Estados Unidos sigue su estrategia de guerra permanente en China e Irán

29 de julio de 2022

“El objetivo es tener una guerra permanente, no una guerra exitosa”. Son las palabras de Julian Assange para describir cuál es la estrategia de Estados Unidos con sus inacabables guerras para extender la “democracia” por el mundo. El hecho de que Assange esté preso por haber denunciado los crímenes de guerra de Washington debería bastar para desmontar este cuento para niños con el que nos están vendiendo la actual guerra en Ucrania, y nos han querido colocar otras. Una narrativa más propia de un guiñol, donde los demócratas buenos atizan con una cachiporra a los autócratas malos, que demuestra el profundo desprecio con el que las élites tratan a la ciudadanía.

Costs of war (Los costes de la guerra) es un proyecto multidisciplinar del Watson Institute, en la Universidad de Brown, que analiza el gasto militar de Estados Unidos en las múltiples guerras que sostiene por el mundo. Las cifras son desorbitantes, sobre todo cuando se comparan con lo que el gobierno de Washington dedica a otras partidas presupuestarias. Desde el comienzo de la guerra en Afganistán, el Pentágono se ha gastado 14 billones, con b, de dólares, un tercio de los cuales ha ido a parar a los bolsillos de los contratistas. Entre ellos, la parte del león se la han llevado cinco fabricantes de armas: Lockheed Martin, Boeing, General Dynamics, Raytheon, y Northrop Grumman. Estas empresas se han gastado 2.500 millones de dólares en hacer lobby en los últimos 20 años, y han empleado a más de 700 lobistas, de media, cada año, en los últimos cinco años. Esto significa que a cada congresista le toca más de un lobista. En 2011, la Comisión de Contratación en Tiempos de Guerra en Irak y Afganistán estimó que el despilfarro, el fraude y el abuso totalizaron entre 31.000 y 60.000 millones de dólares.

Presupuesto del Pentágono desde 1948 a 2020, ajustado a dólares constantes de 2021. Fuente: Costs of War.

Según esta misma fuente, las guerras provocadas por Estados Unidos en Afganistán, Pakistán, Irak, Siria, Yemen y otros países, han causado entre 897.000 y 929.000 muertos, de los cuales entre 364.000 y 387.000 han sido civiles. A los fabricantes de armas contratistas del Pentágono no creo que les importen mucho estas cifras. Viven de ellas.

Nadie se cree que Ucrania sea capaz de derrotar militarmente a Rusia. Sin embargo, Estados Unidos está gastando miles de millones de dólares en enviar armamento al gobierno de Zelensky, porque el objetivo no es ganar la guerra, sino alimentarla. Varios son los propósitos que persigue Washington en Ucrania, desde que patrocinara el golpe de Estado de 2014 para colocar un gobierno títere, como colofón a la estrategia de ampliación de la OTAN hacia el Este. El primero es desgastar a Rusia y, si fuera posible, derribar a Putin para colocar otra marioneta al estilo de Yeltsin, con el fin último de esquilmar los recursos del país más rico de la tierra. El segundo, debilitar lo más posible a la Unión Europea, que podría ser un competidor geopolítico en el mundo multipolar que está naciendo. El tercero, y no por ello menos importante, es incrementar las plusvalías del complejo militar-industrial que, de facto, impulsa la estrategia de la guerra permanente en su propio beneficio.

La guerra en Ucrania está perdida, lo que no significa que haya terminado, como explica Richard Black, coronel retirado del ejército estadounidense, en este esclarecedor vídeo. Ucrania está sufriendo bajas equivalentes a 60 veces las que sufrió el ejército de Estados Unidos en Vietnam. Es sólo uno de los muchos datos que aporta este militar para argumentar su vaticinio.

https://www.youtube.com/watch?v=ZWFr_kJoUHA

El hecho de que Ucrania no tenga ninguna posibilidad de ganar la guerra contra el ocupante no significa que Estados Unidos y la Unión Europea no la vayan a seguir alimentando, probablemente hasta el colapso del ejército ucraniano, porque en ningún momento se trataba de ganar esta guerra proxy de Washington contra Moscú, sino de crear todas las condiciones para provocarla y, una vez conseguida la invasión que se buscaba, alimentarla, con los objetivos antes mencionados.

Siguiendo con su estrategia de guerra permanente, Estados Unidos ha decidido reactivar el frente que abrió con las sanciones a Irán, allá por 1979, cuando Washington “congeló” 11.000 millones de dólares de activos iraníes, entre otros “castigos”, tras la crisis de los rehenes en la embajada estadounidense. El último episodio de esta guerra larvada contra la república islámica comenzó en 2006, cuando Estados Unidos y la Unión Europea adoptaron una nueva batería de sanciones contra Irán con el fin de impedir el enriquecimiento de uranio que este país estaba llevando a cabo. Irán siempre ha defendido que perseguía únicamente fines civiles, relacionados con la energía. En 2015 se alcanzó un acuerdo con Teherán, denominado Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), (Joint Comprehensive Plan of Action, JCPOA), que fue avalado por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. A raíz de dicho acuerdo, se levantaron las sanciones relacionadas con el material nuclear, aunque se mantuvieron restricciones a la transferencia de bienes sensibles a la proliferación, los embargos de armas y misiles balísticos y medidas restrictivas contra algunas personas y entidades.

En mayo de 2018, Estados Unidos se salió del acuerdo firmado con Irán para limitar su programa nuclear y restauró las sanciones contra la república islámica. Donald Trump tildó dicho pacto de “decadente y defectuoso”, a la vez que advertía que «cualquier país que ayude a Irán también podría ser sancionado». La Unión Europea se mostró en contra de dicho descuelgue, así como Barack Obama, bajo cuyo mandato se alcanzó el acuerdo. En febrero de 2019, Estados Unidos pidió a la Unión Europea que se retirara del acuerdo, pero esta vez Bruselas no siguió sus dictados. Bien al contrario, en marzo de 2019, los signatarios se reunieron en Viena para reafirmar su compromiso para implementar el pacto. Como respuesta, al mes siguiente Estados Unidos designó al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica como “organización terrorista extranjera”. La réplica de Irán, al día siguiente, fue el anuncio de la instalación de nuevas centrifugadoras de uranio en la planta nuclear de Natanz. El sitio web armscontrol.org tiene un calendario muy detallado de todos los avatares de la negociación con Irán, desde 1970 hasta la actualidad.

Desde 2019 se han mantenido varias rondas de negociación en Viena, con el fin de revitalizar el acuerdo y conseguir que Estados Unidos vuelva a incorporarse al mismo. Sin embargo, la reciente visita de Joe Biden a Israel dejó bien a las claras que no existe voluntad política de llegar a un acuerdo con Irán, sino todo lo contrario. Estados Unidos e Israel firmaron la Declaración de Jerusalén, por la que el primero se comprometió a evitar que Irán obtenga armas nucleares utilizando para ello “todos los elementos de su poder nacional”. Denominar a la declaración “de Jerusalén” ya supone una toma de posición muy clara sobre la política de ocupación de los territorios palestinos que perpetra Israel desde hace décadas. Declarar, como hizo Biden, que “no hace falta ser judío para ser sionista”, no deja ya lugar a dudas. Por su parte, el primer ministro de Israel aseveró que actualmente la actividad de las fuerzas armadas de Israel es prepararse para un ataque contra Irán.

El presidente de Irán, Ebrahim Raisi, considera que es Occidente quien está obstruyendo las conversaciones de Viena para impedir un acuerdo. En este sentido, atribuyó una motivación política al comunicado emitido por la Organización Internacional de la Energía Atómica en junio, que acusaba a Irán de no justificar el origen de unas trazas radioactivas halladas en lugares no declarados como nucleares, un hecho que Irán atribuyó a un sabotaje de Israel. El científico Mohsen Fakhrizadeh, uno de los arquitectos del programa nuclear de Irán, fue asesinado por el Mossad, según el periódico The Jewish Chronicle. Este atentado se suma a otros asesinatos de científicos iraníes, que Irán ha atribuido a Israel. Benny Gantz, ministro de Defensa israelí, declaraba el 26 de julio que “somos capaces de golpear duro y retrasar el programa nuclear”. Según Nuclear Threat Initiative, Israel posee armas nucleares desde la década de 1960, pero mantiene una política de opacidad al respecto, sin confirmar nunca oficialmente la existencia de su programa. En consecuencia, Israel nunca ha firmado el Tratado de No Proliferación.

En noviembre de 2011, Barack Obama anunció el pivot to Asia” en un discurso ante el parlamento de Australia, remarcando que Estados Unidos iba a dirigir su atención “al vasto potencial de la región de Asia Pacífico”. Un mes antes, Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, ya había proclamado en Foreign Policy el nacimiento del “siglo del Pacífico de Estados Unidos”, subrayando que el futuro de la política se decidiría en Asia, no en Irak o Afganistán. Donald Trump reinterpretó ese giro hacia el continente asiático iniciando una guerra comercial con China, cuando en marzo de 2018 subió los aranceles a las importaciones de acero y aluminio, que fue contestada por China con la subida de los impuestos a 128 productos estadounidenses. Aunque en enero de 2021 China y Estados Unidos firmaron un acuerdo para poner fin a la guerra comercial, la Casa Blanca de Biden ha vuelto a la carga contra Pekín, esta vez usando a Taiwán como ariete.

En primer lugar, debería llamar profundamente la atención el hecho de que el Pentágono haya dividido el mundo en regiones, a cada una de las cuales ha asignado una parte de su ejército. Así, nos encontramos que hay generales norteamericanos a cargo de cada una de las áreas geográficas en las que Estados Unidos ha troceado el planeta.  Sin embargo, este hecho se contempla con la naturalidad con que se sufren determinados fenómenos meteorológicos, pero sin aspavientos. Indudablemente los medios de comunicación han contribuido enormemente a la normalización del hecho de que exista un solo país que tenga desplegado a un ejército de ocupación por todo el planeta.

Fuente: Wikipedia.

Como queda claro tras la intervención de la jefa del Comando Sur del Ejército de Estados Unidos en la conferencia de seguridad de Aspen, la división del mundo se explica en las intenciones declaradas de Estados Unidos de esquilmar los recursos naturales de cada una de estas regiones. Laura Richardson se refiere en el video a América Latina como “nuestro barrio”, tan rico en recursos que se sale de los gráficos (“off the charts”). Le falta salivar. 

Estados Unidos también está poniendo el foco en la región denominada Indo Pacífico y, singularmente, en Taiwán, no por casualidad. La isla es líder en la fabricación de semiconductores del mundo: controla el 48 por ciento del mercado de fundición y el 61 por ciento de la capacidad mundial para construir semiconductores de 16 nanómetros o más. Janet Yellen, la secretaria del Tesoro de Estados Unidos, estuvo en Corea del Sur para convencer a su gobierno de que debía integrarse en la alianza “Chip 4”, junto a Taiwán y Japón y los propios Estados Unidos. Corea del Sur es reticente, puesto que tanto Samsung como SK Hynix dependen tanto de importaciones procedentes de China como de sus fábricas. China contempla dicho proyecto, acertadamente, como un intento de debilitar a su industria de semiconductores por lo que, a su vez, está presionando a Corea del Sur para que desista de incorporarse a la alianza.

Por otra parte, el principal canal de navegación entre el Océano Pacífico y el Índico es el estrecho de Malaca, por donde transitan una cuarta parte de las mercancías comercializadas en el mundo y una cuarta parte del petróleo transportado por mar. La zona está siendo patrullada por el portaviones de propulsión nuclear Ronald Reagan y su escolta de buques de guerra, como muestra esta imagen proporcionada por South China Sea Strategic Situation Probing Initiative.

La táctica de achacar a tu adversario político las características de tu propio comportamiento es muy vieja y efectiva. Usando esta estratagema, Estados Unidos está incrementando la retórica agresiva contra China. Recientemente, el general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, dijo que el ejército chino se ha vuelto mucho más agresivo y peligroso en la región del Pacífico en los últimos cinco años. Esto lo hizo durante una visita a Indonesia, donde se ubica el estrecho de Malaca, donde pretextó supuestos planes de China para tomar el control de Taiwán en 2027.

En este contexto, el diario Financial Times informó de la intención de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, y tercera autoridad del país, Nancy Pelosi, de visitar Taiwán. El propio Joe Biden comentó que a los militares estadounidenses no les parecía una buena idea. Aun así, el Pentágono está aireando la posibilidad de que aviones de combate escolten la aeronave en la que viajara Pelosi. El anuncio del viaje ha sido considerado por China como una provocación en toda regla. El ministro de Defensa chino se ha apresurado a señalar que el ejército no se quedaría cruzado de brazos ante la visita y que se tomarían “fuertes medidas”. En la conversación mantenida el 28 de julio entre Biden y Xi Jinping, la agencia estatal de noticias china reporta que el presidente chino advirtió al estadounidense que quien juega con fuego acaba quemándose.

Teniendo en cuenta la agresividad que está desplegando la administración de Joe Biden, de manera simultánea, contra Rusia en Europa, inundando de armas Ucrania; contra China en Asia, amenazando con una intervención militar por Taiwán; y contra Irán en Oriente Medio, con Israel clamando por un ataque directo, no es de extrañar que Stephen Lovegrove, consejero de seguridad nacional del Reino Unido, haya advertido del creciente riesgo de una guerra atómica contra Rusia y China. El político también ha avisado de que los canales de comunicación que se mantuvieron durante la guerra fría ya no funcionan, precisamente en una coyuntura en la que el aumento de los riesgos de una confrontación los haría más necesarios que nunca.

El presidente de JUST, International Movement for a Just World, el politólogo Chandra Muzaffar, ya advirtió en 2010 que, históricamente, los imperios son más peligrosos cuando están en decadencia que cuando se hallan en su apogeo.  El imperio americano se niega a aceptar su declive, lo que le vuelve más peligroso aún. Su actual fuga hacia adelante amenaza con abocar al mundo al holocausto nuclear. Todo, por un puñado de dólares.

2 comentarios

  1. Tenía un conocido que solía decir lo siguiente: «Que empeño en hablar del progreso de la humanidad cuando aún nos comportamos como los homínidos primigenios». Yo siempre le decía que era una postura exageradas, que poco a poco sí progresábamos. Bueno, parece que en efecto él tenía razón. Sobre todo en cuanto a la clase dirigente seguimos en las cavernas. Estamos en manos de unos cuantos golfos avariciosos y prepotentes que conseguirán destruir la humanidad, no el planeta, éste seguirá existiendo pero sin nosotros.

    1. Muchas gracias por tu comentario, Mik. No puedo estar más de acuerdo. Yo añadiría que los “valores” que se ocultan tras la pantalla de la archirrepetida coartada de la exportación de la “democracia” no son otros que la codicia y el afán de apropiarse de los recursos naturales del planeta. En lugar de fomentar una economía de la colaboración, asistimos a una economía de la competencia salvaje, reflejo de los “valores” del capitalismo: beneficio a toda costa, por encima de las personas, individualismo, egoísmo y todo ese rollo de la mano invisible que arreglará el mundo. Infumable y tremendamente dañino.

Responder a Carlos Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *