Cuando la izquierda es derecha, y viceversa

La terminología clásica presenta síntomas de obsolescencia

Hoy no voy a hablar de geopolítica, o sólo tangencialmente. Hoy voy a regresar a un territorio en el que ya me he adentrado en otros artículos, archivados en la sección IDEAS, donde abundan las arenas ideológicamente movedizas. Como movedizas están resultando las categorías que la gran mayoría de personas, los partidos y los medios de comunicación de masas siguen utilizando para analizar la política: izquierda y derecha.

Nos encontramos, cada vez más, con posiciones consideradas tradicionalmente de derechas en la izquierda, y viceversa. Quizás va siendo hora de revisar una terminología que tiene su origen en la Revolución Francesa, y que presenta claros síntomas de obsolescencia.

Imagen: Shutterstock.

En el terreno de los valores, de la izquierda se espera tolerancia, diálogo y respeto a la opinión del otro. De la derecha, el cliché incluye el sectarismo, la actitud autoritaria y la represión de las ideas divergentes. Se tiende a identificar a la izquierda con los valores democráticos, y a la derecha con los regímenes autoritarios. No siempre está siendo así.

En el terreno de la economía, se espera de la izquierda que propulse el papel del Estado como redistribuidor de la riqueza, por dos vías: la utilización de los impuestos para amortiguar la desigualdad económica, y la asignación de un peso significativo al sector público. La izquierda se enfoca en lo colectivo.

De la derecha, se espera que deje las manos libres a la iniciativa privada, y un Estado que renuncie a regular la actividad económica, dejando a la supuesta acción benefactora de “la mano invisible” la distribución de la riqueza. El famoso “laissez faire, laissez passer”.  La derecha sitúa al individuo por encima de lo colectivo.

Los atributos de izquierda y derecha se mezclan

Sin embargo, tanto en el terreno de los valores como en la economía, estamos asistiendo a una disolución, cuando no a una inversión, de los papeles tradicionales de izquierda y derecha.

La izquierda está abandonando el enfoque colectivo en favor de las políticas identitarias, que ponen a la persona por delante de lo común. En algunos asuntos, la izquierda está confundiendo los privilegios con los derechos, elevando los primeros a la categoría de los segundos.

La izquierda está promoviendo la denominada “cultura de la cancelación”, que es la manera posmoderna de referirse a condenar al ostracismo. Y lo está haciendo contra todos aquellos que no comulgan con sus postulados que, en ocasiones, constituyen auténticas ruedas de molino: la negación de la realidad, de hechos biológicos palpables, que pretenden ser sustituidos por una suerte de pensamiento mágico, siendo benévolo.

Amenazar con quemar una librería con ocasión de la presentación de un libro, con los autores dentro, después de haber tratado de impedir el acto, no creo que pueda ser considerado como de izquierdas. Sin embargo, la ideología de quienes atribuyen odio a quienes no comparten sus opiniones, proyectando en los demás el odio que albergan, está apadrinada por partidos que se autodenominan de izquierda, y como tales son considerados en la esfera pública.

Atribuir odio a las opiniones distintas me parece un comportamiento autoritario. Calificar de “fobia” a las apreciaciones que difieren de las tuyas denota una actitud sectaria, lo que tampoco casa bien con lo que se supone que representa la izquierda. Y sin embargo, los auto investidos portadores de las verdades absolutas no se recatan en calificar de fascistas a todos aquellos que no comulgan con sus dictados, en determinadas materias. Se está produciendo un preocupante abuso del término “fascista”, usado como arma arrojadiza contra el adversario político, al margen de su verdadero significado.

El delito de odio se ha convertido en una herramienta con la que reprimir con penas de cárcel opiniones distintas, lo que entra en abierta contradicción con la libertad de expresión, uno de los fundamentos de una sociedad democrática. Se está instaurando en la población el miedo a expresarse libremente, so pena de que determinadas manifestaciones sean encuadradas en un delito que, en su configuración actual, no debería existir.

Lo “políticamente correcto” se ha transformado en un corsé, del que salirse supone la certeza de ser denostado, etiquetado y, subsiguientemente, cancelado. ¿Quiénes son los que deciden qué es lo “políticamente correcto”? ¿De dónde procede la legitimidad que se han arrogado para determinar cuestiones que atañen hasta el lenguaje, el modo en el que debemos de hablar, so pena de ser tildados de reaccionarios, si te riges por las normas de la Real Academia? Este tipo de comportamientos de la izquierda son netamente autoritarios y provocan el rechazo de muchas personas que se autocalifican de izquierda.

La defensa de la libertad frente a la represión se ha ubicado tradicionalmente en el lado izquierdo del espectro político. Sin embargo, a lo que asistimos actualmente es a la articulación de mecanismos represivos por parte de la izquierda, a todos los niveles, contra aquellos que reclamamos nuestra libertad individual frente a la denominada “corrección política”, independientemente de dónde nos ubiquemos políticamente. Una auto ubicación cada vez más problemática, como analizaré más adelante.

Así, se da la paradoja de que nos encontramos a personas que se autodenominan de izquierdas coincidiendo con algunas de derechas a la hora de reclamar un espacio de libertad para expresar opiniones distintas, en determinados temas, sin tener que afrontar el baldón del insulto, la descalificación o la cancelación. Un ostracismo que, en ocasiones, conlleva la ruina económica, especialmente si hablamos de personajes públicos.

Por un lado, nos encontramos a la izquierda actuando como la peor versión posible de la derecha: sectaria, autoritaria, represiva, pretendiendo imponer sus opiniones y criterios, elevándolos a la categoría de valores incontestables, absolutos, moralmente superiores. Los pajaritos, disparando a las escopetas. Y por el otro lado, a la derecha, reclamando el derecho a discrepar, espacios de libertad para pensar distinto, coincidiendo en este sentido con algunos sectores de la izquierda que se niegan a tener que esconderse, a guardarse sus opiniones o limitarse a cuchichearlas entre personas de confianza.

La mezcla de atributos desvirtúa las categorías

Este corrimiento de tierras también afecta al terreno económico. Si se espera de la izquierda una apuesta por fomentar lo público, lo que supone en primer lugar aumentar su financiación, nos encontramos con que da igual la papeleta que metamos en la urna, porque las políticas económicas que practica la izquierda y la derecha son ya indistinguibles. Independientemente de quien gobierne, estamos sufriendo la destrucción paulatina, pero inexorable, de los restos del Estado del bienestar.

Constituye una tomadura de pelo seguir hablando de sanidad gratuita y universal cuando las listas de espera para conseguir una cita con un médico de atención primaria alcanzan no días, sino semanas, y las de los especialistas se cuentan en meses. En el Estado español, la destrucción de la sanidad pública la están perpetrando tanto la izquierda como la derecha. No hay ninguna diferencia en este aspecto, ni en muchos otros, dependiendo del color de la papeleta que metamos en la urna.

El objetivo de la destrucción de la sanidad pública es obvio: forzar el trasvase de la población a la sanidad privada, pagando una cuota en ascenso libre, para incrementar los beneficios de las empresas del sector. La izquierda ha renunciado a financiar lo público, contribuyendo a reforzar el marco construido por la derecha: “lo público no funciona, lo privado gestiona mejor”. No se trata de una cuestión de gestión, sino de recursos. Sin financiación, sin personal, con precariedad laboral, el sistema se desmorona.

En cuanto a la educación, baste decir que la escuela concertada fue obra del PSOE de Felipe González, en 1985, tras negociar el sistema con la Iglesia. En lugar de apostar por la escuela pública, la izquierda decidió financiar la enseñanza religiosa y privada con recursos del Estado.

La izquierda es belicista, la derecha quiere acabar con la guerra en Ucrania

Con ocasión del plan de rearme europeo planteado por Úrsula von der Leyen, se ha vuelto a hablar en los medios de cañones o mantequilla. Las élites europeas han acordado gastar más en cañones, y menos en mantequilla. En lugar de aprovechar algunos vientos de cambio que soplan desde la Casa Blanca en lo que respecta a la guerra contra Rusia, los burócratas que anidan y se reúnen en Bruselas están fabricando un nuevo episodio de “la doctrina del shock”, que tan acertadamente describiera Naomi Klein.

El nuevo shock es la “amenaza rusa”, que se cierne sobre toda Europa, si no somos capaces de frenar al ejército de Putin en Ucrania. Poco importa que tal amenaza sea inexistente, como indican los hechos y el sentido común, o lo que digan los libros de historia sobre quién invadió a quién. Lo que importa es fabricar una nueva amenaza, para meternos el miedo en el cuerpo y que aceptemos con resignación una nueva vuelta de tuerca a nuestro empobrecimiento, una fase más en la demolición planificada del Estado del bienestar por los gobiernos de turno, sean estos de izquierda o derecha, que en eso coinciden.

Dos noticias juntas se entienden mejor: el gobierno de Holanda recorta 1.200 millones la inversión en educación superior, tras haber desviado más de 2.000 millones a Ucrania.  

Cuando cabía esperar que la izquierda se opusiera a la escalada bélica, al incremento desmesurado de los gastos militares, en detrimento de la inversión en servicios sociales, la sanidad y enseñanza públicas, nos encontramos de nuevo con el mundo al revés.

Quienes se oponen a la escalada belicista impulsada desde Bruselas, quienes alertan de la locura que supondría una guerra contra la mayor potencia nuclear del mundo, son gobernantes de derecha, incluso de extrema derecha.

Aquí tenemos al laborista Keir Starmer, coincidiendo con el socialista Pedro Sánchez para alimentar la financiación de la guerra en Ucrania, destinando miles de millones al gobierno de Zelenski, con tal de no reconocer que la apuesta en la que acompañaron a la administración de Joe Biden salió fatal. De asumirlo, tendrían que asumir responsabilidades políticas. Teniendo en cuenta la magnitud del daño causado, las élites europeas belicistas deberían ir a la cárcel.

Por otro lado, tenemos a un ramillete de políticos que, conscientes de la realidad y gravedad de la situación, están intentando evitar una conflagración mundial. Comenzando por Donald Trump que, como ya comenté en un artículo anterior, está demostrando unas dosis encomiables de realismo político en este tema, aunque se está encontrando con formidables obstáculos, internos y externos, a su intención de poner fin a la guerra, intentando simultáneamente salvar la cara.

¿Y qué es lo que ha ocurrido, o está ocurriendo, con todos los políticos, mayoritariamente de derechas, que se están oponiendo a llevar a Europa a una guerra directa contra Rusia?

A Donald Trump intentaron asesinarlo, en un episodio difícil de entender sin la anuencia, por no decir colaboración, de los servicios secretos.

A Robert Fico, el primer ministro de Eslovaquia, le tiroteo un “lobo solitario”, que a punto estuvo de matarlo. Fico es el líder del SMER, partido socialdemócrata que fue expulsado del Partido Socialista Europeo por no tragar con la posición de la OTAN y la Unión Europea (que vienen a ser lo mismo). Contrario a las fracasadas sanciones contra Rusia, a alimentar la guerra en Ucrania y partidario de la negociación para alcanzar la paz, los medios occidentales se apresuraron a etiquetarlo como “controvertido”, “prorruso” y “homófobo”.

A Viktor Orbán le cayó de todo encima cuando emprendió una gira diplomática, buscando la paz en Ucrania, mientras detentaba la presidencia rotatoria de la Unión Europea. Calificado de extrema derecha por los partidos políticos y los medios de comunicación hegemónicos, el verdadero motivo por el que Orbán ha sido vilipendiado por las élites europeas ha sido defender los intereses nacionales de Hungría y no acomodarse a los dictados del gabinete de Joe Biden y sus palmeros en Bruselas.

El ministro de Asuntos Exteriores de Estonia ha pedido que se retire el derecho a voto a Hungría en la Unión Europea por tener una posición opuesta a la escalada belicista contra Rusia. Para la narrativa hegemónica, jaleada por la izquierda, el fascista es Orbán, no quienes pretenden eliminarle políticamente.

Titular de Europa Press, 14 de marzo de 2025.

A Calin Georgescu, que ganó la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Rumanía, después de anularlas le han prohibido volver a presentarse. Todo con el visto bueno de la muy democrática Unión Europea. Opuesto a la guerra en Ucrania, Georgescu es calificado como “de extrema derecha”.

Diana Sosaca, otra candidata con la misma etiqueta, ha sido vetada para participar en las nuevas elecciones presidenciales, porque suponía un riesgo para la pertenencia de Rumanía a la Unión Europea y la OTAN. Como si dicha opción fuera obligatoria e incuestionable.

Marine Le Pen ha sido apartada de las próximas elecciones presidenciales, en las que era favorita, tras un nuevo episodio de lawfare, una técnica a la que son muy aficionadas las democracias occidentales. Cometió el pecado de oponerse a la guerra en Ucrania contra Rusia.

En Alemania la ilegalización de Alternativa para Alemania, que también se opone a la guerra contra Rusia, está sobre el tapete desde hace meses.

En todos los casos, se aduce el carácter ultraderechista de personas y partidos para justificar los vetos, el cordón sanitario, su exclusión de los procesos electorales o, directamente, su ilegalización. Sin embargo, la verdadera razón no es esa, sino sus posiciones en relación con la OTAN, la Unión Europea y la guerra contra Rusia en Ucrania.

Georgia Meloni también entra dentro de la categoría de política “ultraderechista”, y sin embargo nadie plantea suspender el derecho de voto de Italia en la Unión Europea, abrirle un proceso judicial selectivo, o condenarla al ostracismo en los cónclaves europeos. ¿Será porque recondujo sus posiciones respecto a Rusia y la guerra en Ucrania? ¿Será porque cedió a las presiones para salirse del acuerdo suscrito con China en el marco de la Nueva Ruta de la Seda? ¿Por qué será?

Friedrich Merz tampoco tuvo remilgos a la hora de contar con el apoyo de Alternativa para Alemania cuando, en enero de este año, el Bundestag aprobó su propuesta para que se devuelvan a muchos más inmigrantes en las fronteras del país, con los votos favorables de 75 legisladores del partido de extrema derecha.

Titular de Euronews del 29 de enero de 2025.

Friedrich Merz, el próximo canciller alemán tras haber pactado un gobierno de coalición con su supuesto rival, el SPD de Olaf Scholz, trató de robarle votos a la extrema derecha en fechas previas a las elecciones. Merz afirmó en sede parlamentaria que Alemania había tenido una «política de asilo e inmigración equivocada» durante una década, desde que Angela Merkel, canciller de su propio partido, permitió la entrada al país de un gran número de inmigrantes.

Olaf Scholz dijo que su gobierno ya había instituido muchos cambios en la política migratoria del país, implementando controles temporales en todas las fronteras, y presumió de haber modificado muchas leyes para facilitar las deportaciones. El endurecimiento de la legislación en materia de inmigración del gobierno de Scholz provocó una disminución de un 30% en las solicitudes de asilo en sólo un año.

En plena precampaña, Merz anunció en enero que si se convertía en canciller, ordenaría al Ministerio del Interior que controlara inmediatamente todas las fronteras de Alemania de forma permanente y «rechace todos los intentos de entrada ilegal sin excepción», incluidos los de los solicitantes de asilo. Merz planteó que las personas que se supone serán deportadas no debían ser ya liberadas, sino mantenidas en custodia, si son detenidas por la policía. Si lo propone Alternativa para Alemania, es racismo, xenofobia y fascismo. Si lo hacen Scholz y Merz, es lo correcto.

Titular de 20 minutos.

Las categorías izquierda y derecha se desdibujan

Cuando la izquierda es belicista, la extrema derecha es pacifista, y entre izquierda y derecha están destruyendo los restos del Estado del bienestar, cabe preguntarse si podemos seguir analizando la política con categorías que están perdiendo su significación.

Cuesta distinguir un perfil de izquierdas en unos partidos socialdemócratas que, como apunté en un artículo anterior, se han conformado con gestionar un sistema, el capitalista, que antaño aspiraban a reformar y ahora, ni eso. ¿Cuánto tiempo hace que no escuchas a la izquierda hablar de lucha de clases?

¿Cabe calificar de izquierdas a quienes han asumido el marco de las guerras culturales, promovido por la derecha estadounidense, para abrazar políticas identitarias, excluyentes y con vocación de elitistas, muy alejadas del enfoque en lo colectivo? ¿Se puede hablar de políticas de izquierdas cuando sus paladines achacan discursos de odio al otro, cuando en realidad están proyectando el odio a todos los que no piensan como ellos?

¿Cabe calificar de extrema derecha a los partidos que defienden los intereses nacionales, a su población, frente a las agendas políticas impuestas desde capitales ajenas, por burócratas designados para sus puestos por muy pocas personas, que repiten mandato a pesar de que sus fracasos estratégicos han supuesto el empobrecimiento de la población y que, ahora, para tratar de encubrir sus fiascos, pretenden embarcarnos en una guerra contra la mayor potencia nuclear del mundo?

Admitamos que Le Pen, Orbán, Georgescu y Trump son de extrema derecha.  ¿No han tenido las élites hegemónicas ninguna responsabilidad en el crecimiento de estos partidos nacionalistas, frente a los rendidos al globalismo estadounidense, encarnado por el Partido Demócrata?

¿El crecimiento electoral de quienes propugnan la defensa de los intereses nacionales no se debe, en gran parte, al rechazo de la población a la agenda de las élites burocráticas europeas y a la secta neoconservadora en Estados Unidos, máxime tras su estrepitoso fracaso en Ucrania? ¿Los garrafales errores de izquierda y derecha no han provocado el ascenso de los partidos nacionalistas?

La ausencia de referencias provoca la desubicación del individuo

Los extravíos que está sufriendo la izquierda en materia de valores, su abrazo de actitudes rígidas, excluyentes, cuando no autoritarias, unidos a la adopción por parte de la derecha de posiciones antibelicistas y de sentido común en lo relativo a la ideología de género, todo ello en su conjunto está provocando la desubicación ideológica del individuo.

Así, tenemos a personas de izquierdas que se encuentran alarmadas por coincidir con la derecha en lo relativo a los conceptos de sexo y género. A feministas de izquierdas de toda la vida que son tildadas de “fascistas” o albergadoras de algún tipo de “fobia” por parte de quienes hasta ayer compartían valores ideológicos.

Todo ello en un contexto en el que se imposibilita el debate político sosegado, donde la plaza pública, o la conversación en el bar, han sido reemplazadas por las redes sociales. Unos espacios que se han convertido en cámaras de eco donde los argumentos han sido sustituidos por eslóganes arrojadizos. Unos espacios fríos donde es fácil olvidar que cuando escribimos en una pantalla nos estamos dirigiendo a otra persona, en ocasiones incluso a amigos, porque no los tenemos delante.

Las categorías tradicionales están siendo sustituidas por una narrativa, que pretende erigirse en hegemónica, donde la bondad o maldad de los actos ya no depende de sus características intrínsecas, sino de quiénes los ejecutan. Así, las élites en el poder, que pretenden impedir a cualquier precio ser desbancadas de sus posiciones de privilegio, pretenden que asumamos su nivel argumentativo, propio de un guiñol.

En esa narrativa, ya no existen las derechas y las izquierdas, sino los tipos buenos y los tipos malos. Los buenos pueden hacer cualquier cosa, porque para eso son los buenos, incluso cuando hacen cosas de malos. Pero los malos no pueden hacer nada, incluso cuando hacen las mismas cosas que los buenos, porque para eso son los malos.

En este vídeo podemos ver la expresión literal de esa narrativa, cuando el presentador de la CNN pregunta a Steve Witkoff, que está llevando el peso de la negociación impulsada por Donald Trump con Rusia, cómo es posible que Estados Unidos se esté alineando con los malos, que son los rusos, en lugar de con los buenos, que son Zelenski y Ucrania.

Esta es la conclusión última a la que nos aboca el doble rasero que las élites hegemónicas occidentales utilizan en las relaciones internacionales. Una hipocresía que acaba derramándose sobre el resto de las facetas de la política, contaminando todo lo que toca. Una narrativa que está desdibujando los contornos de lo que llevamos tiempo denominando izquierda y derecha, provocando la desubicación del individuo.

Una dinámica que es urgente frenar, recuperando el espacio necesario para el debate, fundamento de una sociedad verdaderamente democrática. Un espacio que nos están robando quienes pretenden convencernos de que vivimos en democracias plenas, frente a las amenazantes autocracias, mientras nos sacan el agua de la pecera en la que nadamos, desorientados.

2 comentarios

  1. Estimado Carlos, creo que en este artículo has hecho un ejercicio de manipulación y selección parcial de argumentos (cherry picking).
    Para empezar, no creo que la terminología izquierda derecha esté obsoleta. Es que el contexto político se ha corrido escandalosamente a la derecha.
    Creo que la cultura de la cancelación no existe más que en la mente de los retrógrados a los que les molesta que se les diga que son unos retrógrados. A Pablo Motos, por poner un ejemplo, no lo cancela nadie, el dice lo que le da la gana en horario de máxima audiencia. Lo que pasa es que ahora hay gente que dice públicamente que les parece un imbécil, cosa que antes de que hubiera redes sociales no era fácil hacer. Cancelación si podría ser lo que le hicieron a Guillermo Toledo, que le impidieron trabajar por manifestar sus convicciones. Pero eso siempre ha existido. Se llama caza de brujas.
    No existe ninguna izquierda autoritaria que reprima a la gente que no utiliza lenguaje inclusivo. Si que hay gente que manifiesta públicamente que utilizar dicho lenguaje les parece una memez y no pasa nada. Que yo sepa no hay nadie en la cárcel por negarse a utilizar lenguaje inclusivo, pero si que hay un rapero entre rejas por llamar ladrones a los Borbones, y varios jóvenes por manifestarse en contra de un mitin de VOX. Claro que no existe una verdadera libertad de expresión.
    Considerar al PSOE, ya sea el de Felipe González o el de Pedro Sánchez, como una formación de izquierdas se ajusta poco a la realidad, por no decir que es un delirio. El PSOE se refundó en la transición, financiado por la socialdemocracia alemana y el departamento de estado USA, para impedir que la izquierda (el PCE) tuviera la mínima posibilidad de influir en la política española.
    La izquierda de verdad, la que representaba Anguita y la que hoy representa Podemos, está a favor del estado, de la sanidad y la educación públicas, del feminismo y de redistribuir la riqueza con los impuestos directos, y el PSOE nunca se ha caracterizado por defender dichos postulados con sus políticas (otra cosa son sus eslóganes en campaña electoral). La izquierda que es de izquierdas (no la de nombre) en Europa, la de Melenchon, la de Podemos, se opone a la guerra de Ucrania y al genocidio de Gaza desde el primer momento. Cosa distinta a lo que hace Orban, el gobernante derechista de Hungría que recibe con todos los honores a Netanyahu, campeón del genocidio del siglo XXI.
    Otros falsos izquierdistas como Starmer, Scholz y el partido de los Verdes alemanes o Die Linke, continúan con la tradición liberal de los socialdemócratas desde los años ochenta de traicionar a sus bases obreras y han puesto la alfombra roja al crecimiento del populismo de extrema derecha.
    Creo que las derechas (y las extremas derechas) europeas , lo mismo que las americanas (tanto republicanos como demócratas) no están en contra de la guerra, sino muy a favor, tanto en Ucrania como en Israel, como en Yemen. Están a favor del rearme para enriquecer aún más a las élites capitalistas y para atemorizar y así dominar a la población.
    Decir que Trump es pacifista mientras bombardea Yemen y jalea el genocidio en Gaza me parece insultante.
    Estoy de acuerdo contigo en que es necesario que haya un debate, pero que sea serio, utilizando todos los argumentos, no solo los que apoyan tus tesis y ocultando aquellos que las contradicen.
    Saludos

    1. Estimado Rafa,

      En primer lugar, te agradezco que sigas el blog y que dediques algo de tu tiempo a dejar comentarios. Son todos bienvenidos, siempre que eviten el insulto.

      Escribo un blog personal, donde manifiesto mis opiniones. Decir que exponer mis opiniones, basadas en argumentos y datos, es un ejercicio de manipulación, podría aplicarse perfectamente a tu largo comentario: tú también escoges determinados datos y argumentos, en lugar de otros, pero yo no te voy a acusar de manipulador. Sencillamente estás exponiendo tu opinión. ¿Es eso manipular?

      Estoy de acuerdo contigo en un par de argumentos: las posiciones políticas se han escorado dramáticamente a la derecha, y a los partidos socialdemócratas clásicos de izquierda les queda poco, o nada.

      También coincido contigo, y así lo expongo en el artículo, en que el crecimiento de los partidos nacionalistas de derecha y extrema derecha se debe, en parte, a las políticas de las élites europeas, donde obviamente incluyo al Partido Socialista Europeo, ese que pactó con el Partido Popular Europeo la renovación en su puesto a Úrsula von der Leyen, y el nombramiento de la rusófoba Kaja Kallas al frente de la “diplomacia” europea. Lo de diplomacia es un decir…

      Sin embargo, he optado por incluir a los partidos socialdemócratas en la categoría de izquierda porque lo que estoy haciendo es una crítica de los clichés que se usan en la arena política y mediática para analizar los comportamientos de los partidos. En este sentido, el uso del cliché es intencionado, y así se subraya en el artículo, que aporta argumentos y datos para demostrar su obsolescencia.

      Por supuesto que existe una izquierda autoritaria. Es lo que me preocupa y me ha llevado a escribir algunos artículos sobre el tema. Otro asunto es que tú no quieras verlo, porque te incomoda, o entra en conflicto con tu idea de la “verdadera izquierda”. Ya sólo faltaría que hubiera gente en la cárcel por no utilizar el denominado “lenguaje inclusivo”, pero sí que existen posiciones autoritarias que conminan a otros a utilizarlo, como se detalla en el enlace que incluí sobre este asunto. Es sólo un botón de muestra de una persona que ha ocupado, ocupa y pretende ocupar altos cargos en eso que tú denominas “verdadera izquierda”, sobre la que yo tengo otra opinión.

      Por cierto, es un partido considerado de izquierda el que ha mantenido en vigor la ley mordaza, por la que hay gente en la cárcel (los 6 de Zaragoza), o les piden cárcel (las 6 de La Suiza) y se han pagado muchos millones ya en multas.

      Por otra parte, en ningún momento he usado la palabra “pacifista” para describir el comportamiento de Trump en relación con la guerra de Ucrania, así que te agradecería que dejaras de manipular mis palabras en tus comentarios. Porque atribuirme palabras que no he usado sí que es una manipulación.

      Si de verdad reclamas tener un debate serio, tendrás que comenzar por admitir que cada uno exponga sus opiniones, no las contrarias, a no ser que pretendas que yo debata conmigo mismo y me lleve la contraria, lo que sería bastante surrealista. Para llevarme la contraria ya estáis todos los que tenéis una opinión distinta. En eso consiste el debate, no en otra cosa.

      Lo más importante, y lo que vuelvo a reclamar, es que las personas que tenemos opiniones distintas seamos capaces de seguir dialogando, desde el respeto, y sin faltar a la verdad.

      Saludos.

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