Putin paga con Prigozhin el precio de la subcontratación

3 de julio de 2023

Aunque todavía es muy pronto para llegar a conclusiones sobre lo ocurrido en Rusia, en mi opinión Vladimir Putin ha terminado pagando un alto precio por la subcontratación de la guerra en Ucrania. Encargar a un grupo de mercenarios la realización de tareas que acarrean la pérdida de vidas humanas presenta ciertas ventajas, en términos de política doméstica, pero también supone la asunción de altos riesgos.

En este caso, la subcontratación del grupo Wagner, y su papel protagonista en la guerra de Ucrania, ha dotado a Evgueni Prigozhin con el poder suficiente para montar una rebelión armada, un desafío al propio Kremlin. Un poder que se ha ido acrecentando desde su fundación, en 2014, con ocasión de la anexión de Crimea, gracias al papel jugado en el continente africano, (en concreto en Mali, República Centroafricana, Libia, Mozambique y Sudán), así como en Oriente Próximo, especialmente en Siria, donde Wagner opera desde 2015. 

La subcontratación de determinadas funciones le permitía al gobierno de Rusia mantener una distancia formal respecto a ciertas misiones encomendadas a los mercenarios (o contratistas, según la terminología que usa Estados Unidos para referirse a los suyos), pero la consecuencia ha sido una acumulación progresiva de poder que ha ido envalentonando a Evgueni Prigozhin. Hasta el punto de acusar al ministerio de Defensa de no proporcionarle munición suficiente para combatir en Bajmut, o tildar de vagos y corruptos al propio ministro, Serguéi Shoigú, y a Valery Gerasimov, el jefe de la Junta de Estado Mayor.

Según la BBC, que cita como fuentes documentos filtrados del Pentágono, el 22 de febrero se celebró una reunión en Moscú, a la que fue convocado Prigozhin, con la asistencia del propio Putin, junto a Shoigú y Gerasimov. El intento de poner orden no tuvo éxito, a juzgar por los posteriores acontecimientos.

En cualquier ejército del mundo no se hubieran permitido unas críticas como las vertidas por Prigozhin contra la cúpula del ministerio de Defensa. Sin embargo, la efectividad de “los músicos”, y su indudable popularidad en Rusia, debida a sus logros en el campo de batalla, hizo que el gobierno ruso vacilara antes de poner en vereda a Prigozhin de manera tajante. Lo cual se ha demostrado como un gran error, a la vista del levantamiento de parte de los integrantes del grupo Wagner, que analistas bien informados estiman en unas 8.000 personas, de un total de 32.000 efectivos.

¿Cuál fue el motivo alegado por Prigozhin para ocupar objetivos militares en Rostov del Don, principal centro de suministros para las fuerzas rusas en Ucrania, y dirigirse hacia Moscú con parte de sus huestes? El supuesto ataque del ejército ruso a posiciones de retaguardia de los mercenarios, que se habría saldado con la muerte de 30 de ellos, según Prigozhin. Algo que fue desmentido inmediatamente por el ministerio de Defensa.

¿Cuáles fueron los motivos reales que impulsaron a Prigozhin a amotinarse? El 13 de junio Putin mostró su apoyo al plan del ministerio de Defensa para que, a partir del 1 de julio, los integrantes del grupo Wagner pasaran a depender de la jerarquía militar oficial, mediante la firma de un contrato, al igual que el resto de las compañías militares privadas. Algo a lo que Prigozhin se había negado en redondo, porque le hubiera quitado la autoridad sobre sus milicias, entregándosela a sus declarados enemigos.  

¿Por qué Prigozhin ordenó dar media vuelta a la columna cuando, según él, estaba a unos doscientos kilómetros de Moscú?  La versión oficial remite a la mediación de Aleksander Lukashenko, quien consiguió convencer a su viejo conocido de desistir de su aventura, condenada al fracaso. No se puede tomar el Kremlin con 8.000 hombres. El propio Prigozhin alegó como motivo para detener la marcha evitar un baño de sangre.

¿Por qué el gobierno ruso permitió la toma de Rostov del Don y dejó avanzar la columna hacia Moscú? Por una combinación de factores: fallo de la inteligencia militar rusa; factor sorpresa, para el que no contaba con recursos con los que hacerle frente; decisión política de evitar de entrada un ataque fratricida, apostando por la negociación para evitar lo que podría haber desembocado en un baño de sangre, festejado por Zelenski y sus patrocinadores de la OTAN. El tiempo que duró el tira y afloja también permitió a Putin tomar buena nota de cómo se posicionaban los principales actores políticos.  

¿Realmente fue Lukashenko quien consiguió llegar a un acuerdo con Prigozhin? Hay analistas que estiman que la inclusión del presidente de Bielorrusia en la ecuación pretendía evitar el mensaje de que el Kremlin se había rebajado a dialogar directamente con Prigozhin, pero que la negociación real estuvo en manos de altos cargos del gobierno ruso. Quizás nunca sepamos lo que ocurrió, pero esta hipótesis tiene sentido. En cualquier caso, fue un acierto desde el punto de vista de la narrativa que se fraguó para justificar el viraje de Moscú. Al “traidor”, a quien Putin había prometido castigar, ahora se le permitía exiliarse en Bielorrusia, libre de cargos, y se evitaba un enfrentamiento entre rusos, gracias a una mediación externa. En todas las negociaciones que culminan con éxito, ambas partes deben ceder algo. De lo contrario, no son negociaciones, sino imposiciones.

¿Por qué Prigozhin se avino a aceptar un acuerdo? Porque, una vez comprobada la falta de apoyos dentro del estamento militar, la revuelta estaba condenada al fracaso. Prigozhin acaso pensaba que iba a contar con la colaboración del general Serguéi Surovikin, el número dos de las fuerzas rusas en Ucrania, o de otras unidades. No fue así, ya que el general hizo una apelación a Prigozhin para que suspendiera la revuelta, en un vídeo sosteniendo un fusil. Medios estadounidenses están esparciendo, a posteriori, que el general simpatizaba con la operación, lo que cuadra con la estrategia de la Casa Blanca de enfangar la atmósfera política en Rusia.

¿Cuáles fueron los puntos principales del acuerdo con Prigozhin? Fue Dimitri Peskov, el portavoz de Putin, quien los enumeró:

  1. Cierre de la investigación criminal abierta contra Prigozhin.
  2. Garantías de seguridad para su persona (“palabra del presidente”, dijo Peskov) y permiso para trasladarse a Bielorrusia.
  3. Quienes tomaron parte en la revuelta no tendrían que responder por sus actos, en reconocimiento a sus anteriores servicios a Rusia.
  4. Quienes no participaron en la marcha hacia Moscú podrían firmar contratos con el ministerio de Defensa, para integrarse en el ejército regular.

¿Qué es lo que va a ocurrir ahora con los integrantes del grupo Wagner desplegados en África? Es una buena pregunta que, de momento, no tiene respuesta. A Rusia le interesa que Wagner siga desempeñando las funciones encomendadas en el continente africano, donde está desplazando a Francia de áreas anteriormente bajo su control, para alborozo de la población, hastiada de la potencia colonial. En el Kremlin seguro que este tema es objeto de análisis.

Fotografía: Ousmane Makaveli/AFP via Getty Images en Foreign Policy.

La sublevación de Prigozhin ha supuesto la mayor crisis desatada en Rusia durante el mandato de Putin, por lo que me inclino por poner en cuarentena las teorías que atribuyen al propio presidente la fabricación de una “operación de guerra psicológica” para camuflar desplazamientos militares. Según estas hipótesis, toda la narrativa de la rebelión se generó con el objetivo de justificar un movimiento de tropas hacia las áreas al oeste y norte de Vorónezh (arriba a la derecha en la ilustración) y, ulteriormente, hacia Bielorrusia. La verbena de Prigozhin, como ha calificado Rafael Poch lo que el jefe de Wagner bautizó como “marcha de la justicia”, trataba en realidad de despistar al bloque de la OTAN para resituar tropas con las que abrir un nuevo frente, al norte de Járkov y del propio Kiev.

Ilustración: Google Maps.

Hay argumentos de peso para refutar esta teoría, y todas aquellas que califican de operación de falsa bandera la rebelión de Prigozhin y sus huestes. La ex analista de la CIA Rebekah Koffler llegó a afirmar que la operación fue diseñada entre Putin y Prigozhin para que el líder ruso aumentara su poder político y eventualmente «cobrara impulso, movilizara personal adicional y revitalizara su ofensiva contra Ucrania». Unos objetivos, en mi opinión, incompatibles con el espectáculo al que asistimos.

Por mucho que Vladimir Putin haya resuelto la crisis de manera rápida y solvente, evitando la posibilidad de que degenerara en una conflagración civil, sobre la que el bloque de la OTAN ya se estaba relamiendo, el daño reputacional infligido por la rebelión excede sobradamente cualquier posible ganancia que la operación pudiera rendir.

El principal escollo a la plausibilidad de las teorías de la conspiración radica en que tales movimientos de tropas no precisaban de ninguna cortina de humo para realizarse. Putin acaba de anunciar, a bombo y platillo, el posicionamiento de armas nucleares en Bielorrusia, por lo que el desplazamiento de fuerzas dentro del territorio ruso no precisaba ninguna operación de camuflaje, menos aún si ésta comprometía la estabilidad que Putin desea mantener a toda costa, tanto de cara a la ciudadanía rusa, como a sus aliados.  

Uno de los objetivos políticos de Putin radica en fortalecer dicha estabilidad, reflejada en la solidez macroeconómica de un país que ha superado el asedio de las sanciones, incluso según la valoración del Fondo Monetario Internacional: la economía rusa crecerá un 2,9% este año, y un 3,1% el próximo. Los ingresos provenientes del petróleo se están recuperando desde la imposición de un tope a su precio por parte de occidente, porque el sistema no está funcionando. La tasa de desempleo en Rusia se situaba en mayo en el 3,2%, y la de inflación en el 2,5%. En la eurozona, el paro alcanza el 7,6% y la inflación, el 6,1%.

Otro argumento en contra de las teorías de la conspiración es que los aliados de Rusia han podido dudar acerca de la estabilidad del gobierno de Putin a la hora de establecer alianzas, hacer negocios y construir un nuevo mundo multipolar. A fin de cuentas, delante de las barbas del ministro de Defensa se ha producido la insurrección de un grupo con armamento pesado, suministrado por su ministerio. A mi juicio, Serguéi Shoigú queda tocado de esta baza, aunque Putin no va a ofrecer su cabeza en bandeja a Prigozhin, justo ahora, después de haberle calificado de “traidor”. Veremos lo que ocurre más adelante.

Estoy seguro de que los países con alianzas más estrechas con Rusia, empezando por China, seguidos de los integrantes del BRICS, y todos los del sur global que no han comprado la narrativa occidental sobre la guerra en Ucrania, se han sentido profundamente preocupados por lo ocurrido. Si hay algo que puede socavar el nuevo orden multipolar que Rusia y China están construyendo, como contrapeso a la dominación de Estados Unidos, es precisamente la falta de estabilidad política de cualquiera de sus motores. En China, el último congreso del Partido Comunista parece haber despejado cualquier duda al respecto, con la reelección de Xi Jinping para un tercer mandato. Sin embargo, la rebelión de Wagner en Rusia ha provocado la aparición de inseguridades en la primera potencia nuclear del mundo. Y si hay una cosa con la que el presidente de Rusia está obsesionado es precisamente la estabilidad, motivo más que suficiente para poner en duda la necesidad de montar un tremendo teatro para mover unos miles de soldados.

Los dos discursos de Vladimir Putin tras la asonada no dejan lugar a dudas sobre la gravedad de lo ocurrido. En el primero, el presidente recordaba que “Esta batalla, cuando se está decidiendo el destino de nuestra nación, requiere la consolidación de todas las fuerzas. Requiere unidad, consolidación y un sentido de responsabilidad, y todo lo que nos debilite, cualquier lucha que nuestros enemigos externos puedan usar para subvertirnos desde dentro, debe ser descartada”. 

En el segundo discurso, Putin recalcó que los enemigos de Rusia querían ver un desenlace fratricida. Basta echar un vistazo a la cantidad de artículos publicados en la prensa occidental con las palabras “guerra civil en Rusia” o “golpe de Estado”, inmediatamente después de haber comenzado el motín, para percatarse de la total ausencia de materia gris de quienes se congratulaban de tales escenarios. Entre ellos Anne Applebaum, una de las belicistas más enfervorizadas, a sueldo de los fabricantes de armas estadounidenses en el think tank CEPA, y del gobierno de Estados Unidos en el NED (National Endowment for Democracy), quien proyectaba sus deseos en la última frase de su artículo: “De una manera lenta y desenfocada, Rusia se está deslizando hacia lo que solo puede describirse como una guerra civil”.

Hace falta ser muy irresponsable para desear que la primera potencia nuclear del mundo se sumerja en una guerra civil, con consecuencias impredecibles acerca de quién se haría con el control del botón rojo. A no ser que se prefiera esta posibilidad a cualquier otra, empezando por la de sentarse a negociar un acuerdo de paz con el que poner fin a la guerra. Algo que estuvo a punto de alcanzarse en Estambul, el año pasado, si no fuera porque quienes sostienen al gobierno de Zelenski se cargaron el pacto, que ya estaba redactado. Un acuerdo que Putin mostró a una delegación de países africanos, que también visitó Kiev en misión diplomática para intentar detener la guerra.

Pero está visto que la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz no interesa a los patrocinadores del gobierno de Ucrania, sin cuyo apoyo caería en cuestión de días, según el propio Josep Borrell. El diplomático devenido en belicista terminaba la frase de esta guisa: “Así que, sí, preferiría gastar este dinero en aumentar el bienestar de la gente, hospitales, escuelas, ciudades, etc. Pero no tenemos elección». Sí, sí que la hay: se llama diplomacia, negociación, diálogo hasta alcanzar la paz, en lugar de seguir alimentando la guerra con el “Fondo Europeo para la Paz”.

Cuando se produce un acontecimiento de una magnitud tal como una rebelión armada en una potencia nuclear, es imperativo preguntarse a quién beneficia. Los medios de comunicación estadounidenses nos confirman que la rebelión de Prigozhin favorecía claramente al bloque de la OTAN. Según la CNN, los servicios de inteligencia de Estados Unidos “pudieron recopilar una imagen extremadamente detallada y precisa de los planes del jefe de Wagner (…) incluido dónde y cómo Wagner planeaba avanzar”. Sin embargo, la Casa Blanca decidió restringir dicha información a un número muy reducido de personas, lo que excluía a sus aliados europeos y al gobierno de Kiev. Queda claro que Estados Unidos actuó así para evitar filtraciones que pudieran perjudicar los planes de Prigozhin, que le venían como anillo al dedo. Otro motivo para descartar las teorías de la conspiración.

Según la CNN, no fue hasta el sábado 24, una vez iniciado el conflicto, que varios aliados contactaron con el gobierno de Ucrania para advertirles de que no cayeran en la tentación de golpear dentro del territorio de Rusia, sacando partido de la coyuntura. En ese caso, existía la preocupación de que Ucrania y occidente fueran vistos como colaboradores de Prigozhin, amenazando la soberanía rusa: “Es un asunto interno de Rusia”, fue el mensaje transmitido.

Antes de alcanzar el acuerdo que detuvo la marcha hacia Moscú, el 23 de junio Prigozhin llegó a afirmar que no había necesidad alguna de invadir Ucrania, acusando al ministerio de Defensa de mentir a la población, aduciendo que Zelenski estaba dispuesto a negociar con tal de evitar la guerra. Aunque resulta llamativo el cambio en la narrativa del jefe de los Wagner en relación con el inicio de la “operación militar especial”, esto no supone afirmar que los sospechosos habituales de orquestar cambios de régimen a lo largo y ancho del mundo estén, en esta ocasión, detrás de la revuelta. Sobre todo, porque dudo muchísimo de que, ante la más ligera sospecha de la involucración de occidente en el amotinamiento de Prigozhin, éste hubiera obtenido un acuerdo que le dejara en libertad, aunque sea relativa.

Por último, quedaría responder a la pregunta que se están haciendo todos los analistas: ¿Sale Putin fortalecido o debilitado del desafío? El periodista Seymour Hersh, en su artículo “La locura de Prigozhin”, cita fuentes de inteligencia para sostener que Putin sale reforzado, porque en ningún momento hubo una amenaza seria a su liderazgo: las posibilidades de que la revuelta consiguiera descabezar al ministerio de Defensa militar eran nulas. Además, el analista citado sostiene que a Wagner le estaban cerrando el grifo de las municiones para llevarle a una situación de debilidad, lo que pudo convertirse en la espoleta que le hizo saltar. Todo, orquestado por Putin y la cúpula militar. Es decir, que el Kremlin habría forzado a que Prigozhin saltara, y estaba preparado para neutralizarle.

Otros analistas y actores políticos sostienen lo contrario. Antony Blinken cree que lo ocurrido muestra las grietas del gobierno de Putin. Es el mensaje que cabe esperar de uno de los principales enemigos de Rusia, que recientemente se ha mostrado en contra de cualquier acuerdo de paz, a menos que el ejército ruso se retire a sus fronteras, Moscú asuma los costes de reconstruir Ucrania y sus dirigentes rindan cuentas por la invasión. O sea, condiciones imposibles que garantizan la continuidad de la guerra.

En mi opinión, el gobierno de Rusia ha tenido que sofocar una rebelión militar, se ha visto forzado a desactivar una herramienta que le resultaba muy útil, y ha sufrido un grave daño reputacional de cara a sus aliados y el sur global. En definitiva, ha terminado pagando el precio político de la subcontratación, y eso no le coloca en una posición de fortaleza, al menos a corto plazo. Habrá que darle tiempo al tiempo para ver cómo evoluciona una crisis que dista de haberse cerrado.

2 comentarios

  1. Una vez más te felicito por el artículo, ya nos gustaría ver este nivel de argumentación y detalle de datos y fuentes en el periodismo clásico. Como bien dices es bastante difícil conocer en profundidad todos los vericuetos y motivaciones del episodio. Pero coincido plenamente en que lo de subcontratar tiene muchos riesgos. Y aquí me salgo, o mejor dicho, extrapolo los razonamientos a otros sectores. Cuando se subcontrata cualquier asunto de importancia se está dejando en manos de otros eso tan importante. Así que valoremos lo negativo de la subcontratación que estamos sufriendo en la sanidad, la educación, la gestión de las basuras, el agua y tantos otros sectores que dan servicios públicos. Y siempre en favor de oligarcas similares al tal Prigozhin, aunque por aquí tengan apellidos tan hispanos como Pérez. Si dejas lo público en manos de gente como esta, que solo ansía su lucro personal y maneja más poder que cualquier gobierno, solo puedes lograr que te hagan lo que a Putin. Eso sí, con una «pequeña» diferencia, este último no acepta los chantajes de sus oligarcas. Mira que no me gusta ni un pelo el susodicho, pero en esto su actuación no admite dudas, si va en contra de su país no cede. Ya nos gustaría este tipo de firmeza en nuestros gobiernos. En todo caso haría mal en confiarse, el poder de estos magnates puede que acabe siendo mayor de lo que estima, al menos por aquí ocurre y Rusia puede sufrirlo igual

    1. Muchas gracias por tu comentario, Mik. Haces bien en extrapolar los riesgos de la subcontratación a otros sectores. De hecho, el título abría esa puerta con toda la intención. Los aparentes beneficios de encomendar a otros determinadas tareas, terminan recayendo únicamente en quienes se ven agraciados con la concesión. De liberales que viven a expensas de los contratos públicos están repletas esas autodenominadas “democracias liberales”.

      Quien termina pagando, en general, los costes de la subcontratación suele ser la ciudadanía, en los rubros que mencionas. Más bien los sobrecostes, añadidos al deterioro de los servicios que recibe. Cuando lo que subcontratas es nada menos que la guerra, los sobrecostes siguen cargándose sobre el Estado, es decir, sobre el común que paga impuestos, porque a los “contratistas” de Wagner obviamente no los paga Prigozhin de su bolsillo. Pero adicionalmente, quien decide subcontratar tal actividad corre un riesgo político inmenso, como acabamos de ver: la desestabilización del propio Estado. Y en este caso, uno que dispone del mayor arsenal nuclear del mundo.

      Lo realmente preocupante es el alborozo que mostraban los propagandistas del bloque occidental, muy forofos del cuanto peor mejor, ante la perspectiva de un proceso tumultuoso en Rusia, de consecuencias impredecibles. Quizá se creen tocados con el don de la inmortalidad. Ya lo ha advertido Putin: en caso de una guerra nuclear, no habrá vencedores. A estas alturas, occidente debería darse cuenta de que Putin habla en serio cuando ve amenazada la propia existencia de su patria. Alguien debería extraer las conclusiones adecuadas, y volver a la mesa de negociación, en lugar de seguir escalando el conflicto.

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