6 de febrero de 2024
Las élites pretenden convencernos de que Rusia atacará a la OTAN si no es vencida en Ucrania
Después de haber reconocido el fracaso de la contraofensiva de Ucrania, y de admitir que no prevé que el gobierno de Kiev recupere territorios en 2024, Estados Unidos está diseñando una nueva estrategia para la guerra en Ucrania. Por si acaso a alguien todavía le quedaba alguna duda del carácter de guerra subsidiaria del conflicto, que en realidad comenzó en 2014.
Según filtraciones al Washington Post, la nueva estrategia consistiría en “ayudar a Ucrania a defenderse de nuevos avances rusos mientras avanza hacia un objetivo a largo plazo de fortalecer su fuerza de combate y su economía”. Sin embargo, la narrativa que están construyendo los medios de comunicación convencionales para reformular la conflagración, a la vista del fracaso del esfuerzo de los 37 países que han aportado ayuda militar, financiera o humanitaria a Ucrania, es muy distinta.
En una clara coordinación, unos días más tarde, el diario El País enviaba a los lectores en español el mismo mensaje.
En mi artículo anterior, ya me ocupé de “la teoría del dominó” que estaban esparciendo las élites y sus serviciales medios: “Si Putin gana, no se detendrá en la frontera con Ucrania”, resumía el exdirector de la CIA, Mike Pompeo. Por si este argumento no fuera suficiente para asustar a la población de Europa, quien se vería afectada por las supuestas ambiciones imperiales de Putin, asistimos a una cascada de declaraciones de altos cargos de la OTAN y de los gobiernos europeos, alarmando con la supuesta inevitabilidad de una guerra directa con Rusia.
Con el objetivo de manufacturar el consentimiento de la ciudadanía europea a un escenario tan apocalíptico, el de una guerra entre potencias nucleares, el bombardeo mediático al que nos someten va in crescendo.
El 19 de enero, Rob Bauer, el almirante al frente del Comité Militar de la OTAN, advertía de que “no todo va a ser guay en los próximos 20 años”, añadiendo: «No estoy diciendo que mañana vaya a ir mal, pero tenemos que darnos cuenta de que no podemos dar por descontado que estemos en paz. Por eso tenemos planes, por eso nos estamos preparando para un conflicto con Rusia y los grupos terroristas si llega el momento». Nótese la vecindad de las palabras “Rusia” y “terroristas” en la frase.
El mismo día, Emmanuel Macron pedía a los industriales de defensa de Francia una transición a una “economía de guerra”, para poder seguir suministrando armas a Ucrania, porque «no podemos dejar que Rusia piense que puede ganar (…) Una victoria rusa es el fin de la seguridad europea». Macron utilizó la expresión “economía de guerra” seis veces en su discurso, por si quedaba alguna duda.
El mismo día – qué casualidad – el ministro de Defensa de Alemania, Boris Pistorius, afirmaba que Rusia podría atacar un país de la OTAN en un plazo de entre 5 y 8 años. El día anterior, el ministro de Asuntos Exteriores de Lituania abundaba en la “teoría del dominó”. Gabrelius Landsbergis declaraba que “Si Ucrania no derrota a Rusia, la victoria de Moscú no acabaría bien para Europa”.
Tres días más tarde, el 22 de enero, haciéndose eco de un artículo en el tabloide británico The Sun, La Razón reproducía las advertencias de varios “expertos” acerca de la necesidad imperiosa de una victoria de la OTAN frente a Rusia en Ucrania. Richard Barrons, exjefe de la Fuerzas Conjuntas del Reino Unido, opinaba que Putin ya considera el conflicto en Ucrania como una guerra contra la OTAN (como si no lo fuera), y que “se volverá contra la OTAN cuando no esté tan centrado en Ucrania”. El coronel estonio Andrus Merilo subía el tono: «Ucrania tiene que ganar esta guerra, no hay alternativa, o cualquier nación de la OTAN estará en riesgo».
Tan sólo tres días después, el líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, señalaba que «Europa debe crear disuasión, debemos ser capaces de disuadir y defendernos. (…) Todos sabemos que cuando las cosas se ponen difíciles, la opción nuclear es la realmente decisiva». Ante la perspectiva de una posible victoria de Donald Trump en noviembre, Weber enviaba un mensaje que no se corresponde con el papel de subordinación a Washington que ha adoptado la Unión Europea: «Independientemente de quién resulte elegido en Estados Unidos, Europa debe poder valerse por sí sola en términos de política exterior y poder defenderse de forma independiente».
Y para rematar, sólo faltaba Josep Borrell. En una columna para Le Nouvel Observateur, recalcaba que “La victoria de Ucrania es la mejor garantía de seguridad para Europa” y prevenía contra “las tentaciones de conciliación”. Borrell aprovechaba la ocasión para pedir el suministro de misiles de largo alcance a Ucrania y otras armas avanzadas, así como “un renacimiento de la industria de defensa europea”.
Para Borrell, el incremento del gasto en defensa de la Unión Europea en un 40% desde 2014 es insuficiente. También se lamenta de que la industria de defensa europea se vea “reducida a su capacidad de producción en tiempos de paz”. Con otras palabras, está exigiendo lo mismo que Macron: pasar a una economía de guerra.
¿El regreso de la mili obligatoria en Europa?
Ante un conflicto que ha ido disminuyendo su presencia en los medios de comunicación de masas, del que no se habla en los bares, y que la OTAN está perdiendo frente a Rusia, la estrategia de Estados Unidos y sus vasallos europeos se ha decantado por intentar mentalizar a la población de que Rusia va a escalar el conflicto, atacando países de la OTAN, si no es vencida en Ucrania.
El objetivo es meternos miedo, una de las palancas más efectivas para manipular al ser humano.
En lugar de reconocer su fracaso, lo que pondría a las élites en la picota, y a la ciudadanía en disposición de exigir responsabilidades políticas, nuestros dirigentes están optando por meternos en una dinámica de guerra directa contra la mayor potencia nuclear del mundo. Como si no hubieran aprendido nada de lo que está sucediendo en Ucrania, a pesar de los miles de millones inyectados en aquel país.
Las élites tratan de involucrar a la ciudadanía en sus planes de guerra, de convencernos de la inevitabilidad de su agenda política, como si no existieran alternativas para resolver los conflictos que instiga Estados Unidos en el mundo, para asegurar su primacía, en detrimento de sus propios aliados. Basta ver la situación a la que se ha visto abocada Europa desde el comienzo de la guerra en Ucrania.
El general Sir Patrick Sanders, jefe del ejército británico, insinuaba una recuperación del servicio militar obligatorio, refiriéndose a la necesidad de crear un “ejército ciudadano”. En su opinión, el ejército profesional del Reino Unido es demasiado pequeño para aguantar durante mucho tiempo una guerra contra Rusia. Aunque el gobierno rechazó esta posibilidad, calificándola de “no útil”, otros países europeos como Letonia y Suecia han desempolvado formas de servicio militar. Boris Pistorius, el ministro de Defensa alemán, dijo en diciembre que estaba “considerando todas las opciones”.
El ministro de Defensa británico, Grant Shapps, conmina a los transeúntes a entrenarse y equiparse para la guerra, ahora.
En el mismo sentido van las palabras de Carl-Oscar Bohlin, ministro de Defensa Civil de Suecia, que declaró ante un público atónito que “la guerra podría llegar a Suecia” y que la nación necesitaba prepararse para ello, rápidamente. El comandante en jefe del ejército sueco, Micael Bydén, intervino para remachar el mensaje: “La guerra de Rusia contra Ucrania es sólo un paso, no un final”. En una entrevista televisiva posterior, Bydén dijo que todos los suecos debían prepararse para la guerra: «Necesitamos darnos cuenta de cuán grave es realmente la situación y que todos, individualmente, deben prepararse mentalmente«.
Conviene recordar que fueron Napoleón y Hitler quienes invadieron Rusia, con los resultados ya conocidos. También resulta pertinente subrayar, porque occidente está enfrascado en reescribir la historia, que fueron las tropas del Ejército Rojo, y no las aliadas, las que liberaron Berlín. Fue la Unión Soviética quien puso toda la carne en el asador para librar a Europa de los nazis, dejándose en el empeño entre 26 y 27 millones de muertos. Por poner las cifras en perspectiva, los Estados Unidos sufrieron 420.000 víctimas mortales en la Segunda Guerra Mundial.
Los medios de comunicación occidentales y Hollywood llevan décadas trabajando para cambiar la percepción de la población sobre la importancia del papel de la URSS en la SGM. En 1945, en una encuesta realizada en Francia, el 57% de los sondeados pensaba que había sido Moscú quien había contribuido en mayor medida al esfuerzo bélico, frente al 20% que mencionaba a Estados Unidos. En 2004, cuando se repitió la encuesta, las cifras se habían invertido: sólo el 20% mencionaba a la URSS en primer lugar. La reescritura de la historia es otra pata de la estrategia para desprestigiar la imagen de Rusia.
Occidente trata por todos los medios de demonizar a Putin, porque se negó a ser otro Yeltsin que siguiera facilitando el saqueo. Se esfuerza por presentar a Rusia como una amenaza contra la democracia, mientras difama o condena al ostracismo a todos quienes disienten de la narrativa oficial, como le ha pasado al actor y comediante Russell Brand, tras unas oportunas acusaciones anónimas de abuso sexual. En algún caso se les deja morir en una prisión en Ucrania, como ha ocurrido recientemente con Gonzalo Lira, cuyos análisis, aún disponibles en redes sociales, incluían opiniones que cuestionaban el relato fabricado por occidente.
Por qué el establishment presenta a Trump como una amenaza
Manfred Weber, el citado líder del Partido Popular Europeo, se refería a la hipotética elección de Donald Trump como próximo presidente en los siguientes términos: «Queremos la OTAN, pero también tenemos que ser lo suficientemente fuertes como para poder defendernos sin ella o en tiempos de Trump». Daba así por sentado que, en el caso de una victoria de Trump, Estados Unidos iba a dejar colgada de la brocha a la Unión Europea, si Rusia no se contentara con el control de Ucrania y avanzara sobre países de la OTAN.
Titular de Politico del 25 de enero de 2024
Según el comisario francés Thierry Breton, en una tensa reunión en 2020, Donald Trump le dijo a Úrsula von der Leyen que Estados Unidos nunca acudiría en ayuda de Europa en el caso de que fuera atacada, y que la OTAN estaba muerta. Sin embargo, el propio Trump relataba en un reciente mitin que, gracias a esa estrategia, consiguió que la Unión Europea aumentara su gasto en defensa en “miles y miles de millones de dólares”.
En la campaña electoral tras la que fue elegido presidente, Donald Trump estableció como una de las metas de su política exterior establecer relaciones estrechas con Rusia. A raíz de estas intenciones, el Partido Demócrata fabricó el denominado “Russiagate” a partir del “dossier Steele”, redactado por un exagente de inteligencia británico, que recibió 160.000 dólares del Comité Nacional del Partido Demócrata y del equipo de campaña de Hillary Clinton. El objetivo era vincular el éxito de Trump a una supuesta interferencia de Rusia en el proceso electoral estadounidense.
Los poderes fácticos que manejan la agenda política en Estados Unidos han apostado por el Partido Demócrata. Trump siempre resultó un personaje incómodo para el establishment. Inmediatamente después de que Rusia invadiera Ucrania, Trump declaró que tal cosa no se habría producido si él hubiera seguido siendo presidente. Una afirmación que ha repetido en varias ocasiones. Trump también se ha mostrado dispuesto a acabar con la guerra en Ucrania en un solo día. Una posibilidad que a Zelenski le pareció “muy peligrosa”.
A los neoconservadores que dirigen la política exterior de Estados Unidos esa hipótesis también les parece peligrosa. De ahí todos los esfuerzos que está haciendo el Partido Demócrata por, si no encarcelarle, al menos impedir que Trump se presente a las elecciones, con la colaboración de jueces afines, en un claro ejemplo de lawfare.
Podemos pensar que las declaraciones de Donald Trump no pasan del mero electoralismo. Pero también podemos tener en cuenta los hechos y preguntarnos si, en este caso, expresa lo que realmente se propone si alcanza la presidencia. Si no, ¿a qué vino la campaña del Partido Demócrata para deslegitimar la victoria de Trump? ¿A qué vienen todos los intentos de impedir que vuelva a presentarse?
Con la excepción de Irán, de cuyo acuerdo nuclear se retiró, en política exterior Trump se ha mostrado partidario de dialogar con los adversarios de Estados Unidos: Rusia, Corea del Norte, China. Es la principal diferencia con Joe Biden, que carece de capacidad de interlocución, o de voluntad política, para hablar con los principales rivales de Washington. Se ve que al estado profundo le da miedo que el inquilino de la Casa Blanca departa siquiera con sus adversarios, y lo confían todo al uso de la fuerza, o la amenaza de hacerlo, como palancas para implementar su dominio en el mundo.
Donald Trump con el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, y con Vladimir Putin.
Ante el fracaso de su estrategia, Estados Unidos apuesta por la escalada
Los neoconservadores carecen de la más mínima capacidad de autocrítica. En lugar de reconocer el fracaso de su enfoque, lo que haría tambalearse los cimientos sobre los que se sustenta su arrogancia, su opción es incrementar la escalada bélica. Eso sí, achacándosela a su adversario.
La paz les viene muy mal para sus negocios, como acaba de reconocer el secretario general de la OTAN. Haciendo gala de una chocante sinceridad, Jens Stoltenberg reconocía en una entrevista que «Ucrania es un buen negocio para Estados Unidos. Y la mayor parte del dinero que Estados Unidos proporciona a Ucrania en realidad se invierte aquí en Estados Unidos, comprando equipos estadounidenses que enviamos a Ucrania. Así que esto nos hace a todos más seguros y [hace] que la industria de defensa de Estados Unidos sea más fuerte».
En Ucrania, durante su reciente visita de dos días, Victoria Nuland, la subsecretaria de Estado, se mostró confiada en que el Congreso apruebe el nuevo paquete de ayuda a Ucrania solicitado por Biden, por un importe de 61.000 millones de dólares. El principal cerebro tras el golpe de Estado del Maidán, en 2014, aseguró sentirse impresionada por la “unidad y resolución” que había encontrado en Kiev. El mismo día de su llegada, el 31 de enero, el Washington Post publicaba que Zelenski se aprestaba a destituir al general Zaluzhni, el jefe de las fuerzas armadas. Zelenski le solicitó la dimisión el 30 de enero, a lo que el general se negó. Tremenda demostración de unidad.
El 2 de febrero, el mismo diario titulaba así: “Ucrania informa a Estados Unidos sobre la decisión de despedir al comandante en jefe”. Según el Washington Post, el hecho de avisar con anticipación del previsto cese “refleja el papel influyente de Estados Unidos como el respaldo militar y político más poderoso de Ucrania”, y subtitulaba que la Casa Blanca ni apoyaba ni objetaba la medida.
Titular del Washington Post del 2 de febrero de 2024
Lo que denota esta deferencia es el papel subordinado del gobierno de Kiev respecto a la Casa Blanca. A pesar de que la Unión Europea ha contribuido financieramente en mayor medida que Estados Unidos a alimentar la guerra en Ucrania, y está siendo la principal perjudicada de la contienda, carece de peso político en el enfrentamiento, cuyo resultado va a determinar el futuro no sólo de Europa, sino del mundo.
Las instituciones de la Unión Europea son las que más ayuda han suministrado a Ucrania, según el Instituto para la Economía Mundial de Kiel. Ilustración: Statista.
Un portal de noticias de Ucrania recogía las dificultades que estaba encontrando Zelenski para encontrar a un sustituto de Zaluzhni, publicadas por el Washington Post: “El retraso indica indecisión por parte del presidente, el jefe de la administración Andriy Yermak y el ministro de Defensa, Rustem Umerov, o confusión, ya que los candidatos potenciales pueden no querer asumir el cargo, dadas las débiles perspectivas de mejorar la situación en el campo de batalla en Ucrania en el futuro cercano”.
Una decisión que debía plasmarse en un decreto que, a la hora de publicar este artículo, no había sido promulgado. Cuando un presidente no es capaz de forzar la dimisión de un subordinado, ni es capaz de reemplazarlo, se enfrenta a una crisis política. Veremos cómo se resuelve pero, de entrada, el liderazgo de Zelenski queda muy debilitado.
Objetivo: alimentar la guerra en Ucrania hasta las elecciones presidenciales
Joe Biden ha invertido demasiado capital político como para dejar caer el conflicto en Ucrania antes de que se celebren las elecciones presidenciales, en noviembre. No se puede permitir dar ni un paso atrás, ni mucho menos reconocer el fracaso del proyecto. Así que el único camino que le queda es seguir escalando el conflicto.
Las élites occidentales tienen que luchar contra otro enemigo, además de Rusia, para convencer a la ciudadanía de que es necesario seguir enviando armas y dinero al gobierno de Kiev: el olvido. En paralelo a la progresiva evanescencia del conflicto en los medios de comunicación, la población se ha desconectado de la guerra en Ucrania: las banderas han desaparecido de los pocos balcones donde había, así como de los perfiles en redes sociales de quienes apoyan lo que está en boga en los telediarios.
Titular de El País del 26 de noviembre de 2023.
Dirigentes europeos, como Josep Borrell, o el ministro de Economía alemán, Robert Habeck, tienen la desfachatez de reconocer que el modelo de negocio europeo se basaba en la energía barata procedente de Rusia y las oportunidades de negocio en el mercado chino. Haber asumido la agenda de sanciones dictada por Washington contra Moscú ha provocado la crisis de ese modelo, la desindustrialización de Alemania, y el empobrecimiento de la ciudadanía europea, víctima de una inflación desbocada.
Sin embargo, las élites europeas, en lugar de asumir responsabilidades por las nefastas consecuencias de sus políticas, siguen empecinados en ellas. Pretenden convencernos de que hay que seguir metiendo dinero en el pozo sin fondo de Ucrania, ahora bajo el pretexto de que, sin una victoria de Kiev, los siguientes en ser invadidos por Rusia seremos nosotros. Nos toman por idiotas.
La rebelión de los agricultores europeos, con manifestaciones, bloqueos y protestas en Holanda, Francia, Alemania, Portugal, Italia, Grecia, Polonia, Rumanía, Lituania, Bélgica y España, supone la primera señal de que la ciudadanía se está cansando de sufrir las consecuencias de las nefastas políticas adoptadas por la Unión Europea. Hasta la BBC reconoce que “el efecto dominó de la guerra en Ucrania ha provocado protestas en casi todos los rincones de Europa”.
El encarecimiento de los precios del diésel, motivado por las sanciones a Rusia, el incremento de la inflación, el levantamiento de las restricciones a las importaciones de cereal de Ucrania, que produce sin las estrictas reglamentaciones sanitarias y medioambientales europeas, y el fin de los subsidios gubernamentales al combustible, han conseguido llevar a los agricultores europeos a una situación límite.
La OTAN está empujando el conflicto Rusia – Ucrania hacia una “guerra mundial”.
En Francia y Alemania otros colectivos se han sumado a las protestas. Su ejemplo debería sacudir al resto de la sociedad europea para sacarla de la pasividad. Es hora de exigir responsabilidades a nuestros dirigentes y demandar una rectificación de sus políticas, porque si no lo hacemos ahora, además de llevarnos a la ruina, nos terminarán metiendo en otra guerra, como advierte el diario chino Global Times.