Archivo de la etiqueta: Democracia

Cuando la izquierda es derecha, y viceversa

La terminología clásica presenta síntomas de obsolescencia

Hoy no voy a hablar de geopolítica, o sólo tangencialmente. Hoy voy a regresar a un territorio en el que ya me he adentrado en otros artículos, archivados en la sección IDEAS, donde abundan las arenas ideológicamente movedizas. Como movedizas están resultando las categorías que la gran mayoría de personas, los partidos y los medios de comunicación de masas siguen utilizando para analizar la política: izquierda y derecha.

Nos encontramos, cada vez más, con posiciones consideradas tradicionalmente de derechas en la izquierda, y viceversa. Quizás va siendo hora de revisar una terminología que tiene su origen en la Revolución Francesa, y que presenta claros síntomas de obsolescencia.

Imagen: Shutterstock.

En el terreno de los valores, de la izquierda se espera tolerancia, diálogo y respeto a la opinión del otro. De la derecha, el cliché incluye el sectarismo, la actitud autoritaria y la represión de las ideas divergentes. Se tiende a identificar a la izquierda con los valores democráticos, y a la derecha con los regímenes autoritarios. No siempre está siendo así.

En el terreno de la economía, se espera de la izquierda que propulse el papel del Estado como redistribuidor de la riqueza, por dos vías: la utilización de los impuestos para amortiguar la desigualdad económica, y la asignación de un peso significativo al sector público. La izquierda se enfoca en lo colectivo.

De la derecha, se espera que deje las manos libres a la iniciativa privada, y un Estado que renuncie a regular la actividad económica, dejando a la supuesta acción benefactora de “la mano invisible” la distribución de la riqueza. El famoso “laissez faire, laissez passer”.  La derecha sitúa al individuo por encima de lo colectivo.

Los atributos de izquierda y derecha se mezclan

Sin embargo, tanto en el terreno de los valores como en la economía, estamos asistiendo a una disolución, cuando no a una inversión, de los papeles tradicionales de izquierda y derecha.

La izquierda está abandonando el enfoque colectivo en favor de las políticas identitarias, que ponen a la persona por delante de lo común. En algunos asuntos, la izquierda está confundiendo los privilegios con los derechos, elevando los primeros a la categoría de los segundos.

La izquierda está promoviendo la denominada “cultura de la cancelación”, que es la manera posmoderna de referirse a condenar al ostracismo. Y lo está haciendo contra todos aquellos que no comulgan con sus postulados que, en ocasiones, constituyen auténticas ruedas de molino: la negación de la realidad, de hechos biológicos palpables, que pretenden ser sustituidos por una suerte de pensamiento mágico, siendo benévolo.

Amenazar con quemar una librería con ocasión de la presentación de un libro, con los autores dentro, después de haber tratado de impedir el acto, no creo que pueda ser considerado como de izquierdas. Sin embargo, la ideología de quienes atribuyen odio a quienes no comparten sus opiniones, proyectando en los demás el odio que albergan, está apadrinada por partidos que se autodenominan de izquierda, y como tales son considerados en la esfera pública.

Atribuir odio a las opiniones distintas me parece un comportamiento autoritario. Calificar de “fobia” a las apreciaciones que difieren de las tuyas denota una actitud sectaria, lo que tampoco casa bien con lo que se supone que representa la izquierda. Y sin embargo, los auto investidos portadores de las verdades absolutas no se recatan en calificar de fascistas a todos aquellos que no comulgan con sus dictados, en determinadas materias. Se está produciendo un preocupante abuso del término “fascista”, usado como arma arrojadiza contra el adversario político, al margen de su verdadero significado.

El delito de odio se ha convertido en una herramienta con la que reprimir con penas de cárcel opiniones distintas, lo que entra en abierta contradicción con la libertad de expresión, uno de los fundamentos de una sociedad democrática. Se está instaurando en la población el miedo a expresarse libremente, so pena de que determinadas manifestaciones sean encuadradas en un delito que, en su configuración actual, no debería existir.

Lo “políticamente correcto” se ha transformado en un corsé, del que salirse supone la certeza de ser denostado, etiquetado y, subsiguientemente, cancelado. ¿Quiénes son los que deciden qué es lo “políticamente correcto”? ¿De dónde procede la legitimidad que se han arrogado para determinar cuestiones que atañen hasta el lenguaje, el modo en el que debemos de hablar, so pena de ser tildados de reaccionarios, si te riges por las normas de la Real Academia? Este tipo de comportamientos de la izquierda son netamente autoritarios y provocan el rechazo de muchas personas que se autocalifican de izquierda.

La defensa de la libertad frente a la represión se ha ubicado tradicionalmente en el lado izquierdo del espectro político. Sin embargo, a lo que asistimos actualmente es a la articulación de mecanismos represivos por parte de la izquierda, a todos los niveles, contra aquellos que reclamamos nuestra libertad individual frente a la denominada “corrección política”, independientemente de dónde nos ubiquemos políticamente. Una auto ubicación cada vez más problemática, como analizaré más adelante.

Así, se da la paradoja de que nos encontramos a personas que se autodenominan de izquierdas coincidiendo con algunas de derechas a la hora de reclamar un espacio de libertad para expresar opiniones distintas, en determinados temas, sin tener que afrontar el baldón del insulto, la descalificación o la cancelación. Un ostracismo que, en ocasiones, conlleva la ruina económica, especialmente si hablamos de personajes públicos.

Por un lado, nos encontramos a la izquierda actuando como la peor versión posible de la derecha: sectaria, autoritaria, represiva, pretendiendo imponer sus opiniones y criterios, elevándolos a la categoría de valores incontestables, absolutos, moralmente superiores. Los pajaritos, disparando a las escopetas. Y por el otro lado, a la derecha, reclamando el derecho a discrepar, espacios de libertad para pensar distinto, coincidiendo en este sentido con algunos sectores de la izquierda que se niegan a tener que esconderse, a guardarse sus opiniones o limitarse a cuchichearlas entre personas de confianza.

La mezcla de atributos desvirtúa las categorías

Este corrimiento de tierras también afecta al terreno económico. Si se espera de la izquierda una apuesta por fomentar lo público, lo que supone en primer lugar aumentar su financiación, nos encontramos con que da igual la papeleta que metamos en la urna, porque las políticas económicas que practica la izquierda y la derecha son ya indistinguibles. Independientemente de quien gobierne, estamos sufriendo la destrucción paulatina, pero inexorable, de los restos del Estado del bienestar.

Constituye una tomadura de pelo seguir hablando de sanidad gratuita y universal cuando las listas de espera para conseguir una cita con un médico de atención primaria alcanzan no días, sino semanas, y las de los especialistas se cuentan en meses. En el Estado español, la destrucción de la sanidad pública la están perpetrando tanto la izquierda como la derecha. No hay ninguna diferencia en este aspecto, ni en muchos otros, dependiendo del color de la papeleta que metamos en la urna.

El objetivo de la destrucción de la sanidad pública es obvio: forzar el trasvase de la población a la sanidad privada, pagando una cuota en ascenso libre, para incrementar los beneficios de las empresas del sector. La izquierda ha renunciado a financiar lo público, contribuyendo a reforzar el marco construido por la derecha: “lo público no funciona, lo privado gestiona mejor”. No se trata de una cuestión de gestión, sino de recursos. Sin financiación, sin personal, con precariedad laboral, el sistema se desmorona.

En cuanto a la educación, baste decir que la escuela concertada fue obra del PSOE de Felipe González, en 1985, tras negociar el sistema con la Iglesia. En lugar de apostar por la escuela pública, la izquierda decidió financiar la enseñanza religiosa y privada con recursos del Estado.

La izquierda es belicista, la derecha quiere acabar con la guerra en Ucrania

Con ocasión del plan de rearme europeo planteado por Úrsula von der Leyen, se ha vuelto a hablar en los medios de cañones o mantequilla. Las élites europeas han acordado gastar más en cañones, y menos en mantequilla. En lugar de aprovechar algunos vientos de cambio que soplan desde la Casa Blanca en lo que respecta a la guerra contra Rusia, los burócratas que anidan y se reúnen en Bruselas están fabricando un nuevo episodio de “la doctrina del shock”, que tan acertadamente describiera Naomi Klein.

El nuevo shock es la “amenaza rusa”, que se cierne sobre toda Europa, si no somos capaces de frenar al ejército de Putin en Ucrania. Poco importa que tal amenaza sea inexistente, como indican los hechos y el sentido común, o lo que digan los libros de historia sobre quién invadió a quién. Lo que importa es fabricar una nueva amenaza, para meternos el miedo en el cuerpo y que aceptemos con resignación una nueva vuelta de tuerca a nuestro empobrecimiento, una fase más en la demolición planificada del Estado del bienestar por los gobiernos de turno, sean estos de izquierda o derecha, que en eso coinciden.

Dos noticias juntas se entienden mejor: el gobierno de Holanda recorta 1.200 millones la inversión en educación superior, tras haber desviado más de 2.000 millones a Ucrania.  

Cuando cabía esperar que la izquierda se opusiera a la escalada bélica, al incremento desmesurado de los gastos militares, en detrimento de la inversión en servicios sociales, la sanidad y enseñanza públicas, nos encontramos de nuevo con el mundo al revés.

Quienes se oponen a la escalada belicista impulsada desde Bruselas, quienes alertan de la locura que supondría una guerra contra la mayor potencia nuclear del mundo, son gobernantes de derecha, incluso de extrema derecha.

Aquí tenemos al laborista Keir Starmer, coincidiendo con el socialista Pedro Sánchez para alimentar la financiación de la guerra en Ucrania, destinando miles de millones al gobierno de Zelenski, con tal de no reconocer que la apuesta en la que acompañaron a la administración de Joe Biden salió fatal. De asumirlo, tendrían que asumir responsabilidades políticas. Teniendo en cuenta la magnitud del daño causado, las élites europeas belicistas deberían ir a la cárcel.

Por otro lado, tenemos a un ramillete de políticos que, conscientes de la realidad y gravedad de la situación, están intentando evitar una conflagración mundial. Comenzando por Donald Trump que, como ya comenté en un artículo anterior, está demostrando unas dosis encomiables de realismo político en este tema, aunque se está encontrando con formidables obstáculos, internos y externos, a su intención de poner fin a la guerra, intentando simultáneamente salvar la cara.

¿Y qué es lo que ha ocurrido, o está ocurriendo, con todos los políticos, mayoritariamente de derechas, que se están oponiendo a llevar a Europa a una guerra directa contra Rusia?

A Donald Trump intentaron asesinarlo, en un episodio difícil de entender sin la anuencia, por no decir colaboración, de los servicios secretos.

A Robert Fico, el primer ministro de Eslovaquia, le tiroteo un “lobo solitario”, que a punto estuvo de matarlo. Fico es el líder del SMER, partido socialdemócrata que fue expulsado del Partido Socialista Europeo por no tragar con la posición de la OTAN y la Unión Europea (que vienen a ser lo mismo). Contrario a las fracasadas sanciones contra Rusia, a alimentar la guerra en Ucrania y partidario de la negociación para alcanzar la paz, los medios occidentales se apresuraron a etiquetarlo como “controvertido”, “prorruso” y “homófobo”.

A Viktor Orbán le cayó de todo encima cuando emprendió una gira diplomática, buscando la paz en Ucrania, mientras detentaba la presidencia rotatoria de la Unión Europea. Calificado de extrema derecha por los partidos políticos y los medios de comunicación hegemónicos, el verdadero motivo por el que Orbán ha sido vilipendiado por las élites europeas ha sido defender los intereses nacionales de Hungría y no acomodarse a los dictados del gabinete de Joe Biden y sus palmeros en Bruselas.

El ministro de Asuntos Exteriores de Estonia ha pedido que se retire el derecho a voto a Hungría en la Unión Europea por tener una posición opuesta a la escalada belicista contra Rusia. Para la narrativa hegemónica, jaleada por la izquierda, el fascista es Orbán, no quienes pretenden eliminarle políticamente.

Titular de Europa Press, 14 de marzo de 2025.

A Calin Georgescu, que ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Rumanía, después de anularlas le han prohibido volver a presentarse. Todo con el visto bueno de la muy democrática Unión Europea. Opuesto a la guerra en Ucrania, Georgescu es calificado como “de extrema derecha”.

Diana Sosaca, otra candidata con la misma etiqueta, ha sido vetada para participar en las nuevas elecciones presidenciales, porque suponía un riesgo para la pertenencia de Rumanía a la Unión Europea y la OTAN. Como si dicha opción fuera obligatoria e incuestionable.

Marine Le Pen ha sido apartada de las próximas elecciones presidenciales, en las que era favorita, tras un nuevo episodio de lawfare, una técnica a la que son muy aficionadas las democracias occidentales. Cometió el pecado de oponerse a la guerra en Ucrania contra Rusia.

En Alemania la ilegalización de Alternativa para Alemania, que también se opone a la guerra contra Rusia, está sobre el tapete desde hace meses.

En todos los casos, se aduce el carácter ultraderechista de personas y partidos para justificar los vetos, el cordón sanitario, su exclusión de los procesos electorales o, directamente, su ilegalización. Sin embargo, la verdadera razón no es esa, sino sus posiciones en relación con la OTAN, la Unión Europea y la guerra contra Rusia en Ucrania.

Georgia Meloni también entra dentro de la categoría de política “ultraderechista”, y sin embargo nadie plantea suspender el derecho de voto de Italia en la Unión Europea, abrirle un proceso judicial selectivo, o condenarla al ostracismo en los cónclaves europeos. ¿Será porque recondujo sus posiciones respecto a Rusia y la guerra en Ucrania? ¿Será porque cedió a las presiones para salirse del acuerdo suscrito con China en el marco de la Nueva Ruta de la Seda? ¿Por qué será?

Friedrich Merz tampoco tuvo remilgos a la hora de contar con el apoyo de Alternativa para Alemania cuando, en enero de este año, el Bundestag aprobó su propuesta para que se devuelvan a muchos más inmigrantes en las fronteras del país, con los votos favorables de 75 legisladores del partido de extrema derecha.

Titular de Euronews del 29 de enero de 2025.

Friedrich Merz, el próximo canciller alemán tras haber pactado un gobierno de coalición con su supuesto rival, el SPD de Olaf Scholz, trató de robarle votos a la extrema derecha en fechas previas a las elecciones. Merz afirmó en sede parlamentaria que Alemania había tenido una «política de asilo e inmigración equivocada» durante una década, desde que Angela Merkel, canciller de su propio partido, permitió la entrada al país de un gran número de inmigrantes.

Olaf Scholz dijo que su gobierno ya había instituido muchos cambios en la política migratoria del país, implementando controles temporales en todas las fronteras, y presumió de haber modificado muchas leyes para facilitar las deportaciones. El endurecimiento de la legislación en materia de inmigración del gobierno de Scholz provocó una disminución de un 30% en las solicitudes de asilo en sólo un año.

En plena precampaña, Merz anunció en enero que si se convertía en canciller, ordenaría al Ministerio del Interior que controlara inmediatamente todas las fronteras de Alemania de forma permanente y «rechace todos los intentos de entrada ilegal sin excepción», incluidos los de los solicitantes de asilo. Merz planteó que las personas que se supone serán deportadas no debían ser ya liberadas, sino mantenidas en custodia, si son detenidas por la policía. Si lo propone Alternativa para Alemania, es racismo, xenofobia y fascismo. Si lo hacen Scholz y Merz, es lo correcto.

Titular de 20 minutos.

Las categorías izquierda y derecha se desdibujan

Cuando la izquierda es belicista, la extrema derecha es pacifista, y entre izquierda y derecha están destruyendo los restos del Estado del bienestar, cabe preguntarse si podemos seguir analizando la política con categorías que están perdiendo su significación.

Cuesta distinguir un perfil de izquierdas en unos partidos socialdemócratas que, como apunté en un artículo anterior, se han conformado con gestionar un sistema, el capitalista, que antaño aspiraban a reformar y ahora, ni eso. ¿Cuánto tiempo hace que no escuchas a la izquierda hablar de lucha de clases?

¿Cabe calificar de izquierdas a quienes han asumido el marco de las guerras culturales, promovido por la derecha estadounidense, para abrazar políticas identitarias, excluyentes y con vocación de elitistas, muy alejadas del enfoque en lo colectivo? ¿Se puede hablar de políticas de izquierdas cuando sus paladines achacan discursos de odio al otro, cuando en realidad están proyectando el odio a todos los que no piensan como ellos?

¿Cabe calificar de extrema derecha a los partidos que defienden los intereses nacionales, a su población, frente a las agendas políticas impuestas desde capitales ajenas, por burócratas designados para sus puestos por muy pocas personas, que repiten mandato a pesar de que sus fracasos estratégicos han supuesto el empobrecimiento de la población y que, ahora, para tratar de encubrir sus fiascos, pretenden embarcarnos en una guerra contra la mayor potencia nuclear del mundo?

Admitamos que Le Pen, Orbán, Georgescu y Trump son de extrema derecha.  ¿No han tenido las élites hegemónicas ninguna responsabilidad en el crecimiento de estos partidos nacionalistas, frente a los rendidos al globalismo estadounidense, encarnado por el Partido Demócrata?

¿El crecimiento electoral de quienes propugnan la defensa de los intereses nacionales no se debe, en gran parte, al rechazo de la población a la agenda de las élites burocráticas europeas y a la secta neoconservadora en Estados Unidos, máxime tras su estrepitoso fracaso en Ucrania? ¿Los garrafales errores de izquierda y derecha no han provocado el ascenso de los partidos nacionalistas?

La ausencia de referencias provoca la desubicación del individuo

Los extravíos que está sufriendo la izquierda en materia de valores, su abrazo de actitudes rígidas, excluyentes, cuando no autoritarias, unidos a la adopción por parte de la derecha de posiciones antibelicistas y de sentido común en lo relativo a la ideología de género, todo ello en su conjunto está provocando la desubicación ideológica del individuo.

Así, tenemos a personas de izquierdas que se encuentran alarmadas por coincidir con la derecha en lo relativo a los conceptos de sexo y género. A feministas de izquierdas de toda la vida que son tildadas de “fascistas” o albergadoras de algún tipo de “fobia” por parte de quienes hasta ayer compartían valores ideológicos.

Todo ello en un contexto en el que se imposibilita el debate político sosegado, donde la plaza pública, o la conversación en el bar, han sido reemplazadas por las redes sociales. Unos espacios que se han convertido en cámaras de eco donde los argumentos han sido sustituidos por eslóganes arrojadizos. Unos espacios fríos donde es fácil olvidar que cuando escribimos en una pantalla nos estamos dirigiendo a otra persona, en ocasiones incluso a amigos, porque no los tenemos delante.

Las categorías tradicionales están siendo sustituidas por una narrativa, que pretende erigirse en hegemónica, donde la bondad o maldad de los actos ya no depende de sus características intrínsecas, sino de quiénes los ejecutan. Así, las élites en el poder, que pretenden impedir a cualquier precio ser desbancadas de sus posiciones de privilegio, pretenden que asumamos su nivel argumentativo, propio de un guiñol.

En esa narrativa, ya no existen las derechas y las izquierdas, sino los tipos buenos y los tipos malos. Los buenos pueden hacer cualquier cosa, porque para eso son los buenos, incluso cuando hacen cosas de malos. Pero los malos no pueden hacer nada, incluso cuando hacen las mismas cosas que los buenos, porque para eso son los malos.

En este vídeo podemos ver la expresión literal de esa narrativa, cuando el presentador de la CNN pregunta a Steve Witkoff, que está llevando el peso de la negociación impulsada por Donald Trump con Rusia, cómo es posible que Estados Unidos se esté alineando con los malos, que son los rusos, en lugar de con los buenos, que son Zelenski y Ucrania.

Esta es la conclusión última a la que nos aboca el doble rasero que las élites hegemónicas occidentales utilizan en las relaciones internacionales. Una hipocresía que acaba derramándose sobre el resto de las facetas de la política, contaminando todo lo que toca. Una narrativa que está desdibujando los contornos de lo que llevamos tiempo denominando izquierda y derecha, provocando la desubicación del individuo.

Una dinámica que es urgente frenar, recuperando el espacio necesario para el debate, fundamento de una sociedad verdaderamente democrática. Un espacio que nos están robando quienes pretenden convencernos de que vivimos en democracias plenas, frente a las amenazantes autocracias, mientras nos sacan el agua de la pecera en la que nadamos, desorientados.

El golpe de estado en Rumanía desmonta la falacia de la democracia europea

30 de enero de 2025

El Tribunal Constitucional de Rumanía anula las elecciones presidenciales

Aunque al final de mi último artículo anuncié que me iba a ocupar de otros asuntos, la gravedad de lo que está sucediendo en Rumanía me obliga a cambiar de tema. Porque la manera apropiada de caracterizar lo que está ocurriendo allí es golpe de estado, en varios tiempos. Un golpe al que los medios de comunicación occidental no le han dedicado la atención que merece, a pesar de la gravedad que representa la anulación de unas elecciones presidenciales, en un estado miembro de la Unión Europea. O quizás ha sido precisamente la trascendencia del asunto lo que ha motivado que haya quedado relegado de la agenda mediática. No vaya a ser que estropeemos la imagen de la “democracia europea”.

Veamos la cronología de lo ocurrido en Rumanía desde el 24 de noviembre de 2024. Ese día se celebraron elecciones presidenciales en ese país, miembro de la OTAN, fronterizo con Ucrania y 243 kilómetros de costa junto al Mar Negro, frente a Crimea. Por dar sólo cuatro datos.

Mapa de Rumanía y países limítrofes. Ilustración: Google Maps.

Ese día, el candidato independiente Călin Georgescu obtuvo la primera posición en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, con un 22,94% de los votos. Los partidos que formaban parte del gobierno, los social demócratas del PSD y los liberales del PNL, sufrieron tal varapalo que los líderes de ambos presentaron su dimisión. Marcel Ciolacu, el candidato del PSD quedó tercero, desbancado por Elena Lasconi, la alcaldesa de una pequeña ciudad de provincias. Nicolae Ciucă, el candidato de los liberales, quedó en quinto lugar, el peor resultado de su historia para el PNL. El último lugar lo ocupó el ex vicesecretario general de la OTAN, Mircea Geoană, con un 6,32% de los votos. Muy significativo.

Călin Georgescu se ha manifestado en contra de seguir apoyando a Ucrania en la guerra que libra contra Rusia, por encargo de la OTAN. Ese es su pecado. Los medios occidentales se han apresurado a tildar a Georgescu de ultraderechista y, sobre todo, de prorruso. Una táctica utilizada contra todos aquellos políticos que no asumen la agenda de Washington y su fiel mayordomo, Bruselas. Una lista sobre la que volveré más tarde.

El 4 de diciembre aparecen en la prensa occidental diversas noticias acerca de una supuesta campaña en Tik Tok, orquestada por Rusia, a favor del candidato Călin Georgescu. Unos documentos, oportunamente desclasificados por agencias de inteligencia rumana antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, hablan también de ciberataques “coordinados por un actor patrocinado por un estado”.

Culpan a una campaña encubierta en TikTok del ascenso del candidato prorruso rumano.

El día 8 de diciembre estaba prevista la segunda vuelta. Sin embargo, un día después de publicarse las informaciones anteriormente citadas, el Tribunal Constitucional anula no sólo la votación prevista para esa fecha, sino todo el proceso electoral. El actual presidente, Klaus Iohannis, debía abandonar su puesto el 21 de diciembre, pero en un mensaje a la nación, anunció que permanecería en el cargo hasta que asuma el cargo el próximo presidente. Si esto no es un golpe de estado ¿Cómo tenemos que llamarlo?

Es fundamental resaltar el cambio de criterio del Tribunal Constitucional de Rumanía. En un primer momento, el 28 de noviembre, el Constitucional dictaminó que debía realizarse un recuento de todos los votos emitidos en la primera vuelta. El 2 de diciembre confirmó los resultados de la primera vuelta y mantuvo la celebración de la segunda, prevista para el 8 de diciembre. Sin embargo, el 6 de diciembre el tribunal anuló las elecciones, sólo dos días después de la oportuna desclasificación de los citados documentos. 

El Partido Liberal organizó la campaña en Tik Tok atribuida a Rusia

En primer lugar, anular unas elecciones presidenciales por una supuesta campaña en redes sociales, en un mundo donde dichas redes son omnipresentes y se difunden todo tipo de mensajes, es un ataque directo a la democracia. Además de un desprecio a la capacidad de discernimiento de los electores, a quienes la decisión del Tribunal Supremo degrada a la categoría de semovientes sin criterio, que funcionan a golpe de bits en sus pantallas.

Pero lo más grave del asunto es que, según desveló un medio de Rumanía, la propia fiscalía rumana admitió que la campaña para fomentar el voto al candidato Călin Georgescu había sido financiada no por los malvados rusos, sino por un partido rival: el PNL. “La acción de la campaña Equilibrio y Verticalidad, en TikTok, fue pagada con dinero del Partido Nacional Liberal”, confiaba una fuente que había tenido acceso a la investigación de ANAF (la fiscalía rumana). Los liberales querían impulsar a un candidato que presentaba una baja intención de voto con el objetivo de restar apoyos electorales a otros partidos rivales. Se pasaron de frenada…

Traducción del rumano generada por Google de la publicación de Snoop.

La empresa Kensington Communication, contratada por el Partido Nacional Liberal, incorporó a 130 influencers para promocionar una campaña titulada #Equilibrioyverticalidad, previa a las elecciones presidenciales. Los influencers transmitieron al público, en un vídeo, las cualidades de un futuro presidente, sin nombrarlo. Algunos influencers escribieron en los comentarios del vídeo: «Călin Georgescu». La línea de defensa del Partido Nacional Liberal y de la empresa de comunicación contratada fue que la campaña “había sido clonada”.

Las elecciones presidenciales no debieron ser anuladas en ningún caso. Los electores son libres de meter en la urna la papeleta que estimen oportuna. Es absolutamente ridículo pretender celebrar campañas electorales en el siglo XXI dentro de una burbuja, aisladas de cualquier tipo de influencia, como si estuviéramos hablando de la limpieza de un quirófano, libre de cualquier agente externo. Las campañas electorales consisten en hacer propaganda, en tratar de influir la decisión de los votantes. Vivimos en una aldea global, y los mensajes recorren el planeta sin fronteras en el plano virtual. No se le pueden poner puertas al campo.

Pero pongámonos, por una vez, el traje de la OTAN: si hubo injerencia por parte de Rusia, se anulan las elecciones y punto. Pasemos por alto las intromisiones de Washington y de Bruselas en Ucrania, Armenia, Georgia, y Eslovaquia, por citar sólo algunos casos recientes. Admitamos por el contrario el doble rasero, que se fundamenta en el relato infantil de que nosotros somos los buenos, y todo lo que hacemos está tocado por la bondad, aunque hagamos lo mismo que criticamos en los demás, con fundamento o sin él.

Pero no fue Rusia la que interfirió en el proceso electoral, sino un partido rumano, que competía en las elecciones presidenciales, el que orquestó una campaña en redes. Algo por otra parte absolutamente habitual hoy en día. Los carteles en las paredes son del siglo pasado.

Sin embargo, a pesar de destaparse la falsedad de la atribución a Rusia de la campaña del partido liberal en Tik Tok, ¡La anulación del proceso electoral sigue adelante! Los comicios han sido anulados en su integridad. El 4 de mayo se celebrará una nueva primera vuelta, seguida de una segunda el 18. Mientras tanto, a Călin Georgescu le han cortado la calefacción y la conexión a Internet en su domicilio.

Los medios occidentales apuntan la posibilidad de que le sea prohibido volver a presentarse a las elecciones.  Las encuestas le asignan un 38% de los votos si vuelve a concurrir, apostando a que derrotaría en la segunda vuelta a Crin Antonescu, el candidato de los partidos que cuentan con el visto bueno de Bruselas. El propio Georgescu, ante la posibilidad de que le prohíban presentarse, está considerando apoyar a algún candidato presidencial del campo soberanista, para ocupar el puesto de primer ministro en caso de que ganara. Mientras tanto, miles de ciudadanos rumanos protestan en las calles por la anulación de las elecciones. 

Bruselas respalda la anulación de las elecciones

La presidenta de la Comisión Europea, como no podía faltar, se apresuró a posicionarse a favor de la anulación de las elecciones en Rumanía. Con su discurso habitual de defensa de la “democracia europea”, Úrsula von der Leyen declaró: “Debemos proteger nuestras democracias de cualquier tipo de interferencia extranjera. Siempre que sospechemos de tal interferencia, especialmente durante las elecciones, debemos actuar con rapidez y firmeza”.

La Comisión anunció la apertura de un proceso a Tik Tok en relación con un presunto incumplimiento de la DSA (Digital Services Act) por faltar a su obligación de evaluar y mitigar adecuadamente los riesgos sistémicos relacionados con la integridad electoral.

La Unión Europea investiga a Tik Tok por una supuesta interferencia rusa en las elecciones rumanas.

Por otra parte, la Comisión Europea para la Democracia a través de la Ley, (también conocida como Comisión de Venecia), a petición de  Theodoros Rousopoulos, Presidente de la Asamblea Parlamentaria del Consejo Europeo, emitió un informe para contestar a su pregunta: ¿En qué condiciones y bajo qué estándares legales puede un tribunal constitucional invalidar elecciones, tomando como referencia el reciente caso rumano?

Sin pronunciarse específicamente acerca de la anulación de las elecciones presidenciales en Rumanía, la Comisión de Venecia recalcaba que “El poder de los tribunales constitucionales para invalidar elecciones de oficio –si lo hubiera– debería ser limitada a circunstancias excepcionales y claramente regulada”. Asimismo, la Comisión de Venecia subrayaba que “La cancelación de una parte de las elecciones o de las elecciones en su totalidad sólo podrá permitirse en virtud de circunstancias muy excepcionales como última ratio y con la condición de que se detecten irregularidades en el proceso electoral que puedan haber afectado el resultado de la votación”.

La citada Comisión también resolvía que “El proceso de toma de decisiones sobre los resultados electorales debe ir acompañado de: garantías adecuadas y suficientes que garanticen, en particular, un procedimiento justo y objetivo y una decisión suficientemente motivada basada en hechos claramente establecidos que demuestren irregularidades que son tan significativas que pueden haber influido en el resultado de las elecciones”.

Después de haber leído este dictamen, emitido el 27 de enero, hay que tener mucho valor para seguir defendiendo la anulación de unas elecciones presidenciales por una campaña en redes sociales, financiada por uno de los partidos contendientes en la pugna por la presidencia.

Pero justo eso es lo que ha hecho Thierry Breton, que además ha amenazado con hacer lo mismo en Alemania, si los resultados de las próximas elecciones al Bundestag no son del agrado de Bruselas. En una entrevista en televisión, el excomisario europeo de Mercado Interior y Servicios alardeaba de la anulación de las elecciones en Rumanía, y advertía: “Se ha hecho en Rumanía y se volverá a hacer, si es necesario, en Alemania”.

 

Thierry Breton se refería a la hipotética victoria de Alternativa para Alemania en las elecciones al Bundestag. Este partido ha subido en intención de voto desde el 9% en enero de 2021 al 21%, en sólo cuatro años. El ex burócrata europeo recalcaba que la Unión Europea tiene mecanismos para anular el potencial triunfo de un partido que se opone abiertamente a seguir financiando la guerra de la OTAN en Ucrania contra Rusia. Y eso Bruselas no lo puede consentir.  

El debate sobre la posible prohibición de Alternativa para Alemania se abrió hace tiempo en el país. Según Euronews, el Bundestag podría abordar la ilegalización del partido próximamente, antes de las elecciones. En esto ha quedado la “democracia europea”: las elecciones se anulan cuando las posiciones políticas de los que ganan no encajan con la agenda de Bruselas, y se plantea la ilegalización de los partidos que se atreven a salirse del guion. Y todavía tienen el valor de sostener que en Ucrania se está librando una guerra entre la democracia y el autoritarismo.

La OTAN necesita políticos complacientes con la agenda de Washington

Como reseñé en un artículo anterior, la base de la OTAN en Constanza, a orillas del Mar Negro, se convertirá en la mayor en Europa de la alianza militar. En otra base de la OTAN en Rumanía, la situada en Deveselu, se alberga uno de los dos sistemas de misiles balísticos Aegis Ashore desplegados por Estados Unidos en Europa. Otro está emplazado en Polonia. En la base de Rota (Cádiz) hay buques estacionados con capacidad para usar estos misiles, que la OTAN califica de puramente defensivos, diseñados para interceptar en mitad de su curso misiles provenientes de terceros países.

Sistemas de defensa con misiles balísticos en Europa. Fuente: OTAN.

La situación geográfica de Rumanía es absolutamente estratégica para la OTAN. La ampliación de la base de Constanza, en la costa del Mar Negro, es cualquier cosa menos casualidad. Situada enfrente de Crimea, la OTAN no se puede permitir que un presidente nacionalista, que antepone los intereses de su país a los de Washington y Bruselas, acceda al poder.

Rumanía es el segundo país más pobre de la Unión Europea. Sin embargo, ha aumentado su presupuesto militar un 45% en sólo un año, hasta los 20.000 millones de dólares. El grueso de ese dinero se ha destinado a comprar armamento a Estados Unidos. Quizá una de las razones del triunfo de Georgescu en la primera vuelta de las presidenciales tenga que ver con el hartazgo de una población empobrecida, forzada a la emigración, que contempla cómo se derrochan miles de millones en sustentar la hegemonía de un país extranjero.

La OTAN necesita élites obedientes, que sacrifiquen la economía de sus países y el bienestar de sus ciudadanos en aras de la hegemonía imperialista estadounidense. La OTAN, es decir, Washington, necesita políticos como Olaf Scholz, que no ha tenido inconveniente en desindustrializar su patria, que lleva dos años en recesión. O como su compatriota Úrsula von der Leyen, que tuvo el cuajo de afirmar que el gas natural licuado de Estados Unidos es más barato que el ruso. Ante la carcajada generalizada de los expertos, su secretario de prensa replicó que “Ella quería decir más barato políticamente, no económicamente”.  

La injerencia de Bruselas y Washington en otros países es antidemocrática

Cuando Washington y Bruselas se topan con líderes que se preocupan por el bienestar de sus países, y no se doblegan ante sus presiones, inmediatamente tiran de argumentario: son de ultraderecha, además de populistas y prorrusos. Lo de ultraderecha sólo aplica a aquellos que no ceden. Los líderes dejan de ser de ultraderecha cuando asumen la agenda de la OTAN. Como es el caso de la italiana Giorgia Meloni, que viajó el 5 de enero a rendir pleitesía a Donald Trump a su residencia en Mar-a-Lago, y a suplicarle que no dejara en la estacada a Europa en Ucrania. La ideología ultraderechista de Meloni ya no supone un problema, siempre que trabaje a favor de la agenda atlantista.

Titular de El País.

Los medios occidentales se apresuraron a enmarcar la anulación de las elecciones presidenciales, y la formación de un “gobierno de coalición europeísta” como una estrategia para “aislar a la extrema derecha”. Es lo mismo que hemos visto recientemente en Francia, ante el surgimiento de otro partido, el de Marine Le Pen, que se opone a seguir financiando la guerra en Ucrania, sencillamente porque va en detrimento de los intereses de Francia y los franceses. El argumentario es el mismo: “cordón sanitario”, “aislar a la ultraderecha”, “partido prorruso”.

Cuando la OTAN se topa con líderes que ganan elecciones, como en Georgia, Eslovaquia, o Hungría, que anteponen los intereses de sus países a los de Washington y su fiel vasallo, Bruselas, vienen las “espontáneas” protestas de miles de personas, que salen a la calle pertrechadas de banderas de la Unión Europea, y también de Ucrania. Además de usar pancartas escritas en inglés, aunque obviamente no sea el idioma del país, para que en las fotos que publican los medios las entienda todo el mundo.

Es lo que ha ocurrido recientemente en Georgia. La OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) supervisó las elecciones parlamentarias, celebradas en octubre de 2024, y elaboró un informe que criticaba algunos aspectos. Sin embargo, tras la lectura de sus 53 páginas no se desprende, ni mucho menos, que las elecciones parlamentarias fueran amañadas, como interesadamente sostienen los enemigos de la independencia política que está mostrando el partido gobernante, el Sueño de Georgia. De hecho, las autoridades de Georgia agradecieron a la OSCE su informe, lo que casaría mal si realmente hubiera sido negativo.

Sin embargo, a pesar del informe de la OSCE, se produjeron violentas protestas, que fueron tildadas de pacíficas por las terminales mediáticas occidentales, en contra de lo atestiguado por numerosos testimonios gráficos. Los manifestantes asaltaron el parlamento de Tbilisi, provocando un incendio, con la intención de revertir por la fuerza el resultado de las elecciones. Lo que viene a llamarse un golpe de estado, con el pleno apoyo de Bruselas: una resolución del parlamento europeo instó a celebrar nuevas elecciones en el plazo de un año, y pidió sanciones contra el primer ministro de Georgia, Irakli Kobakhidze.

Uno de los “pacíficos” manifestantes proeuropeos en Tbilisi, Georgia. Foto: EPA, vía BBC.

En mayo de 2024, un hombre que calificó al gobierno eslovaco de “Judas en relación con la Unión Europea” por no proporcionar asistencia militar a Ucrania, tiroteó al primer ministro Robert Fico. Como quiera que, a pesar del intento de asesinato, Fico se mantiene firme en su política de no querer convertir a Eslovaquia en otra Ucrania, ahora le están montando otro Maidán.

El 24 de enero, en Bratislava, capital de Eslovaquia, 60.000 manifestantes pedían la renuncia de Robert Fico. Las protestas, con toda seguridad espontáneas, se celebraban simultáneamente en 20 ciudades más del país. El primer ministro denunciaba la llegada al país de “expertos” en la organización de protestas en el país. Los mismos que habían operado en Kiev, en 2014 y, más recientemente, en Georgia.

Robert Fico ha sido acusado reiteradamente de prorruso, sin tener en cuenta que las necesidades energéticas del país pasan por el gas que proviene de Rusia, a través de un gasoducto, cuyo tránsito se produce por Ucrania. El 1 de enero de 2025, Zelenski cortó el flujo de gas a través de esa tubería, que abastecía – qué casualidad – a Eslovaquia y a Hungría. Previendo dicha jugada, Fico viajó a Moscú a entrevistarse con Putin para intentar solventar el suministro a un país que no puede acceder al gas natural licuado, generalmente transportado en barco, al carecer de acceso al mar.

La era del gas ruso barato para la Unión Europea se acaba al terminar el tránsito a través de Ucrania.

En otros países también se cuecen sospechosas habas. En Serbia, las presiones, por no decir amenazas, al presidente Vucic para que imponga sanciones a Rusia son constantes. El primer ministro serbio dimitía el 28 de enero tras semanas de protestas por un accidente mortal en un estadio, resaltando que estaban organizadas desde el extranjero. En Hungría un excolaborador de Orbán ha montado un partido de la nada, pero se las arregló para cosechar el 30% de los votos en las últimas elecciones al Parlamento Europeo.  

Los muy democráticos líderes que amamantan Washington y Bruselas, que se pasan el día tildando de «ultraderechistas”, “populistas” o “fascistas” a quienes no se someten a sus agendas, son los verdaderos fascistas. Los que financian protestas violentas a través de sus muy gubernamentales ONG. Los que organizan golpes de estado para convertir países en meras herramientas. Los que les da igual que mueran cientos de miles de personas, y piden rebajar la edad de reclutamiento a 18 años, con tal de no dar su brazo a torcer, reconocer su fracaso y sentarse a negociar la paz.

Para mí, esos son los peores fascistas: los que se ocultan tras la retórica de la “democracia”, mientras se dedican a anular elecciones, y amenazan con cancelar todas las que no les convengan. 

Discrepancias en la Unión Europea sobre su alianza con Estados Unidos

18 de abril de 2023

Vaya por delante mi escasa simpatía por Emmanuel Macron, este exbanquero de Rothschild, que acaba de dejar bien claras cuáles son sus credenciales democráticas al saltarse el parlamento, sede de la soberanía popular, para retrasar la edad de jubilación en Francia, a golpe de decreto presidencial. Aunque lo que da que pensar es que tan antidemocrático procedimiento esté contemplado en la constitución francesa, supuestamente democrática, y que la decisión de Macron haya sido avalada por el Tribunal Constitucional francés.

Una vez dicho esto, hay que concederle a Macron el don de la oportunidad en sus declaraciones tras su viaje a China. Y digo oportunidad, porque si se le han tirado al cuello desde ambos lados del Atlántico, algo habrá hecho bien. Ha sabido oler el momento y aprovecharlo: Alemania en manos de un pasmarote al que le vuelan los gasoductos y ni pestañea; Estados Unidos, con un presidente senil, al que le mueven los hilos los halcones del Departamento de Estado, obcecados en su huida hacia adelante en Ucrania; y China como potencia en auge, adonde se están volviendo todos los ojos del sur global, gracias a su apuesta por la diplomacia en Oriente Próximo, que ha cuajado en el histórico acuerdo entre Arabia Saudita e Irán. Era la oportunidad de desmarcarse del guion dictado por la Casa Blanca, y Macron la ha aprovechado, erigiéndose en portavoz del mar de fondo existente en la Unión Europea.

Sigue leyendo

¿La democracia autoritaria está provocando una guerra cultural más?

16 de enero de 2023

Voy a usar la expresión “democracia autoritaria” para referirme al wokismo, el término que usa el filósofo José Antonio Marina en su blog El Panóptico, lo que dice mucho sobre el colonialismo cultural anglosajón que sufrimos. La elección de estas palabras, democracia autoritaria, a priori un oxímoron, adelanta mi opinión sobre los peligros que acechan tras una ideología, el woke, o wokeness, en inglés, que está provocando la principal batalla cultural y política de nuestro tiempo. Lo que quiero analizar es si esta conflagración se queda en mera guerra cultural; si trasciende lo que vienen a ser estas cortinas de humo; y si, finalmente, es correcto enmarcarla dentro del tradicional eje izquierda/derecha.

En mi opinión, no nos encontramos ante una guerra cultural más porque, en este caso, lo que se ventila son los valores más profundos – y supuestamente superiores – sobre los que se asientan las democracias occidentales. Estos principios son los que permitirían a este modelo de gobierno alzarse moralmente sobre otros paradigmas, a los que califica de autocráticos, o autoritarios. Si los valores, que son los cimientos, se resquebrajan, la alegada superioridad moral sobre la que se alzan las democracias desaparece. En este sentido, la guerra entre la “democracia autoritaria” y sus políticas identitarias contra las posiciones antagónicas constituiría la madre de todas las guerras culturales. Una contienda cuyas implicaciones sobrepasan el ámbito de las otras guerras, que se circunscriben a las sociedades occidentales, ya que afectan a la batalla por el relato que se está desarrollando en el tablero geopolítico mundial. Por tanto, habría que situarla en un nivel cualitativamente distinto, aunque compartiría con el resto de este tipo de guerras un hecho: que en principio no afronta la cuestión fundamental, que es el esquema de dominación capitalista, el sistema que está concentrando cada vez mayor riqueza en menos manos, en detrimento de capas cada vez más amplias de la población.

Sigue leyendo

Democracia, libertad de expresión, valores occidentales y otras leyendas urbanas

1 de diciembre de 2022

A la gallina le dejan elegir la salsa en que la van a cocinar, pero seguro que acaba en la cazuela. De esta forma describía Eduardo Galeano las democracias occidentales en uno de sus libros. La gallina es, obviamente, la metáfora de la ciudadanía. Nos están tratando de convencer de que por introducir un papel en una urna cada cierto tiempo, dejándonos escoger entre distintos tipos de salsa, vamos a escapar de la cazuela, y nada más lejos de la realidad. Con el advenimiento de las redes sociales, se ha agudizado la faceta guiñolesca de la política: personajillos mediocres que simulan atizarse con una garrota con el fin de ganar adeptos para la causa… de quienes manejan sus hilos.  Las escaramuzas se organizan siempre en torno a temas accesorios, porque nadie está dispuesto a tratar lo que al titiritero no le interesa: el modelo económico, la distribución de la riqueza. Hay vacas sagradas que quedan fuera de la gresca. A este trampantojo lo llaman democracia y cualquier reminiscencia de su etimología – gobierno del pueblo – hace tiempo que se perdió.

Es cierto que, formalmente, hemos progresado desde los tres estamentos del feudalismo – nobleza, clero y campesinado – pero lo hemos hecho porque la sociedad es más compleja y porque en 1789 se cortaron algunas cabezas. Nos guste o no, “La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva”, como dejó escrito Carlos Marx. Por lo que tenemos que preguntarnos quién está ejerciendo esa violencia, con mecanismos más sutiles, que en muchas ocasiones no precisan el derramamiento de sangre, para conseguir sus objetivos de manera más artera que en la sociedad feudal. Porque los objetivos de quienes detentan el poder económico siguen siendo los mismos que antes de que María Antonieta subiera al cadalso.

Sigue leyendo