15 de febrero de 2023
Un gobierno que dimite en pleno, una presidenta con pasaporte de otro país, una franja del territorio independiente de facto, acusaciones a Rusia de estar instigando un golpe de Estado y Sergei Lavrov advirtiendo que Moldavia puede convertirse en la próxima Ucrania. ¿Qué está pasando en Moldavia? ¿Cómo puede afectar a la actual guerra entre Rusia y Ucrania, apoyada por la OTAN?
El 10 de febrero, la primera ministra de Moldavia, Natalia Gavrilita, anunciaba su dimisión lo que, según la constitución moldava, acarreaba la de su gobierno en bloque. El día anterior, la primera ministra había estado en Bruselas, donde se había reunido con Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, y Úrsula von der Leyen, presidenta de la Comisión. Posteriormente a su renuncia, Gavrilita declaró: «Si el gobierno tuviera tanto apoyo en Moldavia como en la Unión Europea, en Bruselas, habríamos logrado mucho más». Unas declaraciones que dan pie a preguntarse quién marca la agenda en la que estaba trabajando su gobierno.
La caída de la primera ministra se produce en un contexto de fuertes protestas ciudadanas por la carestía de la vida y los problemas de suministros energéticos, procedentes de Rusia. La inflación rebasa oficialmente el 30%. La factura de la luz de los hogares prácticamente se ha triplicado y la del gas, doblado. En septiembre de 2021, el país se mostró incapaz de pagar una deuda de 709 millones de dólares a Gazprom, por lo que la gasista rusa suspendió los suministros temporalmente, lo que provocó la instauración del estado de emergencia. En noviembre, Moldavia pagó parte de la deuda, pero en enero de 2022 anunció que no había conseguido un préstamo para seguir pagando los suministros.
Desde octubre de 2022, Gazprom ha reducido el volumen de gas suministrado a Moldavia en un 30%, aludiendo a las restricciones de tránsito a través de Ucrania. El descenso deja un déficit en el suministro de gas que Moldavia ha sido incapaz de suplir con otros proveedores. ¿Falta de liquidez o falta de alternativas? Con seguridad, una mezcla de ambas. Antes de iniciarse la invasión rusa de Ucrania, Moldavia dependía al 100% de los suministros de gas procedentes de Rusia.
Sin embargo, Maia Sandu, la presidenta del país, educada en Harvard, parece vivir en una realidad aparte, a juzgar por lo que ha escrito en su página de Facebook, tras la dimisión de su gobierno. Según ella, en Moldavia “tenemos estabilidad, paz y desarrollo”.
El mes pasado, Maia Sandu mencionó la posibilidad de unirse a una “alianza más grande”. Poco después, se reunió con el secretario general adjunto de la OTAN, Mircea Geoana, un político rumano. Sin embargo, la constitución de Moldavia consagra la neutralidad del país, por lo que las intenciones de la presidenta van claramente en contra de lo establecido en la carta magna. Conviene subrayar que Maia Sandu también tiene pasaporte rumano. No deja de ser chocante que el presidente de un país tenga pasaporte del país vecino, donde se habla el mismo idioma, y la unificación es un tema recurrente a ambos lados de la frontera. Según un sondeo, el 44% de la población de Moldavia estaría dispuesta a la unificación con Rumanía. Hasta el 74% de los habitantes de Rumanía votaría a favor en un referéndum, según otra encuesta. Preguntada por su opinión al respecto, Maia Sandu respondía que un proyecto de ese calibre solo podría acometerse con el respaldo de una mayoría suficiente de la sociedad.
A pesar de que Moldavia no pertenece ni a la Unión Europea ni a la OTAN, representantes de 50 países se reunieron en París en noviembre de 2021 con el fin de recaudar fondos para el país. Era la tercera vez que lo hacían. En el cónclave, Maia Sandu reconoció que los precios de la energía eran “inaccesibles para la población y la economía del país”. Simultáneamente, achacó a “grupos criminales respaldados por Rusia” la organización de las protestas de la población por esos precios “inaccesibles”. Según el analista Alexander Mercouris, Maia Sandu obtuvo una cantidad significativa de sus votos de manos de la diáspora moldava residente en Europa, que se inclina por las tesis europeístas. Se calcula que los moldavos residentes en el extranjero oscilan entre 600.000 y un millón, mientras que en Moldavia viven actualmente 2,5 millones, por lo que el voto de los emigrados es decisivo. En junio de 2022, la Unión Europea concedió a Moldavia el estatus de país candidato a la adhesión.
Cuando el ministro de Asuntos Exteriores, Sergei Lavrov, advierte que Moldavia puede convertirse en “la próxima Ucrania”, conviene intentar averiguar qué le ha movido a realizar semejante afirmación.
En diciembre de 2022, Moldavia suspendió las licencias de transmisión de seis canales de televisión en ruso, alegando una cobertura “insuficientemente correcta” de los acontecimientos en el país y de la guerra en Ucrania. El partido Shor, uno de los promotores de las protestas, junto al Partido Comunista, ha sido tildado de “prorruso” y afronta su ilegalización. El Ministerio de Justicia de Moldavia se está basando en informes del gobierno de Estados Unidos para acometer su prohibición. Los paralelismos con lo que acontece en Ucrania son evidentes.
Teniendo en cuenta la situación geográfica de Moldavia, su historia y su dependencia de las fuentes energéticas rusas, no resulta extraño que exista un sector de la clase política que se incline por un acercamiento a Rusia, antes que a la Unión Europea. La polarización existente en la sociedad respecto hacia qué bloque inclinarse se traduce en inestabilidad política.
El 9 de febrero los servicios de inteligencia de Moldavia confirmaron que habían recibido informes del SBU, su contraparte en Ucrania, que aseguraban que Rusia estaba preparando un golpe de Estado en Moldavia, pero eludieron pronunciarse sobre su contenido. El 13 de febrero, coincidiendo con la visita del viceministro de las Fuerzas Armadas del Reino Unido, y el viaje a Moldavia de José W. Fernández, Subsecretario de Estado para el Crecimiento y la Energía de Estados Unidos, fue cuando la presidenta no sólo dio credibilidad a los informes del SBU ucraniano en una rueda de prensa, sino que desgranó el supuesto contenido de los mismos: Rusia estaría preparando ataques a edificios estatales con toma de rehenes, bajo la apariencia de protestas ciudadanas, con el fin de instaurar “un gobierno ilegítimo”. Maia Sandu aprovechó la ocasión para pedir al Parlamento que apruebe pronto los proyectos de ley para reforzar el papel del SIS, los Servicios de Inteligencia y Seguridad.
Ahora toca situarnos un poco en el mapa. Moldavia está encajonada entre Ucrania y Rumanía. No tiene salida al Mar Negro, aunque desde el sur de la república hay pocos kilómetros hasta Odesa, una ciudad fundada en 1784, bajo el imperio de Catalina la Grande, por un español, José de Ribas, a la sazón almirante de la Armada Rusa. En seguida hablaré de Transnistria, esa franja al oeste del país.
Tras pertenecer al Rus de Kiev durante un tiempo, podemos rastrear los ancestros de la actual república hasta la fundación del Principado de Moldavia, por parte del Reino de Hungría, en 1346. Después de estar sometida al dominio del Gran Ducado de Lituania y posteriormente al del Imperio Otomano, la mitad occidental (Besarabia) pasó a manos del Imperio Ruso, tras la firma del Tratado de Bucarest, que puso fin a la guerra turco-rusa en 1812.
Rusia conservó la autoridad sobre el territorio tras la Guerra de Crimea y, tras la revolución rusa, Besarabia fue convertida en una de las repúblicas de la URSS en 1917, aunque al año siguiente pasó a formar parte de Rumanía, excepto la franja de Transnistria, que siguió integrada en la URSS. En 1940, la Unión Soviética solicitó a Rumanía la devolución de Besarabia y Bucovina del Norte, que se reincorporaron a la URSS bajo el nombre de República Socialista Soviética de Moldavia.
El gobierno de la URSS fomentó la creación del nacionalismo moldavo, con el objetivo de distinguir a la población moldava de la rumana. Entre otras medidas, la República Socialista de Moldavia adoptó el alfabeto cirílico para el moldavo, en contraste con la grafía latina que usaba Rumanía. Debemos recordar que rumano y moldavo son dos idiomas prácticamente idénticos, a salvo de los préstamos de otras lenguas y los cambios provocados por la adopción del alfabeto cirílico. Mientras en la antigua Besarabia predominaba la población moldava, en Transnistria se repartía a partes casi iguales entre rusos, moldavos y ucranianos. Muchos rusos eran inmigrantes venidos para trabajar en la industria pesada, situada en la margen izquierda del río Dniéster.
Durante la época soviética, la franja de Transnistria se mantuvo al margen del nacionalismo moldavo y preponderaba el multiculturalismo entre los tres grupos de población. El ruso era la lengua franca que utilizaban para comunicarse entre ellos.
Sin embargo, a finales de los años 80, el Frente Popular de Moldavia comenzó a abogar por el panrumanismo. En 1990, Moldavia adoptó la bandera tricolor rumana, distinguiéndose únicamente por un escudo en el centro. La perspectiva de una “rumanización” disparó las alarmas en la población multicultural de Transnistria, donde se creó el Consejo Unido de Colectivos Laborales (OSTK por sus siglas en ruso), que convocó huelgas para oponerse a lo que entendían como la imposición de la rumanización, también en el terreno lingüístico. El OSTK terminó constituyéndose en partido político. En 1990, Igor Smirnov ganó en las elecciones al candidato comunista y se puso al frente de la ciudad más importante de Transnistria: Tiráspol.
En el segundo de los dos congresos que reunieron a todos los diputados de Transnistria, se declaró la independencia de la franja el 2 de septiembre de 1990, e Igor Smirnov fue el primer presidente de la República Moldava Pridnestroviana, que es su nombre oficial. Dos meses después, las fuerzas armadas de Moldavia asaltaron el puente de Dubasari para intentar partir en dos la región de Transnistria. El ejército ruso intervino a favor de esta última y, tras dos años de guerra, la superioridad militar rusa forzó en julio de 1992 un alto el fuego, que incluyó la creación de una Comisión Conjunta de Control y una “zona desmilitarizada”. El acuerdo fue firmado por Boris Yeltsin y Mircea Snegur, a la sazón presidente de Moldavia.
Desde entonces, en Transnistria hay estacionado un contingente de unos 1.700 soldados rusos. Parte de esos efectivos están encargados de “mantener la paz”, una tarea de la que también se ocupa la misión de la OSCE allí desplegada. Asimismo, hay un Grupo Operativo del Ejército Ruso que custodia las 20.000 toneladas de munición remanente de la URSS. La franja, encajada entre Moldavia y Ucrania, es un territorio independiente de facto, pero que no es reconocido como tal ni siquiera por Rusia, sino únicamente por Abjasia, Osetia del Sur y Nagorno-Karabaj. Otros territorios en el limbo de la legalidad internacional. En 2006, la población de Transnistria reafirmó en un referéndum su voluntad de independizarse de Moldavia, así como sus deseos de integrarse en la Federación Rusa.
La última respuesta al independentismo por parte del gobierno de Moldavia ha consistido en la aprobación de una ley que contempla penas de prisión de dos a seis años para las “acciones separatistas”. Es decir, “las acciones cometidas con el objetivo de separar una parte del territorio de la República de Moldavia en violación de las disposiciones de la legislación nacional o de los tratados internacionales”. “La distribución de objetos, materiales e información que inciten a tales acciones” acarrean penas de prisión de dos a cinco años. La legislación introduce dos nuevos conceptos penales: «sujeto anticonstitucional» y «estructura de información ilegal», el último claramente dirigido a ilegalizar tanto a las personas como a los medios incómodos. Con la nueva ley en la mano, las autoridades moldavas podrían detener y encarcelar a los dirigentes de Transnistria. Teniendo en cuenta que la frontera con Ucrania está cerrada desde el comienzo de la invasión rusa, las posibilidades de moverse fuera de Transnistria se reducen a pasar por Moldavia.
En diciembre pasado, Maia Sandu afirmó que sólo contempla una salida pacífica al conflicto con Transnistria, y simultáneamente anunciaba que ya estaba trabajando en un plan para reunificar el país. Sin embargo, la aprobación de la legislación antiseparatista añade crispación política y dificulta las posibilidades de iniciar una negociación con la calma necesaria.
La posición estratégica de Transnistria en el conflicto bélico de Ucrania
Como vemos en este mapa, una captura de pantalla del canal en You Tube Military Summary, que analiza la evolución de la guerra en Ucrania, la posición de la franja de Transnistria la convierte en un baluarte estratégico dentro del actual conflicto armado. Su emplazamiento podría ser utilizado para realizar una maniobra de pinza sobre la costa de Ucrania en el Mar Negro que Rusia aún no controla.
No hace falta ser un experto analista militar para constatar que Rusia tiene entre sus objetivos ocupar los territorios de Ucrania lindantes con el Mar Negro. El CEPA, Centre for European Policy Analysis es de la misma opinión. Financiado por el gobierno de Estados Unidos, fabricantes de armas estadounidenses y la OTAN, el CEPA advierte que el control del Mar Negro es importante para Rusia, no sólo por sus conexiones históricas y culturales con Ucrania, Georgia y Moldavia, sino porque supone su puerta de salida al Mediterráneo Oriental, el Oriente Próximo y África.
El CEPA recomienda incrementar la presencia de la OTAN en la región, con una presencia naval de la alianza en el Mar Negro los 365 días del año, para lo que propone abrir una base naval en sus costas. A Estados Unidos, su patrocinador, el CEPA le sugiere “incrementar la asociación estratégica con Rumanía, así como incrementar las capacidades militares de este país para apoyar los requerimientos de la OTAN y de Estados Unidos en la zona, así como fomentar el liderazgo de Rumanía dentro de la OTAN en los asuntos regionales, cuando sea apropiado”. Asimismo, el CEPA le recuerda a su patrono que debe restablecer la confianza en sus relaciones con Turquía, ya que Ankara debe ocupar un papel central en los “esfuerzos de seguridad” en la región. Unas relaciones que atraviesan un profundo bache a cuenta de la solicitud de ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN, como traté en el artículo anterior.
Es en este contexto en el que hay que situar los esfuerzos del bloque occidental por incorporar a Moldavia a su esfera de influencia: las conferencias de donantes, su estatus de país candidato al ingreso en la Unión Europea, las declaraciones de su presidenta acerca de la posibilidad de integrarse en una “alianza mayor”, y su reciente reunión con el vicesecretario de la OTAN, otro político con pasaporte rumano, como la propia Maia Sandu. La presidenta ya ha confirmado el nombre del candidato para sustituir a Natalia Gavrilita: se trata de Dorin Recean, el actual consejero de seguridad nacional, firme partidario de la incorporación de Moldavia a la Unión Europea. Teniendo en cuenta que el partido de Sandu goza de mayoría absoluta en el parlamento, la confirmación por la cámara está asegurada.
El pasado mes de julio, el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, advertía que el formato 5+2 para intentar resolver el bloqueo de la situación se había suspendido de facto. Dicha estructura contemplaba a Moldavia y Transnistria como partes del conflicto; a Rusia, Ucrania y la OSCE como mediadores; y a los Estados Unidos y la Unión Europea como observadores. Cuando Sergei Lavrov advierte que Moldavia podría convertirse en “la próxima Ucrania”, se refiere al riesgo de que el bloque occidental instrumentalice la delicada situación de uno de los países más pobres de Europa para usarlo como ariete contra Rusia.
Si Rusia pudiera usar la posición estratégica de Transnistria para realizar una maniobra de pinza sobre el Mar Negro, Ucrania y quienes la apoyan podrían utilizar igualmente a Moldavia como punta de lanza para atacar Transnistria y desbaratar la posibilidad de que Rusia usara dicho enclave para alcanzar sus objetivos militares. Por el momento, el reciente sobrevuelo de dos misiles rusos, disparados desde el Mar Negro, sobre el espacio aéreo de Moldavia, ha provocado que el embajador ruso en Chisinau haya sido convocado para exigirle explicaciones. Ucrania se ha apresurado a añadir que los misiles también habían violado el espacio aéreo de Rumanía, un extremo que ha sido desmentido por el ministro de Defensa rumano.
Por último, un portavoz del Departamento de Estado, Vedant Patel, declaró que «En este momento, no tenemos indicios de una amenaza militar directa de Rusia contra Moldavia o Rumania. En términos más generales, apoyamos la soberanía y la integridad territorial de Moldavia, así como su neutralidad garantizada constitucionalmente».
El tiempo nos dirá si se mantiene esa neutralidad de Moldavia, a la que alude el representante del gobierno de Estados Unidos. O si, por el contrario, esa neutralidad se rompe, de un modo u otro, lo que significaría que la guerra, hasta ahora circunscrita al territorio de Ucrania, podría rebasar sus fronteras y extenderse por el resto de Europa. Las recientes visitas de altos cargos de los gobiernos de Reino Unido y Estados Unidos a Moldavia no hacen presagiar nada bueno.
Magnífico artículo. Muy trabajado y documentado. Enhorabuena a su autor
Muchas gracias por tu comentario, Sergio. Es una buena fuente de motivación para seguir trabajando en el blog. Saludos.
No es frecuente encontrar información relacionada con la guerra de Ucrania que analice seriamente factores que, no siendo centrales, tienen importancia para comprender el conflicto.
Muchas gracias.
Muchas gracias por tu comentario, Rafa. Me anima a seguir tratando asuntos que no suelen merecer atención en los medios de comunicación convencionales. Habría que preguntarse por qué prefieren ignorarlos. Saludos.