3 de enero de 2024
La Unión Europea pretende sortear el veto de Hungría endeudándose
Después de que Alemania, el primer contribuyente de la Unión Europea, pasara años renegando de los eurobonos, la Unión Europea está valorando ahora un plan para endeudarse y soslayar así el veto de Víktor Orbán a entregar 50.000 millones adicionales a Ucrania. De esa cantidad, 33.000 serían préstamos, y 17.000, ayudas a fondo perdido. En 2011, Ángela Merkel sostenía que los eurobonos supondrían “colectivizar” la deuda. La canciller alemana añadía que desincentivaría que cada país adoptara las medidas pertinentes para estabilizar sus economías. Era la época del austericidio.
En 2015, cuando Grecia, un país miembro de la Unión Europea, atravesaba una severa crisis económica, Bruselas la sometió a un chantaje brutal para que adoptara medidas draconianas de austeridad, a cambio de un préstamo de 50.000 millones. En ningún caso contempló la Unión un salvavidas en forma de deuda avalada por los Estados miembros.
Sin embargo, en el caso de Ucrania, que no es miembro de la Unión Europea, una fuente diplomática europea dejaba bien claro que hay una decisión política tomada para seguir financiando al gobierno de Kiev, del modo que sea: «No hay un plan B, hay varios. Si hace falta llegaremos hasta el Z». Así pues, el Financial Times se quedaba corto cuando titulaba que “La UE prepara un plan B de 20.000 millones de euros para financiar a Ucrania”.
Según este diario, el plan consiste en que los Estados participantes emitan garantías al presupuesto de la Unión Europea, que permitirían a la Comisión Europea recaudar en los mercados de capitales hasta 20.000 millones. Esta opción no precisa que los 27 Estados emitan garantías, siempre y cuando los principales participantes en la operación incluyan países con altas valoraciones de crédito. Es decir, Alemania y los denominados “frugales”. Aunque no se trata de una deuda mutualizada, pues no se requiere la implicación de todos los miembros, sí que se puede hablar de una deuda compartida por los Estados que aporten las garantías. No son eurobonos, pero se le parecen mucho.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué la Unión Europea tiene que endeudarse para financiar a un Estado ajeno, por mucho que acabe de acordar abrir conversaciones para que se incorpore en el futuro? Una hipótesis que Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, situaba no antes de 2030. Teniendo en cuenta la situación en el frente de guerra, la conjetura de Michel está sembrada de incertidumbres.
El fracaso del “proyecto Ucrania” supone el descrédito de occidente
Estados Unidos le vendió a la Unión Europea la piel del oso ruso antes de cazarlo. El planteamiento de Washington fue el siguiente: primero encargamos a la OTAN que prepare a Ucrania para la guerra, desde el golpe del Maidán, en 2014, usando la estratagema de los acuerdos de Minsk para ganar tiempo. Además, prometemos a Ucrania que va a entrar en la OTAN. Finalmente, intensificamos los bombardeos ucranianos sobre la población rusa de Donbass. Entonces, seguro que los rusos no aguantan más y les forzamos a invadir. Así lo pronosticaban numerosos expertos estadounidenses, que advertían de la respuesta segura que dicha estrategia iba a generar.
La invasión rusa de Ucrania, presentada por los medios occidentales como una guerra “no provocada”, ha sido de las más concienzudamente provocadas de la Historia.
Cuando los rusos invadan, continúa el relato de la Casa Blanca, ya tendremos preparadas unas sanciones económicas que van a hacer crujir su economía, a destruir el rublo y provocar un levantamiento popular contra “el régimen de Putin”. Ya estaremos nosotros allí para echar una mano y cambiarlo, como hemos hecho decenas de veces en otros países. Cuando consigamos el cambio de régimen en Moscú, todo estará chupado. Colocaremos en el Kremlin a un pelele al estilo de Yeltsin, y nos apropiaremos de los ingentes recursos naturales de Rusia. Mejor aún, apuntaban los europeos: la trocearemos en partes, montaremos repúblicas autónomas, y así el expolio sea más sencillo.
El problema es que el plan de Washington, jaleado por Bruselas, ha fallado irremisiblemente. Como he documentado en este blog, la economía rusa no sólo no ha crujido, sino que las sanciones han suscitado un proceso de sustitución de las importaciones, que ha propiciado un crecimiento de la producción industrial. Dimitri Medvedev, vicepresidente del Consejo de Seguridad Nacional de Rusia, agradecía irónicamente a occidente haber puesto en marcha las sanciones, ya que habían propiciado un incremento del PIB en Rusia, mientras Europa se tambalea hacia la recesión.
Por si faltaba algo, se ha cruzado por medio la nueva ronda de genocidio y limpieza étnica de la población palestina a cargo del Estado sionista, una execrable tarea para la que está demostrando su amplia experiencia y repugnante efectividad. La guerra de Ucrania ha sido relegada de los titulares, incluso de la cabecera del Washington Post. Señal del fracaso del proyecto, que deja a sus promotores a los pies de los caballos. La mayoría global del planeta está tomando buena nota de la decadencia de Estados Unidos y sus escasos aliados en esta aventura: la UE, Japón, Canadá, Australia y Corea del Sur. Y para de contar.
Redefinir la derrota como una victoria y el robo como algo legal
Estados Unidos se ha visto forzado a admitir que en Ucrania las cosas no van según el plan. Así que los cerebros que manejan a Biden están preparando, a marchas forzadas, un cambio de narrativa para prolongar su guerra proxy contra Rusia.
De entrada, el nuevo relato viene impuesto por las dificultades para encontrar respaldo en el Congreso para seguir inyectando decenas de miles de millones de dólares al gobierno de Zelenski, calificado por algunos políticos europeos como un “agujero negro”. Para intentar convencer a los republicanos reacios a seguir financiando a Ucrania, la administración de Biden ha sacado un nuevo argumento: en realidad, muchos de esos miles de millones no van a parar a Kiev, sino a distintos Estados norteamericanos, donde se fabrican municiones y otras armas. Se trata de mantener la guerra viva hasta que se celebren las elecciones presidenciales, en noviembre de 2024. Largo me lo fías.
Por si acaso el Congreso termina oponiéndose a seguir metiendo dólares en el agujero negro, Estados Unidos ha propuesto al G7 un plan para “confiscar” 300.000 millones de dólares de activos rusos depositados en bancos occidentales, según Financial Times. Por el lado europeo, Alemania, Francia e Italia expresaron dudas sobre la legalidad de esta medida. Convertir el robo en algo legal debe suponer ciertas dificultades jurídicas, incluso para los antiguos imperios coloniales, construidos sobre el expolio de los recursos ajenos.
El premio Nobel de Economía Robert Shiller ha advertido que la “confiscación” de los activos rusos supondría un “cataclismo” para el dólar: “Esto destruirá el halo de seguridad que rodea al dólar y será el primer paso hacia la desdolarización, hacia la que muchos se inclinan cada vez más con confianza, desde China hasta los países en desarrollo, sin mencionar a la propia Rusia”. A pesar de los avisos que está recibiendo, no parece que occidente vaya a modificar su estrategia de huida hacia adelante, aunque las consecuencias sean tremendamente nocivas para sus propios intereses.
Simultáneamente, se está modificando la narrativa para vender como una “victoria” el hecho de que Rusia no haya borrado a Ucrania del mapa. Es lo que dijo Joe Biden frente a Zelenski en la Casa Blanca, el 12 de diciembre. En junio del año pasado, el propio Zelenski reconocía que Rusia controlaba aproximadamente un 20% del territorio de Ucrania. Tras los recientes avances rusos en Marinka y Avdeevka, probablemente ya sea más.
Si tomamos en consideración el papel de los medios occidentales para transmitir los mensajes del poder, habrá que colegir que algunos en la administración Biden dan por perdidos dichos territorios. Así habría que entender este titular de The New York Times: “Ucrania no necesita todo su territorio para derrotar a Putin”.
La teoría del dominó para seguir financiando la guerra en Ucrania
En sus giros de narrativa, occidente está cayendo presa de las contradicciones: por un lado, presenta la resistencia de Ucrania como una “victoria”. Pero tal victoria no debe de ser tal cuando, por el otro lado, esgrime la teoría del dominó. Un artículo de un ex alto cargo de la OTAN, publicado en el Atlantic Council, lo resume así: “Si Occidente flaquea en Ucrania, los Estados bálticos e incluso Polonia estarían directamente en la mira de Putin, aumentando las posibilidades de que Estados Unidos se involucre directamente debido a sus obligaciones en virtud del tratado de la OTAN”.
Mike Pompeo, ex secretario de Estado y ex director de la CIA, abundaba en el argumento: “Si Putin gana, no se detendrá en la frontera con Ucrania. Nuestros aliados y nuestros intereses enfrentarán una amenaza cada vez mayor, y el costo para Estados Unidos será mucho mayor. Es de nuestro interés fundamental proporcionar a Ucrania las armas para ganar y poner fin a la guerra”.
El mensaje está claro: los belicistas reclaman que continúe la financiación de la guerra en Ucrania. Con Estados Unidos enfrentando dificultades para conseguirlo, con su atención puesta en Israel y Oriente Próximo, ahora toca meter miedo a la población occidental con la posibilidad de que Putin no se pare en Ucrania.
Sin embargo, no parece que esas sean las intenciones de Putin. En unas recientes declaraciones, analizadas en profundidad aquí, el presidente de Rusia dejaba claro que no tenía interés alguno en el oeste de Ucrania, no digamos ya en otros países. Putin ha dicho que Rusia es un país muy grande, y que no le interesa adquirir más territorios. Entonces, rebatirán algunos ¿a qué viene la invasión de Ucrania? Putin lo aclaró: la motivación de Rusia fue la de proteger a la población rusa que vive en esos territorios que ahora controla, parcialmente.
Después de afirmar que Ucrania había sido “regalada” por Lenin cuando levantó la Unión Soviética, el presidente de Rusia dejaba clara su opinión sobre la costa del Mar Negro: «Todo el sureste de Ucrania siempre ha sido prorruso, porque históricamente son territorios rusos. Turquía lo sabe bien, toda la costa del Mar Negro pasó a manos de Rusia como resultado de las guerras ruso-turcas. ¿Qué tiene que ver Ucrania con esto? No tiene nada que ver con eso. Ni Crimea, ni toda la costa del Mar Negro en general».
En mi opinión, la guerra continuará hasta que Moscú controle todos los territorios de Ucrania poblados en buena medida por población rusa o rusófona. Eso significaría anexionarse toda la costa ucraniana del Mar Negro, quién sabe si incorporando también a Transnistria, esa franja pegada a Moldavia, independiente de facto, donde hay estacionado un contingente ruso. También hay población rusa en otras regiones, como Járkov y Dnipropetrovsk, cuyas capitales fueron fundadas hace siglos por el zar Alejo I y por Catalina La Grande, respectivamente. Putin también ha advertido que Odessa es una ciudad rusa.
Pero occidente no va a dejar que la realidad le estropee un buen titular, y Borrell insistía en que la propia existencia de Europa está en juego si Putin gana en Ucrania.
Las opciones de la OTAN: pocas y malas
Quienes diseñaron la operación para usar a Ucrania como un ariete contra Rusia se encuentran en una posición muy delicada. Está en juego el prestigio de la OTAN. Ante la tesitura actual, tienen pocas opciones para salvar la cara. Veamos cuáles son.
La primera opción es la de intentar presentar el actual statu quo como una victoria de Ucrania y tratar de congelar el conflicto a la coreana, una posibilidad que analicé en otro artículo, pero que carece de interés para Rusia, que no se fía de occidente tras el fiasco de los acuerdos de Minsk.
La segunda opción es seguir alimentando la guerra hasta las elecciones presidenciales en Estados Unidos, que es quien lleva la batuta, y confiar en la providencia para que ocurra algo que favorezca a Ucrania.
La tercera opción es la de orquestar una operación de falsa bandera, en la que Rusia aparezca como autora de alguna barbaridad, con el fin de justificar una escalada. Aunque la veo improbable, no hay que descartarla, teniendo en cuenta que Estados Unidos tiene amplia experiencia en esas artimañas en anteriores conflictos: contra España en Cuba, en Vietnam, etc.
La cuarta opción es cambiar de caballo en Kiev, donde los enfrentamientos entre Zelenski y el general en jefe, Zaluzhni, son palmarios y recogidos por los medios occidentales. Yulia Timoshenko, ex primera ministra, casualmente acaba de dar una entrevista, tras un largo tiempo en silencio. Zelenski se niega a negociar con Putin, de hecho lo ha prohibido por decreto, pero si occidente quiere jugar la carta de la negociación, puede verse tentado a cargarse esa figura, en cuyas relaciones públicas tanto ha invertido. No sería el primer juguete roto que abandona Estados Unidos.
La quinta opción no es tal: consiste en que Rusia alcance sus objetivos y occidente se vea obligado a asumir unos hechos consumados, que podrían incluir la creación de un “rump state” con los restos de Ucrania en los que Rusia no esté interesado, léase Kiev y Ucrania central, pero bajo el control de Moscú, para impedir cualquier avenencia con occidente.
Quedaría la incógnita de lo que sucedería con los territorios en el oeste de Ucrania que, antes de la existencia de dicho país, pertenecían a otros Estados, como Polonia, Hungría o Rumanía. Unos territorios que a Rusia no le interesan, al no haber población rusa, como ya ha dejado caer Putin.
La Unión Europea queda aislada, a merced de Estados Unidos
El único éxito que se puede apuntar Estados Unidos en su “proyecto Ucrania” consiste en haber levantado un nuevo telón de acero entre la Unión Europea y Rusia. Putin expresaba recientemente la profunda desconfianza que le representa Europa, y se echaba las culpas por haber confiado en occidente y haber intentado alcanzar una entente cordial. Un análisis de sus declaraciones lo encontramos aquí.
Las posibilidades de que se recompongan las relaciones entre la Unión Europea y Rusia son remotas, incluso a largo plazo. A no ser que medie un “cambio de régimen” en Moscú, algo que parece poco probable. El modelo de negocio en el que se basaba la locomotora de la UE, Alemania y, por ende, el resto del bloque se ha desmoronado. Se acabó la energía rusa barata, abundante y cercana. Lo ha reconocido hasta Josep Borrell. Rusia ha encontrado otros clientes y no necesita a Europa, que ha quedado a merced de la energía, lejana y mucho más cara, procedente de Estados Unidos y otros proveedores, que tienen la sartén por el mango.
Flujos mensuales de petróleo transportado por mar desde Rusia, por destinos (millones de barriles). Gráfico: Financial Times.
Todo un océano separa a Europa de Estados Unidos. Es algo que a la élite europea se le olvida. Si finalmente Rusia se hace con el control de Ucrania, lo cual es muy posible, Washington no tendrá problema en abandonar el proyecto, al igual que salió corriendo de Vietnam o Afganistán, dejando esta vez a Europa en la estacada. Como decía al principio, la Unión Europea está valorando endeudarse para correr con la factura de seguir prolongando una guerra que diseñó Estados Unidos, persiguiendo sus intereses, contrarios a los de Europa.
El objetivo de occidente de aislar a Rusia internacionalmente también ha fracasado, según reconoce hasta The New York Times. Moscú se ha limitado a girar hacia el este, y la mayoría del mundo percibe la guerra en Ucrania como lo que es: un conflicto entre occidente y Rusia, y actúa en consecuencia.
Sin embargo, las élites europeas siguen abrazando la causa estadounidense con ardor, y la Unión Europea acaba de implementar el duodécimo paquete de sanciones contra Rusia. A sabiendas de que tales medidas han tenido el efecto opuesto al que perseguían: han debilitado a Europa y han fortalecido a Rusia. Han perjudicado a la ciudadanía europea, por cuyos intereses nuestros dirigentes debían velar. Y están tomando decisiones trascendentales para el continente sin que medie debate público alguno, tildando de “prorrusos” a quienes contradicen el discurso oficial.
La tan cacareada democracia europea de democracia tiene cada vez menos y sus élites parecen más preocupadas de hacer méritos de cara a sus carreras políticas que de ocuparse de lo que deberían: aumentar el bienestar de la ciudadanía.
Mientras tanto, Estados Unidos sigue intentando fabricar una realidad en sus discursos que no existe más allá de sus ensoñaciones imperialistas. Antony Blinken señalaba en rueda de prensa que “En un año de profundas pruebas, el mundo miró a Estados Unidos para que liderara. Lo hicimos”. Si hay que hacer un balance de 2023, éste se ha caracterizado por lo contrario: la mayoría del mundo está dando la espalda a Washington.