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¿La democracia autoritaria está provocando una guerra cultural más?

16 de enero de 2023

Voy a usar la expresión “democracia autoritaria” para referirme al wokismo, el término que usa el filósofo José Antonio Marina en su blog El Panóptico, lo que dice mucho sobre el colonialismo cultural anglosajón que sufrimos. La elección de estas palabras, democracia autoritaria, a priori un oxímoron, adelanta mi opinión sobre los peligros que acechan tras una ideología, el woke, o wokeness, en inglés, que está provocando la principal batalla cultural y política de nuestro tiempo. Lo que quiero analizar es si esta conflagración se queda en mera guerra cultural; si trasciende lo que vienen a ser estas cortinas de humo; y si, finalmente, es correcto enmarcarla dentro del tradicional eje izquierda/derecha.

En mi opinión, no nos encontramos ante una guerra cultural más porque, en este caso, lo que se ventila son los valores más profundos – y supuestamente superiores – sobre los que se asientan las democracias occidentales. Estos principios son los que permitirían a este modelo de gobierno alzarse moralmente sobre otros paradigmas, a los que califica de autocráticos, o autoritarios. Si los valores, que son los cimientos, se resquebrajan, la alegada superioridad moral sobre la que se alzan las democracias desaparece. En este sentido, la guerra entre la “democracia autoritaria” y sus políticas identitarias contra las posiciones antagónicas constituiría la madre de todas las guerras culturales. Una contienda cuyas implicaciones sobrepasan el ámbito de las otras guerras, que se circunscriben a las sociedades occidentales, ya que afectan a la batalla por el relato que se está desarrollando en el tablero geopolítico mundial. Por tanto, habría que situarla en un nivel cualitativamente distinto, aunque compartiría con el resto de este tipo de guerras un hecho: que en principio no afronta la cuestión fundamental, que es el esquema de dominación capitalista, el sistema que está concentrando cada vez mayor riqueza en menos manos, en detrimento de capas cada vez más amplias de la población.

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Democracia, libertad de expresión, valores occidentales y otras leyendas urbanas

1 de diciembre de 2022

A la gallina le dejan elegir la salsa en que la van a cocinar, pero seguro que acaba en la cazuela. De esta forma describía Eduardo Galeano las democracias occidentales en uno de sus libros. La gallina es, obviamente, la metáfora de la ciudadanía. Nos están tratando de convencer de que por introducir un papel en una urna cada cierto tiempo, dejándonos escoger entre distintos tipos de salsa, vamos a escapar de la cazuela, y nada más lejos de la realidad. Con el advenimiento de las redes sociales, se ha agudizado la faceta guiñolesca de la política: personajillos mediocres que simulan atizarse con una garrota con el fin de ganar adeptos para la causa… de quienes manejan sus hilos.  Las escaramuzas se organizan siempre en torno a temas accesorios, porque nadie está dispuesto a tratar lo que al titiritero no le interesa: el modelo económico, la distribución de la riqueza. Hay vacas sagradas que quedan fuera de la gresca. A este trampantojo lo llaman democracia y cualquier reminiscencia de su etimología – gobierno del pueblo – hace tiempo que se perdió.

Es cierto que, formalmente, hemos progresado desde los tres estamentos del feudalismo – nobleza, clero y campesinado – pero lo hemos hecho porque la sociedad es más compleja y porque en 1789 se cortaron algunas cabezas. Nos guste o no, “La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva”, como dejó escrito Carlos Marx. Por lo que tenemos que preguntarnos quién está ejerciendo esa violencia, con mecanismos más sutiles, que en muchas ocasiones no precisan el derramamiento de sangre, para conseguir sus objetivos de manera más artera que en la sociedad feudal. Porque los objetivos de quienes detentan el poder económico siguen siendo los mismos que antes de que María Antonieta subiera al cadalso.

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Guerras culturales: la trampa para ocultar lo esencial

1 de septiembre de 2022

Los domadores de leones usan una silla, en lugar de un bastón, para mantener alejado al animal por un motivo: la silla tiene cuatro patas, y cada una de ellas es percibida como una posible amenaza por el felino. El león duda de cuál de los cuatro bastones es el que podría terminar golpeándole, lo cual, unido al entorno en el que se encuentra confinado, contribuye a desorientar al animal y coloca al domador en una posición de ventaja relativa. De un modo similar, quienes pastorean al rebaño humano no usan un solo bastón, sino múltiples, con el fin de desorientarnos y tenernos entretenidos, para ocultar lo verdaderamente esencial.  

Las guerras culturales son las patas de la silla del domador, que personifica el sistema capitalista. Una silla que no tiene cuatro patas, sino muchas, que contribuyen a polarizar a la población, a dividirla, lo que quiere decir debilitarla. Mientras la ciudadanía se dedica a auto ubicarse en uno de los frentes en los que las guerras culturales la fragmentan, se olvida de lo fundamental: que existe un sistema de dominación, en permanente proceso de perfeccionamiento, con el objetivo de extraer riqueza de las capas amplias de la población, desposeídas de los medios de producción, para transferirla a las élites que controlan el sistema financiero, las corporaciones y los medios de comunicación que, a su vez, construyen la narrativa que conviene a sus intereses, camuflándolos.

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