Israel, Ucrania y Reino Unido quieren implicar a Estados Unidos en sus guerras

10 de octubre de 2024

Los peones de Washington no asumen su papel

Los peones del imperio andan alborotados, porque les está costando asumir su papel. No se dan cuenta de que Washington carece de interés en involucrarse directamente en las guerras que promueve y patrocina. Ante la empantanada situación en sus respectivos frentes, consideran que sólo la participación directa del ejército de Estados Unidos puede ofrecerles la posibilidad de resolver los conflictos instigados por su patrón, de forma favorable no sólo a los intereses de la metrópoli, sino a los suyos propios.

Benjamín Netanyahu, Volodímir Zelenski y Keir Starmer están haciendo todo lo posible para escalar las guerras, cruzando una línea roja tras otra de sus respectivos oponentes, con el objetivo de provocar la entrada del ejército estadounidense en los frentes que continúan abriendo. Por este motivo, los gobiernos de Tel Aviv, Kiev y Londres comparten una misma estrategia.

Si incluyo en la lista al primer ministro del Reino Unido es porque la apuesta política que ha hecho ese país en la guerra de Ucrania es de tal nivel que cabe calificarlo de actor principal, a tenor de los movimientos de sus más recientes dirigentes, Boris Johnson y Keir Starmer.

Netanyahu persigue el apoyo de Estados Unidos para fabricar el Gran Israel

No contento con el genocidio que está perpetrando en Palestina, Benjamín Netanyahu ha decidido extender sus ataques al Líbano. No contento con convertir Gaza en una escombrera, repleta de cadáveres, Netanyahu busca la implicación directa de Estados Unidos en su proyecto para crear el Gran Israel, que pasa necesariamente por conseguir un “cambio de régimen” en Irán. 

Mapa del Gran Israel, según Theodor Herzl, fundador del sionismo. Ilustración: Middle East Political and Economic Institute. 

El propio Netanyahu ha colgado en X (Twitter) un vídeo donde apunta explícitamente a tal posibilidad. Titulado “El pueblo de Irán debería saberlo: Israel está con ustedes”, el genocida de Gaza afirma que el cambio de régimen en Irán está más próximo de lo que algunos creen.

Vídeo titulado «El pueblo de Irán debería saberlo: Israel está con ustedes», publicado por Netanyahu en X.

El asesinato de Ismail Haniyeh, el líder político de Hamás, constituyó una humillación para el gobierno iraní, ya que fue perpetrado en Teherán cuando Haniyeh asistía a la toma de posesión del nuevo presidente iraní. Si sumamos el reciente homicidio de Hassan Nasrala, el jefe de Hezbolá, en Beirut, ambos crímenes suponen un intento evidente de provocar una respuesta armada por parte de Irán.

El actual presidente iraní, Masoud Pezeshkian, ha denunciado que los líderes occidentales le mintieron cuando le aseguraron un alto el fuego a cambio de que Irán no respondiera al asesinato de Ismail Haniyeh.

Todo indica que Netanyahu persigue que Estados Unidos decida dar el paso e implicarse directamente sobre el terreno. Esa es su estrategia, a sabiendas de que en Washington hay muchos partidarios de embarcarse en una operación de ese calibre, para conseguir el ansiado “cambio de régimen” en Irán. Netanyahu está azuzando ese escenario, con la falsa promesa de que instalar un gobierno marioneta en Teherán, al servicio de los intereses sionistas y estadounidenses, traería la paz y la estabilidad a la zona.


En realidad, lo que persigue Netanyahu es un impulso al proyecto sionista del Gran Israel. El reciente bombardeo de un edificio residencial en Damasco, donde los israelíes asesinaron a siete civiles, va en la línea de extender el conflicto a Siria. Su negativa a informar a Estados Unidos sobre sus planes de represalia contra Irán es otra muestra de ello. Netanyahu pretende colocar a Washington ante hechos consumados, que fuercen su implicación más allá de la mera defensa.

Los militares que están destruyendo Gaza y aniquilando a su población no ocultan los planes sionistas para expandir su territorio, invadiendo los países limítrofes. Esta es una imagen del parche que un oficial israelí, combatiente en Gaza, lucía en su hombro, junto a la bandera de la entidad sionista. Israel necesita el apoyo activo de Estados Unidos para completar sus planes expansionistas. Toda su estrategia gira en torno a ensanchar su Lebensraum (espacio vital), concepto de inquietantes resonancias.

Mapa del Gran Israel y parche con la silueta en el uniforme de un oficial del ejército sionista.

Hasta el momento de la publicación de este artículo, Irán respondió el 1 de octubre a las múltiples afrentas de Israel con un ataque con misiles balísticos, algunos de ellos supuestamente hipersónicos. Netanayahu consiguió que Estados Unidos se implicara en la defensa frente al ataque. Según declaró el portavoz del Pentágono, Patrick Ryder, dos destructores estadounidenses derribaron 12 misiles iraníes. Una ayuda por la que Zelenski lleva tiempo implorando, sin conseguirlo.

Netanyahu también ha conseguido un incremento espectacular de la ayuda financiera de Estados Unidos a Israel. Según las cifras analizadas por la Brown University, Washington ha proporcionado al gobierno hebreo 17.900 millones de dólares desde el 7 de octubre de 2023. Pero «las botas sobre el terreno» siguen sin llegar…

Ayuda militar a Israel, 1959 – 2024. Créditos y donaciones.

Irán se enfrenta a un dilema

Irán se enfrenta a un dilema. Si consiente que Israel continúe con su invasión del Líbano para, supuestamente, erradicar a Hezbolá, los aliados de Teherán – Hamás, Hezbolá, el gobierno de Siria, los hutíes de Yemen y grupos armados en Siria e Irak – se verán defraudados por la debilidad que demuestra el líder del “eje de la resistencia”. Israel está poniendo a prueba el liderazgo de Teherán, atacando los territorios de prácticamente todos sus integrantes.

Si Irán muestra moderación, perderá autoridad sobre el eje, y su liderazgo se tambaleará, al quedarse en mera retórica. En cambio, si decide embarcarse en una guerra abierta contra Israel, estará entrando de lleno en el marco sionista, favoreciendo la estrategia de Netanyahu, y de los neocon que le apoyan en Washington. 

Irán no está solo en esta encrucijada. Forma parte de los BRICS. Sin embargo, este grupo de países no constituye una alianza militar, sino un ente, aún difuso, de Estados con intereses compartidos. Resulta difícil pronosticar hasta dónde va a llegar el apoyo de China y Rusia en la tesitura en la que se encuentra Irán. Una cosa es segura: no pueden permitirse dejar sola a la República Islámica.

Lo que está en juego actualmente, tanto en Oriente Próximo como en Ucrania, es la hegemonía mundial, ostentada hasta ahora por Estados Unidos. Los BRICS suponen el órdago a esa hegemonía. Por eso están construyendo un mundo multipolar, teniendo en cuenta las actuales realidades políticas y económicas. Veinticinco países se encuentran ahora en la lista de espera para unirse a los BRICS, según el embajador de Sudáfrica en Moscú, que da por hecho que unos cuantos se incorporarán al grupo en su próxima cumbre, a celebrarse en Kazán, Rusia.

Si consienten que Washington se salga con la suya en Oriente Próximo y Ucrania, los BRICS habrán perdido su apuesta casi al principio del juego. La confrontación puede desarrollarse no sólo en los frentes militares, que Netanyahu está abriendo desesperadamente, sino que puede adoptar formas híbridas, muy acordes con los tiempos actuales.

La entrevista de Vladimir Putin con el presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, el 11 de octubre, y las anteriores reuniones de Mijaíl Mishustin, el primer ministro ruso, con los máximos dirigentes iraníes en Teherán, indican que la República Islámica cuenta con el respaldo de Rusia. Falta por ver cómo se va a concretar dicho apoyo.

Ucrania maniobra para implicar directamente a la OTAN en la guerra contra Rusia

Desde hace ya mucho tiempo, el gobierno presidido por Zelenski está efectuando toda clase de movimientos para conseguir la implicación directa de la OTAN – es decir, de Estados Unidos – en la guerra que le encomendaron. Olvida el antaño comediante que el encargo se limitaba a una guerra por intermediación, y que el patrón no considera salir de la cocina. Los sucesivos inquilinos de la Casa Blanca y sus fontaneros jamás se plantearon el “proyecto Ucrania” como otra cosa que la utilización del país como un ariete contra Rusia. Y ese diseño no ha cambiado, a pesar de su negativo desarrollo.

Tan sólo diez días después de la implicación directa de Rusia en la guerra civil que se desarrollaba en Ucrania desde 2014, Zelenski reaccionaba enfurecido ante la negativa de la OTAN a crear una “zona de exclusión aérea”, para que la alianza militar derribara cualquier objeto volador proveniente de Rusia. Su secretario general, Jens Stoltenberg, advertía que ello podría conducir a «una guerra en toda regla en Europa, que involucraría a muchos más países y causaría mucho más sufrimiento humano». El presidente de Rusia, Vladimir Putin, se apresuró a señalar que tal iniciativa sería vista como una participación en el conflicto por el país que la llevara a cabo. 

Guerra en Ucrania: Zelenski critica a la OTAN por rechazar una zona de exclusión aérea.

Diez días después, Zelenski volvía a probar fortuna en un discurso ante el Congreso de Estados Unidos, con un tono mucho más moderado, implorante. Como ya sabemos, la solicitud de Zelenski nunca fue atendida.

Posteriormente, el presidente de Ucrania ha efectuado toda clase de maniobras para intentar involucrar en el conflicto a sus vecinos, miembros de la OTAN. Todo ello, con la esperanza de que la participación de Polonia o Rumanía en la guerra contra Rusia disparara el famoso artículo 5 de la organización, que prevé la ayuda mutua en caso de que uno de sus miembros se vea atacado.

En noviembre de 2022, fuentes de inteligencia estadounidenses anónimas le echaron una manita al presidente ucraniano, cuando filtraron a la agencia AP que un misil disparado por Rusia había caído en una aldea polaca, matando a dos personas. Zelenski se apresuró a declarar que el ataque suponía “una escalada significativa”. El asunto provocó un revuelo inmediato en la OTAN. Biden convocó de urgencia a sus aliados, a la sazón en la cumbre del G20 en Bali, pero al día siguiente la propia agencia AP publicaba una corrección, retractándose de la atribución a Rusia de la autoría del ataque.

Casi un año después, expertos polacos afirmaban que los misiles caídos sobre Polonia habían sido disparados por Ucrania, sin ningún género de dudas: se trataba de S-300, proyectiles de defensa aérea, de fabricación rusa, pero de los que Ucrania dispone y utiliza con frecuencia.

«¿Cuál es el problema?» Zelenski desafía a occidente por sus dudas.

En la entrevista que Zelenski concedió el 24 de mayo a The New York Times, se preguntaba retóricamente “¿Qué problema hay con involucrar a los países de la OTAN en la guerra? No hay tal problema”. Zelenski afirmaba que los aviones occidentales podrían simplemente “derribar lo que esté en el cielo sobre Ucrania” sin salir del territorio de la OTAN. Zelenski sostenía que, de esta forma, se mitigaban los riesgos de escalada, recalcando que acogería con agrado el envío de soldados de la OTAN para luchar contra Rusia sobre el terreno de Ucrania.

Los esfuerzos de Zelenski para forzar su incorporación a la OTAN, pilar del cacareado “plan de victoria” que presentó a Biden, no han dado resultado. The Wall Street Journal calificaba de “tibia” la acogida que había tenido en la Casa Blanca. Pravda, con sede en Ucrania, tildaba de “Catástrofe americana” el resultado del viaje de Zelenski.

El hecho de que Zelenski se dedicara a hacer campaña a favor del Partido Demócrata, visitando una fábrica de munición junto con el gobernador de Pensilvania, donde habita la segunda mayor comunidad ucraniana en Estados Unidos, no ayudó a los objetivos de su viaje. Que fuera trasladado hasta allí por un avión de la Fuerza Aérea estadounidense, tampoco. Los republicanos montaron en cólera. Si Zelenski perseguía un consenso bipartidista, consiguió el objetivo opuesto: tuvo que suplicar que Trump se aviniera a reunirse con él. 

Zelenski visitó Estados Unidos buscando un impulso a la guerra. Su aliado más importante se encogió de hombros.

El Reino Unido también busca la implicación de Estados Unidos en Ucrania

En mi artículo anterior ya hablé sobre la reunión entre Joe Biden y Keir Starmer en Washington, donde sin duda se trató la autorización a Ucrania para golpear con misiles de largo alcance a Rusia en su territorio. La OTAN lleva tiempo implicada en los ataques de Kiev en territorio ruso. El 18 de marzo de 2022, Scott Berrier, el general al mando de la inteligencia militar de Estados Unidos declaraba que la manera en que estaban compartiendo información de inteligencia con Ucrania era “revolucionaria en los términos de lo que podemos hacer”.

Hasta ahora, Moscú se ha limitado a golpear lugares donde se concentran militares de la OTAN en Ucrania, como hizo recientemente en Poltava: un centro de entrenamiento de la alianza, donde impartía formación a los ucranianos sobre el uso de drones y misiles para atacar a Rusia. En el ataque murieron 720 soldados, entre ellos un gran número de instructores de Suecia, Alemania, Francia y Polonia. No eran mercenarios, sino oficiales de la OTAN. Al día siguiente del ataque ruso, el ministro de Defensa sueco anunciaba su dimisión.

Además de libras esterlinas, el Reino Unido ha invertido mucho capital político en Ucrania. Como es ampliamente reconocido por medios occidentales, fue Boris Johnson el que se presentó en Kiev para dinamitar el acuerdo que Ucrania y Rusia estaban próximos a firmar. Junto a Polonia y los países bálticos, ha sido Londres quien ha adoptado una postura más beligerante contra Rusia en Europa.

El Reino Unido no se puede permitir un fracaso de la OTAN en Ucrania, porque la antaño metrópoli imperial se resiste a asumir su declive. Si Rusia prevalece en este conflicto, y todo apunta a que así será, supondría la constatación del ocaso del Reino Unido. Por eso Keir Starmer está presionando a Joe Biden, arropado por la facción de los neocon estadounidenses, con Antony Blinken al mando, para que permita a Ucrania la utilización de los misiles de largo alcance Storm Shadow.

Si Estados Unidos da su visto bueno a la operación, Starmer habrá conseguido su objetivo, porque esos misiles necesitan los datos de navegación que están en manos del Pentágono. Al facilitar esa imprescindible información operativa, Estados Unidos se habría convertido en participante en la guerra. Así lo recalcaba Vladimir Putin el 13 de septiembre: “Esto cambiaría de manera significativa la naturaleza misma del conflicto. Significaría que los países de la OTAN, Estados Unidos y los países europeos estarían en guerra con Rusia”. De momento, la Casa Blanca se muestra reticente.

La OTAN busca construir una narrativa de victoria en Ucrania

Ante la constatación de que la guerra en Ucrania está perdida, la OTAN está buscando una manera de salir del atolladero que consiga vender la derrota como una victoria. Ante la realidad sobre el terreno, la construcción de dicha narrativa se enfrenta a considerables dificultades: toca retorcer los hechos para acomodarlos a los intereses de los patrocinadores de la guerra en Ucrania. Aunque eso suponga dejar a Zelenski colgado de la brocha.

Abría fuego el propio Jens Stoltenberg en una reciente entrevista en Financial Times. Titulada con arrogancia, “Hasta ahora le hemos aguantado el farol a Putin”, el exsecretario general de la OTAN planteaba la posibilidad de que Ucrania se integrara a la alianza, aunque parte de su territorio siguiera bajo control ruso. Actualmente, el propio Zelenski lo cifra en un 27%, y subiendo.

Anterior jefe de la OTAN: Hasta ahora le hemos cogido el farol a Putin.

De ese modo, la adhesión de Ucrania a la OTAN, aunque dejándose pelos en la gatera, sería presentada como una victoria, ya que la alianza habría conseguido vencer la oposición frontal de Rusia a su incorporación. La estrategia consiste en presentar la incorporación de Ucrania a la OTAN como un hecho consumado. Por otro lado, no se reconocería la soberanía de Rusia sobre los territorios ucranianos conquistados, y la alianza se conformaría con una congelación del conflicto en las líneas actuales.

Para esquivar el espinoso artículo 5 de la OTAN, que prevé la mutua defensa de sus socios ante un ataque por parte de terceros, Stoltenberg sugirió que podría haber maneras de sortearlo si el territorio ucraniano considerado parte de la OTAN «no fuera necesariamente la frontera reconocida internacionalmente». «Cuando hay voluntad, hay formas de encontrar la solución. Pero se necesita una línea que defina dónde se invoca el Artículo 5, y Ucrania tiene que controlar todo el territorio hasta esa frontera», proseguía Stoltenberg. En otras palabras, que la parte de Ucrania que entraría en la OTAN sería la que efectivamente controlara el gobierno de Kiev.

El planteamiento de Stoltenberg adolece de un defecto primordial: da por hecho que Rusia va a aceptar como un hecho consumado la incorporación de Ucrania a la OTAN, y se avendrá a congelar el conflicto. Nada más lejos de la realidad. La implicación de Moscú en la guerra civil larvada en Ucrania desde 2014 se produjo, fundamentalmente, para evitar la adhesión de Ucrania a la alianza. Ahora que Rusia está avanzando en Donbass, e infligiendo graves pérdidas a las tropas ucranianas que se internaron en Kursk, carece de motivo alguno para ceder en su principal línea roja.

Los aliados de Ucrania ven más flexible a Kiev sobre el fin de la guerra.

Occidente sigue negociando internamente consigo mismo, sin tener en cuenta que para poner fin a la guerra con Rusia necesariamente tendrá que contar con la participación de Moscú. Ajena a este hecho, los medios occidentales recogen un aumento de la presión al gobierno de Kiev para que asuma unos planteamientos fantasiosos, que eluden enfrentarse a la tozuda realidad.

Como expliqué en un artículo anterior, la guerra en Ucrania no terminará hasta que no se tengan en cuenta los intereses de seguridad de Rusia, que ya fueron expuestos en sendos documentos enviados a Estados Unidos y a la OTAN, en diciembre de 2021. No se va a producir negociación alguna si las preocupaciones rusas por su seguridad no son tenidas en cuenta. Si occidente insiste en obviarlas, Moscú hará lo necesario para apuntalarlas, cueste lo que le cueste.

Entonces se verá si Estados Unidos salta a la arena para defender directamente su hegemonía; sigue alimentando la guerra en Oriente Próximo para tapar su fracaso en Ucrania; opta por montar otra guerra por intermediación contra China en Taiwán, o se resigna a compartir el liderazgo en el mundo multipolar que está naciendo. Dudo mucho que ocurra lo último, para desgracia de la humanidad.

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