos mantienen conversaciones, Putin dice que los contactos inspiran esperanza.

Según las versiones oficiales, en el encuentro se habló de restablecer la normalidad en las relaciones a nivel de embajadas, restaurando el acceso de las representaciones diplomáticas rusas a los sistemas bancarios y la devolución de propiedades confiscadas por parte de Washington. ¿Hay alguien que se crea que rusos y estadounidenses estuvieron hablando durante más de seis horas únicamente de temas burocráticos?

Europa se está quedando fuera del nuevo mundo multipolar por su insistencia en seguir montada en un caballo muerto. Si de verdad quiere jugar un papel en el nuevo tablero mundial que se está configurando ahora, lo que tendría que hacer es tomar ejemplo de lo que hace su patrón, en lugar de enfrentarse a él, y buscar el restablecimiento del diálogo con Rusia. Va a ser muy difícil, porque la quiebra de confianza que se ha producido entre Bruselas y Moscú ha sido de gran calibre. Pero es la única manera de ayudar a Ucrania y a la propia Europa.

Ucrania necesita un acuerdo que evite una mayor destrucción del país, y Europa necesita recomponer sus relaciones con su vecina Rusia, reconectarse a las fuentes de energía que la alimentaban, y salir del aislamiento al que su negativa a reconocer la realidad le está conduciendo. Va a ser una tarea hercúlea, pero la alternativa es la ruina económica, política y social, el resurgimiento del autoritarismo y el incremento de la represión para someter a una población cada vez más harta de las políticas que nos están llevando a la miseria.

Algo mal habrán hecho las élites europeas, que se quejan del crecimiento en las urnas de los partidos nacionalistas, pero no se preguntan por los motivos, ni hacen la más mínima autocrítica. Su respuesta siempre es la misma: hace falta más Europa.

En realidad, lo que hace falta es una Europa que anteponga la defensa de los intereses de su ciudadanía al fracasado proyecto político de los neoconservadores en Ucrania. Lo que sobran son políticos, como la primera ministra de Dinamarca, que dice que la paz en Ucrania sería más peligrosa que la guerra. Si Europa sigue obcecada en que Rusia tiene que perder, en contra de toda evidencia, acabará siendo fagocitada por la realidad que insiste en negar. Con funestas consecuencias para la ciudadanía europea.

Por qué Trump va en serio con la multipolaridad

19 de febrero de 2025

Trump le da una patada al tablero y deja descolocada a Europa

Tras su victoria en las elecciones presidenciales, Donald Trump disponía del capital político necesario para darle una patada al tablero mundial, y lo ha hecho. La larga conversación con Vladimir Putin ha dejado descolocada a Europa y presagia una manera radicalmente distinta de abordar las relaciones internacionales con las otras dos grandes potencias Rusia y China, y la tercera en ciernes, India. Así lo ha manifestado el propio Trump en comparecencia pública ante los medios, el 13 de febrero.

La jugada ha sido perfectamente orquestada, incluida una maniobra de distracción, necesaria para evitar las tentaciones europeas y británicas de sabotearla. Trump envió a Keith Kellogg a una gira por el viejo continente para decirles a los europeos lo que querían escuchar: alto el fuego, pero continuación del apoyo a Ucrania, y amenazas de sanciones a Rusia si no se avenía a negociar el fin de la guerra, dando por hecho que el marco habría de ser el impuesto por Estados Unidos y sus aliados. Como debe ser.  

El enviado especial de Estados Unidos visitará Kiev como parte de una gira europea, confirma el Departamento de Estado. Fuente: The Kyiv Independent.

Sin embargo, Trump ha optado por asumir la realidad sobre el terreno en Ucrania, coger el toro por los cuernos y gestionar la herencia que le deja la administración anterior: un mundo patas arriba, donde todos los planes de los neocon que dirigían la política exterior con Joe Biden han salido mal, con las excepciones de Filipinas, Pakistán y Bangladés, donde han colocado a sus títeres.

Los europeos pretendían que Trump continuara la senda de Joe Biden en Ucrania y su cantinela de “tanto tiempo como haga falta”. Eso sí, sin especificar nunca lo que hacía falta para que acabara su apoyo. De seguir por ese camino, Trump habría condenado su presidencia al fracaso, arruinando el enorme capital político que cosechó para alzarse con su segundo mandato.

Por el momento, Trump está demostrando que es de la escuela realista en política exterior. Una escuela cuyos principales representantes, como los catedráticos de relaciones internacionales John Mearsheimer y Glenn Diesen, han sido demonizados por el hecho de señalar que el emperador estaba desnudo. Tildados de prorrusos o propagandistas del Kremlin, los hechos les están dando la razón: la OTAN está perdiendo la guerra contra Rusia en Ucrania. Lo que está haciendo Trump es asumir esa incómoda verdad, antes que estirar el chicle y seguir financiando un proyecto fracasado, plagado de focos de corrupción, tanto en Kiev como en Washington. Veremos si el estado permanente se lo permite. 

Marco Rubio califica de anomalía el mundo unipolar

Pero vayamos primero a los antecedentes de la patada al tablero. Marco Rubio, el nuevo secretario de Estado nombrado por Donald Trump, daba una entrevista donde confirmaba sus intervenciones en su audiencia de confirmación. Allí ya señaló que el orden global de la posguerra estaba obsoleto, como reseñé en un artículo anterior, aunque el 30 de enero fue mucho más allá.

En dicha entrevista, significativamente alojada en el sitio web del departamento que dirige, Marco Rubio calificaba de “anomalía” que el mundo tuviera un poder unipolar. Y se refería a esa anomalía en pasado, asumiendo que afrontamos una nueva etapa. Así lo explicaba: “Fue un producto del final de la Guerra Fría, pero eventualmente vas a retrotraerte a un punto donde tenías un mundo multipolar, múltiples grandes potencias en diferentes partes del planeta”. Rubio citaba expresamente a China, a Rusia, a Irán y Corea del Norte, calificando a los dos últimos de estados rebeldes.

Lo que dijo Rubio sobre la multipolaridad debería obtener más atención. El nuevo secretario de Estado socavó la base de la primacía. 

Marco Rubio habla en la entrevista del “retorno al pragmatismo”. Esto es un disparo al corazón – si lo tuvieran – de los neocon. Un ataque especialmente doloroso, viniendo de quien viene. Sobre la adscripción de Marco Rubio a la ideología neoconservadora hay diferentes opiniones. Mientras algunos lo incluyen en sus filas, otros se limitan a calificarlo como halcón, lo que sin duda es. Pero por encima de las opiniones están los hechos, y las últimas declaraciones de Rubio están en las antípodas del pensamiento neoconservador.

Los neocon son los ideólogos del Nuevo Siglo Americano. Una visión del mundo unipolar, donde los Estados Unidos son hegemónicos y su misión es someter a toda aquella potencia que asome tímidamente la cabeza para reclamar su papel en el mundo. Hay neoconservadores en el ala demócrata y en la republicana del unipartido que gobierna Estados Unidos, bajo la falsa apariencia de democracia bipartidista, convenientemente aderezada con guerras culturales, para darle la apariencia de pluralismo en temas que no afectan a lo principal: el modelo económico.

La admisión del carácter multipolar del mundo por parte de Marco Rubio lo aleja de las posiciones neoconservadoras y anunciaba un cambio radical en la política exterior de Estados Unidos. Unas declaraciones que encajan con los primeros anuncios de Donald Trump en ese ámbito, que marcaban el territorio vecino: México, Canadá, el canal de Panamá, y Groenlandia, estrechamente vinculada al Ártico. Hay una excepción geográfica a este entorno: Oriente Próximo. Por su complejidad, ese tema da para otro artículo.

Trump apunta hacia una vuelta a las zonas de influencia

El restablecimiento del diálogo entre Estados Unidos y Rusia revela ese “retorno al pragmatismo” que anunciaba Marco Rubio, que recordaba en la entrevista que “la política exterior siempre nos ha exigido trabajar por el interés nacional, a veces en cooperación con gente a la que no invitaríamos a cenar”.

La política exterior de Estados Unidos ha sido históricamente construida sobre una retórica bien alejada de los hechos: defensa de los derechos humanos, exportación de la democracia, libertad y libre comercio han sido los trajes de camuflaje habituales para ocultar exactamente todo lo contrario. La administración de Joe Biden ha batido récords en cuanto a falseamiento de la realidad.

Jake Sullivan, el asesor de seguridad nacional con el anterior presidente, afirmaba, sin sonrojarse, que “Nuestros adversarios y competidores son (ahora) más débiles… Rusia es más débil, Irán es más débil, China es más débil, y todo mientras mantuvimos a América fuera de las guerras”. Marco Rubio refutaba a Sullivan en la citada entrevista: “En muchos casos, nuestros adversarios son más fuertes de lo que lo han sido nunca, y han aumentado su fortaleza en los últimos cuatro años”.

A Donald Trump le toca gestionar ahora la pésima herencia recibida de Joe Biden y los ilusos titiriteros que le manejaban: los que apostaban por derrotar a Rusia en Ucrania. Para ocultar el naufragio de la OTAN en aquellas tierras, Donald Trump ha optado por lo que mejor se le da:  gesticular y realizar declaraciones altisonantes, para despistar a sus múltiples enemigos.

Por dos motivos. Uno: era imprescindible ocultar la derrota en Europa del este con amenazas grandilocuentes de sanciones infinitas a Rusia si no se avenía a negociar, mientras ofrecía la zanahoria del diálogo entre las dos potencias. Algo que, a estas alturas, Washington necesita más que Moscú. Como hemos visto, la moneda ha caído del lado de la zanahoria. Y dos, porque Trump intenta neutralizar el frente con Rusia para encarar a quien considera, con razón, el principal adversario de Estados Unidos: China.  

Trump pide a Putin acabar con la “guerra ridícula” en Ucrania o enfrentarse a nuevas sanciones.

Los rusos y los chinos deberían erigir dos estatuas a Joe Biden, una en la Plaza Roja, y otra en la de Tiananmen. Nadie ha trabajado más que el equipo del anterior presidente estadounidense para forjar la actual alianza entre Rusia y China. Dos países enfrentados en gran medida durante el siglo XX y que ahora presumen de una amistad sin límites. Nadie ha trabajado más para debilitar la posición de Estados Unidos en la arena internacional que quienes manejaban a Joe Biden. Nadie ha demostrado un mayor grado de soberbia e hipocresía que el anterior secretario de Estado. Nadie ha provocado mayores daños a la reputación y a los intereses de Estados Unidos que Antony Blinken.

Donald Trump tiene que trabajar en este escenario, precisamente el que quería evitar en su primer mandato. Trump quería tener buenas relaciones con Putin, allá por 2016, para disuadir a Rusia de bascular hacia el este de Eurasia, y abortar cualquier posibilidad de una alianza entre Moscú y Pekín, que juntos formarían – de hecho, ya forman – un bloque formidablemente poderoso, por recursos y complementariedad.

Por eso el Partido Demócrata patrocinó el montaje conocido como “Russiagate: para evitar que Trump fraguara una relación con Rusia, porque sus iluminados líderes pensaban que a Rusia se la podía derrotar. Además, había que demonizar a Trump, porque pretendía salirse de la hoja de ruta diseñada por los neocon. Un plan que había comenzado a gestarse con la independencia de Ucrania, que fue cuando la OTAN comenzó a colaborar con Ucrania, como reconoció su anterior secretario general, y que experimentó un impulso definitivo con el golpe de Estado en Kiev, en 2014.

Cabe destacar que los periodistas del New York Times propagadores del “Russiagate” recibieron sendos premios Pulitzer de periodismo, que no han devuelto, a pesar de que a estas alturas sólo personajes como Hillary Clinton siguen repitiendo el montaje orquestado por el Partido Demócrata

Susan Shelley: Los premios Pulitzer recibidos por el engaño del Russiagate deberían ser devueltos.

Trump amenazaba con dinamitar estos planes con su acercamiento a Rusia, razón por la cual hemos asistido desde antes de su primer mandato a una gigantesca campaña de difamación, de lawfare, y de ataques constantes y coordinados desde los medios de comunicación, algunos de ellos subvencionados a través de suscripciones. Es el caso de Político, que recibió 44 millones de dólares a través de esa argucia desde 2017.

El objetivo era fabricar un personaje repulsivo, al igual que se ha hecho con Vladimir Putin. En este último caso, por negarse a ser otro Boris Yeltsin, presto a servir en bandeja de plata los enormes recursos de su país a Estados Unidos y sus secuaces. Cada cual es libre de tener su opinión sobre ambos personajes, yo me limito a constatar y analizar los hechos.

Putin y Trump retoman el diálogo entre Rusia y Estados Unidos

El primer hecho es que Trump ha cogido el teléfono y ha llamado a Putin. Para espanto de la Unión Europea, que ve cómo está a punto de quedarse colgando de la brocha en Ucrania. Es lo que se merece esa banda de perritos falderos de la administración de Joe Biden. Esa banda que ha sacrificado el relativo bienestar de la ciudadanía europea – y recalco lo de relativo, en lo que ya era un menguante Estado del bienestar – en aras de los intereses geopolíticos de Estados Unidos.

Esa banda que no ha dudado en desconectar a Alemania de las fuentes de energía, baratas y abundantes, que alimentaban su industria, para sustituirlas por otras, caras y lejanas. Esa banda que ha metido a Alemania en recesión y la está desindustrializando, gripando el motor europeo.

Alemania: la mayor economía de Europa se enfrenta al tercer año consecutivo en recesión.

Esa banda, que anida en Bruselas, y en París, Londres, Varsovia, Tallin y Madrid, se merece la humillación completa. Esa banda se merece que Estados Unidos la ignore, como va a hacer, en las negociaciones que ya ha entablado con Rusia. Porque Washington y Moscú ya han comenzado a dialogar, tomando como excusa la guerra en Ucrania, para sentar las bases de una nueva Conferencia de Yalta, una vez asumido por Estados Unidos el nuevo paisaje del mundo multipolar.

Europa no participará en las conversaciones de paz sobre Ucrania, dice el enviado de Estados Unidos.

Un paisaje donde la Unión Europea carece de peso geopolítico, porque se ha dedicado a llevarle el botijo a Washington, a costa de socavar manifiestamente los intereses europeos. Las élites europeas le compraron la moto de la derrota de Rusia en Ucrania a otra banda, la de Joe Biden, y ahora van a pagar haber apostado por el caballo perdedor.

Por eso Kaja Kallas, y otros de su calaña, chillan y patalean. Por eso insisten en que Trump siga con la hoja de ruta de Biden. Son incapaces de asumir que la OTAN ha perdido. Pretenden estirar el chicle, con la vana esperanza de que suceda algo milagroso, que le dé la vuelta a la tortilla, y haga realidad sus sueños húmedos: instalar una marioneta en el Kremlin que se avenga a despiezar Rusia y ofrecerles sus recursos en bandeja. Porque no les importa en absoluto que mueran miles y miles de ucranianos más con tal de intentar salirse con la suya. Porque a las élites europeas el pueblo ucraniano no les importa nada.

Trump sabe que la guerra en Ucrania está perdida, por eso ha levantado el teléfono y ha llamado a Putin. Trump sabe que el Kremlin no se va a conformar con un alto el fuego en una guerra que está ganando. Porque el que pide un alto el fuego, siempre, es el que va perdiendo.

Ucrania es la excusa para hablar de los problemas de fondo entre Rusia y Estados Unidos. Trump tiene claro que Moscú no se va a conformar con un arreglo superficial en Ucrania, y que lo que reclama es acometer la problemática sobre la que dirigió sendos documentos a Estados Unidos y a la OTAN, en diciembre de 2021: es imprescindible construir una nueva estructura de seguridad en Europa, que tenga en cuenta la realidad de los hechos. Trump está preparando un aterrizaje suave con el que camuflar lo que van a ser los términos de la capitulación de Ucrania. Porque Moscú no va a aceptar otra cosa que no sea algo muy parecido a una capitulación.

El equipo de Trump ya está asumiendo algunos postulados de Rusia, bajándole de paso los humos a Zelenski. El nuevo secretario de Defensa, Pete Hegseth, hizo esa labor: Ucrania no va a entrar en la OTAN. Ucrania no va a recuperar los territorios que perdió desde 2014: “Perseguir ese objetivo ilusorio solo prolongará la guerra y causará más sufrimiento”. Nótese la fecha empleada: 2014, no 2022. Un reconocimiento de que la guerra empezó hace 11 años, no tres.

Hegseth marca una línea dura sobre defensa europea y la OTAN.

Ucrania tampoco va a hacerse con armas nucleares, uno de los últimos desbarres del acorralado Zelenski. A lo máximo que puede aspirar el presidente de facto de Ucrania en las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia es al papel de convidado de piedra. No merece otra cosa alguien que aceptó que su país fuera utilizado como peón en una partida de ajedrez, tras haber traicionado a su pueblo, desechando la propuesta de paz con la que Zelenski ganó las elecciones.

La Unión Europea desaparece como actor geopolítico

El vice embajador de Rusia ante Naciones Unidas, Dimitri Polianski, declaró en una entrevista que la Unión Europea no iba a ser invitada a participar en las conversaciones, entonces en ciernes, entre Estados Unidos y Rusia. Con un criterio irreprochable, el diplomático ruso llamaba a las cosas por su nombre: la Unión Europea carece de peso como actor geopolítico, dado que supeditó sus actuaciones en política exterior a lo que le dictaba Estados Unidos. El corolario de esa posición es su descarte de un proceso de negociación entre las dos potencias. Los vasallos no son bienvenidos a la mesa de los señores.

La Unión Europea se ha ganado a pulso quedarse fuera de la próxima Conferencia de Yalta, cuyos preparativos se han celebrado,  de manera nada casual, en un país de Oriente Próximo: Arabia Saudita. Un aliado histórico de Estados Unidos, que recientemente ha forjado relaciones muy amistosas con Rusia, intereses energéticos mediante: entre ambos controlan la OPEP Plus, lo que viene a ser el flujo y, por tanto, el precio del petróleo. Europa ya ni sirve para alojar conferencias de paz, una vez que Suiza perdió su estatus de neutralidad, al haberse alineado con las posiciones estadounidenses.

Estados Unidos y Rusia avanzan con rapidez en las conversaciones de paz, sin Ucrania.

Kaja Kallas, la fracasada política estonia, sucesora de Borrell al frente de la “diplomacia” europea, y representantes de Francia, Alemania, Polonia, España y el Reino Unido emitieron un comunicado el 13 de febrero donde reclaman la participación de Europa y Ucrania en cualquier negociación que se celebre.

A las élites europeas no se les ha ocurrido otra marca para reivindicar su presencia en las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia que denominarse “Weimar +”. O bien no han leído muchos libros de historia, e ignoran lo que ocurrió con la República de Weimar en Alemania, antesala del Tercer Reich, o bien han decidido no ocultar sus intenciones de preparar el terreno para un nuevo régimen autocrático, con capital en Bruselas.

Estados Unidos le va a dejar la patata caliente de Ucrania a Europa. Pete Hegseth lo ha dejado claro: “Estados Unidos sigue comprometido con la OTAN, pero ya no tolerará una relación desequilibrada que fomente la dependencia”. Hegseth también descartó el despliegue de tropas estadounidenses en Ucrania: “Si hay fuerzas de mantenimiento de la paz, deben ser europeas y no formar parte de una misión de la OTAN”. Hegseth también exigió a los países miembros de la OTAN que aumenten su presupuesto militar hasta el 5%, más que duplicando el 2% que se manejaba anteriormente.

Ante este vuelco por parte de Estados Unidos, la Unión Europea se ha encontrado de la noche a la mañana en un punto de inflexión, en el que se abren varias posibilidades sobre su futuro. Una de ellas es que se rompan las costuras de un ente que carece de entidad política unitaria, a pesar de los esfuerzos de Bruselas por imponerla. Hay gobiernos que se han resistido al entreguismo de Bruselas y, pese a las enormes presiones recibidas, por no decir chantaje, han optado por primar sus intereses nacionales. A la vista del fracaso del proyecto Ucrania de la administración de Biden, el tiempo les ha dado la razón.

Esas costuras podrían terminar saltando definitivamente, si Bruselas insiste en seguir imponiendo una hoja de ruta que continúe perjudicando los intereses de los países miembros, como ha ocurrido hasta ahora. Para llegar al 5% de gasto militar que le exige Estados Unidos y hacerse mayormente cargo de la defensa europea, los países del viejo continente tendrían que proceder a otro recorte del ya renqueante estado del bienestar: sanidad, educación, infraestructuras se verían gravemente afectadas por los hachazos. Alternativamente, Europa podría seguir la disparatada senda del endeudamiento brutal: el plan Draghi. En ambos escenarios, el empobrecimiento adicional de una población ya pauperizada está asegurado.

La otra opción es que Bruselas y el núcleo duro que le apoya opten por la imposición de un régimen aún más autocrático, incrementando la represión y el chantaje contra los miembros díscolos, aumentando la censura contra las voces disidentes, y manteniendo la legislación represiva ya existente en algunos países, como España: esa ley mordaza que el actual presidente del gobierno dijo que iba a derogar en cuanto accediera al cargo.

Hace años leí un artículo en El País en el que un alto funcionario europeo, sin identificar, decía a las claras que las elecciones en los países había que celebrarlas, por aquello de mantener las formas, pero que las políticas se decidían en Bruselas, y los respectivos gobiernos que surgieran de las urnas debían de implementarlas, independientemente de los resultados. Esta es la realidad de la “democracia” europea, como acabamos de ver en Rumanía, pero todo es susceptible de empeorar.    

Al final, lo que harán las élites europeas, después de pasar por las fases de la negación y la rabieta, será obedecer las órdenes de Washington, como han hecho siempre: aumentarán el gasto militar, a costa de la destrucción del maltrecho estado del bienestar, y se comerán – nos comeremos – el marrón de Ucrania, mientras las potencias del mundo multipolar negocian el reparto de las zonas de influencia y a Europa no nos dejan ni las migas. 

El golpe de estado en Rumanía desmonta la falacia de la democracia europea

30 de enero de 2025

El Tribunal Constitucional de Rumanía anula las elecciones presidenciales

Aunque al final de mi último artículo anuncié que me iba a ocupar de otros asuntos, la gravedad de lo que está sucediendo en Rumanía me obliga a cambiar de tema. Porque la manera apropiada de caracterizar lo que está ocurriendo allí es golpe de estado, en varios tiempos. Un golpe al que los medios de comunicación occidental no le han dedicado la atención que merece, a pesar de la gravedad que representa la anulación de unas elecciones presidenciales, en un estado miembro de la Unión Europea. O quizás ha sido precisamente la trascendencia del asunto lo que ha motivado que haya quedado relegado de la agenda mediática. No vaya a ser que estropeemos la imagen de la “democracia europea”.

Veamos la cronología de lo ocurrido en Rumanía desde el 24 de noviembre de 2024. Ese día se celebraron elecciones presidenciales en ese país, miembro de la OTAN, fronterizo con Ucrania y 243 kilómetros de costa junto al Mar Negro, frente a Crimea. Por dar sólo cuatro datos.

Mapa de Rumanía y países limítrofes. Ilustración: Google Maps.

Ese día, el candidato independiente Călin Georgescu obtuvo la primera posición en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, con un 22,94% de los votos. Los partidos que formaban parte del gobierno, los social demócratas del PSD y los liberales del PNL, sufrieron tal varapalo que los líderes de ambos presentaron su dimisión. Marcel Ciolacu, el candidato del PSD quedó tercero, desbancado por Elena Lasconi, la alcaldesa de una pequeña ciudad de provincias. Nicolae Ciucă, el candidato de los liberales, quedó en quinto lugar, el peor resultado de su historia para el PNL. El último lugar lo ocupó el ex vicesecretario general de la OTAN, Mircea Geoană, con un 6,32% de los votos. Muy significativo.

Călin Georgescu se ha manifestado en contra de seguir apoyando a Ucrania en la guerra que libra contra Rusia, por encargo de la OTAN. Ese es su pecado. Los medios occidentales se han apresurado a tildar a Georgescu de ultraderechista y, sobre todo, de prorruso. Una táctica utilizada contra todos aquellos políticos que no asumen la agenda de Washington y su fiel mayordomo, Bruselas. Una lista sobre la que volveré más tarde.

El 4 de diciembre aparecen en la prensa occidental diversas noticias acerca de una supuesta campaña en Tik Tok, orquestada por Rusia, a favor del candidato Călin Georgescu. Unos documentos, oportunamente desclasificados por agencias de inteligencia rumana antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, hablan también de ciberataques “coordinados por un actor patrocinado por un estado”.

Culpan a una campaña encubierta en TikTok del ascenso del candidato prorruso rumano.

El día 8 de diciembre estaba prevista la segunda vuelta. Sin embargo, un día después de publicarse las informaciones anteriormente citadas, el Tribunal Constitucional anula no sólo la votación prevista para esa fecha, sino todo el proceso electoral. El actual presidente, Klaus Iohannis, debía abandonar su puesto el 21 de diciembre, pero en un mensaje a la nación, anunció que permanecería en el cargo hasta que asuma el cargo el próximo presidente. Si esto no es un golpe de estado ¿Cómo tenemos que llamarlo?

Es fundamental resaltar el cambio de criterio del Tribunal Constitucional de Rumanía. En un primer momento, el 28 de noviembre, el Constitucional dictaminó que debía realizarse un recuento de todos los votos emitidos en la primera vuelta. El 2 de diciembre confirmó los resultados de la primera vuelta y mantuvo la celebración de la segunda, prevista para el 8 de diciembre. Sin embargo, el 6 de diciembre el tribunal anuló las elecciones, sólo dos días después de la oportuna desclasificación de los citados documentos. 

El Partido Liberal organizó la campaña en Tik Tok atribuida a Rusia

En primer lugar, anular unas elecciones presidenciales por una supuesta campaña en redes sociales, en un mundo donde dichas redes son omnipresentes y se difunden todo tipo de mensajes, es un ataque directo a la democracia. Además de un desprecio a la capacidad de discernimiento de los electores, a quienes la decisión del Tribunal Supremo degrada a la categoría de semovientes sin criterio, que funcionan a golpe de bits en sus pantallas.

Pero lo más grave del asunto es que, según desveló un medio de Rumanía, la propia fiscalía rumana admitió que la campaña para fomentar el voto al candidato Călin Georgescu había sido financiada no por los malvados rusos, sino por un partido rival: el PNL. “La acción de la campaña Equilibrio y Verticalidad, en TikTok, fue pagada con dinero del Partido Nacional Liberal”, confiaba una fuente que había tenido acceso a la investigación de ANAF (la fiscalía rumana). Los liberales querían impulsar a un candidato que presentaba una baja intención de voto con el objetivo de restar apoyos electorales a otros partidos rivales. Se pasaron de frenada…

Traducción del rumano generada por Google de la publicación de Snoop.

La empresa Kensington Communication, contratada por el Partido Nacional Liberal, incorporó a 130 influencers para promocionar una campaña titulada #Equilibrioyverticalidad, previa a las elecciones presidenciales. Los influencers transmitieron al público, en un vídeo, las cualidades de un futuro presidente, sin nombrarlo. Algunos influencers escribieron en los comentarios del vídeo: «Călin Georgescu». La línea de defensa del Partido Nacional Liberal y de la empresa de comunicación contratada fue que la campaña “había sido clonada”.

Las elecciones presidenciales no debieron ser anuladas en ningún caso. Los electores son libres de meter en la urna la papeleta que estimen oportuna. Es absolutamente ridículo pretender celebrar campañas electorales en el siglo XXI dentro de una burbuja, aisladas de cualquier tipo de influencia, como si estuviéramos hablando de la limpieza de un quirófano, libre de cualquier agente externo. Las campañas electorales consisten en hacer propaganda, en tratar de influir la decisión de los votantes. Vivimos en una aldea global, y los mensajes recorren el planeta sin fronteras en el plano virtual. No se le pueden poner puertas al campo.

Pero pongámonos, por una vez, el traje de la OTAN: si hubo injerencia por parte de Rusia, se anulan las elecciones y punto. Pasemos por alto las intromisiones de Washington y de Bruselas en Ucrania, Armenia, Georgia, y Eslovaquia, por citar sólo algunos casos recientes. Admitamos por el contrario el doble rasero, que se fundamenta en el relato infantil de que nosotros somos los buenos, y todo lo que hacemos está tocado por la bondad, aunque hagamos lo mismo que criticamos en los demás, con fundamento o sin él.

Pero no fue Rusia la que interfirió en el proceso electoral, sino un partido rumano, que competía en las elecciones presidenciales, el que orquestó una campaña en redes. Algo por otra parte absolutamente habitual hoy en día. Los carteles en las paredes son del siglo pasado.

Sin embargo, a pesar de destaparse la falsedad de la atribución a Rusia de la campaña del partido liberal en Tik Tok, ¡La anulación del proceso electoral sigue adelante! Los comicios han sido anulados en su integridad. El 4 de mayo se celebrará una nueva primera vuelta, seguida de una segunda el 18. Mientras tanto, a Călin Georgescu le han cortado la calefacción y la conexión a Internet en su domicilio.

Los medios occidentales apuntan la posibilidad de que le sea prohibido volver a presentarse a las elecciones.  Las encuestas le asignan un 38% de los votos si vuelve a concurrir, apostando a que derrotaría en la segunda vuelta a Crin Antonescu, el candidato de los partidos que cuentan con el visto bueno de Bruselas. El propio Georgescu, ante la posibilidad de que le prohíban presentarse, está considerando apoyar a algún candidato presidencial del campo soberanista, para ocupar el puesto de primer ministro en caso de que ganara. Mientras tanto, miles de ciudadanos rumanos protestan en las calles por la anulación de las elecciones. 

Bruselas respalda la anulación de las elecciones

La presidenta de la Comisión Europea, como no podía faltar, se apresuró a posicionarse a favor de la anulación de las elecciones en Rumanía. Con su discurso habitual de defensa de la “democracia europea”, Úrsula von der Leyen declaró: “Debemos proteger nuestras democracias de cualquier tipo de interferencia extranjera. Siempre que sospechemos de tal interferencia, especialmente durante las elecciones, debemos actuar con rapidez y firmeza”.

La Comisión anunció la apertura de un proceso a Tik Tok en relación con un presunto incumplimiento de la DSA (Digital Services Act) por faltar a su obligación de evaluar y mitigar adecuadamente los riesgos sistémicos relacionados con la integridad electoral.

La Unión Europea investiga a Tik Tok por una supuesta interferencia rusa en las elecciones rumanas.

Por otra parte, la Comisión Europea para la Democracia a través de la Ley, (también conocida como Comisión de Venecia), a petición de  Theodoros Rousopoulos, Presidente de la Asamblea Parlamentaria del Consejo Europeo, emitió un informe para contestar a su pregunta: ¿En qué condiciones y bajo qué estándares legales puede un tribunal constitucional invalidar elecciones, tomando como referencia el reciente caso rumano?

Sin pronunciarse específicamente acerca de la anulación de las elecciones presidenciales en Rumanía, la Comisión de Venecia recalcaba que “El poder de los tribunales constitucionales para invalidar elecciones de oficio –si lo hubiera– debería ser limitada a circunstancias excepcionales y claramente regulada”. Asimismo, la Comisión de Venecia subrayaba que “La cancelación de una parte de las elecciones o de las elecciones en su totalidad sólo podrá permitirse en virtud de circunstancias muy excepcionales como última ratio y con la condición de que se detecten irregularidades en el proceso electoral que puedan haber afectado el resultado de la votación”.

La citada Comisión también resolvía que “El proceso de toma de decisiones sobre los resultados electorales debe ir acompañado de: garantías adecuadas y suficientes que garanticen, en particular, un procedimiento justo y objetivo y una decisión suficientemente motivada basada en hechos claramente establecidos que demuestren irregularidades que son tan significativas que pueden haber influido en el resultado de las elecciones”.

Después de haber leído este dictamen, emitido el 27 de enero, hay que tener mucho valor para seguir defendiendo la anulación de unas elecciones presidenciales por una campaña en redes sociales, financiada por uno de los partidos contendientes en la pugna por la presidencia.

Pero justo eso es lo que ha hecho Thierry Breton, que además ha amenazado con hacer lo mismo en Alemania, si los resultados de las próximas elecciones al Bundestag no son del agrado de Bruselas. En una entrevista en televisión, el excomisario europeo de Mercado Interior y Servicios alardeaba de la anulación de las elecciones en Rumanía, y advertía: “Se ha hecho en Rumanía y se volverá a hacer, si es necesario, en Alemania”.

 

Thierry Breton se refería a la hipotética victoria de Alternativa para Alemania en las elecciones al Bundestag. Este partido ha subido en intención de voto desde el 9% en enero de 2021 al 21%, en sólo cuatro años. El ex burócrata europeo recalcaba que la Unión Europea tiene mecanismos para anular el potencial triunfo de un partido que se opone abiertamente a seguir financiando la guerra de la OTAN en Ucrania contra Rusia. Y eso Bruselas no lo puede consentir.  

El debate sobre la posible prohibición de Alternativa para Alemania se abrió hace tiempo en el país. Según Euronews, el Bundestag podría abordar la ilegalización del partido próximamente, antes de las elecciones. En esto ha quedado la “democracia europea”: las elecciones se anulan cuando las posiciones políticas de los que ganan no encajan con la agenda de Bruselas, y se plantea la ilegalización de los partidos que se atreven a salirse del guion. Y todavía tienen el valor de sostener que en Ucrania se está librando una guerra entre la democracia y el autoritarismo.

La OTAN necesita políticos complacientes con la agenda de Washington

Como reseñé en un artículo anterior, la base de la OTAN en Constanza, a orillas del Mar Negro, se convertirá en la mayor en Europa de la alianza militar. En otra base de la OTAN en Rumanía, la situada en Deveselu, se alberga uno de los dos sistemas de misiles balísticos Aegis Ashore desplegados por Estados Unidos en Europa. Otro está emplazado en Polonia. En la base de Rota (Cádiz) hay buques estacionados con capacidad para usar estos misiles, que la OTAN califica de puramente defensivos, diseñados para interceptar en mitad de su curso misiles provenientes de terceros países.

Sistemas de defensa con misiles balísticos en Europa. Fuente: OTAN.

La situación geográfica de Rumanía es absolutamente estratégica para la OTAN. La ampliación de la base de Constanza, en la costa del Mar Negro, es cualquier cosa menos casualidad. Situada enfrente de Crimea, la OTAN no se puede permitir que un presidente nacionalista, que antepone los intereses de su país a los de Washington y Bruselas, acceda al poder.

Rumanía es el segundo país más pobre de la Unión Europea. Sin embargo, ha aumentado su presupuesto militar un 45% en sólo un año, hasta los 20.000 millones de dólares. El grueso de ese dinero se ha destinado a comprar armamento a Estados Unidos. Quizá una de las razones del triunfo de Georgescu en la primera vuelta de las presidenciales tenga que ver con el hartazgo de una población empobrecida, forzada a la emigración, que contempla cómo se derrochan miles de millones en sustentar la hegemonía de un país extranjero.

La OTAN necesita élites obedientes, que sacrifiquen la economía de sus países y el bienestar de sus ciudadanos en aras de la hegemonía imperialista estadounidense. La OTAN, es decir, Washington, necesita políticos como Olaf Scholz, que no ha tenido inconveniente en desindustrializar su patria, que lleva dos años en recesión. O como su compatriota Úrsula von der Leyen, que tuvo el cuajo de afirmar que el gas natural licuado de Estados Unidos es más barato que el ruso. Ante la carcajada generalizada de los expertos, su secretario de prensa replicó que “Ella quería decir más barato políticamente, no económicamente”.  

La injerencia de Bruselas y Washington en otros países es antidemocrática

Cuando Washington y Bruselas se topan con líderes que se preocupan por el bienestar de sus países, y no se doblegan ante sus presiones, inmediatamente tiran de argumentario: son de ultraderecha, además de populistas y prorrusos. Lo de ultraderecha sólo aplica a aquellos que no ceden. Los líderes dejan de ser de ultraderecha cuando asumen la agenda de la OTAN. Como es el caso de la italiana Giorgia Meloni, que viajó el 5 de enero a rendir pleitesía a Donald Trump a su residencia en Mar-a-Lago, y a suplicarle que no dejara en la estacada a Europa en Ucrania. La ideología ultraderechista de Meloni ya no supone un problema, siempre que trabaje a favor de la agenda atlantista.

Titular de El País.

Los medios occidentales se apresuraron a enmarcar la anulación de las elecciones presidenciales, y la formación de un “gobierno de coalición europeísta” como una estrategia para “aislar a la extrema derecha”. Es lo mismo que hemos visto recientemente en Francia, ante el surgimiento de otro partido, el de Marine Le Pen, que se opone a seguir financiando la guerra en Ucrania, sencillamente porque va en detrimento de los intereses de Francia y los franceses. El argumentario es el mismo: “cordón sanitario”, “aislar a la ultraderecha”, “partido prorruso”.

Cuando la OTAN se topa con líderes que ganan elecciones, como en Georgia, Eslovaquia, o Hungría, que anteponen los intereses de sus países a los de Washington y su fiel vasallo, Bruselas, vienen las “espontáneas” protestas de miles de personas, que salen a la calle pertrechadas de banderas de la Unión Europea, y también de Ucrania. Además de usar pancartas escritas en inglés, aunque obviamente no sea el idioma del país, para que en las fotos que publican los medios las entienda todo el mundo.

Es lo que ha ocurrido recientemente en Georgia. La OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) supervisó las elecciones parlamentarias, celebradas en octubre de 2024, y elaboró un informe que criticaba algunos aspectos. Sin embargo, tras la lectura de sus 53 páginas no se desprende, ni mucho menos, que las elecciones parlamentarias fueran amañadas, como interesadamente sostienen los enemigos de la independencia política que está mostrando el partido gobernante, el Sueño de Georgia. De hecho, las autoridades de Georgia agradecieron a la OSCE su informe, lo que casaría mal si realmente hubiera sido negativo.

Sin embargo, a pesar del informe de la OSCE, se produjeron violentas protestas, que fueron tildadas de pacíficas por las terminales mediáticas occidentales, en contra de lo atestiguado por numerosos testimonios gráficos. Los manifestantes asaltaron el parlamento de Tbilisi, provocando un incendio, con la intención de revertir por la fuerza el resultado de las elecciones. Lo que viene a llamarse un golpe de estado, con el pleno apoyo de Bruselas: una resolución del parlamento europeo instó a celebrar nuevas elecciones en el plazo de un año, y pidió sanciones contra el primer ministro de Georgia, Irakli Kobakhidze.

Uno de los “pacíficos” manifestantes proeuropeos en Tbilisi, Georgia. Foto: EPA, vía BBC.

En mayo de 2024, un hombre que calificó al gobierno eslovaco de “Judas en relación con la Unión Europea” por no proporcionar asistencia militar a Ucrania, tiroteó al primer ministro Robert Fico. Como quiera que, a pesar del intento de asesinato, Fico se mantiene firme en su política de no querer convertir a Eslovaquia en otra Ucrania, ahora le están montando otro Maidán.

El 24 de enero, en Bratislava, capital de Eslovaquia, 60.000 manifestantes pedían la renuncia de Robert Fico. Las protestas, con toda seguridad espontáneas, se celebraban simultáneamente en 20 ciudades más del país. El primer ministro denunciaba la llegada al país de “expertos” en la organización de protestas en el país. Los mismos que habían operado en Kiev, en 2014 y, más recientemente, en Georgia.

Robert Fico ha sido acusado reiteradamente de prorruso, sin tener en cuenta que las necesidades energéticas del país pasan por el gas que proviene de Rusia, a través de un gasoducto, cuyo tránsito se produce por Ucrania. El 1 de enero de 2025, Zelenski cortó el flujo de gas a través de esa tubería, que abastecía – qué casualidad – a Eslovaquia y a Hungría. Previendo dicha jugada, Fico viajó a Moscú a entrevistarse con Putin para intentar solventar el suministro a un país que no puede acceder al gas natural licuado, generalmente transportado en barco, al carecer de acceso al mar.

La era del gas ruso barato para la Unión Europea se acaba al terminar el tránsito a través de Ucrania.

En otros países también se cuecen sospechosas habas. En Serbia, las presiones, por no decir amenazas, al presidente Vucic para que imponga sanciones a Rusia son constantes. El primer ministro serbio dimitía el 28 de enero tras semanas de protestas por un accidente mortal en un estadio, resaltando que estaban organizadas desde el extranjero. En Hungría un excolaborador de Orbán ha montado un partido de la nada, pero se las arregló para cosechar el 30% de los votos en las últimas elecciones al Parlamento Europeo.  

Los muy democráticos líderes que amamantan Washington y Bruselas, que se pasan el día tildando de «ultraderechistas”, “populistas” o “fascistas” a quienes no se someten a sus agendas, son los verdaderos fascistas. Los que financian protestas violentas a través de sus muy gubernamentales ONG. Los que organizan golpes de estado para convertir países en meras herramientas. Los que les da igual que mueran cientos de miles de personas, y piden rebajar la edad de reclutamiento a 18 años, con tal de no dar su brazo a torcer, reconocer su fracaso y sentarse a negociar la paz.

Para mí, esos son los peores fascistas: los que se ocultan tras la retórica de la “democracia”, mientras se dedican a anular elecciones, y amenazan con cancelar todas las que no les convengan.