Siria y Turquía se aproximan en Moscú y Erdogan atasca la OTAN

1 de febrero de 2023

La reunión que mantuvieron en Moscú, el 28 de diciembre, los ministros de Defensa de Siria, Turquía y Rusia, acompañados de sus respectivos jefes de inteligencia, sobre la que informó la agencia de noticias turca Anadolu, ha encendido todas las alarmas en la Casa Blanca. El encuentro era el primero que se producía, a nivel ministerial, entre Siria y Turquía desde 2011. El despacho de la agencia recalcaba que la entrevista se había producido en una “atmósfera constructiva” y las partes habían acordado “continuar con el formato de las reuniones trilaterales para asegurar y mantener la estabilidad en Siria y en la región como un todo”. Este encuentro había sido precedido por una reunión de los jefes de inteligencia de los mismos países, también en Moscú, en enero de 2020.

El ministro de Defensa turco, Hulusi Akar, en el centro, y el jefe de inteligencia, Hakan Fidan, a la izquierda, a su llegada a Moscú para la reunión con sus homólogos del gobierno de Siria. Fotografía: Agencia Anadolu.

La reunión soliviantó inmediatamente al gobierno de Estados Unidos. El exanalista de la CIA y actual portavoz del Departamento de Estado, Ned Price, declaró que “No apoyamos a los países que mejoran sus relaciones o expresan su apoyo para rehabilitar al brutal dictador Bashar al-Assad. Instamos a los estados a considerar cuidadosamente el atroz historial de derechos humanos del régimen de Assad”. Turquía es miembro de la OTAN y, por lo tanto, un supuesto aliado de Estados Unidos. El exasesor de seguridad nacional John Bolton fue más allá, al señalar que la pertenencia de Turquía a la OTAN debería ser puesta en duda, dada su tibia actitud frente a Rusia en relación con la guerra en Ucrania y su bloqueo de la ampliación de la organización armada. Sobre todo, si Erdogan volvía a ganar las elecciones este año, “probablemente mediante fraude”, aseguraba Bolton, embarrando el terreno.

Lo que enerva a Estados Unidos es que la guerra civil que ha asolado Siria no se ha saldado con un cambio de régimen y que, además, los principales actores políticos en Oriente Próximo están asumiendo que la victoria en el conflicto corresponde a Bashar al-Assad. La reunión del ministro de Asuntos Exteriores de los Emiratos Árabes Unidos con el presidente sirio en Damasco, el pasado 4 de enero, confirma que Siria está saliendo, poco a poco, del ostracismo al que fue condenada por Occidente desde la represión de unas protestas ciudadanas, en marzo de 2011. Cada uno de los actores regionales aprovechó rápidamente los disturbios para mover sus piezas y apoyar a las distintas facciones que asomaron por las distintas grietas, de índole religioso, étnico y político, que fracturaban la sociedad siria. Por diferentes motivos, todos ellos coincidían en el común propósito de derribar el gobierno de Bashar al-Assad, por lo que las manifestaciones fueron instrumentalizadas hasta desatar una guerra civil abierta.  

Lo que solivianta a Estados Unidos es que Oriente Próximo se le está yendo de las manos. En una entrevista con Bloomberg, el ministro de finanzas de Arabia Saudita acaba de afirmar que su país está dispuesto a comerciar con otros países usando divisas distintas al dólar. Teniendo en cuenta que la parte del león de sus relaciones comerciales la representa el petróleo, el anuncio supone un torpedo en la línea de flotación del petrodólar, surgido tras el pacto de Richard Nixon y la Casa de Saúd en 1974. El hecho de que el ministro saudita lo haya recalcado en una entrevista a Bloomberg añade carga mediática a la afrenta de su contenido.

Si a estas declaraciones añadimos las realizadas en Davos por el ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudita, donde afirmó que su país se había acercado a Irán y ambos estaban tratando de encontrar un camino para el diálogo, las razones para la alarma en el Departamento de Estado se multiplican. Ambos países han sido adversarios acérrimos, aspirantes a convertirse en la potencia hegemónica en la región, y ahora inician un acercamiento que deja descolocada a la Casa Blanca. Sobre todo, teniendo en cuenta el peso como aliado que representa Arabia Saudita en la zona, y la trascendencia de esa aproximación hacia una de las bestias negras de Estados Unidos y su cabeza de puente en Oriente Próximo: Israel.

En este contexto, la reunión mantenida en Moscú resulta relevante por el cambio de posición de Turquía en relación con el gobierno de Siria, asolada por un conflicto que ha sumido al 90% de la población en la pobreza. Un destrozo causado por la propia guerra y las sanciones que ha sufrido el país. Unas sanciones que sólo han servido para deteriorar las lamentables condiciones en las que vive la ciudadanía siria y que han fracasado, como lo están haciendo las sanciones a Rusia, a la hora de detener la guerra o forzar un cambio de régimen.

Turquía disfruta de una posición geográfica que la convierte en pieza clave del tablero de Oriente Próximo. Histórico puente entre Asia y Europa, controla los estrechos del Bósforo y de Dardanelos, que conectan el Mar Negro y el de Mármara con el Mediterráneo. Su localización en el globo terráqueo dista del Atlántico Norte. Sin embargo, es miembro de la OTAN. Turquía está situada convenientemente al sur de Rusia, separada únicamente por el Mar Negro y el Cáucaso, patio trasero ruso, y es el país de la OTAN localizado más al este. Turquía tiene más de 500 kilómetros de frontera con Irán, en plena región del Kurdistán, otro avispero geopolítico.

Mapa de Oriente Próximo

Siria, por su parte, también goza de una posición estratégica en el mapa. Tiene frontera con Israel, que le arrebató los altos del Golán, considerados territorios ocupados ilegalmente por la resolución 242 de las Naciones Unidas, como todos los expoliados por Israel tras la guerra de los Seis Días, en 1967. Un dictamen al que Israel sigue haciendo caso omiso. Siria tiene frontera con Líbano, país con el que ha mantenido una tortuosa relación, y que durante un periodo se quedó en mero protectorado de Damasco. Por otra parte, los vínculos entre Siria y Rusia se remontan a los años 60 del siglo pasado. La única base naval de que dispone Rusia fuera de sus fronteras se encuentra en Tartus, en la costa mediterránea siria, una franja de casi doscientos kilómetros. Construida en 1971, es el único puerto en aguas calientes con acceso directo al canal de Suez del que dispone la nación eslava. Unas instalaciones que Rusia está ampliando actualmente.

Turquía aprovechó la guerra civil en Siria para apoyar a un grupo de desertores del ejército de Siria, que se agruparon en torno al Ejército Libre de Siria (Free Syrian Army, FSA), desde el inicio de los enfrentamientos. Además Turquía se apresuró a ocupar la zona norte de Siria, con el argumento de luchar contra las fuerzas del Partido de los Trabajadores del Kurdistán, a los que el gobierno turco califica de “terroristas”. Los objetivos de la ofensiva que finalmente se llevó a cabo sobre el Kurdistán sirio al este del Éufrates se encuentran en el siguiente gráfico, publicado por la prensa turca.

 Infografía: https://www.trt.net.tr/espanol/photogallery/infografia/los-objetivos-de-la-posible-operacion-de-turquia-al-este-del-eufrates

En el siguiente gráfico figura el mapa actualizado del reparto de las zonas de control por parte de los distintos actores políticos, y sus correlatos militares. Como vemos, Turquía ha conseguido ocupar una franja al sur de su frontera con Siria, al este de la que ya había ocupado con la Operación Escudo del Éufrates, en 2016, y la Operación Rama de Olivo, en 2018. Los objetivos alegados por el gobierno turco para justificar la invasión fueron eliminar al Estado Islámico del noroeste de Siria, así como impedir que las Unidades de Protección Popular (YPG por sus siglas en turco) y el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) establecieran un corredor a lo largo del norte de Siria. La segunda operación se dirigió igualmente contra las milicias YPG, a quien Turquía considera una rama del PKK, en el norte de Alepo.

Zonas de control en Siria por parte de los distintos grupos participantes en la guerra. Ilustración: Congressional Research Service. Armed Conflict in Syria: Overview and U.S. Response, noviembre 2022.

La guerra civil en Siria, como la de Ucrania, también es una guerra proxy, desgraciadamente para sus respectivas poblaciones. Las grandes potencias, en lugar de enfrentarse directamente, lo hacen en el territorio de un tercer país. En el caso de Siria, se da la paradoja de que dos supuestos aliados, en su calidad de miembros de la OTAN, Estados Unidos y Turquía, están apoyando facciones opuestas en la contienda.

Estados Unidos está sosteniendo a los kurdos de las Unidades de Protección Popular (YPG) con el argumento de que constituyen la fuerza más efectiva para luchar contra el Estado Islámico. Las YPG forman el grueso de las Fuerzas Democráticas de Siria (Syrian Democratic Forces, SDF), mientras que Turquía apoya al Ejército Libre de Siria (Free Syrian Army, FSA), formado por militares desafectos del gobierno de Bashar al-Assad. Ambos grupos supuestamente compartían el objetivo de eliminar al Estado Islámico en Siria, pero ha habido enfrentamientos armados entre ambos, con víctimas mortales.

Irán e Israel también juegan un papel en el dramático escenario de la guerra civil siria. La República Islámica apoya a las milicias de Hezbolá, que enviaron a miles de combatientes a Siria para combatir a favor del gobierno de Bashar al-Assad. El Estado sionista, acérrimo enemigo de Irán, se dedica a bombardear objetivos de Hezbolá en Siria, pero no sólo. También ha bombardeado en varias ocasiones el aeropuerto de Alepo y el de Damasco.  Según el analista geopolítico Sami Hamdi, los ataques son un aviso a Irán, para demostrar que Tel Aviv continuará resistiendo la imposición de una nueva dinámica política, en el caso de que finalmente se llegara a la renovación del acuerdo nuclear con Irán, del que Estados Unidos se retiró en 2018. Una posibilidad que la administración de Joe Biden ha descartado. En cuanto a Siria, los bombardeos a su infraestructura suponen un aviso de que Israel puede golpearle duro si facilita el atrincheramiento de Irán. El reciente ataque a una fábrica de drones en Irán, que funcionarios estadounidenses han atribuido a Israel, demuestra cuál es la fragilidad de la situación en la zona.

Tras este pequeño resumen del quién es quién en la guerra de Siria, volvamos a Moscú. La reunión celebrada allí entre los ministros de Defensa de Turquía y Siria, bajo los auspicios del ministro ruso del ramo, coincide en el tiempo con las resistencias que está mostrando Erdogan a la entrada de Suecia y Finlandia en la OTAN. Ambos movimientos simultáneos del presidente turco suponen una bofetada en el rostro a Joe Biden, que se suma a la que recibió por parte de Mohamed bin Salman en su visita a Arabia Saudita, cuando el jeque no sólo se negó a aumentar la producción de petróleo, como le reclamaba el presidente de Estados Unidos, sino que la redujo, en coordinación con Rusia, en el seno de la OPEP+.  

Aunque tras la reunión en Moscú, el periódico sirio Al-Watan publicó que Turquía había aceptado retirar su ejército del norte de Siria, una información reproducida incluso por la agencia rusa TASS, apenas un par de días después fuentes turcas desmintieron al portal de noticias Middle East Eye que tal acuerdo se alcanzara en la reunión. Sin embargo, la posición de Turquía respecto a Siria ha cambiado. El ministro de Asuntos Exteriores turco declaró que también se reuniría con su homólogo sirio, y el propio Erdogan, que llamó a Bashar al-Assad “asesino”, “terrorista” y “dictador” se ha mostrado dispuesto a reunirse con él. En Turquía hay cuatro millones de refugiados sirios, la inflación está en el 90% (oficialmente), y este año Erdogan se enfrenta a elecciones para renovar su cargo. Siria, por su parte, está recibiendo presiones de Rusia para llegar a algún tipo de acuerdo con Turquía. Un asunto que se trató en Moscú, la reapertura de la autopista M4, que conecta el norte de Siria de Este a Oeste, podría ser uno de los primeros pasos para engrasar un acuerdo de más alcance.

Mapa del norte de Siria. Las zonas punteadas están bajo control de Turquía. Ilustración: Middle East Eye.

El acercamiento de Siria y Turquía viene a sumarse a la negativa de esta última a aprobar la incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN. Este rechazo ha sido subrayado por Erdogan tras la quema de un corán en Suecia, frente a la embajada turca, por parte de Rasmus Paludan, lider del partido ultraderechista danés Stram Kurs. Una acción que fue repetida posteriormente por el mismo individuo en Copenhague, esta vez frente a una mezquita. En ambas ocasiones, los actos no sólo fueron permitidos por las autoridades, sino que el político gozó de la protección de un cordón policial.

El primer ministro de Suecia se excusó en la libertad de expresión, como parte fundamental de la democracia, a la hora de justificar la legalidad del acto. En el mismo tuit, manifestaba su “compasión” por los musulmanes que se hubieran sentido ofendidos por lo ocurrido. Yo me pregunto qué hubiera pasado si esa misma persona, o cualquier otra, hubiera solicitado permiso para quemar la bandera de Israel delante de su embajada en Estocolmo. A causa, por ejemplo, del último ataque de sus fuerzas armadas al campo de refugiados de Jenin, donde mataron a nueve palestinos. O si esa persona, o cualquier otra, hubiera solicitado autorización para quemar una biblia delante de una iglesia. ¿Habrían autorizado esos actos en nombre de la libertad de expresión? ¿Le habrían puesto un cordón policial para protegerle? Yo lo pongo en duda.

 

El doble rasero que muestran las autoridades de las democracias occidentales, y los medios de comunicación a su servicio, es una de las razones por las que su relato acerca de la guerra en Ucrania no ha cuajado en la mayoría del mundo: sólo el 36% de la población vive en países que condenan a Rusia o apoyan la narrativa occidental sobre el conflicto. Eso no quiere decir que la ciudadanía de dichos países esté de acuerdo con la posición que han adoptado sus gobiernos. En Alemania, una reciente encuesta desvela que el 80% de los alemanes considera más importante llegar a una solución rápida y negociada de la guerra en Ucrania, frente al 18% que opina que prefiere que Ucrania prevalezca en el conflicto. 

Dos tercios de la población mundial vive en países que son neutrales o se inclinan hacia Rusia en relación con la guerra en Ucrania. Ilustración: Economist Intelligence Unit.

El Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) es considerado una organización terrorista no sólo por Turquía, sino por la Unión Europea y Estados Unidos. Para aceptar la adhesión de Suecia y Finlandia a la OTAN, Turquía ha exigido la deportación de 130 “terroristas” que obtuvieron asilo político en los países nórdicos. En relación con este asunto, el primer ministro sueco, Ulf Kristersson, declaró el 11 de enero que “Turquía a veces nombra a personas que les gustaría extraditar de Suecia, y es bien sabido que la legislación sueca sobre eso… es muy clara: que los tribunales [toman] esas decisiones, no hay espacio para cambiar eso”. Sin embargo, Suecia ya había extraditado en diciembre a un miembro del PKK, que fue enviado en avión a Estambul, donde ingresó inmediatamente en la cárcel.

Además, el ministro de Asuntos Exteriores de Suecia declaró en noviembre: «Creo que es importante que haya una distancia entre esta organización (el PKK) y el lado sueco. (…) Creemos que hay dudas y problemas con respecto a quienes están dañando nuestra relación con Turquía.(…) Existe un vínculo demasiado estrecho entre estas organizaciones y el PKK, que es una organización terrorista incluida en la lista de la UE». El ministro Tobias Billstrom se refería a la milicias kurdas Unidades de Protección Popular (YPG) y a su rama política, el Partido de Unidad Democrática (PYD), organizaciones ambas emanadas del PKK. Aunque, como hemos visto, las Unidades de Protección Popular gozaron del apoyo de Estados Unidos en Siria, ahora que se ventila la incorporación de los países nórdicos a la OTAN, el criterio  parece estar cambiando. El ministro de Asuntos Exteriores sueco declaraba en la entrevista que “El valor principal es la membresía de Suecia en la OTAN”. Es lo que tienen los valores occidentales, que son reversibles en función de las circunstancias.

Mientras los países nórdicos deshojan la margarita de los principios que les conviene aplicar en esta ocasión (respeto al Estado de Derecho y al asilo político concedido por los tribunales o, por el contrario, se decantan por extraditar a los activistas kurdos), los Estados Unidos siguen aprovechando la presencia de sus fuerzas armadas en Siria para hacer lo que mejor se les da: apropiarse de recursos ajenos. En este caso, del petróleo sirio. Usando el paso fronterizo de Al Walid, al noroeste de Siria, largas filas de camiones cisterna cruzan regularmente la frontera para transportar el petróleo a las bases que Estados Unidos aún conserva en Irak, donde todavía quedan 2.500 militares estadounidenses, en contra de la voluntad del gobierno iraquí. Desde allí, el crudo es trasladado a Estados Unidos o bien exportado a países de Oriente Medio. Según cálculos del gobierno sirio, el expolio de petróleo y cereales por parte de Estados Unidos le ha costado al país 100.000 millones de dólares desde 2011 hasta mediados de 2022.

El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, comentó el 10 de enero que Suecia y Finlandia se convertirían en miembros de la alianza, a pesar de los obstáculos. Stoltenberg se mostró confiado en que su ingreso sería ratificado por todos los parlamentos de los países de la alianza, “y esto va también por Turquía”, señaló explícitamente. Erdogan le contestó el 29 de enero: “Podemos responder de manera diferente a Finlandia si es necesario. Suecia se sorprendería si respondiéramos de manera diferente a Finlandia”. El presidente de Turquía daba a entender que podría aprobar el ingreso de Finlandia, no así el de Suecia. Veremos qué es lo que nos depara el futuro.

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