1 de junio de 2022
Los planes de Estados Unidos para evitar el surgimiento de un mundo multipolar y erigirse en la potencia hegemónica global se están torciendo en Ucrania. Después de más de 20 años acorralando a Rusia con sucesivas ampliaciones de la OTAN, Washington sí ha conseguido despertar al oso ruso, y meter una cuña, hasta el momento, entre la Unión Europea y Rusia, como comentaba en un artículo anterior. Sin embargo, su hoja de ruta se ha topado con problemas en los demás frentes, empezando por el bélico, y siguiendo con los “daños colaterales”: el incremento meteórico de los precios de la energía, el aumento de la inflación hasta niveles récord, la escasez de comida y las consiguientes revueltas sociales, como en Sri Lanka. La falta de apoyo a las sanciones de un número significativo de países con peso político, y densamente poblados, tales como China, India, México, Brasil o Indonesia, es otro obstáculo, éste quizás insalvable, en la hoja de ruta diseñada por los cerebros instalados en la Casa Blanca para hacerse con el mundo.
Aunque desde el minuto uno estaba claro que lo que se está produciendo en Ucrania es una guerra proxy, al viejo estilo de la guerra fría, entre Washington y Moscú, en Estados Unidos han tardado un tiempo en reconocer la evidencia. Ahora ya se admite abiertamente en foros internacionales, como el reciente de Davos, donde un senador norteamericano, Joe Manchin, se despachó del siguiente modo: «Creo firmemente que nunca he visto, y las personas con las que hablo estratégicamente nunca han visto, una oportunidad más grande que ésta, para hacer lo que debe hacerse. Y Ucrania tiene la determinación de hacerlo. Deberíamos tener el compromiso de apoyar eso.» Por “hacer lo que debe hacerse” Manchin dejó claro que se refería a deshacerse de Putin. El senador descartó de plano la posibilidad de parar la guerra mediante un acuerdo negociado, y fijó el objetivo militar para Ucrania en la recuperación de la totalidad del territorio actualmente bajo control ruso, incluyendo los territorios que Ucrania perdió de facto tras el golpe de Estado de 2014: Crimea y parte de Donbass.
Manchin also said the war should ideally be used to remove Putin from power, and that he and the strategists he talks to see this war as an "opportunity".pic.twitter.com/gsgCUzRCif
— Caitlin Johnstone (@caitoz) May 24, 2022
Por si quedaba alguna duda acerca de lo que el senador apuntaba, el Washington Post recalcaba en un artículo de Hal Brands, catedrático en la School of Advanced International Studies (SAIS), que “Rusia lleva razón: Estados Unidos está librando una guerra proxy en Ucrania”.
Nadie con un mínimo de sentido común, comenzando por quienes instigaron la guerra en Ucrania y la están alimentando con el envío de armas, puede creerse que los objetivos militares que fijaba Joe Manchin en Davos estén al alcance de Ucrania. Actualmente, Rusia controla unos 100.000 kilómetros cuadrados arrebatados a Ucrania, según El País. Después de un repliegue hacia el Este y el Sur, Rusia domina ahora el acceso al Mar de Azov y avanza en los territorios del Donbass, donde el propio Zelensky reconoce que la situación es “muy complicada”. Rusia tiene la capacidad nuclear para convertir no solo a Ucrania, sino al planeta, en cenizas en cuestión de horas, pero su estrategia y sus intereses son otros. Sus tiempos, también.
Lo que delata que la hoja de ruta de Washington en su guerra proxy contra Rusia se está torciendo es la aparición, en las últimas semanas, de algunos artículos de opinión en los medios de comunicación norteamericanos más influyentes que alertan de los errores de la estrategia estadounidense en Ucrania. Abrió el fuego contra la Casa Blanca la revista Foreign Policy, con un titular muy agresivo: “El peligroso nuevo resultado final para Ucrania de Biden: Sin final”. En el artículo, George Beebe, exjefe de análisis de Rusia para la CIA, advertía que la administración de Joe Biden podría estar olvidando que “el interés nacional más importante que tiene Estados Unidos es evitar un conflicto nuclear con Rusia”. También se decantaba por la negociación: “Necesitamos encontrar una manera de transmitir discretamente a los rusos que estaríamos dispuestos a aliviar las sanciones en el contexto de un acuerdo internacional». Estas afirmaciones suponen un cambio clarísimo en la narrativa que predomina en los medios de comunicación occidentales, en las que se nos vende a diario que Ucrania va ganando la guerra, se presentan las rendiciones de unidades del ejército ucraniano, como la del batallón Azov en Azovstal, como “evacuaciones”, y se pinta a un ejército ruso en retroceso, dando la victoria final de Ucrania en el conflicto como poco menos que asegurada.
Semanas después, el New York Times publicaba un artículo de opinión de su consejo editorial titulado “La guerra en Ucrania se está complicando y América no está preparada”. Tras la retórica habitual sobre el objetivo de liberar a Ucrania, el editorial se preguntaba si adentrarse en una guerra total contra Rusia iba a favor de los intereses norteamericanos, y deslizaba la posibilidad de una paz negociada en la que Ucrania tuviera que tomar “decisiones duras”. Calificando el momento actual de “confuso”, el diario urgía a Biden a aclarar si el fin de la guerra continuaba siendo alcanzar la paz y la seguridad, y no otros objetivos, como debilitar a Rusia de manera permanente o derribar a Putin. Sin clarificar sus verdaderas intenciones, la Casa Blanca estaba poniendo en riesgo no sólo el apoyo de los votantes – aviso a Biden antes de las elecciones de noviembre desde un medio demócrata – sino la paz y la seguridad en el continente europeo.
El New York Times tildaba de irreal el objetivo de que Ucrania recobrara el territorio que Rusia controla de facto desde 2014, y advertía de que unas expectativas poco realistas podrían enfangar al país en una guerra sin fin. Recordando que Rusia es una potencia nuclear, el diario apuntaba que debían ser los ucranianos quienes debían tomar esas “decisiones territoriales duras” a las que aludía previamente, lo que entre líneas se lee como una llamada a que los Estados Unidos permitan al gobierno de Ucrania que, por una vez, tome sus decisiones. Finalizaba el NYT emplazando a Biden a que dejara claro a Zelensky que hay un límite hasta el que puede llegar Estados Unidos en su apoyo, y que las decisiones deberían tomarse en base a valoraciones realistas, no en función de una “victoria ilusoria”. En el foro de Davos, hasta Henry Kissinger aconsejó a Ucrania ceder territorio para firmar un acuerdo de paz con Rusia.
En el diario Washington Post, Katrina vanden Heuvel toca otro tema sensible en relación con la guerra de Ucrania: la necesidad de abrir un debate a fondo sobre la estrategia de Estados Unidos en el conflicto. Tal y como venía denunciando Stephen F. Cohen en numerosos artículos, en la sociedad norteamericana se ha instalado una corriente de pensamiento en torno a la relación con Rusia que no admite la más mínima discrepancia. Apoyándose en falsedades, como el dossier Steele, un documento que hasta el Wall Street Journal tildó de engaño, y que alimentó el Russiagate – la supuesta injerencia de Rusia en las elecciones de 2016 – el establishment estadounidense ha cercenado de raíz cualquier debate sobre la política que Estados Unidos debe mantener con Rusia: sólo cabe la mano dura y la demonización de Putin. Cualquier referencia a una posible distensión con el Kremlin es calificada poco menos que de traición. En el olvido quedan los acuerdos para reducir el arsenal nuclear que Ronald Reagan firmó con Gorbachov, en 1987, cuando existía la Unión Soviética, por poner sólo un ejemplo.
Katrina vanden Heuvel comienza su artículo de manera tajante: “Ha llegado la hora de desafiar el punto de vista ortodoxo sobre la guerra en Ucrania”. Dado que Estados Unidos está en una guerra proxy con Rusia, la autora se pregunta cómo es posible que sus peligros, ramificaciones y múltiples costes no estén siendo un tema central en los medios, ni objeto de análisis, discusión y debate. La columnista, que es miembro del Council on Foreign Relations, denuncia que aquellos que se apartan de la línea de pensamiento ortodoxa sobre el tema son excluidos o marginalizados en los grandes medios de comunicación, por lo que califica de poco saludable el “sesgo de confirmación” al que tiene que hacer frente el ciudadano cuando trata de informarse sobre la guerra en Ucrania.
Después de resaltar que quienes sacan determinados temas en relación con Ucrania, como el papel de los neonazis, son inmediatamente desprestigiados, y de recordar que los ucranianos ponen los muertos mientras las grandes empresas de armamento estadounidenses se están forrando con la guerra, la autora reclama la presencia de voces alternativas en los medios de comunicación, recordando la sentencia del periodista Walter Lippmann: “Cuando todos piensan parecido, nadie está pensando mucho”.
“Tiempo para una pausa estratégica en la expansión de la OTAN”, titulaba The Hill el 21 de mayo, en referencia a la reciente solicitud de Finlandia y Suecia para adherirse a la OTAN, bloqueada hasta el momento por Turquía. “(…) el deseo de humillar a Putin y reforzar el dominio militar global de Estados Unidos es miope y peligroso. Corre el riesgo de escalar, expandir y prolongar la guerra en Ucrania. Aumentará enormemente la probabilidad de un intercambio nuclear, que fácilmente podría convertirse en un holocausto global”.
“Estados Unidos no puede obligar al resto del mundo a apoyar a Ucrania. Este es el porqué”, rezaba un artículo en Politico. Los dos autores, empleados en distintos think tanks, ponen el dedo en la llaga: “No ayuda que Washington defienda sus sanciones sobre la base de que son necesarias para castigar a los países que amenazan el orden global basado en reglas. Para gran parte del Sur Global, esta línea de argumentación es hipócrita dada la historia de Washington de deshacerse de estos mismos principios cuando es conveniente”.
La hipocresía es la clave de este asunto. El relato hollywoodiense con el que Estados Unidos nos está vendiendo su guerra proxy contra Rusia en Ucrania cada vez cuela menos. Los políticos occidentales, y los medios de comunicación que les sirven de altavoces, nos presentan el conflicto como una contraposición entre los “valores democráticos” de un “mundo basado en reglas” frente al “autoritarismo” de Vladimir Putin. Sin embargo, Estados Unidos mantiene relaciones fluidas con regímenes tan autoritarios como la “Rusia de Putin”, si no más. Por ejemplo, con todas las monarquías del Golfo Pérsico, donde no han oído hablar ni de partidos políticos ni de elecciones, con las que Estados Unidos no sólo cultiva relaciones diplomáticas y comerciales, sino que jamás les ha planteado ningún tipo de “exigencias democráticas”. Esas se reservan, de manera muy selectiva, para aquellos países que optan por modelos económicos y políticos distintos que, casualmente, chocan con los intereses económicos, políticos o geoestratégicos de Estados Unidos. Es muy larga la lista donde la intervención de Estados Unidos ha consistido en una inversión del relato maniqueo de demócratas contra dictadores. Tan larga como la de los golpes de Estado en los que participó la CIA en el siglo XX, tal y como detalla Tim Weiner, ganador del premio Pulitzer, en “Legado de cenizas. La historia de la CIA”.
A juzgar por los artículos reseñados, en Estados Unidos voces mediáticas muy cualificadas están demandando un giro de la estrategia en Ucrania. Tal y como se está desarrollando la guerra, es probable que ese cambio se produzca. Si finalmente ocurre así, ¿en qué posición va a quedar la Unión Europea? Hasta el momento, la subordinación de Bruselas a los intereses geoestratégicos de Washington ha sido completa, a pesar de que los “daños colaterales” de las sanciones están afectando en mayor proporción a la UE que a Estados Unidos, por una simple razón: la proximidad geográfica a Rusia, que ha estimulado el abastecimiento de energía desde las fuentes más cercanas. Esto que ahora los medios tratan de vendernos con el término “dependencia”, de connotaciones negativas, y que responde, por el contrario, a la lógica económica: comprar más cerca y más barato, y no más caro y más lejos, como ya está haciendo la Unión Europea con el gas natural licuado de Estados Unidos. Un suministro que nos sale un 40% más caro y que, además, es incapaz de satisfacer las necesidades actuales de consumo de la UE.
El sexto paquete de sanciones, aprobado el 30 de mayo en el Consejo Europeo, supone un acuerdo de mínimos que contempla el embargo parcial al petróleo ruso, pero con excepciones para Hungría, la República Checa y Eslovaquia, y periodos transitorios sin especificar. Da la sensación de que los líderes europeos primero sancionan y luego piensan en cómo salir del atolladero en que se han metido. En el que han metido a la ciudadanía europea. Lo único que va a conseguir esta nueva andanada de sanciones bumerán será incrementar el precio del petróleo, como ocurrió nada más aprobarse el paquete: un incremento del 2%, con el barril de Brent ya por encima de 120 dólares. Las sanciones impuestas por Estados Unidos, la Unión Europea, y algunos países más, lo único que han conseguido es que Rusia gire hacia el Este y gane más dinero vendiendo gas y petróleo, ante el aumento de sus precios en el mercado mundial.
El balance por cuenta corriente de Rusia ha arrojado un superávit de 95.800 millones de dólares en los cuatro primeros meses de este año, frente a los 27.500 millones en el mismo periodo en el año anterior, alcanzando la mayor cota desde 1994. Incluso con restricciones a la exportación de petróleo, Capital Economics calcula que el superávit podría alcanzar los 264.000 millones de dólares este año.
Fuente: Bloomberg, 16 de mayo de 2022
Además, las medidas adoptadas por el gobierno ruso para proteger su moneda, junto al incremento del precio de la energía, han propiciado que el rublo sea la moneda con mejor desempeño en el mundo en lo que va de año. Aunque se ha producido un descenso en el volumen de las exportaciones rusas debido a las sanciones, el aumento en los precios de las materias primas compensa con creces estas caídas.
Fuente: https://www.cambioeuro.es/grafico-euro-rublo/
En el frente oriental, a la administración Biden tampoco le están saliendo las cosas muy bien. En la cumbre celebrada en Washington con los países de la ASEAN, la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental, a pesar de los esfuerzos de Estados Unidos por conseguir un comunicado duro de condena a la invasión rusa de Ucrania, la declaración conjunta de clausura sólo contenía un llamado para poner fin a los combates, brindar asistencia humanitaria y defender los principios de “soberanía, independencia política e integridad territorial”, sin mencionar siquiera a Rusia. Quizá frustrado por este fracaso, días después Biden amenazaba a China con una intervención militar si se atrevía a tomar Taiwán por la fuerza. Sin embargo, la potencia asiática continúa ascendiendo. Una reciente encuesta realizada por Japón mostraba que los países de la ASEAN consideraban a China como el socio comercial más importante en el futuro, en detrimento del propio Japón, que caía ocho puntos en la encuesta y bajaba al segundo lugar, y de Estados Unidos, que se quedaba en el tercero.
A Estados Unidos tampoco le fue mejor en el cónclave de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), celebrado en Bangkok posteriormente, al que asistieron 21 países. Cuando el ministro de desarrollo económico de Rusia, Maxim Reshetnikov, se preparaba para intervenir, los únicos representantes que se levantaron de la reunión fueron los de Estados Unidos, Australia, Canadá, Japón y Nueva Zelanda. Los asistentes de los otros 16 países permanecieron en sus asientos para escuchar al ruso.
En el tablero geopolítico actual, los dirigentes de la Unión Europea están tomando decisiones políticas erróneas, porque van en contra de los intereses económicos, políticos y geoestratégicos de la propia Unión. Son decisiones que sólo benefician a Estados Unidos, cuyo objetivo es debilitar a cualquier competidor que pueda hacerle sombra en su carrera hacia la hegemonía mundial, incluyendo a la propia Europa.
Las consecuencias de estos errores las estamos pagando ya los ciudadanos de a pie, en forma de inflación, que ha llegado a un máximo histórico en la zona euro: 8,1% interanual en mayo. La energía ha subido un 39,2% este mes, frente al 37,5% de abril. Los alimentos, un 7,5%, frente al 6,3% del mes anterior. Y lo malo es que esto es sólo el principio: lo peor está aún por llegar.
Chantajes, intereses.amenazas, acusaciones, poder, heridas, odio, paripés, diplomacia, falsedad, …
Un constante doble rasero usando argumentos esperpénticos que pretenden crear un equilibrio diplomático infumable.
Muchas gracias por tu comentario, Harper. En mi opinión el doble rasero tan descarado que utilizan Estados Unidos y sus aliados invalida todo su discurso. Resulta que imponemos sanciones a Rusia porque Putin es un dictador, que ha invadido Ucrania. Sin embargo Biden lleva tiempo intentando reunirse con el jeque que gobierna Arabia Saudí, donde ni han oído hablar de elecciones, que lleva siete años masacrando Yemen con el apoyo de Washington y donde, hasta hace bien poco, ni siquiera las mujeres soldado americanas destinadas en las bases que Estados Unidos tiene en Arabia Saudí podían conducir. Es todo de una obscenidad tremenda. El problema es que Occidente tiene a su disposición los medios de comunicación para bombardear a la población con sus mensajes, una y otra vez, hasta que calan en una porción importante de la población. Pero luego me hablan de la propaganda rusa…